Scoresby Sund es el mayor sistema de fiordos del mundo. Un laberinto de agua, roca y hielo, que se adentra más de 300 kilómetros en la desolada inmensidad de Groenlandia. Aproximadamente a mitad de camino entre el mar abierto y el último rincón de Nordvestfjord, encontraremos un pequeño archipiélago, bautizado en 1891 como Bjørne Øer, las Islas del Oso. El nombre vendría por el plantígrado que abatieron en el lugar los miembros de la expedición danesa, encabezada por Carl Ryder, que cartografió por primera vez la zona. Los nativos groenlandeses, las conocen como Nannut Qeqertaat: las Pequeñas Islas.

Montañas en Renland

Montañas en Renland.

Desperté poco antes de las siete de la mañana. Durante la «noche» ártica, el SH Vega había seguido su lento avance hacia el interior de Scoresby Sund. Tras alcanzar la meta, el buque se había detenido en uno de los paisajes más imponentes que jamás he podido contemplar. Hacia el oeste, más allá del grupo de islotes que era nuestro primer destino del día, se elevaba una formidable pared de roca, coronada por agujas que parecían empeñadas en desafiar la gravedad. Varios glaciares descendían por los intersticios del muro rocoso, permitiendo entrever la enorme masa de hielo que ocupa el corazón de Groenlandia. La segunda mayor del mundo, tan solo por detrás de la Antártida.

Amanece en Hall Bredning

Amanece en Hall Bredning.

Hacia el este, la suave luz del amanecer iluminaba un mundo irreal, en el que las enormes masas de hielo se difuminaban con la distancia, hasta confundirse con las lejanas montañas. Aquellos icebergs, cuya parte emergida hacía parecer diminuto al barco en el que navegábamos, eran mucho mayores que aquellos que habíamos superado durante la tarde anterior, mientras navegábamos pausadamente hacia el noroeste. Por fin llegábamos a la Groenlandia salvaje que habíamos soñado ver.

La primera zódiac

La primera zódiac.

A las 8:30 estábamos subidos en una zódiac. El plan era tan simple como difuso. Navegaríamos entre las islas sin rumbo fijo, dejándonos llevar por las circunstancias y los posibles avistamientos de fauna. Bjørne Øer forma un pequeño laberinto, dentro del descomunal sistema de fiordos. Una especie de microcosmos, rodeado por uno de los entornos más agrestes y salvajes del planeta. Aunque, empequeñecidas por el imponente paisaje que las rodea, las islas puedan parecer diminutas, la distancia entre sus dos extremos supera los 22 kilómetros. Y su punto más elevado, en Qalikattooq, alcanza 440 metros de altitud. Aunque hay quien eleva la cifra hasta los 623 metros. Como en tantas otras zonas de Groenlandia, la cartografía no alcanza a estar completa.

Marea baja en Bjørne Øer

Marea baja en Bjørne Øer.

Habíamos llegado con marea baja. El paisaje, tan insólito como espectacular, se veía realzado por la extraña franja que el mar había dejado atrás. Una zona donde los tonos ocres de las rocas se mezclaban con los verdes mortecinos de las algas. Los matices sutilmente dorados del cielo se reflejaban en el mar, mientras un pálido iceberg, que se erguía majestuosamente sobre el horizonte, completaban la irreal paleta de colores.

Dentro del laberinto

Dentro del laberinto.

Nos adentramos en uno de los canales, formando un pequeño convoy donde cada zódiac servía de apoyo a las demás. Además, contábamos con la lancha del equipo de expedición, prácticamente vacía, que en caso de necesidad podría realizar un rescate. Por último, las comunicaciones por radio mantenían a todas las zódiac conectadas entre sí y con el SH Vega, que pronto desapareció, oculto tras un islote. Aunque el día era asombrosamente apacible, no convenía olvidar que navegábamos por un mar gélido, en una región tan peligrosa como remota. Todas las precauciones eran pocas.

Llegando al Øfjord

Llegando al Øfjord.

Más allá de recorrer el archipiélago, la idea era intentar avistar fauna salvaje. Encontrarnos con un oso, como Carl Ryder, parecía una posibilidad extremadamente remota. En cambio, teníamos ciertas esperanzas de ver bueyes almizcleros. Durante el largo invierno ártico, el fiordo se congela completamente, haciendo posible que los bueyes lleguen a las islas. A pesar del reducido tamaño de éstas, dicen que es relativamente frecuente encontrar alguna manada pastando entre sus colinas. Una vez más, la fortuna no nos fue favorable. Tan solo logramos ver un buey solitario en lo alto de una colina y un pequeño grupo en el fondo de un valle. Ambos demasiado alejados como para lograr alguna fotografía decente. Ni siquiera lo logró el fotógrafo de la naviera, armado con un objetivo de 600 mm.

En aguas del Øfjord

En aguas del Øfjord.

Nuestro errático avance nos llevó al otro lado del archipiélago, cerca del extremo nororiental del Øfjord. Un fiordo que también fue bautizado por Carl Ryder y cuyo nombre se traduciría desde el danés como Fiordo de la Isla. Para los Inuit, es el Ikaasakajik, haciendo alusión a los vientos, tan persistentes como degradables, que suelen imperar en el lugar. Aquella espléndida mañana de agosto, no había el menor rastro de viento. Pasamos un buen rato navegando tranquilamente por la orilla meridional del fiordo, mientras buscábamos otro canal por el que regresar hacia el sureste.

De vuelta al laberinto

De vuelta al laberinto.

Cuando lo encontramos, nos adentramos en una zona del laberinto aún más caótica que la anterior. Formada por pequeñas bahías sin salida o canales que llevaban a estrechos con un calado tan escaso, que ni las lanchas neumáticas podían atravesar. Llegó un momento en que empezó a cundir cierta preocupación. Comenzábamos a estar algo justos de combustible. La solución fue que cada zódiac explorase un ramal del laberinto, hasta que una de ellas pudo dar con un paso libre. Las demás, nos limitamos a seguir sus indicaciones.

Junto al iceberg

Junto al iceberg.

Poco después de las diez, avistábamos de nuevo el SH Vega. Aún estábamos a cierta distancia, pero había un canal claro entre dos islotes. Volvimos a formar una hilera, mientras navegábamos junto a un hermoso iceberg, que ya nos había llamado la atención al llegar a las islas. Ahora pasamos mucho más cerca, lo que nos permitió apreciar sus hermosas texturas y observar la extraña superficie inclinada de su parte superior, llena de restos de hielo suelto.

En ruta hacia Sydkap

En ruta hacia Sydkap.

Llegamos al barco al filo de las diez y media. Habíamos pasado más de dos horas en las zódiac. Una excursión larga y extraña, en la que nos habíamos introducido por primera vez en los entresijos de Scoresby Sund. Sydkap, nuestro siguiente destino, estaba todavía más al norte, cerca del lugar en el que el Nordvestfjord desemboca en el fiordo principal. Para llegar, tendríamos que atravesar un mar cuajado de enormes icebergs. El SH Vega se puso en marcha sin perder un minuto, tan pronto como terminaron de recuperar la última lancha.

Para ampliar la información.

Imposible encontrar algo interesante en español.

Tampoco es que haya mucha información en inglés, más allá de la entrada de la Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Bjorne_Islands.

La página Sptsbergen – Svalbard tiene una breve entrada, con varias fotos panorámicas: https://www.spitsbergen-svalbard.com/photos-panoramas-videos-and-webcams/greenland-panoramas/bjorne-oer.html.

En el blog del fotógrafo Terry Allen podemos encontrar una buena galería fotográfica: https://www.allenfotowild.com/Greenland-and-Iceland/Bjorn-Islands-and-Milne-Land.