Amanecer en Ytri Tunga.
Me detuve brevemente en Rauðfeldsgjá. Una angosta garganta, que se adentra entre las montañas 3 kilómetros al norte de Arnarstapi. No tenía pensado parar, pero vi un par de coches en su aparcamiento y decidí curiosear. Como ya había supuesto, el lugar era inaccesible. Ninguno de los ocupantes de los vehículos se había atrevido a internarse entre las montañas, cubiertas de una nieve que podía provocar una avalancha en cualquier momento. Incluso el acceso a la boca de la garganta resultaba complicado, por una ladera cubierta de nieve suelta. Preferí seguir mi camino.
No tardé mucho en volver a detenerme, esta vez en el hermoso campo de lava de Klifhraun. Ubicado justo al norte de Arnarstapi, es fácil atravesarlo sin reparar en su interés. Sin embargo, aquel día era una de las paradas que había previsto. Además, las condiciones eran óptimas. Una mañana serena y sin viento, un campo cubierto por una capa de nieve lo suficientemente espesa como para acentuar los contrastes con la lava, pero no tanto como para cubrir el paisaje con un monótono manto blanco y, sobre todo, una luz perfecta.
Una hermosa luz tamizada, con la intensidad justa para revelar los detalles del paisaje. Una luz que, a lo lejos, bañaba de tonos dorados unas montañas que aparentaban ser el interior de la península de Akranes. Mas que hacer fotografías, tenía la sensación de estar pintando cuadros. Unos lienzos abstractos, de un irreal paisaje de lava, creado por una erupción en los últimos 17 siglos. El momento era tan perfecto, que debí hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para reemprender la ruta.
¿Cómo pasar junto a Arnarstapi sin detenerse? El antiguo puesto comercial, favorecido durante siglos por la corona danesa, hoy es uno de los principales destinos turísticos de Snæfellsnes. Sus acantilados de basalto y sus extrañas formaciones de lava son un reclamo demasiado fuerte para resistirse. Aunque era mi tercera visita al lugar, siempre en invierno, creo que fue la que más disfruté de todas. Arnarstapi estaba en un perfecto punto de equilibrio entre el lugar agradable, pero un tanto soso, que pude conocer en 2019 y el hermosamente salvaje, pero insufrible, de mi fugaz visita de 2022.
En cualquier caso, no tenía tiempo para realizar un recorrido muy prolongado. Tras dar un paseo hasta Gatklettur, en el que tuve la mala suerte de coincidir con un autobús cargado de turistas, y visitar brevemente el mirador que hay a espaldas del extraño monumento alegórico a Bárðar Snæfellsáss, partí en busca de lugares menos concurridos.
Un paseo invernal por Hellnar.
Tuve más suerte en el mirador que hay al este de Lóndrangar, desde el que hay una hermosa vista de las dos agujas de lava, de 75 y 61 metros de altura. Las agujas son en realidad dos cuellos volcánicos. Los restos solidificados de los antiguos conductos que alimentaban una erupción. Al cesar ésta y enfriarse la lava que quedaba en el interior del volcán, se formó una estructura mucho más sólida que el cono circundante y, por tanto, mas resistente a la erosión.
Después, me acerqué a la playa negra de Djúpalónssandur. Ya la conocía, pero no Dritvík, el antiguo fondeadero de la flota pesquera que hay mas allá de su extremo occidental. En esta ocasión, tampoco pude visitarlo. Había demasiada nieve fuera del camino principal como para intentarlo. Ni tan siquiera fui capaz de dar con la senda que lleva a Dritvík.
En cualquier caso, ya que había logrado llegar hasta el aparcamiento, decidí dar un paseo por la que, sin duda, es una de las playas más hermosas de Islandia. Una vez más, las condiciones eran óptimas. Una luz casi perfecta, una temperatura relativamente agradable, ausencia total de viento y un oleaje que, sin ser especialmente intenso, aún lograba crear algún momento de interés, al romper contra las extrañas formaciones de lava que hay en el extremo oriental de la playa.
Pasé un buen rato fotografiando las olas, que rompen asombrosamente cerca de la orilla. La razón es muy simple: la playa se hunde bruscamente en las gélidas aguas del extremo noroccidental de Faxaflói. Esta peculiaridad, unida a la relativa frecuencia de olas solitarias, que golpean la costa con mucha más fuerza que las normales, hacen de Djúpalónssandur un lugar peligroso. Me atrevería a decir que todavía más traicionero que la célebre Reynisfjara. A diferencia que en la playa más famosa de Islandia, aquí es relativamente sencillo estar solo. Si te sorprende una de estas olas, puede que no haya nadie cerca para ayudarte.
La tarde avanzaba. Sin demasiada fe, hice un intento de llegar al faro de Öndverðarnes, en el extremo suroccidental de la península. Al principio, la carretera parecía estar bastante limpia. Pero mis peores temores acabaron confirmándose, según llegaba a la playa de Skarðsvík para encontrarme con una gruesa capa de nieve cerrándome el paso. Tuve que dar media vuelta aprovechando el pequeño aparcamiento de la playa.
Fue mi último desvío del día. Tras el fracaso en Öndverðarnes, me estaba quedando sin tiempo, sobre todo si quería llegar a Stykkisholmur con las últimas luces del ocaso. De todos modos, seguí haciendo alguna breve parada. Lo justo para hacer una fotografía y seguir mi ruta. El atardecer teñía de sutiles tonos asalmonados el paisaje del extremo occidental de Snæfellsnes, mientras las nubes comenzaba a velar la cima nevada del Snæfellsjökull. Una belleza serena, a la que no podía resistirme, se adueñaba lentamente del mundo.
Tras rodear el extremo occidental de Snæfellsnes, volví a detenerme en el mirador que hay al oeste de Kirkjufell, en la ladera del Búlandshöfði, donde hay una hermosa vista lateral de la montaña mas fotografiada de Islandia. Aunque, desde esta ubicación, sea prácticamente irreconocible, es un lugar mucho más tranquilo que el concurrido aparcamiento entre Kirkjufell y Kirkjufellsfoss. Me llamó la atención la poca nieve que había, en comparación con el lado sur de la península. Otra muestra de la variabilidad del clima de Islandia. En cualquier caso, se me estaba echando encima la hora azul. Debía seguir avanzando.
Mi última parada fue en un mirador al oeste de Kolgrafafjörður. El fiordo se iba tiñendo de un azul cada vez más intenso, que contrastaba con el blanco cada vez más apagado de la nieve. Pero, ahora sí, me estaba quedando sin tiempo. Aunque tan solo me faltaban 32 kilómetros para llegar a mi destino, ya eran las seis de la tarde. No podría detenerme en Berserkjahraun, uno de los campos de lava más hermosos de Islandia. La mágica península de Snæfellsnes tiene demasiado que ver. Incluso aunque ya la conozcas, la asombrosa acumulación de lugares interesantes será capaz de trastocar tus planes.
Llegué a Stykkisholmur minutos después del ocaso, dando por finalizada la primera parte de mi viaje invernal. Una fase que, en realidad había sido un divertimento, mientras esperaba el día propicio para subir al ferry rumbo a Brjánslaekur, en los Fiordos del Oeste. Pasaría la noche en el hotel Fransiskus y, a la mañana siguiente, recorrería los escasos 250 metros que me separaban del muelle en el que estaría esperándome el Baldur. Si todo iba bien, en unas pocas horas comenzaría la auténtica aventura, recorriendo en invierno una de las regiones más duras y remotas de Islandia.
Para ampliar la información.
Puedes ver todo mi tercer itinerario invernal por Islandia en https://depuertoenpuerto.com/mas-alla-de-la-ring-road-17-dias-de-invierno-en-islandia/.
Quien no tenga experiencia conduciendo en invierno por Islandia, puede encontrar consejos útiles en https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-el-invierno/.
En https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/snaefellsnes/ se pueden ver todas las entradas del blog sobre la península.
En inglés, la web oficial de turismo de Snaefellsnes está en https://www.west.is/en/destinations/towns-regions/visit-snaefellsnes.
La página Getlocal tiene un par de entradas describiendo itinerarios por la península, en https://www.getlocal.is/blog/getlocals-guide-to-snaefellsnes y https://www.getlocal.is/blog/the-magnificent-snaefellsnes-the-alternative-route.
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