Que febrero diera señales de un incipiente final del invierno no implicaba que hiciera un tiempo espléndido. Simplemente, las temperaturas eran relativamente elevadas y las carreteras estaban casi completamente libres de nieve. Aunque, en Vík í Mýrdal, no había parado de diluviar durante toda la noche. Por la mañana, la lluvia había dado paso al viento, que soplaba con fuerza desde el norte. En cuanto llegué a mi primer objetivo, junto al puente de la Ring Road sobre el Múlakvísl, se hizo evidente que no podría hacer la toma de dron que había previsto.
Crucé el puente y volví a detenerme en la otra orilla del río, por ver si allí el viento era algo menos intenso. No hubo suerte. Al final, tuve que renunciar a realizar la «segunda parte» del video que había grabado durante el invierno anterior, en una jornada bastante más apacible. Nada extraño en la siempre ventosa y voluble Islandia. Seguí avanzando hacia el este, atravesando Mýrdalssandur. La enorme llanura aluvial, creada por los numerosos jökulhlaups que, con cierta regularidad, produce el Katla. Un buen ejemplo es el provocado por la erupción del volcán en 1918, que hizo avanzar la costa de Kötlutangi varios kilómetros. O el de 2011, que se llevó por delante al antecesor del puente que acababa de atravesar.
La zona ha estado habitada desde los comienzos de la colonización de Islandia. El Landnámabók menciona la existencia de un asentamiento en Hjörleifshöfði, donde se habría establecido Hjörleifr Hróðmarsson, el cuñado del fundador de Reikiavik. Según las sagas, Hjörleifr fue asesinado por sus esclavos irlandeses, que posteriormente huyeron hacia occidente. Buscaron refugio en Vestmannaeyjar, un archipiélago que desde entonces lleva su nombre: Islas de los Hombres del Oeste. Su huida terminó trágicamente, cuando Ingólfur Arnarson dio con su escondite. Sin embargo, la granja de Hjörleifr perduraría durante siglos. Fue abandonada tras las erupciones del Katla de 1660 y 1721.
Aunque hay constancia histórica de la existencia de varias granjas en Mýrdalssandur, parece que casi todas habían desaparecido a finales del siglo XV. Principalmente, por las erupciones del Katla y las grandes riadas que éstas provocaban. La excepción es Álftaver. Una pequeña región, justo al oeste del río Kúðafljót, en la que, hasta la implantación de la Reforma en Islandia, estuvo Þykkvabæjarklaustur, uno de los principales monasterios del país.
Me desvié de la Ring Road para visitar el mirador que hay junto a los pseudocráteres de Álftaversgígar. No pudo ser. La pista estaba cubierta de nieve, con claras señales de que alguien había fracasado intentando atravesarla. Tampoco parecía un buen plan llegar andando, pues más allá había una zona aparentemente inundada. Tuve que conformarme con observar los pseudocráteres desde la pista. Fueron formados durante la misma erupción que, a mediados del siglo X, creó el cañón de Eldgjá. La mayor de que se tiene constancia en época histórica.
En cualquier caso, ya que había tomado el desvío, decidí explorar Álftaver. No perdía nada por dar un breve rodeo por las carreteras 211 y 212, que además no conocía. A priori, Álftaver puede parecer un rincón sin demasiado interés. Una amplia llanura, entre las montañas del sur de Islandia y el mar, dominada por un paisaje desolado. Pero quizá pudiera llegar hasta Alviðruhamrar, uno de los faros más meridionales de Islandia. O curiosear en el antiguo emplazamiento de Þykkvabæjarklaustur.
Al final, ni lo uno ni lo otro. Aunque la carretera estaba prácticamente libre de nieve, encontré los desvíos en muy mal estado. Tuve que conformarme con ver algún antiguo cobertizo para el ganado y un puñado de caballos islandeses, vagando entre las granjas. Granjas que, en cualquier caso, tenían un aspecto bastante próspero. Parecen complementar sus ingresos tradicionales con los procedentes del turismo.
Siguiente parada, Eldhraun. Un gran campo de lava, creado en la erupción del Laki de 1783, que posteriormente ha sido cubierto por una gruesa capa de musgo. Un lugar tan extraño y fascinante como difícil de fotografiar. Al menos para alguien con mi nivel de competencia. Aquel día tampoco lo logré, ni siquiera volando el dron. Eldhraun es uno de esos lugares de Islandia que ganan entre poco y nada con el invierno. Aunque, aquella mañana, al menos la nieve no cubría completamente el musgo.
Me fue bastante mejor en Stjórnarfoss. Una pequeña cascada, al norte de Kirkjubæjarklaustur, que visitaba por primera vez. Poco antes de llegar a la llanura aluvial que ocupa buena parte de la costa meridional de Islandia, el río Stjórn se desploma en dos pequeños saltos de agua consecutivos, cada uno de aproximadamente 6 metros de altura. El superior, tan solo es visible según te acercas desde la carretera. Al aproximarte, acaba siendo eclipsado por el salto inferior.
Éste, pese a su escaso tamaño, es de una belleza indudable. El río avanza sobre un saliente rocoso, para acabar desplomándose por todo su perímetro, formando una cascada semicircular, de 180 grados. Tuve suerte con el nivel de congelación del salto. Aunque estaba parcialmente cubierto de hielo, al agua lograba superarlo, creando hermosos contrastes entre las partes estáticas y las fluidas. Aguas abajo, una infinidad de pequeños témpanos se arremolinaba en las pozas, dando lugar a un pequeño caos de agua y hielo. Acabó siendo una visita breve, pues no dejaba de caer una lluvia gélida, pero muy gratificante. Habrá que regresar en un día más propicio.
A continuación, más cascadas. En concreto, la espléndida sucesión de saltos de agua que se despeña sobre Síða desde la cornisa que cierra la región por el norte. Su exponente más popular es Foss á Síðu. Una cascada de apenas 30 metros de altura, que tampoco destaca por su caudal, pero cuya sutileza se une a la visibilidad desde la Ring Road para convertirla en una de las más fotografiadas de la región.
Poco después, tenía a la vista la inconfundible mole del Lómagnúpur, elevándose hasta los 865 metros por encima de la llanura. Creado durante erupciones subglaciares, antiguamente formaba parte de la costa meridional de Islandia. Tras milenios de erosión y jökulhlaups, ésta se encuentra actualmente a 22 kilómetros de distancia. Mientras tanto, la base del Lómagnúpur se ha ido cubriendo por los derrubios desprendidos desde sus abruptas laderas. En cualquier caso, su emblemática silueta, perfectamente alineada con un tramo de la Ring Road, es una de las estampas más reconocibles de Islandia.
Lómagnúpur es un montículo subglacial volcánico. Una estructura que puede recordarnos a una tuya, pero que mantiene ciertas diferencias. Ambas formaciones se originan durante la erupción de un volcán bajo una gruesa capa de hielo. Si la lava logra fundir el hielo y crea un lago que convierte la erupción en subacuática, dará lugar a una tuya, con su característica cima plana. En el caso del montículo, la erupción no consigue formar el lago, por lo que la forma de su cima acaba siendo más irregular.
En las inmediaciones de Lómagnúpur se encuentra la frontera imaginaria entre la costa más meridional de la Tierra de Hielo y el mágico mundo de Skeiðarársandur, una de las regiones más fascinantes de Islandia. Skeiðarársandur tiene un doble atractivo. Quizá el menos valorado sea la inmensa llanura negra, formada a lo largo de milenios por los mismos sedimentos que llevaron la costa lejos de Lómagnúpur. Una llanura que, en invierno, puede estar cubierta de nieve o hielo y ser relativamente anodina. O, como en esta ocasión, presentar una extraña mezcla entre roca, hielo, arena y agua. En cualquier caso, es un paisaje cuya irreal belleza es difícil de apreciar, sobre todo desde el nivel del suelo.
Resulta más seductora la espléndida sucesión de glaciares que domina el paisaje hacia el norte y el este. Comenzando por el enorme Skeiðarárjökull, cuyo frente cubre más de 15 kilómetros del horizonte septentrional de Skeiðarársandur. Su lengua es tan grande, que cuesta encuadrarla y no perder la sensación de su descomunal tamaño. También es difícil acercarse a sus pies desde la Ring Road. Lo habíamos intentado en el verano de 2020, para acabar medio perdidos entre los vericuetos de sus antiguas morrenas.
Es mucho más sencilla la aproximación a los glaciares que cierran Skeiðarársandur por el este, a los pies del Öræfajökull. La sucesión de lenguas formadas por el Skaftafellsjökull, cuyos hielos proceden del Vatnajökull, y aquellas que, un poco más al sur, descienden directamente desde el techo de Islandia, como el Svínafellsjökull, componen uno de los escenarios más fotogénicos de la isla. Sobre todo en invierno, pues en verano es relativamente frecuente encontrarlo oculto entre nubes y brumas.
Mi avance hacia el este se convirtió en un lento peregrinar, de aparcamiento en aparcamiento, buscando los mejores encuadres. Aunque, aquella tarde, tenía un objetivo claro. Aprovechando la escasez de nieve y que el viento había cesado completamente, quería acercarme hasta el Falljökull y volar el dron en las proximidades de uno de los glaciares más espectaculares de la zona. Según tomaba el desvío, pude apreciar que en su aparcamiento había varios coches y hasta un autobús. No me gusta volar el dron con compañía. Creo que puede ser molesto para las otras personas y no me siento cómodo. Tocaba improvisar.
Entonces recordé el aparcamiento de Háalda. Un lugar que había conocido dos inviernos atrás. Quizá la vista no era tan impactante, pero el lugar sería mucho más tranquilo. Al igual que en mi visita previa, estuve completamente solo. Pude volar el dron tranquilamente y hacer algunas fotografías del Kotárjökull. Un glaciar que llegó a retroceder 1.300 metros desde su primera medición en 1891, pero que ha crecido 200 metros desde su mínimo en 2016. También ha aumentado su grosor, sin que nadie tenga claros los motivos.
Seguí mi avance por la Ring Road, rodeando el extremo meridional del Öræfajökull. Mi nuevo destino era el Kvíárjökull. Otro glaciar, en el que jamás me había detenido. Sus impresionantes morrenas fósiles, que son fáciles de confundir con grandes colinas, llegan a escasa distancia de la Ring Road. De todos modos, al este del Öræfajökull me encontré con una tarde muy distinta a la que había disfrutado en Skeiðarársandur. Un grueso manto de nubes, cada vez más bajas, se combinaba con el incipiente atardecer, creando un luz menguante y ocultando las espléndidas cumbres.
En esas condiciones, no tenía sentido intentar llegar andando hasta la laguna glaciar. Corría el riesgo de que me alcanzara la noche por el camino. Me limité a volar el dron sobre un impresionante paisaje crepuscular y, a continuación, retomé mi camino hacia el este. Cinco minutos antes de las seis, con la tarde agonizando, llegaba al Fosshotel Vatnajökull. Tan solo quedaba cenar y descansar para, al día siguiente, salir antes del amanecer rumbo a mi próximo destino: el hermoso Eystrahorn.
Para ampliar la información.
Se puede ver una ruta parecida, realizada en verano y en sentido contrario, en https://depuertoenpuerto.com/de-hnappavellir-a-vik-i-myrdal/.
En el blog hay varias entradas de mis anteriores recorridos invernales por la zona, como https://depuertoenpuerto.com/de-hnappavellir-a-vik-i-myrdal/, https://depuertoenpuerto.com/al-sur-del-vatnajokull-dia-2/ o https://depuertoenpuerto.com/a-los-pies-del-oraefajokull/.
En inglés, la página https://eldsveitir.is/places/english/ tiene varios artículos interesantes Mýrdalssandur, Álftaver y el sur de Islandia en general.
En Guide to Iceland hay una entrada sobre Lómagnúpur: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/5176/lomagnupur-as-a-photography-location.
Muy recomendable la página sobre el Kvíárjökull en Glaciar Change: https://glacierchange.com/en/kviarjokull/.