Llegar desde Skjól hasta Ásgarður no resulta sencillo en ninguna época del año. De los 77 kilómetros de la ruta, tan solo los primeros 21 están asfaltados. Después, deberemos seguir otros 46 kilómetros hacia el noreste, por una pista conocida como Kjalvegur. Oficialmente, la carretera 35. Finalmente, tendremos que recorrer otros 10 kilómetros por la F347. Una de las carreteras de montaña de Islandia, en las que está prohibido adentrarse con vehículos que carezcan de tracción a las 4 ruedas. Según Google, en verano deberíamos tardar aproximadamente un par de horas en llegar. En invierno, tan solo permanecen abiertos los 6 kilómetros que separan Skjól del aparcamiento de Gullfoss.

Río Jökulfell y el Hofsjökull

Río Jökulfell y el Hofsjökull en verano.

Había recorrido Kjalvegur, en compañía de Olga, a finales de julio de 2020. Aquel año, salimos del hotel Geysir a las nueve y cuarto de la mañana, para llegar a Ásgarður sobre las once y media. Tras visitar Kerlingarfjöll y pasar la noche en el diminuto hotel que entonces había en el valle, al día siguiente seguimos nuestro camino hacia el norte, recorriendo en su totalidad la carretera de Kjölur. Una de las tres rutas históricas que, en la Edad Media, permitían atravesar el corazón de Islandia de norte a sur.

En Skjól

En Skjól.

Tres años y medio más tarde, estaba nuevamente en el extremo sur de la ruta y mi destino volvía a ser el hotel de Ásgarður. Por lo demás, mi viaje era muy distinto al anterior. En invierno, viajo a Islandia solo. Olga dice que hace demasiado frío. Además, en lugar de adentrarme en la ruta de Kjölur al volante de un vehículo de alquiler, iría de pasajero en un enorme 4 x 4. La razón era sencilla. La carretera de Kjölur, al igual que las demás pistas de las Tierras Altas, estaba marcada en rojo en los mapas de umferdin.is: intransitable. Lo cual, a efectos prácticos, quiere decir que la puedes atravesar bajo tu propia responsabilidad, sin estar cubierto por ningún seguro y sabiendo que, de tener algún problema, tendrás que abonar el abultado coste de tu rescate.

Ásgarður

Ásgarður en julio de 2020.

El modesto hotel que habíamos conocido en Ásgarður había pasado a manos del equipo que gestiona The Retreat, en la Laguna Azul. Su idea era crear un complejo de lujo. Un oasis de hedonismo en el corazón de las Tierras Altas de Islandia, que además pretendían mantener abierto durante todo el año. En sus dos primeros fines de semana, con el nuevo hotel aún por terminar, tenían una oferta de lanzamiento. Ésta incluía dos noches de alojamiento y desayuno, el transporte de ida y vuelta y una o dos actividades, a determinar en función del clima. La idea era que, a cambio de un descuento substancial, hicieras de conejillo de indias, ayudando a rodar tanto las instalaciones como la plantilla del hotel. En mi caso, era una ocasión de oro para llegar a una parte de Islandia que, en pleno mes de febrero, resulta virtualmente inaccesible.

Al comienzo de Kjalvegur

Al comienzo de Kjalvegur.

Nos pusimos en marcha poco después de la una y media de la tarde. Formábamos un pequeño convoy de cuatro vehículos, interconectados por radio, que se prestarían apoyo mutuamente. Tres enormes «mountain truck«, que en realidad parecían microbuses con tracción a las cuatro ruedas, y un Jeep, más pequeño y ligero, que hacía las veces de avanzadilla, explorando la ruta. Me tocó ir en un Ford modificado. Al volante iba Jón Kristinn, un conductor con amplia experiencia en las Tierras Altas, que además se encargaba de coordinar el convoy. Compartía medio de transporte con un fotógrafo belga, una pareja de portugueses, una geóloga estadounidense afincada en Reikiavik y un par de israelitas. El viaje no tardó en convertirse en una amena tertulia, que acabaría condicionando el resto de mi estancia en Ásgarður. Aunque, en aquel momento, aún no lo sabía.

Llegando al puente sobre el Grjótá

Llegando al puente sobre el Grjótá.

A las dos y veinte teníamos a la vista el puente sobre el Grjótá. Pese a estar considerada intransitable, hasta ese momento la carretera tenía cierto nivel de tráfico. Compartíamos recorrido con las excursiones que, incluso en lo más duro del invierno islandés, se adentran en los hielos perpetuos del Langjökull. De hecho, la vista que tenía al frente me resultaba relativamente familiar. La había contemplado por última vez tan solo unos meses atrás, durante una excursión al glaciar. Aunque, entonces, apenas había nieve en la descarnada ladera del monte Bláfell.

Skálpanesvegur en invierno

Skálpanesvegur en invierno.

En otros veinte minutos, llegábamos a Blafellshals. El collado que hay al oeste del Bláfell, justo donde se encuentra el desvío de la carretera 336, que conduce hasta el glaciar. Allí hicimos la primera pausa en la ruta. A nuestra izquierda, Skálpanesvegur zigzagueaba sobre la nieve, camino del Langjökull. Todo el escaso tráfico continuaba por esa ruta. Como un «mountain truck«, muy similar a los nuestros, que se afanaba por remontar el primer repecho de la carretera, mientras levantaba una pequeña nube de nieve a su paso.

Carretera infranqueable

Carretera infranqueable.

En cambio, nuestra ruta continuaba hacia el noreste, por Kjalvegur, más allá de un par de postes con el rótulo «Ófært» (intransitable) debajo de una señal de peligro. Aunque, en realidad, tanto el rótulo como la señal estaban parcialmente ocultos por la nieve. Era igual, recordaba haber visto señales similares en otras carreteras de montaña de Islandia. Y recordaba haber pasado entre aquellos dos postes, al comienzo de una mañana de julio de 2020. Aunque, en aquella ocasión, no nos habíamos detenido. Llovía a cántaros.

Más allá de las señales

Más allá de las señales.

Ahora la tarde era espléndida, con una visibilidad casi perfecta. Hacia el noreste, podía ver unas montañas, completamente cubiertas de nieve. Era el extremo suroccidental del macizo de Kerlingarfjöll. Entre aquellas montañas estaba Ásgarður, nuestro destino. Por delante, se extendía una amplia llanura blanca, en la que apenas eran discernibles unas tenues rodadas y algún poste amarillo, marcando nuestra ruta.

A los pies del Bláfell

A los pies del Bláfell.

El paisaje que nos rodeaba era de una belleza tan sutil como irreal. Nos encontrábamos en un mundo dominado por diversos tonos de blanco. Tan solo el cielo mantenía unos tenues tintes azulados, cada vez más tamizados por las nubes. Alguna roca oscura, sobresaliendo aquí y allá, formaba la única nota discordante. Los pliegues del terreno conferían a la nieve diversas tonalidades, mientras una ventisca difuminaba la cima del Bláfell. La serenidad y majestuosidad del entorno eran impresionantes.

Atravesando el Hvitá

Atravesando el Hvitá.

Reanudamos la marcha. Diez minutos después de las tres cruzábamos un río caudaloso, prácticamente libre de hielo. Era el Hvitá, que aguas abajo se desploma por la imponente Gullfoss. A nuestra izquierda debía estar su fuente, el lago Hvítárvatn. Resultaba imposible verlo. Su superficie parecía estar completamente congelada.

Explorando la ruta

Explorando la ruta.

Seguimos avanzando, por una carretera que, en muchas ocasiones, era virtualmente indistinguible del campo nevado que la rodeaba. Aunque, a esas alturas de la ruta, ya había averiguado que nuestro convoy avanzaba más pendiente del GPS y, sobre todo, de las condiciones de la nieve que teníamos por delante, que del trazado concreto de la pista.

En Islandia, es bastante común escuchar que está completamente prohibido conducir campo a través. Lo verás en numerosas señales y en los folletos informativos que te dan al alquilar un vehículo. En realidad, la norma no es tan sencilla. Lo que está terminantemente prohibido es conducir fuera de cualquier carretera o pista, sobre un terreno en el que tu vehículo pueda dejar unas huellas duraderas. Por ejemplo, se permite conducir sobre las playas o los cauces de los ríos. En las Tierras Altas, cuando el campo está completamente nevado, también es posible salirse de las rutas establecidas. La idea es que las huellas de tu vehículo no tardarán en desaparecer, bien sea por el oleaje, la corriente del río o el deshielo. En cualquier caso, para los que estamos en Islandia de paso, lo más aconsejable es no correr riesgos innecesarios. Ya resulta suficientemente complejo conducir por muchas de las pistas de la isla, como para forzar aún más la situación.

Kerlingarfjöll entre las nubes

Kerlingarfjöll entre las nubes.

Volvimos a detenernos poco antes de las cuatro. El último vehículo del convoy parecía tener problemas. Hacia el este, las montañas de Kerlingarfjöll estaban cada vez más cerca. Aunque en realidad solo podíamos ver sus primeros contrafuertes. El corazón del macizo permanecía envuelto entre nubes y neblinas, que creaban un ambiente enigmático. Como si los troles y gigantes de fuego que, según las viejas leyendas nórdicas, merodean por la zona, quisieran impedir que atisbáramos su recóndito hogar.

En el desierto blanco

En el desierto blanco.

En las demás direcciones, una interminable sucesión de colinas blancas se extendía hasta el horizonte, donde acababa fundiéndose con las nubes. Un paisaje que, a pesar de su aparente monotonía, no dejaba de ser fascinante. O quizá fuera su falta casi absoluta de rasgos destacados aquello que precisamente le confería un indudable interés. La nieve lo cubría prácticamente todo, creando un universo suave, en el que hasta los matices más sutiles cobraban una relevancia desmedida.

Todos abajo

Todos a tierra.

Mientras tanto, en la cola del convoy, habían optado por la solución pragmática. Algo típicamente islandés. Los pasajeros del último vehículo descendieron a tierra, de forma que el «mountain truck» pudo salir de su atasco sin necesitar la ayuda del resto del convoy. Después, volvieron a subir al vehículo y todos recuperamos la lenta progresión hacia el gélido corazón de Islandia.

Desde la F347

Desde la F347.

Debimos llegar al desvío de la F347 unos minutos antes de las cuatro y media. A esas alturas de la ruta, había perdido cualquier referencia con el paisaje que podía recordar de nuestro viaje del 2020. Además, seguía sin ser capaz de ver el menor rastro de una posible pista. Pero, por la posición del sol, era evidente que habíamos girado hacia el este. Lo que no había cambiado era el entorno, que seguía pareciendo una oda al minimalismo.

Se acerca el atardecer

Se acerca el atardecer.

Tras atravesar el río Jökullfall, completamente invisible bajo el omnipresente manto blanco, hicimos una nueva pausa. Justo en los primeros repechos de la F347. La nieve comenzaba a adquirir unos sutiles tintes rosáceos, presagiando el comienzo del atardecer. Mientras tanto, los primeros contrafuertes de Kerlingarfjöll estaban ahora mucho más cerca. Casi al alcance de la mano.

Atravesando el Ásgarðsá

Atravesando el Ásgarðsá.

Reanudamos la marcha. En apenas unos minutos, atravesamos un río que tan solo estaba parcialmente congelado. Sin duda, debía ser el Ásgarðsá, que nace en las entrañas de Kerlingarfjöll. Sus aguas geotermales, que en ocasiones manan a temperaturas cercanas al punto de ebullición, aportaban calor suficiente para permitirle fluir libremente por las gélidas Tierras Altas. Al menos, durante unos cuantos kilómetros.

Frente a Ásgarður

Frente a Ásgarður.

Finalmente, tras superar la última colina, teníamos al frente Ásgarður. Recordaba las pequeñas cabañas, con sus empinados tejados, desparramadas por ambas orillas del río. También me acordaba del edificio principal, donde se ubicaban la recepción y el restaurante del antiguo hotel. Aunque era evidente que había sido ampliado. Lo que resultaba completamente insólito era el nuevo edificio de madera. Una construcción de tres plantas, moderna y con un aspecto magnífico, en la que dormiría las dos siguientes noches.

En el final de la ruta

En el final de la ruta.

A las cinco en punto, con el atardecer avanzando a pasos agigantados, aparcábamos a su espalda. Habíamos tardado casi tres horas y media en completar los 77 kilómetros de la ruta. Justo el tiempo medio estimado, según la web del alojamiento, donde advierten que en invierno se puede llegar a tardar hasta 5 horas. Como tantas veces en Islandia, el propio itinerario había sido una pequeña aventura, llena de interés, recorriendo uno de los paisajes más fascinantes que jamás he podido disfrutar en la Tierra de Hielo. Aunque la auténtica aventura comenzaría al día siguiente.

Para ampliar la información.

Nuestra anterior travesía de la ruta de Kjölur, en verano, está en https://depuertoenpuerto.com/la-carretera-de-kjolur/.

En inglés, la web del hotel Highland Base está en https://highlandbase.is/.

En https://topofests.co.uk/2016/06/19/iceland-across-the-kjolur-in-winter/ se puede ver un viaje invernal por Kjölur, en bicicleta.

Hit Iceland tiene una entrada sobre la ruta, en condicionas más convencionales: https://www.hiticeland.com/post/kjolur-and-kjalvegur-highland-road.