Langisjór es uno de esos lugares con una belleza extraña, difícil de describir. El lago, ubicado en las Tierras Altas de Islandia, cerca del extremo occidental del Vatnajökull, se encuentra entre los más hermosos de la Tierra de Hielo. Si, a su indudable encanto natural, unimos lo complicado que suele ser llegar hasta sus orillas, resulta sencillo entender porqué se ha convertido en uno de los espacios emblemáticos de las Tierras Altas. Un lugar que todos los que hemos sido hechizados por la magia de Islandia soñamos visitar.

El momento llegó en mi noveno viaje a la isla. Aunque la erupción de un volcán en Reykjanes había trastocado nuestros planes, decidimos mantener el menos una excursión por Fjallabak. Tan solo podríamos ir a uno de los tres o cuatro sitios que habíamos previsto visitar. La elección fue sencilla. A pesar de que estábamos alojados a 190 kilómetros del extremo meridional del lago, intentaríamos llegar hasta sus orillas. La ruta también nos permitiría atravesar el tramo septentrional de la F208. Una carretera de montaña que ya conocíamos, pero que no nos importaba volver a recorrer. Después deberíamos atravesar completamente la F235, una pista que no conocíamos. A priori, podía ser el mayor reto de la jornada.

Paisaje al sur de Langisjór

Paisaje al sur de Langisjór.

Cuatro horas y media después de salir del hotel Geysir, en Haukadalur, lográbamos llegar a Langisjór. Hicimos una breve pausa en la caseta de información que hay junto a la zona de acampada. Apenas podíamos ver el extremo meridional del lago, pero el entorno era impresionante. Incluso para el exigente estándar islandés. Hacia el sur, la pista que nos había llevado hasta Langisjór zigzagueaba entre las montañas, atravesando un páramo desolado con más apariencia de paisaje lunar que de un rincón de nuestro planeta. En cualquier caso, no teníamos tiempo que perder, ya que debíamos regresar a Haukadalur. Tras estudiar la situación en el plano que había junto a la caseta de información, decidimos seguir hasta el siguiente aparcamiento, apenas 600 metros más allá.

Langisjór desde el sur

Langisjór desde el sur.

Una vez allí, subimos al pequeño risco que hay justo al norte del parking. Finalmente pudimos contemplar una de las estampas clásicas de Langisjór. El lago zigzagueaba entre un terreno asombrosamente áspero. El juego entre la tierra y el agua era tan intrincado que, de no saber previamente que se trataba de una superficie de agua continua, podíamos haber pensado que nos encontrábamos frente a una sucesión de pequeños lagos. Al fondo, rematando la escena, las nieves perpetuas del Vatnajökull se difuminaban entre la bruma. El lugar era sobrecogedor. Cada kilómetro, cada bache y cada río que habíamos tenido que vadear para llegar hasta sus orillas, habían merecido la pena.

Montañas al sureste de Langisjór

Montañas al sureste de Langisjór.

Langisjór está flanqueado por dos cadenas montañosas: Tungnárfjöll al noroeste y Fögrufjöll al sureste. Entre sus laderas de hialoclastita, el lago y las colinas se mezclan y entrelazan, hasta formar una superficie de agua de unos 20 kilómetros de longitud. Su anchura varía notablemente, llegando a alcanzar un máximo de 2.000 metros. El lago se encuentra a una altitud de 640 metros sobre el nivel del mar y su profundidad máxima se estima en 75 metros.

El día era perfecto para volar el dron. Langisjór forma parte del Parque Nacional del Vatnajökull, el más extenso de Islandia, donde está restringido el vuelo. Pero había sido precavido. Unos días antes de salir de Madrid, conseguí obtener permiso para un vuelo recreativo. No me compliqué mucho la vida, limitándome a volar en linea mas o menos recta hacia el lejano glaciar. Cuando comencé a perder la señal del dron, di media vuelta y aproveché lo poco que quedaba de batería para hacer alguna foto aérea y merodear por los alrededores.

Langisjór a vista de dron

Langisjór a vista de dron.

Se piensa que el lago era conocido desde tiempos inmemoriales por los pastores de la zona, que lo llamaban Skaftárvatn. Aunque su descubrimiento «oficial» se debe a Þorvaldur Thoroddsen. Recorrió la zona en 1889 y nuevamente en 1893, bautizando el lago como Langisjór: «el Mar Largo». En aquella época, parece que uno de los actuales tributarios del río Skaftá desembocaba en el lago, llenándolo de agua de origen glaciar, con su característico tono blanquecino. En algún momento, a mediados del siglo XX, el río cambió su curso. Desde entonces, las aguas del lago se han vuelto color turquesa, incrementando si cabe su belleza.

Hacia el final de la pista

Hacia el final de la pista.

Tras recuperar el dron, decidimos acercarnos a la orilla del lago. La pista descendía hacia el lago, para ir a morir junto a una pequeña cabaña, en una península a los pies del risco. Pero llevábamos muchas horas de coche en el cuerpo. Parecía mejor idea bajar dando un tranquilo paseo hasta la playa de arena negra que se adivinaba junto a la orilla más próxima.

Desde la orilla del lago

Desde la orilla del lago.

El entorno era de una serenidad asombrosa. Aunque el lago perdía parte de su espectacularidad, la mezcla entre sus tranquilas aguas y las formaciones de roca circundantes componían una estampa aún más extraña. Un paisaje alienígena, pero con agua y algún tímido retazo de vida primigenia. Un mundo remoto, en el que las plantas apenas habían comenzado su lenta conquista del medio ambiente.

Dos bribones en Langisjór

Dos bribones en Langisjór.

Un grupo de aves, nadando tranquilamente sobre las aguas del lago, vino a recordarnos que estábamos en un planeta con una vida mucho más rica. Se trataba de varios ejemplares de bribón común. Un ave que, en verano, frecuenta zonas lacustres boreales, sobre todo de Canadá, Alaska, Islandia y Groenlandia. En invierno, emigra a zonas costeras del Atlántico Norte. Incluso es posible verlos en la costa septentrional del Mediterráneo Occidental. Además, invisibles a nuestros ojos, las truchas árticas nadaban bajo la superficie. Con el debido permiso, es posible pescar en sus orillas, aunque lo remoto del lugar hace que sea una actividad poco frecuente.

Vista aerea hacia el sur de Langisjór

Vista aerea hacia el sur de Langisjór.

El lago era fascinante y apenas habíamos explorado una minúscula parte de sus posibilidades. Pero comenzaba a hacerse tarde. Teníamos por delante un largo trayecto de vuelta al hotel. 190 kilómetros, de los cuales aproximadamente 75 estaban sin asfaltar. Queríamos recorrerlos con calma, tanto por prudencia como para poder disfrutar adecuadamente de los impresionantes paisajes que deberíamos atravesar durante el regreso. Apenas dos horas después de haber llegado a Langisjór, emprendíamos el largo camino a Haukadalur. El día había sido mágico y aún nos reservaba un par de gratas sorpresas. Pero era evidente que pecamos de ambiciosos al elegir nuestro objetivo. La próxima vez, habrá que alojarse más cerca.

Para ampliar la información.

En este mismo blog, quien no tenga experiencia conduciendo en las Tierras Altas de Islandia debería visitar: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-las-tierras-altas/.

Se puede ver la excursión completa que hicimos ese día en https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-fjallabak/.

En inglés, Eldjá y el lago comparten página en la web oficial del Parque Nacional del Vatnajökull: https://www.vatnajokulsthjodgardur.is/en/areas/eldgja-langasjor.

Muy interesante la entrada de Epic Iceland: https://epiciceland.net/tag/langisjor/.

También hay una breve entrada sobre el lago en Hit Iceland: https://www.hiticeland.com/post/langisjor-the-most-beautiful-lake-in-iceland.

Quien esté interesado en dormir en la zona, puede encontrar información en https://nat.is/langisjor-hut-and-fishing/.