Nuestra primera excursión en Tokio había sido un recorrido diurno entre Shibuya y Shinjuku. En nuestra segunda noche en la ciudad, decidimos repetir una versión reducida del mismo, sin el rodeo que habíamos realizado el día anterior para visitar el edificio del Gobierno Metropolitano, que a esas horas estaría cerrado. Además, no haríamos todo el itinerario andando. No teníamos ni tiempo ni fuerzas, tras llevar todo el día recorriendo Tokio.
Llegamos a Shibuya al filo de las ocho de la tarde. Hacía tiempo que había oscurecido, pero el volumen de transeúntes era mayor que durante nuestra visita diurna. La masa compacta que esperaba al otro lado de la acera para cruzar Dougen-Zaka era un tanto intimidante. Pero la habilidad de los japoneses para entrecruzarse sin tan siquiera rozarse es asombrosa. Una consecuencia de su particular visión del espacio personal y del lenguaje no verbal. Lo cual no impedía que más de un occidental despistado acabase teniendo algún encontronazo imprevisto.
También era mayor el impacto visual de los anuncios, cuya iluminación destacaba en la oscuridad de la noche. Prácticamente rodeados de carteles luminosos y pantallas gigantes, era imposible escapar a la sensación de estar sumergido en una escena de Blade Runner. Para añadir ambiente, mientras estábamos esperando a cruzar, hizo su aparición un koukoku torakku, o «camión de publicidad». Había oido hablar de este tipo de anuncios con ruedas, pero no esperaba que fuesen tan escandalosos. El camión, un trailer con todos sus laterales retroiluminados, pasó a nuestro lado con la música a todo volumen. Algo que en casi cualquier país europeo sería considerado intolerable, allí era asumido como parte natural del paisaje urbano. No deja de ser curioso, en un país donde el respeto por el prójimo suele llevarse a unos niveles a veces incomprensible para un gaijin.
A pesar de que no estábamos seguros de encontrarlo abierto, decidimos intentar visitar el santuario Meiji. Había visto unas fotos nocturnas bastante atractivas. Como estábamos a tan solo una estación de distancia, nos animamos a ir caminando. En lugar de hacer el itinerario más recto, pero sin el menor interés, que va en paralelo a la linea Yamanote, dimos un rodeo por Jingumae, hasta el centro comercial Tokyu Plaza Omotesando Harajuku. Allí giramos a la izquierda, hasta la entrada meridional del santuario. Entrada que encontramos cerrada. Posteriormente descubrimos que Meiji Jingu tan solo abre por la noche en ocasiones muy especiales. Las fotos que me habían llamado la atención eran de la celebración del 50 aniversario de su reconstrucción.
En cualquier caso, el frustrado intento de visita nos había llevado a las inmediaciones de la estación de Harajuku. Subimos al tren para hacer el trayecto hasta la estación de Shinjuku, de la que nos separaban 2.400 metros. Una vez en Shinjuku, simplemente nos dedicamos a pasear por las calles de Kabukichō sin rumbo fijo, dejándonos llevar por el bullicio y las luces. Al igual que en nuestra visita diurna, Kabukichō me pareció más abigarrado que Shibuya. Sus relativamente estrechas calles peatonales, llenas de gente, estaban flanqueadas por una asombrosa cantidad de carteles luminosos, empeñados en una difícil competición por la atención visual del transeúnte.
Al ser un distrito centrado en el ocio para adultos, en Kabukichō se da una extraña mezcla de todos los tópicos relacionados con esta actividad en Japón. Los locales de pachinko se intercalan entre los karaokes. Tampoco faltan las chicas vestidas como doncellas, repartiendo publicidad de los maid-café, generalmente ubicados en las plantas superiores de los edificios. Incluso vimos algún grupo de compañeros de trabajo de borrachera. Inconfundibles, pues llevaban todos la misma chaqueta y corbata. El nomikai es una de las pocas ocasiones en las que un japonés puede perder los papeles, aunque sea de una forma mucho más recatada que en Europa.
En nuestro deambular, nos dimos de bruces con una de las fotos icónicas de Kabukichō, cerca del cruce entre la avenida Yasukuni-dori y la calle Central Road. No tenía pérdida. Un nutrido grupo de fotógrafos tenía sus trípodes plantados en la acera de enfrente, encuadrando los edificios saturados de carteles luminosos. A pesar de contar con unos medios mucho más limitados, no pude evitar la tentación de intentar sacar la misma fotografía.
Aunque habíamos recorrido la zona el día anterior, era complicado reconocer los lugares. Lo que, a la luz del día, eran fachadas más o menos recargadas de rótulos, parecían cobrar una nueva dimensión con la oscuridad, llevando a otro nivel la congestión visual. Desde luego Harajuku no es un lugar de una belleza refinada, lo que no impide que sea fascinante. Sobre todo para unos ojos occidentales, acostumbrados a otros criterios estéticos. En cualquier caso, comenzábamos a estar agotados. Llevábamos trece horas de excursión por Tokio, con tan solo una breve pausa para comer, y cada vez era más difícil convencer a nuestras piernas de que nos obedecieran. Con nuestras últimas fuerzas, descendimos al metro en la estación de Shinjuku-sanchome. Tan solo unos minutos después, estábamos en nuestro hotel, rodeados de la tranquilidad nocturna de Marunouchi.
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En Nuestro Mundo Viajero hay una larga entrada sobre Kabukichō de noche: https://www.nuestromundoviajero.com/2016/04/tokio-la-noche-de-shinjuku-y-kabukicho.html.
Quien esté interesado en explorar la vida nocturna de Tokio, encontrará abundante información en Japan Experience: https://www.japan-experience.es/ciudad-tokyo/tema-la-vida-nocturna.
También recomendable el portal oficial de turismo de la ciudad: https://www.gotokyo.org/es/story/guide/tokyo-at-night/index.html.
En https://depuertoenpuerto.com/tres-dias-en-tokio/ se puede ver nuestra estancia completa, de tres días, en Tokio.
En inglés, el blog Tokyo in Pics tiene una entrada sobre Shibuya con una buena galería fotográfica: https://tokyo-in-pics.com/hot-night-photography-in-shibuya/.
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