Quizá esta sea una de las razones por las que Islandia me fascina. Una isla donde no hay nada garantizado. Hasta en pleno verano, el clima se puede torcer en cualquier momento, hay al menos media docena de motivos por los que una carretera puede volverse intransitable y, en determinados lugares, las posibilidades de un accidente, incluso fatal, no son despreciables. Tampoco hay ningún sensor para detectar tu paso por un espacio concreto, activando una aurora boreal en el momento y con el ángulo exactos para que la disfrutes en todo su esplendor. Y nadie puede asegurarte que, después de hacer el esfuerzo de conducir hasta Breiðamerkursandur, vayas a encontrar bloques de hielo varados sobre sus negras arenas.
Sin embargo, en los años que llevo viajando a Islandia, cada vez observo más turistas comportándose como si estuvieran en un parque temático. Buscando experiencias “de usar y tirar”, sin mostrar la menor consideración por el entorno, la naturaleza o el resto de visitantes. Completamente ajenos tanto a los peligros como a buena parte de las maravillas circundantes. Visitando los lugares más manidos, casi siempre coincidiendo en las mismas fechas y horas. Persiguiendo una foto fácil y poner otra marca en su lista personal de “lugares que ver antes de morir“, sin realizar el menor esfuerzo por comprender el fascinante país en el que se encuentran.
Y, lo que es peor, mostrando una completa falta de respeto por el medio ambiente. Bastó con que Fjaðrárgljúfur apareciera a mediados de la década pasada en un video musical, para que el cañón dejara de ser una de las joyas escondidas de Islandia y se convirtiera en la más amenazada por el turismo masivo. Hasta tal punto, que las autoridades se vieron obligadas a cerrar temporalmente el acceso. La avalancha de turistas que intentaba fotografiarse en los mismos lugares y con poses idénticas a las del doble de su ídolo, amenazaba con arruinar el frágil entorno del cañón. Además de suponer un riesgo para los visitantes, empeñados en acceder a lugares realmente peligrosos.
Fjaðrárgljúfur no es el único entorno con riesgo de la isla. Por ejemplo, las grietas que hay en Krísuvíkurberg son reales. No forman parte de un decorado, pensado para dar mayor dramatismo al acantilado. Más allá de los carteles que advierten de su peligrosidad, nadie se preocupa por su estabilidad. Si te empeñas en acercarte al borde, para hacerte un selfie «resultón», puede que tu peso acabe siendo el desencadenante de un derrumbe. O que lo provoque uno de los frecuentes terremotos, muchas veces imperceptibles, que suelen agitar la península a diario. ¿Te parece improbable que se desplome parte de un acantilado? Pregúntaselo a la pareja de turistas que se despeñó en 2012, junto con una sección del sendero de Dyrhólaey. Derrumbe que se repitió tres años más tarde, afortunadamente sin nadie en las inmediaciones. Las señales y cadenas que cortan la antigua senda que bordeaba los acantilados más meridionales de Islandia están allí por algún motivo.
Tentar al destino resulta extremadamente sencillo en Islandia. Lo sé bien, pues es algo que he hecho en varias ocasiones. Por ignorancia, exceso de confianza o simplemente mala suerte. En mi primer viaje invernal a la isla, no tenía una idea real de dónde me estaba metiendo. La fortuna me fue propicia y logré llegar desde Seyðisfjörður hasta Keflavik sin demasiados contratiempos. Ahora sé que aquello fue una locura, fruto de la falsa sensación de seguridad que te da el desconocimiento. En el tercero, el exceso de confianza me llevó a emprender una larga excursión a Morsárdalur sin tomar las debidas precauciones. Una vez más, el clima me fue favorable. Pero uno de los bruscos cambios atmosféricos, tan frecuentes en Islandia, podría haberme condenado a morir de hipotermia. Y la suerte me jugó una mala pasada, en mi última visita a Djúpalónssandur, cuando me alcanzó una ola solitaria, al menos diez metros tierra adentro de la zona batida por el oleaje.
¿Estoy exagerando? Raro es el año que no hay muertos en Reynisfjara. Hasta tal punto que se ha instalado un sistema de luces, mostrando el nivel de peligrosidad de la playa, como complemento a las señales estáticas que había anteriormente. Es igual. La gente sigue descendiendo hasta la misma orilla del mar, adentrándose en la cueva basáltica del extremo oriental de la playa o dando la espalda a las olas para hacerse un selfie. También es habitual ver personas sobre los bloques de hielo de Jökulsárlón o saliendo del camino habilitado en Seljalandsfoss. En algunos casos, los límites están puestos por tu bien. En otros, como Fjaðrárgljúfur o Seljalandsfoss, para intentar proteger la flora y la fauna locales de la presión turística. Si tu propia seguridad te es indiferente, al menos deberías preocuparte por la preservación de aquello que has tenido la suerte de poder visitar. Aquí tampoco hay un ejército de pintores y jardineros, dispuestos a reparar por la noche lo que los visitantes han deteriorado durante el día.
Las sucesivas erupciones volcánicas junto al Fagradalsfjall son otro buen ejemplo de lo que intento exponer. El entorno de un volcán en erupción es extremadamente peligroso. Y no todas las amenazas son visibles o evidentes. Si decides visitar una erupción activa, deberías cuando menos saber que estás corriendo ciertos riesgos y obrar en consecuencia. Que en Islandia te permitan acercarte a una colada de lava candente, a más de 1.000ºC, se debe a la mentalidad de sus habitantes, no a que sea seguro. Y, en éste caso, al menos el intenso calor que desprende la colada te mantendrá a una distancia prudencial. Pero son muy abundantes los videos de turistas caminando sobre la corteza, recientemente endurecida, de coladas con tan solo unos días de antigüedad. ¿Son conscientes de que, apenas unos centímetros por debajo, hay una enorme masa de lava fundida? ¿Saben lo extremadamente frágil que puede ser la capa solidificada por la que están caminando?
En algunas ocasiones, la falta de información llega a extremos asombrosos. Escribo estas líneas mientras Grindavik permanece evacuada. La pequeña ciudad está atravesada por varias fisuras y hay cierta probabilidad de que se acabe produciendo una erupción en sus inmediaciones. La célebre Laguna Azul también lleva días cerrada al público. Mientras tanto, en los foros de internet sobre Islandia que suelo frecuentar, la situación roza lo grotesco. Sigue habiendo personas extrañadas, o incluso indignadas, por la imposibilidad de reservar entradas, a pesar de que su página web explica perfectamente la situación. En el extremo contrario, hay quien pregunta si será seguro visitar Vestrahorn, 350 kilómetros en línea recta hacia el este. Aunque, puestos a elegir, me quedaría con este último. Al menos, revela cierto conocimiento del medio.
Porque Islandia puede llegar a ser un lugar increíblemente hostil. Y no me refiero a un temporal invernal especialmente duro, a vientos por encima de los 140 km/h o a una erupción volcánica espectacular, pero relativamente inocua. De vez en cuando, la naturaleza de la isla se revela en toda su fuerza, generando una erupción subglacial y su consiguiente jökulhlaup. ¿Un fenómeno poco frecuente? Tan solo en la segunda mitad del siglo pasado se estima que el Skaftá sufrió al menos 30. Aunque parece que en este caso estarían ligados a fuerzas geotermales y no suelen ser catastróficos. Al contrario que los generados por los volcanes que se esconden bajo el Vatnajökull o el Mýrdalsjökull. Quizá te preguntes qué son los hierros retorcidos y llenos de pintadas que hay junto a la Ring Road, cerca del desvío de Skaftafell. Se trata de los restos del puente que se llevó por delante el jökulhlaup provocado por la erupción del Bárðarbunga de 1996. Se estima que, en su momento álgido, alcanzó un caudal de 50.000 m³/s. Por ponerlo en contexto, un volumen de agua superior a la media del río Congo, el mayor de África, alimentado por una cuenca de 4.000.000 km².
Más recientemente, fue el Múlakvisl el que se llevó por delante otro puente de la Ring Road, en esta ocasión en julio de 2011. Cuando el turismo en Islandia apenas era una fracción del actual y hasta la Ring Road tenía tramos sin asfaltar. Contando con tiempos de reacción de apenas unas pocas horas, ¿sería hoy en día posible realizar una evacuación en pleno verano, con el sur de Islandia lleno de extranjeros, entre poco y nada conscientes de la gravedad de la situación? Lo dudo. No creo que muchos de los turistas que vistan Islandia sepan que el paisaje desolado que tienen delante es fruto de eventos catastróficos, de una magnitud apenas comprensible para un ser humano. Y que ese paisaje sigue vivo.
En cualquier caso, no serían más que meras anécdotas, en comparación con otras inundaciones glaciares. La que provocó el Katla en 1918 arrastró tal cantidad de sedimentos que hizo avanzar la costa meridional de la isla, en Kötlutangi, entre 3 y 4 kilómetros. ¿De qué dimensiones serían las del Jökulsá á Fjöllum, que crearon los cañones de Jökulsárgljúfur o Ásbyrgi? O, volviendo al Katla, la provocada por la erupción de 1755. Por la poca información que nos ha llegado, se estima que su pico estuvo entre 300.000 y 400.000 m³/s. Para ponerlo en perspectiva, la media del Amazonas es de 225.000 m³/s.
¿Quiere esto decir que Islandia es un país extremadamente peligroso, al que es mejor no ir? En absoluto. Aunque una parte fundamental de su belleza se deba a su carácter salvaje y extremo, el gobierno de la isla se esfuerza para que sus destinos más frecuentados sean cada vez más accesibles. Otra cuestión será hasta qué punto esta tendencia deba tener un límite o acabe privando a la isla de parte de su encanto. Y aunque en muchos lugares, como Skógafoss o Goðafoss, sea perfectamente posible realizar la visita con bastante seguridad, cierto tipo de turistas parece seguir empeñado en correr riesgos innecesarios.
Uno de los requisitos de cualquier viaje medianamente serio a Islandia, en el que pretendas conocer la isla más allá de los lugares más turísticos, debería ser la planificación. Es frecuente escuchar a personas que se plantean viajar a Islandia en pleno invierno, sin haberse informado previamente de los problemas que crea el clima de la isla, o que ignoran la complejidad inherente a conducir por las Tierras Altas. En ocasiones, ambas circunstancias se pueden combinar. Recuerdo una conversación en un vuelo entre Madrid y Keflavik, a principios de un mes de febrero, en el que mi vecino de asiento me mostró una lista de los lugares que pensaba visitar. Uno de ellos era Landmannalaugar, en Fjallabak. ¿Sabes que las pistas de las Tierras Altas están cerradas hasta el verano? No. ¿Sabes que hay una página con información del estado de las carreteras? No. ¿Tienes experiencia conduciendo sobre hielo y nieve? No. ¿Es tu primer viaje a Islandia? Si. Preferí no seguir. Era evidente que se estaba agobiando. Me limité a tachar unos cuantos lugares de su lista y recomendarle visitar la web de safetravel.is.
Tener una comprensión básica de la fuerza que puede llegar a tener la violenta naturaleza de Islandia también debería ser requisito obligatorio para cualquier visitante de la isla. Por una lado, te permitirá apreciar el salvaje entrono que tienes delante. Saber que, según algunos geólogos, Jökulsárgljúfur pudo ser creado en un máximo de tres eventos catastróficos, hará que tu percepción del enorme cañón sea totalmente distinta. Al igual que ser consciente de que Eldgjá no existía cuando los noruegos comenzaron a poblar la isla y que la gran fisura tuvo su origen en una única erupción, que alteró el clima de todo el planeta. También te ayudará a tomar decisiones informadas en todo lo concerniente a tu propia seguridad. Precisamente, una de las mayores críticas que se hacía en Islandia a la dirección de la Laguna Azul antes de su cierre temporal, venía por no advertir a sus clientes de los riesgos que corrían al visitarla. La inmensa mayoría ignoraba que había una intrusión magmática avanzando bajo sus pies y que la posibilidad de una erupción, incluso en la misma laguna, no era desdeñable.
En mi opinión, esa es la cuestión fundamental. La información. O, mejor dicho, el conocimiento. Si sabes los riesgos que estás corriendo y estás dispuesto a asumir las consecuencias, allá tú con tus decisiones. En esto, coincido plenamente con la mayor parte de los islandeses. El problema viene cuando te planteas viajar en coche de Reikiavik a Akureyri en pleno invierno, pensando que tan solo va a ser un poco más complicado que ir desde Madrid hasta Huesca en la misma época del año. O te adentras con una autocaravana en Svalvogavegur a última hora de la tarde, creyendo que vas a recorrer una pista similar a las del norte de la provincia de Guadalajara. Cuando seas consciente de tu error, puede ser demasiado tarde. Y, en el mejor de los casos, el mal rato no te lo quitará nadie.
Islandia es un país no exento de riesgos, muchas veces difíciles de percibir. Su abrumadora naturaleza es a la vez extremadamente frágil y asombrosamente agresiva. Esa misma naturaleza ha condicionado la historia de la isla, moldeando el carácter de sus habitantes. Si decides visitarla, antes deberías conocerla, para poder adaptarte tanto a sus peculiaridades como a sus frecuentes cambios de humor. Tener siempre un plan alternativo, saber reaccionar ante las circunstancias cambiantes, reconocer el momento de dar media vuelta y tolerar cierto nivel de frustración, deben ser parte esencial del equipaje de cualquier viajero que recorra Islandia. Si prefieres la certeza de una experiencia previsible y controlada, será mejor que visites Disneylandia.
Para ampliar la información.
Puedes encontrar ayuda sobre la conducción invernal en Islandia en https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-el-invierno/.
Si por contra te interesa recorrer las Tierras Altas, te vendrá mejor este otro vínculo: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-las-tierras-altas/.
En https://depuertoenpuerto.com/guia-para-visitar-el-volcan-de-islandia/ hay consejos sobre cómo visitar una erupción volcánica.
En inglés, la web fundamental que debes visitar durante todo viaje a Islandia es https://safetravel.is/.
Aunque si buscas información específica sobre el estado de las carreteras, resulta más completa https://umferdin.is/en.
Cada vez lo tenemos más difícil para escoger destino… pero Islandia es uno de los que tenemos en el top 5 de nuestra lista. Estamos totalmente de acuerdo con que muchas veces los turistas no somos conscientes del todo sobre el riesgo y las imprudencias que se pueden llegar a cometer. Es muy importante que entre todos seamos capaces de fomentar el turismo responsable, y así ayudar a cuidar estas maravillas!
Islandia es un lugar tan extremadamente frágil como peligroso. Algo que puede parecer contradictorio y resulta difícil de asimilar por aquellos que no conocen mínimamente el país. Aunque también forma parte esencial del encanto de una isla en la que es relativamente sencillo tantear los límites de lo razonable.
Islandia es un país que queremos conocer, me lo he leído de arriba a abajo, muy interesante. Las imprudencias se cometen por desconocimiento o por exceso de confianza. Yo que soy de Huesca y me gusta la montaña, lo veo todos los veranos, gente sin experiencia que se lanza a la aventura, falta de equipo o equipo inadecuado, rutas no acordes a tu nivel, horarios… son la principal causa de los rescates. Al final solo queda tratar de concienciar y tener respeto cuando se visita o se realizan actividades en la naturaleza.
Totalmente de acuerdo. Uno de los problemas de Islandia es que, pese a estar en un entorno increíblemente hostil, la seguridad y nivel de organización del país nos puede llevar a creer que estamos a salvo de cualquier imprevisto.
En cualquier caso, si tenéis ocasión de ir, no dudéis en hacerlo. Islandia es un país asombroso y, si estáis acostumbrados a moveros por la montaña, podréis recorrer muchísimos lugares solitarios, incluso en plena temporada alta.
Me ha encantado el post.
Islandia es uno de nuestros viajes pendientes… Qué bonitas fotos, me han transportado allí!
Un saludo!
Muchas gracias Vero.