El Vestdalsá no es un gran río. Nace en Vestdalsheiði. Un páramo a casi 600 metros de altitud, entre los montes Bjólfur y Afréttatindur. Tras recorrer apenas 7 kilómetros, desemboca en la costa septentrional del Seyðisfjörður. Como era de esperar, dado su abrupto perfil, en su cauce encontraremos varias cascadas. Había visitado las últimas, apenas unos metros antes de la desembocadura, tanto en verano como en invierno. Vestdalsfossar es un lugar que, sin ser espectacular, tiene una indudable belleza, aunque en invierno había tanto hielo que las cascadas apenas eran visibles.
En mi cuarta vista a Seyðisfjörður, preferí dejarlas de lado. Me dirigiría directamente a un salto intermedio, a los pies de una empinada ladera llamada Hrútahjalli. Un tranquilo paseo, de apenas 3.800 metros, desde los muelles de Bjolfsbakki. Primero, atravesando la calle principal de Seyðisfjörður. Luego, por la carretera 951, para terminar recorriendo el tramo septentrional de una senda denominada Háubakkar.
Me puse en marcha sobre las nueve y media de una mañana plomiza y gris. El sol brillaba por su ausencia, pero también lo hacían el viento y la lluvia. No podía quejarme. Tras atravesar Norðurgata y pasar junto a su célebre iglesia azul, me incorporé a Vestdalseyrarvegur, cerca del lugar en el que se estaba levantando un nuevo muro de contención. Su propósito es evitar que se repitan acontecimientos como los de diciembre de 2020, cuando 39 edificios fueron total o parcialmente destruidos por una avalancha. Un auténtico desastre, para una población del tamaño de Seyðisfjörður. Al menos, no hubo que lamentar ninguna muerte.
Tras llegar al inicio de la senda y remontar un pequeño repecho, llegué a Vestdalur, el Valle del Oeste. Un valle clásicamente islandés, tapizado por una cubierta vegetal que, viniendo del descarnado este de Groenlandia, parecía un auténtico vergel. Al frente, las laderas de Grýta, surcadas por innumerables cursos de agua, se perdían entre las nubes. Y, en medio de un paisaje que esperaba recorrer en la más absoluta soledad, un perro. El perro y su dueña iban a lo suyo, y no tardé en perderlos de vista. Pero aquello fue el primer indicio de lo que seguiría. Con dos barcos de crucero en el fiordo y el Norröna atracado en su terminal de Seyðisfjörður, la población de la pequeña ciudad se había multiplicado al menos por seis. Y la ruta parecía ser bastante popular, tanto entre los locales como entre los que estábamos de paso.
Uno de mis objetivos en la excursión era volar el dron. Algo que hice nada más entrar en el valle. Quizá no era el mejor emplazamiento, pero una de las lecciones que aprendes en Islandia es la de aprovechar las ocasiones según llegan. No tenía la menor garantía de que, en apenas 5 ó 10 minutos, comenzara a llover, acabase levantándose un vendaval insufrible, o ambas cosas simultáneamente. Ya que no pensaba descender hasta Vestdalsfossar, me pareció una buena idea comenzar la grabación precisamente en dicho lugar, remontando a continuación el cauce del río hacia mi posición.
Finalmente, diez minutos después de las once llegaba a los pies de Selbrekkufoss. Allí me esperaba un extraño mundo, de roca, agua y musgo. Selbrekkufoss no era una gran cascada, pero sin duda el paseo había merecido la pena. Pasé un buen rato en el lugar, fotografiando diversos detalles, grabando videos y haciendo alguna fotografía de larga exposición, mientras escuchaba como un nutrido grupo de turistas, aparentemente de lengua alemana, se acercaba cada vez más.
Cuando me alcanzaron , decidí seguir un poco más adelante, avanzando por una senda que se volvía más tortuosa, mientras remontaba diagonalmente la pared por la que caía la cascada. Aunque no fui el único que acabó subiendo, la visión de un empinado sendero, lleno de grandes pedruscos, fue suficiente para disuadir a la mayor parte del grupo. Lo habitual.
Una vez en la siguiente llanura, el sendero continuaba hacia el oeste, camino de otro grupo de cascadas. Estarían a poco más de mil metros de distancia, pero preferí no seguir. Comenzaba a hacerse tarde. Sería mejor visitar el pequeño mirador que hay sobre Selbrekkufoss y tener tiempo para regresar tranquilamente al SH Vega, antes de la hora de comer. En cualquier caso, las cascadas al fondo del valle mostraban claramente el paisaje escalonado que caracteriza buena parte de Islandia. Un paisaje que es especialmente evidente en los extremos occidental y oriental de la isla. Precisamente su parte más antigua. Y que suele tener su origen en los sucesivos ciclos eruptivos. Cada capa de roca sólida se correspondería con una gran erupción o con una sucesión de pequeñas erupciones en un espacio de tiempo relativamente breve.
Desde el mirador, había una hermosa vista de la cascada. Me llamó la atención la presencia en su base de una capa de terreno con un llamativo tono rojizo. Imagino que su origen será similar al de otras rocas que había podido ver mientras visitaba los Fiordos del Oeste, en el extremo opuesto de Islandia. Capas sedimentarias, creadas durante periodos de baja actividad volcánica. Su tono vendría dado por un alto contenido en óxido de hierro. Volví a hacer algún video y varias tomas de larga exposición. No sin problemas, pues el mirador estaba tan cerca de la cascada, que ésta apenas cabía en el encuadre.
A continuación, comencé el regreso. La mañana parecía tender a torcerse. Las nubes cubrían buena parte de la abrupta ladera del Bjólfur. Y seguían descendiendo, comenzando a crear ese ambiente etéreo que tanto me fascina de Islandia. Mientras no llegaran al nivel del fiordo y arruinaran la excursión de la tarde, perfecto.
Durante el regreso, me entretuve fotografiando las plantas e insectos que encontraba por el camino. Veinte minutos después del mediodía, tenía al frente el tramo final del fiordo, con su pequeño atasco de barcos. Los elevados precios de Islandia hacen de los cruceros una opción cada vez más popular para visitar la isla. Que no acabe convirtiéndose en un problema dependerá de la habilidad de los gestores locales.
Después, tan solo quedaba desandar mi ruta por Vestdalseyrarvegur y la calle Norðurgata. Mientras recorría por enésima vez aquel tramo de carretera, podía ver perfectamente la boca del fiordo y un pequeño segmento del lejano horizonte. A mi izquierda, Vestdalseyrarvegur avanzaba por la orilla septentrional del Seyðisfjörður. Había atravesado aquella pista, hasta su punto final, durante un brumoso día del verano de 2020. En cambio, no conocía la carretera 952, que recorre la orilla meridional para ir a morir junto a Skálanes. Precisamente aquel era el destino de nuestra excursión vespertina. De momento, las nubes parecían estar aferradas a las montañas, lejos de la costa. ¿Seríamos tan afortunados durante la tarde?
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Para ampliar la información.
Se puede ver la ruta completa de Háubakkar en wikiloc: https://es.wikiloc.com/rutas-a-pie/haubakkar-vestalur-vestdalseyri-haubakkar-16905014.
Mi primer recorrido por la orilla septentrional del fiordo está en https://depuertoenpuerto.com/tarde-de-verano-en-seydisfjordur/.
En https://depuertoenpuerto.com/dia-de-invierno-en-seydisfjordur/ hay una caminata por la misma orilla, en un espléndido día de invierno.
Mi segunda visita invernal al fiordo está en https://depuertoenpuerto.com/una-breve-excursion-a-seydisfjordur/.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-islandia-y-groenlandia/ encontrarás el itinerario completo de nuestro viaje entre Islandia y el este de Groenlandia.
En inglés, encontrarás la web oficial de turismo de Seyðisfjörður en https://visitseydisfjordur.com/.
En https://runbryanrun.com/hiking-in-seydisfjordur-iceland/ puedes ver alguna otra ruta de senderismo por los alrededores.
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