Arrancaba mi cuarto periplo invernal por Islandia. Si el tercero había estado condicionado por mi interés en visitar los Fiordos del Oeste durante el invierno, ahora el itinerario giraba en torno a una excursión a las Tierras Altas, que comenzaba el viernes. Disponía de tres días para hacer algún breve recorrido, antes de llegar a Skjól, en las inmediaciones de Haukadalur. Al final, decidí ir a lo seguro. Me acercaría hasta la fascinante península de Snæfellsnes, donde aún tenía varias tareas pendientes.

Carreteras de Reykjanes el 2 de febrero de 2024

Carreteras de Reykjanes el 2 de febrero de 2024.

Pero había un segundo condicionante. Aunque la erupción volcánica en Sundhnukagigar se había detenido el 10 de febrero, la península de Reykjanes seguía sumida en un relativo caos. Hasta tal punto que, apenas un par de días antes de la fecha de llegada, el hotel Aurora me envió un mensaje ofreciéndome la cancelación gratuita de la reserva, dado que no podían garantizar el funcionamiento de la calefacción o el agua caliente. Además, las carreteras alrededor de Grindavik seguían cortadas. La única forma de salir de Keflavik era por el norte, recorriendo la carretera 41.

Costa de Staðarberg

Costa de Staðarberg.

A pesar de lo cual, decidí arrancar el día dando un rodeo hacia el sur. Me acercaría a curiosear hasta Brimketill, en cuyas inmediaciones estaba el punto de control de la carretera 425. Como ya he comentado más de una vez en el blog, Brimketill no tiene termino medio: puede ser un lugar deslumbrante o resultar completamente anodino. Aquel día, tocó lo segundo. Que nadie me malinterprete. La charca de lava es bonita y las oscuras formaciones de la costa de Staðarberg tienen su interés. Pero lo que realmente me fascina del lugar es el intenso oleaje que, en ocasiones, azota esa misma costa. Oleaje que, aquella mañana, brillaba por su ausencia.

Al igual que visitar Brimketill se ha convertido en una especie de rutina en todos mis viajes invernales a Islandia, ocurre lo mismo con el premio de consolación. Si la falta de oleaje hace que mi visita sea muy breve, empleo el tiempo «ahorrado» en visitar Gunnuhver. Un lugar en el que es casi imposible fallar. La charca hidrotermal ofrece un espectáculo asegurado, que además va cambiando con el paso de los años, mientras el antiguo volcán de lodo se va transformando lentamente en un géiser. Me habría gustado volar el dron, pero hacía demasiado viento. Tuve que conformarme con un puñado de fotos y algún video.

Finalmente, sobre las once y media de la mañana, emprendí mi camino hacia Snæfellbær. El viento comenzó a amainar según avanzaba hacia el norte, dejando una jornada espléndida, con una temperatura agradable y un cielo predominantemente azul. Además, las carreteras parecían estar completamente libres de nieve. Las condiciones perfectas para enmendar mis anteriores fracasos frente al cráter más hermoso de Islandia. Unos minutos antes de las dos, tras superar un pequeño badén, por fin tenía al frente el principal objetivo del día.

Eldborg, el Castillo de Fuego.

Eldborg í Hnappadal tiene fama de ser el cráter más hermoso y perfecto de Islandia. Dos años después de fracasar en mi primer intento de comprobarlo, logro completar la excursión en un día de febrero tan espléndido como inusual en la península de Snæfellsnes.
Después, tan solo restaba llegar al hotel Búðir, ubicado a escasos metros de la célebre Búðakirkja. Conduje sin prisa hacia el oeste, en medio de un atardecer que acabó tornándose en ocaso. Mientas tanto, sobre el horizonte, la inconfundible silueta del Snæfellsjökull se recortaba sobre la agonizante luz.

Hótel Búðir

Hótel Búðir.

El hotel Búðir se ubica en un espléndido edificio tradicional. Más allá del emplazamiento, el lugar tiene cierta carga histórica. Su pequeño puerto natural lo convirtió en un puesto comercial desde el siglo XVII. Parece que, a principios del XX, existían varias construcciones, que fueron adquiridas en 1945 por la Asociación de Residentes de Snaefellsnes y Hnappadalur. El hotel fue finalizado en 1947, aunque no recibió huéspedes hasta el año siguiente. Entre su clientela eran numerosos los artistas, atraídos por la paz y la belleza del lugar. Por ejemplo, el Premio Nobel de Literatura Halldór Laxness o el pintor Jóhannes Sveinsson Kjarval. Aquel hotel ardió en 2001, aunque fue reconstruido y abrió nuevamente sus puertas en 2003. La noche de mi estancia, aún estaban finalizando una ampliación, cuyas obras ya habían comenzado durante mi anterior visita a la zona.

Tímida aurora en Snæfellsnes

Tímida aurora en Snæfellsnes.

Tras una espléndida cena, no parecía que hubiera mucho que hacer. El cielo estaba casi completamente cubierto. Pero había previsión de aurora boreal. Aunque las condiciones no eran muy favorables, el emplazamiento era perfecto. Recordando una extraña aurora que había logrado ver años atrás, entre las nubes, al norte de Tromsø, decidí probar suerte. No fue tan intensa ni hermosa como aquella, pero mereció la pena. La nubes acabaron abriéndose brevemente. Lo justo para permitirme ver una tímida aurora, danzando en el cielo sobre las montañas que forman la espina dorsal de Snæfellsnes. En aquel momento no lo sabía, pero aquellas mediocres luces del norte serían las primeras y las últimas de todo el viaje.

Para ampliar la información.

No es la primera vez que recorro la zona, intentándome acercar a Eldborg. Mi primera aproximación al cráter está en https://depuertoenpuerto.com/de-stykkisholmur-a-borgarnes/.

Al día siguiente, mi intento de alcanzarlo terminó en fracaso: https://depuertoenpuerto.com/de-borgarnes-a-hveragerdi-dando-un-rodeo-por-snaefellsnes/.

Un año más tarde, había tanta nieve en el campo que ni probé suerte: https://depuertoenpuerto.com/de-reykholt-a-langaholt/.

Respecto a Reykjanes, hay numerosas entradas en el blog. Quizá la más completa sea https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-reykjanes/.

Quien no tenga experiencia en la conducción invernal en Islandia, puede encontrar ayuda en https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-el-invierno/.