Sobre las seis y media de una fría mañana de verano, 201 años más tarde, contemplaba por primera vez la costa oriental de Groenlandia dede el balcón de nuestro camarote en el SH Vega. El día, plomizo y gris, no ayudaba a realzar la belleza del paisaje. Aún así, la vista resultaba impresionante. Justo al frente, podía ver la lengua del glaciar Grete, serpenteando entre agrestes laderas de roca pelada. Para ir a desaparecer tras unas colinas, a las que se aferraba precariamente la escasa vegetación existente. Un iceberg solitario remataba la escena, con su blanca silueta recortándose sobre los tonos pardos de la tundra.
Apenas tardé unos minutos en subir a cubierta. Aunque una bruma difusa enturbiaba la atmósfera, desde proa era perfectamente visible el fondo del fiordo. ¿Navegaría Scoresby por estas aguas en un día de niebla, o simplemente no llegó tan al norte? En cualquier caso, el efímero resplandor de una luz llamó mi atención. Con los prismáticos, pude observar un pequeño conjunto de edificios, que tomé por una granja. El lugar, en un entorno tan áspero y duro, me pareció extraño para una explotación agraria. Pero recordaba haber visto campos cultivados en Narsaq, en el suroeste de Groenlandia.
Posteriormente, pude salir de mi error. Aquellos edificios en realidad eran el aeropuerto de Nerlerit Inaat, considerado uno de los más remotos e inaccesibles del mundo. Fue construido en 1985 por una compañía norteamericana, que buscaba petróleo en la Tierra de Jameson, al oeste del fiordo. En 1990 pasó a depender del gobierno groenlandés. Algunas construcciones eran hangares. Otras, las viviendas de los trabajadores del aeropuerto. Unas 15 personas, que habitan un lugar completamente incomunicado por tierra con cualquier otro emplazamiento. La única forma de seguir viaje desde el aeropuerto es en helicóptero o, durante el corto verano boreal, en barco. A pesar de lo cual, Nerlerit Inaat tiene cierto uso. Principalmente para llevar turistas a la zona, que posteriormente embarcan en algún crucero de expedición.
Poco antes de las ocho y media, subíamos a una zódiac. El plan era recorrer la costa, buscando algo de vida salvaje. Con suerte, veríamos bueyes almizcleros. O, con más suerte, algún oso polar. No vimos ni un simple conejo. Algo que se repetiría durante prácticamente todo el viaje y que parece estar motivado por la caza, que todavía practica la población local. Como se podía apreciar por el impecable aspecto que tenía el refugio de cazadores que pudimos apreciar a escasa distancia de la orilla.
La solución fue «cazar» icebergs. Tampoco es que hubiera demasiados, pero la navegación resultó interesante. Por el nivel de erosión que tenían en su linea de flotación, parecían ser icebergs con cierta antigüedad, que seguramente habrían sido arrastrados hacia el norte por los vientos o las corrientes, pues en la actualidad ninguna lengua glaciar alcanza las aguas del fiordo.
La suave llovizna que nos acompañaba desde que habíamos fondeado en Hurry Inlet fue a más. Sin ningún animal a la vista y habiendo recorrido los icebergs más cercanos, llegó la hora de regresar al barco. En aquel momento, la breve excursión en zódiac nos pareció un tanto decepcionante. Visto con la debida perspectiva, no estuvo falta de interés. Otro claro ejemplo de exceso de expectativas, quizá provocado por el impresionante crucero por Svalbard del año anterior, a bordo del mismo buque.
Nuestro siguiente objetivo era Ittoqqortoormiit. El único asentamiento de cierta entidad en toda la costa nororiental de Groenlandia, con 345 habitantes. Apenas teníamos por delante 45 kilómetros de navegación y el plan era hacer escala justo después de comer. El SH Vega comenzó a navegar hacia el sur con toda la parsimonia del mundo, como si quisiera recrearse en el paisaje que estábamos recorriendo.
Paisaje que aumentaba su interés según avanzábamos hacia el mediodía. En la costa comenzaron a aparecer pequeños bancos de niebla, que realzaban el aire remoto de la desolada tundra. Apenas vimos algún ave solitaria. La casi absoluta falta de vida animal daba un aspecto todavía más duro al áspero universo que recorríamos. Un mundo inerte, que podía parecer el resultado de algún cataclismo primigenio.
Según nos acercábamos a la boca del fiordo, comenzaron a hacerse más abundantes los icebergs, a la vez que aumentaba su variedad. Algunos, con una superficie atormentada, llena de arrugas y marcas provocadas por el tiempo. Otros, con formas suaves y redondeadas, parecían recién nacidos. También variaban sus tamaños. Los había grandes como un barco, o asombrosamente pequeños. Diminutas formas de hielo, que apenas lograban despuntar por encima de la superficie del mar.
Hasta que, cerca de Kap Hope, en el extremo suroriental del fiordo, apareció un enorme iceberg tabular. ¿De qué lengua glaciar procedería? Aunque no destacaba por la belleza de sus formas y la parte emergida apenas sobresalía unos cuantos metros sobre el agua, las dimensiones de su superficie eran tan apabullantes como difíciles de apreciar en una fotografía. Hasta el punto de convertirlo en una de las estrellas de la mañana.
Mientras tanto, hacia el oeste, más allá de Kap Stewart, cada vez resultaba más sencillo observar la costa meridional de Scoresby Sund, a pesar de encontrarse envuelta entre nubes y neblinas. Aunque sabía que, esa misma tarde, navegaríamos mucho más cerca del agreste muro de hielo y roca que cerraba el enorme fiordo por el sur, la vista era tan impresionante, que lograba monopolizar mi atención.
Era incapaz de dejar de hacer fotos. A las imponentes montañas, a los glaciares que se deslizaban entre sus laderas, a la bruma, a los icebergs que jugaban entre la niebla. Las nubes se deslizaban lentamente. El paisaje cambiaba una y otra vez, iluminado por una luz tenue, casi crepuscular, tamizada hasta el límite de la extinción por un denso manto de nubes.
El SH Vega comenzó a virar, tan lentamente como avanzaba por las gélidas aguas del fiordo. El movimiento distrajo mi atención, haciéndome mirar en dirección contraria. Al principio, no podía creer lo que estaba viendo. Un velero, testigo de tiempos pasados, se deslizaba suavemente sobre las aguas. ¿Habría regresado Scoresby al enorme sistema de fiordos que lleva su nombre? La respuesta era mucho más prosaica. Se trataba de uno de los barcos de North Sailing, adentrándose en el laberinto de agua, roca y hielo que llevaba un rato fotografiando. En apenas unas horas, seguiríamos su estela hacia el interior de Scoresby Sund. Antes, nos esperaba una escala en Ittoqqortoormiit.
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Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/cuatro-dias-en-scoresby-sund/ puedes ver todo nuestro recorrido por Scoresby Sund.
En inglés, hay una breve entrada en el blog travels with Sheila: https://travelswithsheila.com/hurry-inlet-and-ittoqqortoormiit-greenland.html.
La página de Chris Routledge contiene un artículo sobre las exploraciones de William Scoresby en el este de Groenlandia: https://chrisroutledge.co.uk/2010/04/07/scoresbys-map-of-greenland/.
Se puede descargar un PDF sobre el mismo tema, abarcando un periodo más amplio, en https://www.geus.dk/media/13651/nr21_p017-116.pdf.
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