Llevaba años queriendo visitar Japón. Siempre me había parecido un país fascinante, con su peculiar mezcla de tradición y modernidad, en la que se conjugan una cultura milenaria y la tecnología más vanguardista. A la vez que un país muy lejano, al que era complicado y caro llegar. Hasta que, cuando nos pusimos a organizar nuestras vacaciones de verano de 2019, se dio una doble eventualidad. Por una parte, Iberia había vuelto a poner en servicio un vuelo directo entre Barajas y Narita. No era barato, pero entre promociones, triquiñuelas y «avios» se quedaba en un precio casi razonable. Menos razonable era su duración. 13 horas y 20 minutos a la ida. 14 horas y 10 minutos a la vuelta. En cualquier caso, era el tributo a pagar por conocer el País del Sol Naciente.

Seimon Ishibashi

Seimon Ishibashi.

Además, vimos un crucero de Holland America Line con un itinerario muy interesante. Zarpando desde Yokohama, hacía escala en 9 puertos, 7 de Japón y 2 de Rusia, para regresar a Yokohama 15 días después, tras haber circunnavegado Honshū, la isla principal del archipiélago. Como siempre, decidimos complementar el crucero con alguna noche de hotel. A la ida, una en Yokohama, antes de embarcar. A la vuelta, tres en Tokio. En total, incluyendo los largos trayectos en avión, un viaje de 20 días.

El itinerario completo fue el siguiente:

Un viaje muy completo, que nos permitió visitar varios de los lugares emblemáticos de Japón, a la vez que otros menos conocidos, pero no por ello menos sugerentes, como Shizuoka Sengen, en Shimizu, o Ritsurin, en Takamatsu. Hicimos escala en tres de las cuatro islas principales del país. Tan solo nos faltó Kyushu, la más meridional.

En el puerto de Vladivostok

En el puerto de Vladivostok.

El rodeo para visitar el par de puertos rusos tuvo su cara y su cruz. La escala en Vladivostok fue muy interesante. No así la de Korsakov, a pesar de ser en una isla realmente remota. Pero provocó tener que cruzar dos veces la frontera en una zona del mundo en la que los trámites aduaneros no son sencillos. Quizá hubiera sido más razonable cambiar las dos escalas en Rusia y los dos días de navegación que ocasionaron por tres o cuatro escalas adicionales en Japón. Aunque, por otra parte, el brusco contraste entre Oriente y Occidente, el ordenado Japón y la caótica Rusia, le dio un curioso añadido al viaje.

Francisco en el Mar del Japón

Francisco en el Mar del Japón.

También disfrutamos de nuestra dosis de tifones. Francisco estuvo rondándonos desde que zarpamos de Kōchi hasta atracar en Vladivostok. Krosa nos obligó a zarpar prematuramente de Hakodate, para pasarnos de refilón justo después de desembarcar en Yokohama. Por culpa de los tifones, nos perdimos las llegadas al amanecer a los puertos de Vladivostok y Yokohama y vimos acortadas las escalas en Kanazawa y Hakodate. Por otra parte, poder comprobar su fuerza, aunque fuese tangencialmente, no dejó de tener su interés.

Karesansui de Hōkoku-ji

Karesansui de Hōkoku-ji.

Fue nuestro último crucero antes de la pandemia. Todavía tuve tiempo de hacer otro viaje en barco, por la costa noruega, mientras el virus comenzaba a extenderse por Europa. El caos que vino a continuación nos obligó a cancelar el siguiente crucero, ya contratado, por la costa de Alaska. Y, al menos de momento, a olvidarnos de volver a navegar.