Los planes para expandir Copenhague, creando un nuevo distrito, más acorde con los gustos y necesidades de las clases altas de la ciudad, se remontan al reinado de Cristián IV. Pero hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XVIII para que Andreas Bjørn, un rico comerciante y armador que había incrementado su fortuna convirtiéndose en proveedor del ejército y la armada de Dinamarca, propusiera a su amigo, el rey Federico V, utilizar una de sus fincas, al noreste de la antigua ciudad amurallada, para materializar dicho proyecto. Así nació Frederiksstaden, la «Ciudad de Federico», uno de los conjuntos de arte rococó más importantes de Europa.
Era el primer día de mi largo viaje invernal entre Copenhague y Tromsø, en el Ártico noruego. Entre vuelos, recogida de equipaje y trayectos locales, no estuve acomodado en el hotel hasta las 16:30. Demasiado tarde para organizar una visita, pero demasiado pronto para quedarme en la habitación. Aprovechando que me alojaba en las inmediaciones de Frederiksstaden, decidí dar un tranquilo paseo por la zona. De paso, buscaría un lugar para cenar.
La distancia entre la puerta del Admiral Hotel y Amalienborg Slotsplads apenas llegaba a los 200 metros. A pesar del frío, la tarde era agradable. Se acercaba la hora del crepúsculo y una luz sutilmente dorada iba adueñándose del cielo. El suelo, apenas mojado por la débil llovizna, reflejaba una tenue pátina brillante. La sensación de tranquilidad se acentuaba por el escaso tráfico y la casi total ausencia de peatones. Compartía la plaza con un solitario guardia, que repetía una y otra vez su monótono ritual junto a la fachada del palacio de Cristián IX.
La plaza, en cuyo centro se encuentra una grandilocuente estatua ecuestre de Federico V con aires de César romano, obra de Jacques François Joseph Saly, es sin duda imponente. La flanquean cuatro palacios, edificados a mediados del siglo XVIII. Actualmente, se les conoce por el nombre de cuatro reyes daneses: Cristián VII, Cristián VIII, Federico VIII y Cristián IX. Pero, en sus orígenes, recibían su denominación de los nobles que habían ordenado su construcción: el cortesano y diplomático Adam Gottlob Moltke, el conde Christian Frederik Levetzau, el conde Joachim Brockdorff y la condesa Anna Sophie Schack. Por diversos motivos, todos los palacios acabaron en manos de la casa real danesa. Actualmente, es posible visitar dos de ellos, en concreto los de Cristián VII y Cristián VIII. En el de Federico VIII vive el príncipe Federico, heredero del trono danés. Por último, el de Cristián IX es la residencia oficial de Margarita II, reina de Dinamarca.
Remata el conjunto la igualmente impresionante Frederiks Kirke. La iglesia es popularmente conocida como Marmorkirken, al estar construida casi íntegramente con mármol noruego. Fue diseñada por Nicolai Eigtved en la década de 1740, aunque el comienzo de su construcción tuvo que esperar a 1749. Tras la muerte de Eigtved, el proyecto sufrió importantes modificaciones, la más reciente a manos de Ferdinand Meldahl, uno de los impulsores del movimiento historicista, que logró terminarla en 1894.
Marmorkirken sigue siendo utilizada para el culto luterano. A pesar de la hora, tuve la suerte de encontrarla abierta. Su interior, con una cúpula de 31 metros de diámetro, la mayor de Escandinavia, no desmerece de su exterior. Se apoya sobre una estructura circular de 46 metros de altura, lo que eleva el espacio diáfano hasta los 77 metros. Además de las pinturas de la cúpula, representando a los doce apóstoles, destacan un altar barroco y un par de órganos, el más antiguo de 1894. La iglesia se caracteriza por su mala acústica, que ha obligado a cambiar de ubicación el púlpito en varias ocasiones. En cualquier caso, la visité en la más completa soledad. El único sonido era el de mis pasos sobre el suelo de terrazo.
Cuando salí de Marmorkirken aun quedaba algo de luz. Mi siguiente objetivo era la cercana Kastellet, con fama de ser una de las fortalezas mejor conservadas del norte de Europa. Las primeras fortificaciones datan de la era de Cristián IV, cuando se edificó un bastión para proteger el acceso septentrional al puerto de Copenhague. Pero no fue hasta el asedio sueco de 1658 – 1660 cuando se hizo evidente la necesidad de reforzar el flanco septentrional de las defensas de la ciudad. Se trabajó con un diseño de Henrik Rysensteen, uno de los más reputados ingenieros de fortificaciones de la época. Citadellet Frederikshavn, como se denomina oficialmente, tiene la forma de estrella tan característica del periodo.
Kastellet sigue siendo utilizada por las fuerzas armadas de Dinamarca, lo que no impide que se pueda acceder al recinto con total libertad. La antigua residencia de su comandante, un vistoso edificio amarillo de estilo barroco construido en 1725, alojó al máximo responsable de la defensa danesa hasta 2008. Además de su perímetro de fosos y murallas, también se conservan los barracones de 1768, así como varias dependencias y las dos puertas del recinto, situadas en sus extremos norte y sur. Pero la puerta norte, o de Noruega, estaba cerrada por obras. Tras dar un paseo por el interior de la fortaleza, tuve que retroceder de nuevo a la entrada meridional, o del Rey.
Mi plan era acercarme hasta las inmediaciones de la terminal de DFDS, donde en un par de días tenía que embarcar rumbo a Oslo. De camino, pasé junto a St. Alban, la iglesia anglicana de Copenhague. Fue edificada entre 1885 y 1887 para dar servicio a la creciente población de origen inglés. De estilo neogótico, su aspecto recuerda al de una típica parroquia inglesa.
En sus inmediaciones está Gefionspringvandet, o la Fuente de Gefjun. Inaugurada en 1908, está inspirada en la leyenda nórdica que narra el origen de Sealandia, la isla sobre la que se asienta Copenhague. Según dicho mito, un rey sueco prometió a Gefjun tanta tierra como fuera capaz de arar en una noche. Gefjun transformó a sus cuatro hijos en bueyes y labró la superficie del actual lago Mälaren, al oeste de Estocolmo. Su arado penetró tan profundo en el terreno, que acabó empujando la tierra al mar, creando por una parte el lago y por otra dando lugar a la principal isla danesa. La primera referencia a esta leyenda aparece en el Ragnarsdrápa, un poema escandinavo del siglo IX. Durante siglos, los reyes de Dinamarca afirmaron ser descendientes de Gefjun, pues ésta estuvo casada con Skjöld, uno de los monarcas míticos de la protohistoria danesa.
También pasé junto a la que, en mi opinión, es la escultura más sobrevalorada del mundo. Me refiero a la célebre Sirenita de Copenhague, convertida en emblema de la ciudad. En esta ocasión, la estatua está inspirada en un personaje mucho más moderno, en concreto de un relato de Hans Christian Andersen. El cuento, aunque trágico, palidece comparado con la fuerza épica de las antiguas leyendas nórdicas. En cualquier caso, la estatua parece haber tenido una vida más difícil que la del personaje de Andersen. A lo largo de sus 107 años, ha sufrido todo tipo de desmanes y actos vandálicos, incluidas dos decapitaciones. Normalmente, se la fotografía en un plano corto, desde arriba. Además de aparentar un tamaño mayor del real, se elimina su «precioso» fondo, formado por las instalaciones industriales del puerto.
No llegué a la terminal de DFDS. Me di por satisfecho en Amerikakaj, uno de los muelles del Søndre Frihavn. Era evidente que podía llegar andando hasta la terminal, aún teniendo que tirar de la maleta. Di media vuelta y regresé al corazón de Frederiksstaden, donde acabé cenando en El Viejo Mexico, a espaldas de Marmorkirken. Todo un contrasentido, ir a Dinamarca para acabar cenando en un mexicano, pero el lugar tenía buen aspecto. Sin ser nada excepcional, no cené mal. Atravesé de nuevo Amalienborg Slotsplads de camino al hotel. Si, durante la tarde, mi única compañía había sido un solitario soldado, de guardia frente a la residencia real, ahora estaba completamente solo. Únicamente la luna intentaba encontrar un hueco entre las nubes, con escaso éxito. Al otro lado del puerto, el flamante edificio de la Ópera de Copenhague, inaugurado en 2005, brillaba con fuerza en la noche. Más cerca, en el espigón de Kvæsthusbroen, unas extrañas luces bailaban en la oscuridad. A pesar de que me intrigaron, a esas alturas del día estaba tan cansado que me fui directamente a dormir. Ya lo investigaría al día siguiente.
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Para ampliar la información:
En el blog Guía Nómada de Copenhague hay artículos sobre Marmorkirken (https://www.copenhague.es/que-ver/iglesia-de-marmol/) y Amalienborg (https://www.copenhague.es/que-ver/palacio-de-amalienborg/).
En La Próxima Parada describen un recorrido parecido: https://www.laproximaparada.com/2016/05/visita-kastellet-la-sirenita-viaje-copenhague/.
En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
En inglés, la web oficial de Amalienborg está en https://www.kongernessamling.dk/en/amalienborg/.
Se puede consultar la página de Marmorkirken en https://www.marmorkirken.dk/admission.
En GPSMyCity se puede encontrar una ruta por la zona: https://www.gpsmycity.com/tours/little-mermaid-walking-tour-3897.html.
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