En el este de Groenlandia, dentro del laberinto de roca, hielo y agua de Scoresby Sund, junto a la confluencia de dos fiordos que, en un entorno caracterizado por la desmesura, podrían calificarse de pequeños, hay un lugar conocido como Rødepynt. ¿El Promontorio Rojo en la Tierra Verde? Al contrario que Erik Thorvaldsson, los miembros de la expedición danesa que, a finales del siglo XIX, dieron nombre al cabo, no necesitaron echar mano de su imaginación para encontrar un topónimo descriptivo.

Al sur de Rødepynt

Al sur de Rødepynt.

Cuando salí a cubierta, minutos antes de las siete de la mañana, el SH Vega estaba prácticamente en el mismo lugar donde habíamos dado por finalizada la jornada anterior. Hacia el sur, más allá de una barrera de icebergs de apariencia infranqueable, se extendía una agreste cadena de montañas, coronadas por una gruesa capa de nieve. Las mismas cimas que habían servido como telón de fondo al pasado atardecer.

Rødepynt desde el SH Vega

Rødepynt desde el SH Vega.

Sin embargo, la costa que teníamos al oeste parecía completamente distinta. Ahora, sin el contraluz que creaba el sol del ocaso, podíamos verla con claridad. Una extraña sucesión de enormes colinas redondeadas, de un llamativo tono rojizo, dominaba el paisaje hacia occidente. De no haber sido por los bloques de hielo que flotaban frente a la costa, podíamos haber pensado que algún sortilegio nos había teletransportado a la lejana Australia.

Icebergs frente al Øfjord

Icebergs frente al Øfjord.

Una hora más tarde, el capitán confirmaba nuestros peores temores. La acumulación de hielo hacia el sur hacía imposible llegar a Røde Ø. La situación no parecía mucho mejor al este. La ruta hacia el Øfjord, por donde habíamos llegado la tarde anterior, también estaba llena de icebergs. ¿Acabaríamos bloqueados en medio de aquel imponente paisaje?

Desembarcando en Rødepynt

Desembarcando en Rødepynt.

Mientras tanto, ajeno a las tribulaciones del capitán, el equipo de expedición había decidido organizar una excursión. Ya que no podíamos llegar a Røde Ø, desembarcaríamos en Rødepynt. Mientras nosotros desayunábamos, ellos exploraban el entorno y organizaban un perímetro de seguridad, con varios vigías, atentos a la posible presencia de osos polares, formando un triángulo entre la costa y el agreste interior. Desembarcamos al filo de las nueve con un plan sencillo: dar un tranquilo paseo por la tundra. La espléndida mañana animaba a recorrer un lugar tan extraño como fascinante.

Un paisaje extraño

Un paisaje extraño.

Las curiosas formaciones que teníamos delante comenzaron a formarse hace más de 400 millones de años, cuando la orogenia caledoniana elevó el abrupto relieve del este de Groenlandia. La erosión de estas montañas comenzó tan pronto como se formaron. En aquella época, Groenlandia formaba parte de un gran continente. Los ríos arrastraron sedimentos ricos en hematita, con un característico color rojizo debido al alto contenido en óxido de hierro.

Rocas sedimentarias en el Rødefjord

Rocas sedimentarias en el Rødefjord.

El material resultante, denominado por los geólogos Arenisca Roja Antigua, se puede encontrar en ambas orillas de un Atlántico que entonces aún no existía. En algunos lugares de Groenlandia, alcanza los 10 kilómetros de espesor. Posteriormente, el terreno se elevó nuevamente, favoreciendo la erosión de los materiales sedimentarios, más blandos. El resultado fue un paisaje tan extraño como deslumbrante, que tiene en la orilla occidental del Rødefjord uno de sus máximos exponentes.

Dryas octopetala

Dryas octopetala.

Si la geología era interesante, la tundra por la que caminábamos no se quedaba atrás. Para estar en Groenlandia, aquello parecía un vergel. Recorríamos una pequeña pradera, en la que diversas especies de arbustos rastreros competían por el sol y el terreno fértil. El final del verano se aproximaba y, mientras algunas flores se mostraban en todo su esplendor, otras habían cumplido su misión y estaban listas para esparcir sus semillas. Como siempre en el Ártico, el ciclo de la vida avanzaba al acelerado ritmo que marcan sus breves veranos.

Cráneo junto al Rødefjord

Cráneo junto al Rødefjord.

Nuestro tranquilo paseo nos llevó hasta el Harefjord, que recibe su nombre por las liebres árticas que supuestamente abundan en su entorno. Visitando una zona que, para ser Groenlandia, se podría calificar como feraz, era de esperar que abundara la fauna salvaje. Pudimos ver huellas y excrementos de diversos animales, que no supimos identificar. Incluso vimos el cráneo de un herbívoro. Sin embargo, no fuimos capaces de divisar ningún animal vivo. Algo que, por desgracia, acabó resultando la tónica de todo nuestro viaje por el este de Groenlandia.

Harefjord

Harefjord.

Habíamos alcanzado el extremo septentrional del perímetro de seguridad. El Harefjord se extendía a nuestros pies, rodeado de praderas que parecían empeñadas en darle la razón a Erik Thorvaldsson, cuando bautizó la isla como Groenlandia. Al oeste, un glaciar sin nombre descendía desde la capa de hielo que ocupa el centro de la isla. Había otro glaciar, un poco más al sur, pero era imposible verlo desde nuestra posición. Entre ambos, lograban crear una gran cantidad de icebergs, que flotaban lánguidamente por el fiordo.

El SH Vega en el Rødefjord

El SH Vega en el Rødefjord.

Iniciamos el regreso. Las zódiac iban y venían continuamente entre el SH Vega y la playa. En todo el viaje, aquel fue el momento en que experimenté la mayor sensación de aislamiento. Estábamos en un remoto fiordo, lejos de cualquier lugar habitado. En Groenlandia apenas hay un puñado de carreteras, casi todas en el extremo opuesto de la isla. El aeropuerto más cercano, que en realidad era poco más que una pista de tierra con un hangar, estaba a casi 200 kilómetros de distancia. Y eso en linea recta. La distancia real, zigzagueando por los fiordos, superaba ampliamente los 300. Nuestro único vínculo de unión con el resto del mundo era aquel barco que, en la inmensidad del paisaje que nos rodeaba, parecía minúsculo y vulnerable. Además, de las dos rutas que podíamos seguir para salir de aquel lugar, la meridional estaba bloqueada. Y la que llevaba hacia el este, atravesando el impresionante Øfjord, tampoco tenía muy buen aspecto.

Algas en el Rødefjord

Algas en el Rødefjord.

En realidad, no teníamos prisa. Tras descender a la playa, dimos un tranquilo paseo por la orilla del fiordo, observando las algas que se aferraban al terreno entre las rocas. Si la vida en tierra, durante el largo invierno ártico, resulta increíblemente dura, la de las plantas marinas no debe quedarse atrás, en un fiordo que pasa la mayor parte del año congelado.

Playa en el Rødefjord

Playa en el Rødefjord.

Llegamos hasta unas rocas, que nos impedían seguir avanzando por la playa. Comenzábamos a acusar el cansancio, tras una caminata que no había sido larga, pero si con un acusado desnivel y en un terreno sin la menor traza de senderos. Y teníamos sed. Habíamos cometido el error de bajar a tierra sin agua y, en una mañana espléndida, la echábamos de menos. Lo mejor sería regresar al barco y seguir disfrutando del impresionante entorno desde sus cubiertas.

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Para ampliar la información.

No he logrado encontrar nada interesante en español.

En inglés, el blog Monsoon Diaries tiene una entrada sobre la zona, con fotos y algún video: https://monsoondiaries.com/2019/09/20/greenland-day-3-we-rode-fjord-through-greenland/.

Quién esté interesado en la fascinante geología del este de Groenlandia, debería visitar https://depositsmag.com/2017/04/27/the-geology-of-east-greenland/.

En el mismo sentido, también resulta interesante el artículo en la web Spitsbergen / Svalbard: https://www.spitsbergen-svalbard.com/books-dvd-postcards/rocks-and-ice/geology-of-east-greenland.html.

Al igual que el PDF escrito por James Cresswell que se puede descargar en www.geoworldtravel.com.