Sigtryggur Guðlaugsson nació el año 1862 en Þröm í Garðsárdal, en las inmediaciones del Eyjafjörður. Con 43 años llegó a la remota granja de Núpur, en la orilla septentrional del Dýrafjörður. Allí, con la ayuda de su hermano Kristinn, fundaría una pequeña escuela rural, basada en las ideas del reverendo danés Nikolai Frederik Severin Grundtvig. Entre éstas, estaba la de tomar conciencia del paisaje como instrumento de progreso social y sentimiento nacional. Sigtryggur, aficionado a la horticultura, decidió plantar un jardín en las inmediaciones de Núpur.
Según sus propias palabras, quería que los alumnos de Núpur aprendieran botánica y horticultura, así como técnicas de plantación y cuidado de árboles. También buscaba enseñarles las especies que, con los debidos cuidados, podían crecer en el duro entorno de los Fiordos del Oeste. Por último, introduciría a sus pupilos en los distintos tipos de vegetales comestibles y en su importancia para una dieta saludable.
En 1905 eligió una parcela orientada al sureste y comenzó a trabajar en la preparación del terreno. Junto con sus alumnos, removió piedras, comenzó a construir una valla y plantó las primeras hortalizas. El 7 de agosto de 1909, con la valla perimetral completada y la puerta principal instalada, Skrúður se inauguró oficialmente. Había nacido el primer jardín botánico de Islandia.
La escuela de Núpur cerró en 1980. Skrúður quedó abandonado hasta que, en 1992, un grupo de voluntarios emprendió su renovación. Cuatro años más tarde, con el jardín completamente rehabilitado, el Ministerio de Educación de Islandia transferiría su propiedad al recién creado municipio de Ísafjarðarbær, que desde entonces se encarga de su gestión.
Skrúður se ubica a los pies de la mole de 673 metros de altitud del monte Núpur, que da nombre tanto a la granja como al cercano valle que se adentra entre el adusto paisaje, al norte del fiordo. Desde el exterior, el pequeño jardín, de aproximadamente 70 por 30 metros, parece una fortaleza asediada. Un último bastión, donde el frondoso verdor a duras penas logra resistir el pertinaz cerco de una desolación que bien podría parecer infinita. En un lugar como Islandia, donde la naturaleza se expresa con toda su fuerza inmisericorde, Skrúður es un monumento a la resiliencia humana. Por ese motivo, en 2013 recibió el premio Carlo Scarpa, concedido por la Fundación Benetton.
Traspasar su puerta es como adentrarse en un mundo extraño. En Islandia, resulta común sentirse teletransportado a planetas alienígenas. Aquí tendrás la sensación contraria. Estarás de vuelta a tu hogar. A un lugar más dulce y templado, donde los árboles cubren el cielo sobre tu cabeza, las plantas crecen con fuerza y los insectos saltan de flor en flor. Un extraño universo, en el que los tonos parduscos han sido reemplazados por una variada gama de colores. Si conoces bien Islandia, mientras paseas por su reducido recinto no podrás evitar sentir admiración por aquellos que, pese a disponer de medios muy limitados, pudieron levantar un pequeño vergel. Una excepción rodeada de páramos, donde la vida se abre camino en medio de la aridez.
En el centro de Skrúður encontraremos un pequeño invernadero, capaz de atesorar el escaso calor del sol boreal. En su interior hay algún grabado antiguo del jardín y textos explicando su historia. Cerca de su puerta se levanta un extraño arco, que a primera vista parece estar formado por dos enormes colmillos de elefante. En realidad, son los huesos de una mandíbula de ballena. Los originales procedían de una ballena azul, capturada por un buque noruego en 1892. Debido a su valor histórico y a pertenecer a un ejemplar de un tamaño excepcional, se retiraron en 2010. Actualmente se conservan en el Museo de Historia Natural de Bolungavík. Fueron sustituidos por otros huesos de mandíbula, procedentes de un rorcual común.
Una fuente cerca de su extremo septentrional. Una pequeña cancela en la valla oriental. Los parterres apenas dejan hueco para un par de senderos. El jardín es tan diminuto, que resulta complicado ignorar el paisaje circundante. Los tonos amarillentos aprovechan cualquier resquicio para entrar en escena, como si quisieran devorar el pequeño reducto de verdor. Lejos de quitar encanto a Skrúður, lo realzan, poniendo en valor la excepción de su frágil belleza.
Nuestra visita a Skrúður duró poco más de media hora. Íbamos en un grupo, sin opción a prolongar nuestra estancia. Fue una lástima, pues el lugar bien merecía un recorrido más extenso y pausado, en el que habríamos podido empaparnos de su esencia. En cualquier caso, tampoco estoy seguro de que pueda visitarse libremente. La persona que nos guiaba abrió su puerta, para posteriormente volverla a cerrar cuando salimos. Tras atravesarla, regresamos a la espléndida desolación que rodea el Dýrafjörður. Mágicamente, aquella sencilla puerta verde nos llevó de vuelta al Planeta Islandia.
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Para ampliar la información.
En inglés, Guide to Iceland tiene una entrada sobre Skrúður: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/skrudur-botanical-garden-1.
También podremos encontrar un artículo en The Reykjavik Grapevine: https://grapevine.is/travel/2020/08/21/skrudur-the-botanical-garden-in-the-middle-of-nowhere/.
En https://www.fbsr.it/en/landscape/the-international-carlo-scarpa-prize-for-gardens/sites-awarded/skrudur-nupur/ hay una reseña sobre la concesión del premio Carlo Scarpa.
Si te interesan los jardines botánicos, los mayores de Islandia están en Reikiavik (https://visitreykjavik.is/reykjavik-botanical-garden) y Akureyri (https://www.lystigardur.akureyri.is/en).
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