Tras dar el paseo de rigor hasta Strokkur y grabar algún video en el géiser, salimos del hotel pasadas las nueve de la mañana. En realidad, no teníamos prisa. El día era espléndido y conocíamos todas las carreteras que teníamos por delante. Además, tan solo nos interesaba el tramo central de la ruta. Los aproximadamente 100 kilómetros entre el lago Þingvallavatn y Reykholt. El resto, no era más que una mera formalidad.
Tardamos casi una hora en llegar al lago, donde hicimos una pausa en el mirador de Hrafnagjá. Suele decirse que la gran fisura de Almannagjá es el límite entre las placas de Norteamérica y Eurasia. Como casi siempre, la realidad no es tan simple y la división entre dos enormes placas tectónicas, cada una con millones de kilómetros cuadrados de superficie, no es una grieta relativamente pequeña, con apenas unas decenas de metros entre sus bordes. En la zona de Þingvellir donde son claramente visibles las fisuras, éstas se extienden por un corredor con un ancho superior a los 6 kilómetros. Hrafnagjá formaría parte del grupo oriental.
Más allá de Hrafnagjá, las vistas sobre Þingvallavatn eran espléndidas. El lago natural más extenso de Islandia tiene una superficie de 84 km². En su génesis hay una mezcla de hielo y fuego genuinamente islandesa. Parece que tan solo tendría una antigüedad de 12.000 años. Apenas un suspiro en términos geológicos. Unos milenios antes, una lengua glaciar de un kilómetro de espesor cubría la zona. El hielo se retiró tras el final de la última glaciación, creando una gran laguna glaciar, al estilo de las que hoy podemos ver en el sur de Islandia. Dos milenios mas tarde, entraría en erupción el Hrafnabjörg. Þingvallahraun, el campo de lava resultante, llegó hasta Sogshorn. Al bloquear el río Sog, hizo subir el nivel del lago, que alcanzó así su actual profundidad de 112 metros.
Nuestra siguiente parada estaba a menos de 7 kilómetros de distancia, junto a Hvannagjá. En lugar de ir a su aparcamiento principal, nos detuvimos algo más al norte, justo antes de salir del parque nacional de Þingvellir. Quería hacer una toma aérea de la fisura y prefería un lugar tranquilo. Además, ya habíamos visitado la grieta en el verano de 2020. Tras recuperar el dron, reemprendimos la ruta, ahora recorriendo la carretera 52 hacia el norte.
Recorriendo la carretera 550.
Tras atravesar las Tierras Altas, llegamos a Hraunfossar poco antes de las tres. La idea era grabar algún video desde el aire y hacer alguna toma de larga exposición. Una vez más, Islandia decidió hacer de las suyas. Según descendíamos por el amplio valle del Hvitá, comenzó a levantarse viento. Al igual que en mis dos visitas anteriores a la cascada, no pude volar el dron. Tan solo, y no sin dificultad, conseguí alguna toma con el trípode.
Para hacer tiempo, dimos un breve paseo hasta Barnafoss. Más allá de su trágica leyenda, nunca ha sido una cascada que me parezca especialmente atractiva. De hecho, ni tan siquiera me parece una cascada. Mas bien sería un conjunto de rápidos, encajonados en el estrecho corredor que el Hvitá ha abierto en Hallmundarhraun. Su principal interés es el arco de piedra que atraviesa el río y la sensación de fuerza salvaje que éste trasmite. Pero el día no parecía tener ganas de mejorar. Decidimos seguir nuestro camino.
Reykholt, en el hogar de Snorri Sturluson.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/de-reykholt-a-gardur/ se puede ver una ruta alternativa por la misma zona.
Nuestra primera visita a Hraunfossar está en https://depuertoenpuerto.com/hraunfossar-y-barnafoss/.
La segunda, en invierno, en https://depuertoenpuerto.com/hraunfossar-y-barnafoss-en-invierno/.
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