Tras la excursión en zódiac entre las islas del Oso, nuestro siguiente destino era Sydkap, del que apenas nos separaban 20 kilómetros de navegación. El SH Vega se puso en marcha tan pronto como recogieron la última lancha. Aunque la distancia era tan escasa que, a toda máquina, se podía recorrer en menos de una hora, estábamos en aguas poco cartografiadas y llenas de una asombrosa cantidad de enormes icebergs. Navegaríamos con cautela entre las montañas de hielo, con idea de desembarcar poco antes de las dos de la tarde. Entre tanto, tendríamos tiempo para comer y disfrutar tranquilamente de un paisaje que, aunque pareciera imposible, seguía siendo capaz de superarse a si mismo.
La navegación fue increíblemente hermosa. Avanzábamos lentamente, esquivando icebergs de unas proporciones ciclópeas. Había tantos, que resultaba imposible alejarse de ellos. El SH Vega zigzagueaba continuamente, mientras desde el puente de mando buscaban un paso libre hacia el norte.
Sorteábamos icebergs de todos los tipos y tamaños. Algunos, elevaban sus extrañas agujas hacia el cielo. Otros, cortados casi a escuadra, semejaban trozos de la enorme tarta de un banquete de troles. Los había horadados por grandes cuevas o surcados por extrañas franjas de hielo, tan puro y cristalino, que era posible ver su interior. Nuestro plan inicial, consistente en aprovechar la navegación para comer tranquilamente, apenas tardó unos minutos en saltar por la borda.
Cuando finalmente llegamos a Sydkap, nos encontramos con el Seabourn Venture, un crucero mucho mayor que el SH Vega, fondeado entre la costa y un iceberg. Pudimos comprobar que estaban recogiendo sus zódiac, por lo que pronto nos quedaríamos solos. La mañana era cada vez más espléndida, hasta tal extremo que decidimos comer en cubierta, disfrutando del paisaje mientras la tripulación botaba las lanchas.
Pronto nos dimos cuenta de que ocurría algo anómalo. La maniobra con las zódiac era mucho más lenta de lo habitual. Además, parte del pasaje comenzó a arremolinarse en el costado de estribor. Al principio, pensamos que se debía a un grupo de groenlandeses, aparentemente una familia, que pasó a nuestro lado en una pequeña lancha fueraborda. Un encuentro extraño, en medio de ninguna parte. El único núcleo habitado en varios cientos de kilómetros a la redonda era Ittoqqortoormiit, cerca de la boca del fiordo y a más de 170 kilómetros de navegación. No pude evitar preguntarme quién sería aquella gente y qué les habría llevado hasta allí. Quizá ellos se hicieran las mismas preguntas sobre nosotros.
Mientras tanto, el Seabourn Venture recorría en sentido contrario las mismas aguas que nos habían llevado hasta Sydkap. Por primera vez, teníamos una referencia visual clara con la que comparar el enorme tamaño de las montañas de hielo. Icebergs entre los que no tardó en desaparecer el barco, dejándonos completamente solos en el extremo septentrional de Hall Bredning.
Aunque, en el fondo, no estábamos tan solos. No tardamos en averiguar el auténtico motivo del revuelo entre el pasaje del SH Vega. En el cercano islote de Immikkeertikajik, había un oso polar. Apenas era una mancha blanca entre la desolada tundra. Pero también era un problema. Aunque no estaba en Sydkap, la distancia entre ambos lugares era tan escasa, que sin duda podría olernos y atravesar nadando el estrecho brazo de mar. Además, las nuevas regulaciones del turismo en Groenlandia nos obligaban a alejarnos del oso, evitando molestar al animal. Tras unos minutos de duda, seguimos los pasos del Seabourn Venture.
Tocaba improvisar. Al principio, pensé que nos dirigiríamos al Nordvestfjord, frente a cuya boca pasamos lentamente. Pero finalmente enfilamos hacia el suroeste, esquivando nuevamente los mismos icebergs entre los que habíamos navegado apenas un par de horas antes. Icebergs que no perdían interés por ser conocidos. Más bien al contrario. Según los íbamos superando, cambiando nuestro ángulo de visión, podíamos anticipar sus formas o irregularidades, optimizando las oportunidades fotográficas. La navegación fue tan interesante como la que nos había llevado a Sydkap.
Finalmente, poco antes de las tres anunciaron el plan alternativo: un chapuzón ártico. El SH Vega se detuvo en medio del gélido fiordo, botaron un par de zódiac y, quien quiso, pudo arrojarse a las frías aguas de Scoresby Sund. Eso sí, de uno en uno, amarrado al barco con un cabo y bajo la estricta supervisión del equipo de expedición, que permanecía expectante en una zódiac, por si había algún problema. Riesgos, los justos. Hubo incluso quien se animó a repetir el salto. Nosotros, al igual que la mayor parte del pasaje, preferimos abstenernos.
En menos de una hora, estábamos de nuevo en marcha. Ahora con un rumbo claro, hacia la embocadura del Øfjord. Nuestro objetivo era Røde Fjord. Un brazo lateral, que se bifurca hacia el sur en el tramo final del largo fiordo. Teníamos por delante otros 100 kilómetros de navegación, adentrándonos en una de las zonas más agrestes de Scoresby Sund. La tarde, que prometía ser tan interesante como larga, acabaría superando nuestras mejores expectativas.
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Para ampliar la información.
En inglés, en la web Spitsbergen – Svalbard encontraremos una interesante entrada sobre Sydkap: https://www.spitsbergen-svalbard.com/photos-panoramas-videos-and-webcams/greenland-panoramas/sydkap.html.
Lost Worlds tiene un artículo sobre una excursión en kayak por Hall Bredning: https://www.lost-worlds.org/en/sydkap-coup-de-vent-icebergs/.
En Travels with Sheila describen un desembarco en Immikkeertikajik: https://travelswithsheila.com/immikkeertikajik-and-bjorneoer-bear-islands-greenland.html.
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