Tras realizar una incursión en Hurry Inlet, seguida de una breve escala en Ittoqqortoormiit, nuestro primer día en Scoresby Sund avanzaba inexorablemente hacia su fin. El siguiente destino era una ensenada entre Iserartiit y Nuliartit, dos de las islas deshabitadas que forman el pequeño archipiélago de Bjørne, también conocido en inuit como Nannut Qeqertaat y ubicado cerca de la confluencia entre dos de los principales fiordos del sistema, Øfjord y Nordvestfjord. Teníamos por delante unos 180 kilómetros de navegación. Con 14 horas para recorrerlos, era evidente que el SH Vega disponía de tiempo más que suficiente para completar tranquilamente la singladura.

Icebergs tabulares

Icebergs tabulares.

Zarpamos de Ittoqqortoormiit unos minutos antes de las cinco de una tarde plomiza, típicamente ártica. Según salíamos de Rosenvinge Bugt, el sol daba tímidos indicios de querer romper entre unas nubes que, de momento, parecían llevar todas las de ganar. Navegábamos hacia el oeste recorriendo un universo grisáceo, en el que la costa apenas era una tenue silueta, desdibujada por las brumas. Aunque palidecían frente al que habíamos podido divisar esa misma mañana en Hurry Inlet, un par de icebergs tabulares eran la principal atracción del momento.

Icebergs frente a Volquart Boon

Icebergs frente a Volquart Boon.

Después, mi atención volvió hacia el sur, donde el día parecía estar levantando. Allí, una impresionante barrera de hielo y roca forma el flanco meridional de Scoresby Sund. La costa de Volquart Boon se elevaba hasta tocar las nubes, rodeada de glaciares y grandes icebergs. Sus 115 kilómetros, entre los cabos Stevenson y Brewster, fueron bautizados en homenaje a un ballenero danés que logró llegar a Scoresby Sund en 1761.

Señales de mejoría

Señales de mejoría.

Hacia el oeste, las nubes dieron las primeras señales de estar perdiendo la batalla. El cielo cobraba suaves tintes dorados y era posible entrever alguna de las cimas. Volquart Boon tiene algunos picos que alcanzan los 1730 metros de altitud. Buena parte de su interior está ocupado por un gran glaciar, que rebosa sobre las laderas para enviar lenguas de hielo que, en ocasiones, llegan hasta la misma costa.

La agonía del hielo

La agonía del hielo.

Aunque no todo era superlativo. Como siempre en el Ártico, también quedaba hueco para lo sutilmente efímero. En este caso, en forma de pequeños témpanos de hielo, junto a los que pasábamos tan lentamente que, incluso bajo la superficie del agua, era posible apreciar sus retorcidas formas. ¿Vestigios de la agonía de antiguos icebergs? ¿Bloques de hielo desprendidos desde las abruptas laderas? Carecer de respuestas para estas preguntas los hacía, si cabe, aún más atractivos.

La costa de Volquart Boon

La costa de Volquart Boon.

El día seguía mejorando, haciendo posible ver por primera vez con claridad ambas orillas del fiordo. Navegábamos entre dos mundos, separados por 36 kilómetros de agua salada. Al sur, la agreste costa de Volquart Boon parecía una pared ciclópea, levantada por algún gigantesco troll de las leyendas nórdicas. De haber estado en Islandia o en Noruega, con toda seguridad tendría al menos un par de leyendas explicando su génesis. En realidad, los enormes muros de basalto, de entre 200 y 1.000 metros de altura, fueron creados por episodios de vulcanismo. Tratándose de un lugar tan remoto y poco explorado, no está del todo clara su antigüedad.

Velero al sur de Jameson Land

Velero al sur de Jameson Land.

Por contra, en la orilla septentrional, la costa de Jameson Land apenas se elevaba unas decenas de metros, para después perderse hacia el norte en una sucesión de colinas, aparentemente infinita. Frente a la costa, permanecía inmóvil un hermoso iceberg coronado por dos picos. Quizá estuviera varado en algún banco de arena. A su lado, navegaba un velero de dos palos, que permitía dar escala al paisaje. Algo que suele ser un problema en las regiones árticas, donde las formas familiares que pueden servir de referencia no siempre están presentes.

Las cimas de Volquart Boon

Las cimas de Volquart Boon.

A las seis y media, un par de charlas rompieron el pausado ritmo de la tarde. La primera, a cargo de Scottie Kiefer, el jefe del equipo de expedición, para explicarnos el plan A de la siguiente jornada. A continuación Uli Reyer, el biólogo que encabezaba un nutrido grupo de viajeros suizos, impartió una breve pero interesante conferencia sobre los bueyes almizcleros. Poco después de las siete, estaba de nuevo en cubierta, contemplando un paisaje que apenas había cambiado. En los 40 minutos que pasé en el interior del barco, tan sólo avanzamos unos cuantos kilómetros. La principal diferencia estaba en las nubes, que cada vez retrocedían más rápidamente, permitiendo ahora contemplar las cimas más altas.

Sol en el hielo

Sol en el hielo.

Hasta que sobre las ocho y media, de forma inesperada, el sol logró romper el manto gris. Si, hasta ese momento, el paisaje había sido de una belleza increíble, me faltan palabras para describir lo que vino a continuación. Las nubes aún cubrían la zona por la que navegábamos. Los rayos de sol llegaban oblicuamente desde el noroeste, para iluminar las paredes de hielo y roca, creando escenas extrañamente contrastadas. Hacer fotografías resultaba tan complicado como apasionante. Los fuertes contraluces me jugaban malas pasadas, pero las oportunidades eran casi infinitas. Según navegábamos hacia el oeste, los cambios de perspectiva permitían fotografiar los icebergs que dejábamos atrás con diversos fondos, a cuál más sugerente.

Metamorfosis en Jameson Land

Metamorfosis en Jameson Land.

Al norte, Jameson Land parecía haber sufrido una metamorfosis, tan extraña como súbita. Los rayos de sol realzaban las texturas del paisaje, a la vez que conferían a éste unos hermosos tonos ocres. Otro velero, en este caso de un palo, navegaba en paralelo a nosotros, entretenido en jugar con los icebergs que íbamos superando. Para estar en una región remota y alejada de cualquier ruta marítima, el tráfico de barcos de recreo me pareció asombrosamente intenso.

Atardecer frente a Jameson Land

Atardecer frente a Jameson Land.

El atardecer avanzaba lentamente, mientras nosotros seguíamos adentrándonos en el fiordo a un ritmo similar. Con el comienzo de la hora dorada, la atmósfera seguía aclarándose, permitiéndonos ver unas lejanas montañas, más allá de Jameson Land. Mientras tanto, los icebergs eran cada vez más abundantes. Algunos, de un tamaño descomunal, bastante mayores que el barco en el que navegábamos. Más aún si tenemos en cuenta que, en cualquier iceberg, la parte que se eleva sobre las aguas es tan solo un 11% de su volumen total. Lo cual quiere decir que prácticamente había 8 veces más hielo bajo el agua de aquel que podíamos ver en la superficie. Otros, de dimensiones bastante más reducidas, pero no por ello menos interesantes. Más bien al contrario. Al pasar junto a ellos a una distancia mucho menor, resultaba bastante más sencillo apreciar sus extrañas formas y texturas.

Atardecer frente a Kap Stevenson

Atardecer frente a Kap Stevenson.

Aunque navegábamos en un barco con Clase de Navegación Polar 5, había que tener cierta precaución con los icebergs. Su parte oculta puede tener una geometría que la haga ocupar mucha más superficie que la emergida. Algo que siempre resulta complicado apreciar, pero que el reflejo del atardecer sobre el agua hacía aún más difícil. Por no hablar de la posibilidad, siempre existente, de que cualquier iceberg se gire de forma inesperada. Como habíamos podido comprobar en nuestra anterior visita a Groenlandia, los grandes barcos de crucero tienden a huir de los icebergs como del mismísimo Satanás. Sin llegar a esos extremos, al ser mucho más pequeño y navegar por un mar relativamente libre de hielo, el SH Vega se limitaba a ignorarlos, sin hacer el más mínimo intento de aproximarse a cualquiera de ellos.

Hora dorada en Scoresby Sund

Hora dorada en Scoresby Sund.

La hora dorada comenzó su lenta transición hacia el azul, trasladándonos nuevamente a un mundo dual. Hacia el noroeste, un planeta de tonos cálidos, con fuertes contraluces, en el que las cada vez más cercanas montañas componían un impresionante telón de fondo.

Flotando en el espacio

Flotando en el espacio.

Al noreste, un universo minimalista y frío, donde era complicado adivinar la linea del horizonte y los icebergs parecían flotar etéreamente entre del cielo y el agua. Podría parecer menos espectacular. Personalmente, me parecía mucho más sereno y atractivo.

La hora de dormir

La hora de dormir.

Pasaron las diez y media de la «noche». Llevábamos casi dos horas de atardecer y aún faltaban casi treinta minutos para que comenzase la hora azul. Después, un fallido ocaso se fundiría con el alba y, sobre las tres y media de la madrugada, comenzaría una nueva hora dorada. A mediados de agosto, era demasiado tarde para ver el sol de medianoche, pero demasiado pronto para que, en esas latitudes, alcanzáramos la oscuridad total. Algo que, en cualquier viaje estival por el Ártico, acaba siendo un problema. Tienes que ser tú quien, haciendo acopio de toda tu fuerza de voluntad, decida que va siendo hora de ir a dormir, reservando fuerzas para el día siguiente. Aquella larga tarde, lo logré diez minutos antes de las once.

Para ampliar la información.

Greenland Guide tiene una breve entrada sobre Scoresby Sund: https://greenland-guide.gl/es/scoresbysund-el-fiordo-mas-grande-del-mundo/.

En inglés, hay un buen artículo en Secret Atlas: https://www.secretatlas.com/explorers-club/greenland/scoresby-sund-guide/.

National Geographic tiene un artículo sobre el fiordo en https://www.nationalgeographic.com/travel/article/exploring-the-fjords-of-greenlands-scoresby-sound.

La web de Carsten Egevang tiene una preciosa galería fotográfica sobre la vida en el fiordo: https://www.carstenegevang.com/edge.

En https://www.geus.dk/media/13651/nr21_p017-116.pdf se puede descargar un PDF sobre la historia de la exploración del noreste de Groenlandia.