Llevábamos tiempo queriendo conocer la salvaje costa oriental de Groenlandia. En concreto, Scoresby Sund, el mayor sistema de fiordos del planeta. La ocasión llegó, otra vez, de mano de Swan Hellenic, en forma de un híbrido entre crucero convencional y de expedición, a un precio bastante razonable. El pero consistía en que tan solo pasaríamos cinco días en Groenlandia. Casi medio crucero sería un recorrido convencional por cuatro puertos de Islandia. En cualquier caso, no parecía un mal plan, que decidimos complementar con un pequeño road-trip previo por el suroeste de la Tierra de Hielo.

Fragmentos de lava

Fragmentos de lava.

La erupción en Litli-Hrutur trastocó nuestros planes en Islandia, con la mala suerte de que finalizó apenas cinco días antes de nuestra llegada a la isla. Una lástima, pues acabamos renunciando a nuestra idea original, centrada en recorrer Fjallabak, para tenernos que conformar con la visita al cráter de un volcán inactivo. De nuestro plan inicial, tan solo pudimos rescatar la excursión hasta Langisjór.

Langisjór a vista de dron

Langisjór a vista de dron.

El itinerario completo quedó como sigue:

Podríamos decir que el viaje estuvo dividido en tres secciones distintas.

Uxatindar

Uxatindar.

La primera, arrancó con un itinerario por el suroeste de Islandia, que tuvo dos diferencias fundamentales con nuestros anteriores viajes por la Tierra de Hielo: apenas cambiamos de alojamiento y empleamos buena parte de un día visitando Reikiavik. Después, escala en Ísafjörður. Una ciudad que visitaba por quinta vez. Nuestros primeros seis días acabaron siendo una mezcla entre lugares nuevos y otros que ya conocíamos. En cualquier caso, nunca me canso de regresar a Islandia. Una isla que, a estas alturas, creo que forma parte de mi zona de confort. Para bien y para mal.

Cuevas en el hielo

Cuevas en el hielo.

La siguiente sección, en el este de Groenlandia, estuvo centrada en los cuatro días de crucero en Scoresby Sund, con un breve apéndice en un fiordo más septentrional. Un territorio salvaje y virtualmente despoblado, con alguno de los paisajes más deslumbrantes que jamás he podido contemplar. Como en todo crucero de expedición, no había un itinerario fijo. Éste se iba modulando en función de las circunstancias que nos encontrábamos día a día. Por poner una pega, la faceta más negativa de estas jornadas fue el escaso número de animales que logramos avistar. Aún no tengo claro si fue mala suerte o simplemente la zona tiene poca fauna.

Más allá de Selbrekkufoss

Más allá de Selbrekkufoss.

Terminamos con una especie de mini crucero por el este y el sur de Islandia, haciendo tres escalas en lugares que habíamos visitado anteriormente. Lo pasamos bien y pudimos completar nuestro conocimiento de la zona. Pero, al igual que en Ísafjörður, nos quedó una cierta sensación de ocasión perdida. Viajando en un buque de expedición, con poco calado y la posibilidad de desembarcar con las zódiac prácticamente en cualquier lugar, creo que no había ninguna necesidad de limitarse a puertos convencionales. Algún fiordo recóndito, como el Mjóifjörður, o alguna isla poco accesible, como Papey, habrían sido escalas mucho más interesantes.

Icebergs al atardecer

Icebergs al atardecer.

En todo caso, un viaje magnífico y muy recomendable. Aunque, sinceramente, creo que esperábamos algo más. Quizá el problema fue el itinerario del verano anterior, a bordo del mismo buque, entre Tromsø y Reikiavik. En aquella ocasión, habíamos rozado la perfección. A pesar de saber que sería un viaje muy difícil de igualar, las comparaciones son inevitables.