En el verano de 2023 teníamos previsto dormir 5 noches en Islandia, antes de embarcar rumbo a Groenlandia. El plan era recorrer el sur de las Tierras Altas, regresando cada noche a Kirkjubæjarklaustur, en la zona civilizada de la isla. Hasta que, por tercer año consecutivo, entró en erupción un volcán en Reykjanes, desbaratando todos nuestros planes. Aunque finalmente dormiríamos en Haukadalur, al menos intentaríamos visitar uno de los lugares de nuestro plan inicial. El elegido fue Langisjór. Un hermoso lago, cerca del extremo occidental del Vatnajökull, que llevaba años soñando con conocer. Para llegar, tendríamos que atravesar Fjallabak. Como tantas veces en Islandia, el camino rivalizaba en interés con el destino.
Salimos del hotel unos minutos antes de las nueve de la mañana. Entre la ida y el regreso, teníamos por delante un recorrido de 380 kilómetros. Según Google, algo más de 8 horas al volante. Aunque, en Islandia, nunca debes confiar ciegamente en ningún navegador. El día era gris y llovía de vez en cuando, pero no había el menor rastro de viento. Tras avanzar 37 kilómetros hacia el sur, giramos al este, para remontar el río Þjórsá camino de Hrauneyjar. La misma ruta que habíamos recorrido durante nuestra primera incursión en la zona, tres años atrás. Hicimos una breve parada en Hjálparfoss, poco antes de cruzar el límite de las Tierras Altas. Lo justo para estirar las piernas y relevar a Olga al volante. Después, remontamos la carretera 32 hacia el curso alto del Þjórsá, junto al embalse de Bjarnalón.
Conocer ese tramo de la carretera 32 nos evitó la decepción que habíamos sufrido en nuestro primer recorrido por la zona. Una áspera llanura, rodeada de montañas, pero adulterada por la mano del hombre. Presas, canales, compuertas, líneas de alta tensión . . . Todo ello fruto del aprovechamiento hidroeléctrico del río más largo de Islandia. También habíamos recorrido en tres ocasiones la carretera 208, que lleva hasta las inmediaciones de Landmannalaugar. Sus curvas, sus baches, su polvo, sus piedras y las torres de alta tensión entre las que zigzaguea su tramo más septentrional nos eran de sobra familiares. No nos desanimamos. También sabíamos que, un poco mas allá de Bjallavað, el entorno cambia bruscamente y la pista se adentra en un paisaje mágico. Aquel en el que me había enamorado irremediablemente de las Tierras Altas de Islandia.
Cada vez llovía más insistentemente. Por una parte, era preocupante. Si los chubascos iban a más, podían crearnos problemas más adelante, en los vados de la carretera de montaña. En el lado positivo, nos libraban de conducir en medio de una polvareda. Además, al apenas realizar paradas, avanzábamos a un ritmo bastante razonable. A las once y media llegábamos al desvío de la F208, separándonos de la ruta más transitada de las Tierras Altas. A partir de ese momento, estaríamos prácticamente solos en la pista. Para lo bueno y para lo malo. Poco después, cruzábamos el puente sobre el Jökulgilskvísl. El último que encontraríamos en el resto de la ruta hacia Langisjór.
Media hora más tarde llegábamos a la orilla del Kýlingavatn, donde hicimos una breve parada. Había dejado de llover. Un puñado de ovejas pacía junto a la orilla del lago. El verde rabioso se entremezclaba con los ocres del terreno, creando un paisaje increíblemente hermoso. Todo bajo un denso manto de nubes, que ocultaba las cimas y daba al entorno ese halo de misterio que tanto me fascina de Islandia. Al sur, destacaba una de las montañas de Barmur, envuelta entre las nubes. Las texturas y la paleta de colores que mostraban sus laderas, de puro extrañas, parecían más la obra de un pintor que de la naturaleza.
Atravesamos el primer vado de la ruta, en el Kirkjufellsós, coincidiendo con el mediodía. Comenzaba la parte más agreste de la F208, mientras nos adentrábamos en un paisaje de ensueño. Habíamos recorrido esa misma pista, en sentido contrario, en el verano de 2021. Por tanto sabíamos que, a priori, no había ningún vado especialmente complicado. Aunque, todo hay que decirlo, algunos ríos bajaban con mayor caudal que en aquella apacible tarde de agosto, prácticamente un par de años atrás.
Las nubes seguían estando muy bajas, mientras la pista iba tomando lentamente altura. Al final, se dio otro de mis mayores temores. Acabamos avanzando entre la niebla. Más allá de la complicación que suponía conducir por una pista apenas señalizada con la visibilidad reducida a unos cuantos metros, también nos privaba del espectacular paisaje circundante. Aún sería peor si la niebla resultaba ser persistente y nos acompañaba hasta nuestro destino, a más de 600 metros de altitud. ¿Arruinaría nuestra visita a Langisjór?
Cuando, quince minutos antes de la una, logramos llegar al desvío de la F235, la niebla flotaba unos metros por encima de nuestras cabezas. Al menos podíamos ver claramente la carretera y la situación parecía tender a mejorar. En cualquier caso, no íbamos a dar media vuelta, habiendo llegado a 25 kilómetros de nuestro destino. Sin la más mínima duda, giramos a la izquierda y, por primera vez en el día, nos adentramos en terreno desconocido.
A no ser que conduzcas lo que en Islandia llaman un «camión de montaña», la F235 es un callejón sin salida. Llevando un SUV «normalito», como era nuestro caso, a lo más que puedes aspirar es a llegar hasta la orilla meridional del Langisjór y regresar por el mismo camino. Siempre que las condiciones sean favorables. En cualquier caso, el vado más problemático está a escasos metros del comienzo de la ruta. Según nos aproximábamos, no parecía gran cosa. Pero resultó ser bastante profundo. Lo suficiente para que el agua acabase salpicando sobre el capó del coche. Habíamos rozado el límite.
Superado el río, la pista volvía a girar hacia el norte, adentrándose en una llanura de ceniza volcánica. Salvo que se encuentre encharcado, conducir por este tipo de terreno es una de las experiencias mas increíblemente hermosas que se puede tener en Islandia al volante de un vehículo. La pista zigzagueaba por un paisaje completamente irreal, rumbo a las montañas que rodean Langisjór por el sur. Aunque el firme no estaba tan liso como en otras ocasiones, fue uno de esos momentos en los que te gustaría que la ruta fuera todavía más larga.
Algún pequeño vado. Mas llanuras de ceniza. Según nos acercábamos a las montañas, el terreno se volvía más complicado, el trazado de la pista más enrevesado y el paisaje todavía más interesante. En cualquier caso, no volvimos a hacer ninguna pausa. El objetivo del día era Langisjór. En Islandia, si te dispersas en exceso, no llegarás a ninguna parte.
Langisjór, un lago en las Tierras Altas.
Emprendimos el regreso poco antes de las cinco de la tarde. En el rato que llevábamos en Langisjór, el día no había hecho más que mejorar. Durante el camino de vuelta, aprovecharíamos para detenernos en los lugares que nos habíamos saltado a la ida. Al fin y al cabo, en una larga tarde de verano islandés, aún teníamos 6 horas de luz por delante.
La primera parada no tardó en llegar. Un pequeño desvío nos llevó a un punto panorámico, en las inmediaciones del Hellnafjall. El monte, con 786 metros de altitud, destaca sobre todo por las curiosas cuevas que hay en su cara occidental. Aparentemente son el resultado de una erupción, que habría comenzado expulsando material suelto, como ceniza y tefra, de tonos más oscuros. Posteriormente la lava cubriría éstos depósitos, creando una corteza más dura y resistente a la erosión.
Aunque quizá fuese más interesante la vista hacia el sureste, donde el monte Uxatindar presidía un hermoso paisaje, en el que el negro de la ceniza volcánica se mezclaba con el verde rabioso del musgo, que se aferraba precariamente al terreno. La sensación de soledad y aislamiento que trasmitía la escena era impresionante. Ni siquiera el puñado de ovejas que se desparramaba por la orilla del río era capaz de suavizarla.
Pero aquello no era más que un aperitivo. Nos reincorporamos a la F208. Avanzábamos hacia el oeste por el mismo tramo que, unas horas antes, habíamos recorrido entre la niebla. Ésta se había retirado, buscando refugio en las montañas que se extienden hacia el sur. La escena resultante era de una belleza indescriptible. Nuestro mayor problema era lograr mantener una mínima atención en la pista que recorríamos. Afortunadamente, apenas había tráfico. Con la debida precaución era posible circular muy despacio, o incluso realizar pequeñas paradas.
Superábamos un vado tras otro, saltando de aparcamiento en aparcamiento. Era la tercera vez que recorríamos esa misma pista, la última apenas unas horas atrás, por lo que estábamos razonablemente familiarizados con su trazado. En cualquier caso, aquel era el recorrido más hermoso que jamás habíamos realizado de Fjallabaksleið Nyrðri. Las condiciones eran óptimas. Un cielo cubierto, con las nubes lo suficientemente altas para no ocultar el paisaje, pero con bancos de niebla jugando entre las cimas. Un firme lo bastante húmedo para evitar la formación de polvo, pero no tanto como para embarrarse. Ríos con caudal suficiente para hacer interesante vadearlos, pero que no llegaban a resultar peligrosos. Y un nivel de tráfico muy escaso, pero no tanto como para sentirnos completamente solos. Aquello era el paraíso de cualquiera que ame las Tierras Altas de Islandia.
Fjallabak se podría traducir del islandés como «las Montañas de Atrás». Sus límites son difusos. Al norte, las llanuras de las Tierras Altas centrales, cerca de Sprengisandsleið y los lagos artificiales que flanquean el río Þjórsá. Al este, las estribaciones del Vatnajökull. Al sur, el Mýrdalsjökull y la llanura que, lentamente, desciende hacia la costa meridional de Islandia. Al oeste, las tierras bajas en torno a los ríos Markarfljót, Ytri-Rangá y Þjórsá. En su interior, encontraremos una región tan hermosa como geológicamente activa, atravesada por la sección emergida de la dorsal oceánica, que parte Islandia en dos. El Torfajökull es la señal más evidente de esta actividad. Una gran zona volcánica, con una extensión aproximada de 600 km². Su caldera central mide 16 kilómetros de este a oeste y 12 de norte a sur. La última erupción tuvo lugar en 1477, creando los campos de lava de Laugahraun y Námshraun. La anterior, en el 871, dio origen a Hrafntinnuhraun. Fue una erupción explosiva, de características similares a la de 1875 en el Askja.
Volvimos a atravesar el vado del Kirkjufellsós. El más septentrional de la F208. Según avanzábamos hacia el noroeste, el día mejoraba y las montañas eran cada vez más similares a las de Landmannalaugar. En realidad, estábamos muy cerca del lugar más visitado de las Tierras Altas de Islandia. Al otro lado de las coloridas montañas que teníamos a nuestra izquierda, estaba el impresionante valle de Jökulgil, que llega hasta el extremo oriental de Landmannalaugar.
A nuestra derecha, teníamos la orilla del Kýlingavatn. Entre tanto, la tarde seguía abriendo y el azul se iba adueñando de grandes retazos de cielo. Disfrutábamos de un paisaje mucho más luminoso y limpio que durante la mañana, pero carente del halo de misterio que lo envolvía tan solo unas horas atrás. Siempre he preferido la Islandia brumosa y gris. Aquel día no fue la excepción.
A las seis atravesábamos el Jökulgilskvísl, por el único puente que hay en todo el trazado de la F208. Antes de que fuera construido, en 1966, el vado era un serio obstáculo para trasladarse entre el norte y el sur de Fjallabak. Al oeste del puente, la carretera bordea brevemente la llanura aluvial, con unas hermosas vistas de las montañas al otro lado del río. Un paisaje interesante, pero que no es rival para el que podemos encontrar unos kilómetros más allá, en la parte alta de Jökulgil.
También teníamos a la vista Landmannalaugar y sus coloridas laderas. Nos traía recuerdos de nuestra primera jornada en las Tierras Altas, en el verano de 2020, cuando fue nuestro principal destino del día. Desde entonces, no hemos regresado. Aunque hayamos pasado varias veces por sus inmediaciones, nunca encontramos el momento propicio. Landmannalaugar es tan extenso que merece al menos un día completo para recorrerlo con un mínimo de calma.
Tras reincorporarnos a la 208, nuestra siguiente parada fue a los pies de Stútur. Un volcán tan pequeño como hermoso, justo en el borde de la carretera. Tiene un sendero que permite recorrer el borde superior de su cráter. Pero comenzaba a hacerse tarde. Nos limitamos a volar el dron, grabando un video y haciendo un puñado de fotografías.
Apenas unos metros más allá, encontraremos una vista panorámica sobre el lago Frostastaðavatn y el campo de lava de Námshraun. Uno de los dos originados en la erupción de 1477. La escena, con el lago y la lava entrelazándose a los pies de la hermosa ladera septentrional del Suðurnámur, es de una belleza irreal. Aunque, aquella tarde, el sol comenzaba a estar demasiado bajo, creando fuertes reflejos en el lago y haciendo muy complicado lograr fotografías aceptables.
Landmannaleið, recorriendo la F225.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/tierras-altas/fjallabak/ se pueden ver todas las entradas del blog sobre Fjallabak.
Puedes ver nuestro viaje por el suroeste de Islandia en https://depuertoenpuerto.com/cinco-dias-en-el-suroeste-de-islandia/.
En inglés, la web Nordic Adventure Travel tiene una entrada sobre la zona de Fjallabak declarada reserva natural: https://nat.is/fjallabak-nature-reserve/.
En https://icelandicvolcanoes.is/?volcano=TOR se puede encontrar información sobre el volcán Torfajökull.
Si dices que Fjallabak es la región más hermosa y fascinante de aquella parte de la Tierra de Hielo es porque debe ser algo fuera de lo común, dada la belleza de los lugares que nos traes en tus posts.
«Glaciares, barrancos… una belleza irreal», como bien describes. Viendo tus reportajes creo que las carreteras islandesas de montaña me impondrían tanto respeto que no circularía por ellas.
Esperemos que la «marea turística» no estropee este entorno tan maravilloso.
Os deseo una muy feliz salida y entrada de año.
Gracias Marcos.
Aunque casi toda Islandia es preciosa, Fjallabak es un lugar especial.
Respecto a las carreteras de montaña, lo importante es la información y la prudencia. Algunas son increíblemente complicadas pero otras, como las que recorrimos durante este día, están al alcance de cualquiera con el vehículo adecuado y un mínimo de soltura conduciendo.