Llegué al este de Reynisfjara sobre las cuatro y media de la tarde, con cierto retraso sobre el horario previsto. A esas alturas del viaje, ya me había acostumbrado a ir por detrás de mis previsiones. La zona estaba bastante concurrida aunque, siendo sincero, menos de lo que había anticipado. Quizá comenzaba a ser algo tarde. Enseguida me encontré con las rocas de Reynisdrangar, de 66 metros de altura, batidas por el oleaje. Según la leyenda, las rocas son trolls sorprendidos por el sol de la mañana mientras intentaban llevar a tierra un velero que habían capturado durante la noche. Nunca entenderé la poca precaución de los trolls de las leyendas nórdicas con el amanecer. La formación rocosa, en realidad los restos erosionados de un antiguo promontorio que se adentraba en el mar, está formada por varias agujas de piedra, aunque desde el extremo oriental de Reynisfjara la perspectiva hace que parezcan dos únicas rocas.
Mi siguiente visita fue la cueva de Hálsanefshellir. El acceso se hace directamente desde la playa, cuya arena cubre el suelo de la cueva. Incluso el mar, en determinadas ocasiones, llega a penetrar en Hálsanefshellir, por lo que no es recomendable entrar con marea alta o fuerte oleaje. En cualquier caso, la cueva es poco más que una gran cavidad semicircular, que no me pareció excesivamente sugerente. Por contra, las columnas basálticas de Garðar, similares a las que se puede encontrar en otras zonas de Islandia, como la cascada de Svartifoss, o la célebre Calzada del Gigante, en Irlanda, forman un conjunto muy interesante, que arranca directamente junto al extremo occidental de la cueva. Las bases erosionadas de algunas columnas forman una parte del techo de la cueva, quizá el aspecto más interesante de ésta.
Había pensado dar un paseo por la playa, pero me estaba quedando sin tiempo. Si quería llegar a Dyrhólaey antes del ocaso, tenía que salir de inmediato. Era una lástima, pues la zona central de la playa estaba prácticamente desierta y ofrecía unas vistas magníficas sobre Dyrhólaey. Pero fue el precio que tuve que pagar por mi improvisada excursión a Sjónarnípa.
Al llegar a la carretera 218, que lleva a los distintos miradores de Dyrhólaey, entré en zona conocida. Dyrhólaey había sido el punto más oriental al que había llegado desde Reikiavik durante mi viaje en el verano de 2017. Pero el paisaje me resultó completamente nuevo. En aquel día de Julio, encontramos la zona cubierta por un denso manto de niebla, que apenas dejaba ver la calzada delante del parabrisas. Ahora, en cambio, llegaba al final de una tarde espléndida. Según bordeaba la laguna de Dyrhólaós, a mi izquierda podía ver las nieves perpetuas del Mýrdalsjökull, medio oculto entre las nubes. El glaciar, de 595 kilómetros cuadrados de superficie, se asienta sobre el volcán Katla, uno de los más activos del sur de Islandia.
La carretera 218 termina en un aparcamiento, desde el que se puede acceder a varios miradores. Me dirigí en primer lugar a los dos que dan sobre la playa de Reynisfjara. La vista supero todas mis expectativas. En primer plano, Arnardrangur, la Roca del Águila, así llamada por las que anidaban en su cima hasta mediados del siglo XIX. Más allá, la playa describía un amplio arco, con su arena negra enmarcada entre el blanco de la nieve y la espuma de las olas. Al fondo, el monte Reynisfjall y las rocas de Reynisdrangar, bajo un cielo con hermosos tonos rosáceos. Una vez más, no pude evitar rememorar mi anterior visita al mirador, cuando no había sido capaz de llegar a ver ni la cercana Arnardrangur.
Con las últimas luces del día me dirigí al cercano mirador de Kirkjufjara, sobre la playa del mismo nombre. Desde el mirador, además de la playa negra, se divisaba el promontorio de Dyrhólaey, famoso por sus arcos naturales. Aunque la escasa luz y el ángulo en el que me encontraba hacía prácticamente invisible el mayor de ellos, lo suficientemente grande como para que, en 1993, un piloto de avioneta se atreviera a atravesarlo. En el promontorio también está Dyrhólaeyjarviti, uno de los faros históricos de Islandia, puesto en servicio en 1910, aunque el edificio actual es de 1927.
Un desvío hacia el sur de la carretera 218 conduce al faro y a otro mirador, situado al oeste de Dyrhólaey. Por desgracia, se me hizo demasiado tarde. Llegué al cruce a las 18:30, con las últimas luces del crepúsculo. No me pareció prudente aventurarme por una pista cubierta de nieve. En cualquier caso, el balance de mi visita a Reynisfjara acabó siendo muy positivo. Ni en mis mejores sueños había aspirado a disfrutar, en pleno invierno islandés, de un día tan despejado, con una visibilidad que hasta en verano es complicado encontrar.
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En el blog Escrito en Islandia hay una larga entrada sobre la playa de Reynisfjara: https://escritorislandia.com/playa-negra-vik/.
En Viaja o Revienta nos advierten de las precauciones que hay que tener en la playa, una de las más peligrosas de Islandia: http://viajaorevienta.es/islandia-no-mueras-en-reynisfjara/.
En https://depuertoenpuerto.com/islandia-en-invierno/ se puede ver mi primer itinerario invernal por Islandia.
En inglés, la web Extreme Iceland tiene una larga entrada sobre la playa: https://www.extremeiceland.is/en/attractions/reynisfjara-black-sand-beach.
En Guide to Iceland hay varias entradas sobre la playa. https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/extremely-dangerous-waves-by-reynisfjara-and-kirkjufjara-in-south-iceland se centra en sus peligros. Por contra https://guidetoiceland.is/tour-operator-tours-holidays/landscape-photography-iceland/4221/reynisfjara-black-beach-and-reynisdrangar da consejos para fotografiar la playa.
Por último, en Hit Iceland hay una entrada sobre Reynisfjara (https://hiticeland.com/reynisfjara-black-beach) y otra sobre Dyrhólaey (https://hiticeland.com/places_and_photos_from_iceland/dyrhólaey).
Impresionantes fotos
Gracias Fernando. La verdad es que el lugar es impresionante y tuve la suerte de llegar al atardecer de un día espléndido. No fue demasiado difícil hacer las fotos.