Mi viaje de febrero de 2020 estaba concebido como un largo peregrinaje hacia el Ártico. En cierto modo, era una mezcla de mis dos anteriores periplos invernales, bebiendo de las experiencias acumuladas, a la vez que intentaba complementarlos. Articulé el itinerario en torno a cuatro objetivos principales: visitar Roskilde y su museo de barcos vikingos, recorrer en barco el fiordo de Oslo, resarcirme de mi anterior fracaso en el Lysefjord y visitar con cierta calma las islas Lofoten. Logré cubrirlos todos, aunque coseché una nueva ronda de tareas pendientes para años venideros.
El viaje acabó durando 17 días, a los que hay que añadir otros dos, para los trayectos en avión desde y hasta Madrid. Pese a que mi plan inicial era viajar solo en tren o en barco, el imprevisible clima de Noruega acabó obligándome a cambiar de planes sobre la marcha. Al final, acabé haciendo dos tramos en autobús.
El itinerario quedó como sigue:
- 10 de febrero: vuelo Madrid – Copenhague. Por la tarde, aun tuve tiempo de dar un breve paseo por el barrio de Frederiksstaden.
- 11 de febrero: empleo la mayor parte del día en una excursión a Roskilde, centrada en su Museo de Barcos Vikingos y su espléndida catedral. Tras regresar a Copenhague, aprovecho para pasear por la ciudad.
- 12 de febrero: por la mañana, hago un recorrido en barco por los canales de Copenhague, que complemento con la segunda parte de mi paseo urbano. Por la tarde, voy andando hasta las inmediaciones de Nordhavnen, donde embarco rumbo a Oslo. El Crown Seaways zarpa a las 16:30, pero la navegación por el estrecho de Øresund acaba siendo un tanto decepcionante.
- 13 de febrero: por contra, el fiordo de Oslo, sin ser rival para sus hermanos del oeste de Noruega, supera mis expectativas. Tras desembarcar, paso el resto del día en Oslo, visitando entre otros lugares el Museo del Pueblo Noruego, con su espléndida iglesia de madera, y la fortaleza de Akershus.
- 14 de febrero: empleo casi toda la jornada realizando el trayecto en ferrocarril entre Oslo y Stavanger. Por la tarde, apenas tengo tiempo para dar un breve paseo nocturno por Stavanger.
- 15 de febrero: excursión en barco al Lysefjord, que complemento con una subida al Preikestolen.
- 16 de febrero: hago una escapada en fast-ferry hasta Sauda. El tiempo restante lo empleo dando un tranquilo paseo por Stavanger.
- 17 de febrero: el mal tiempo me obliga a cambiar el barco por un autobús para ir de Stavanger a Bergen. El imprevisto me deja con tan solo seis horas en Bergen, que en su mayor parte aprovecho para ver el atardecer desde el monte Fløyen. A última hora de la tarde, embarco en el Polarlys rumbo al Ártico noruego.
- 18 de febrero: la navegación matinal, entre Måløy y Ålesund, está marcada por un cielo plomizo. Dedico la escala en Ålesund a recorrer la parte que menos conozco de la ciudad, centrándome en su patrimonio modernista. Por la tarde, el barco sigue navegando hacia Molde.
- 19 de febrero: tras un hermoso amanecer en el Trondheimsfjorden, hacemos una breve escala en Trondheim, que en su mayor parte empleo en el tranvía más septentrional del mundo. Por la tarde, zarpamos rumbo a Svolvær.
- 20 de febrero: el alba nos sorprende en la hermosa costa de Helgeland, donde disfruto del amanecer más espectacular de todo el viaje. El Polarlys pasa el día navegando hacia el norte, con una breve escala en la anodina ciudad de Bodø. Por la noche, desembarco en Svolvær.
- 21 de febrero: paso el día recorriendo las islas Lofoten de noreste a sudoeste, entre Svolvær y Sørvågen.
- 22 de febrero: excursión hasta la hermosa playa de Uttakleiv, que complemento con una visita al Museo Vikingo de Lofotr.
- 23 de febrero: regreso a Svolvær, en medio de un caprichoso día de invierno.
- 24 de febrero: empleo la jornada recorriendo el hermoso estrecho de Raftsundet.
- 25 de febrero: hago una excursión desde Svolvær, centrada en visitar Henningsvær, tras lo que doy por finalizado mi recorrido por las islas Lofoten. Por la noche, embarco en el Kong Harald.
- 26 de febrero: día de navegación entre Harstad y Skjervøy. Durante la escala en Tromsø, aprovecho para visitar su Museo Polar.
- 27 de febrero: paso la mañana dando un tranquilo paseo por Skjervøy. Por la tarde, regreso a Tromsø en autobús.
- 28 de febrero: vuelo Tromsø – Oslo – Madrid.
Un viaje largo e intenso, en el que se mezclaron lugares desconocidos, como Roskilde, Å o Henningsvær, con otros en los que había estado varias veces, como Oslo, Trondheim o Tromsø. También hubo algunos, como Svolvær o Skjervøy, que apenas conocía, pese a haber hecho escala durante mi viaje en el Finnmarken.
Era la tercera vez que viajaba a Noruega en invierno, por lo que sabía perfectamente lo que podía esperar. A pesar de lo cual, tuve mucho peor tiempo que en anteriores ocasiones. Nunca había sentido con tanta intensidad la furia del Ártico como en las inmediaciones de Å, cuando el viento y el granizo casi me hacen caer al suelo. Ni ninguna nevada tan intensa como la que me acompañó en mi trayecto entre Unstad y Svolvær. Lejos de suponer un problema, el clima adverso añadió interés al itinerario, mostrándome la cara más dura del profundo norte de Noruega.
La cruz la puso la pandemia de coronavirus. Salí de una España en la que los casos podían contarse con los dedos de una mano, para ir a una Noruega completamente libre del virus. El COVID era una amenaza remota e incierta, que casi nadie se tomaba demasiado en serio. En Noruega, era bastante común encontrar carteles con advertencias en el transporte público, escritos en noruego, inglés y chino. Por lo demás, la vida era completamente normal. Los casos en España comenzaron a dispararse el 26 de febrero, mientras yo navegaba hacia el norte a bordo del Kong Harald. Ese mismo día, se tuvo conocimiento del primer infectado en Noruega. Precisamente en Tromsø, donde hice escala por la tarde. Me enteré el día siguiente, mientras regresaba a la ciudad en autobús. El día 28, una extraña sensación de desasosiego flotaba en su aeropuerto. Aunque, en el fondo, nadie imaginaba lo que nos esperaba.
Desde entonces, no he vuelto a hacer un viaje normal. Aunque he seguido saliendo al extranjero, siempre ha sido con problemas, restricciones y, sobre todo, mucha incertidumbre. Pero, si algo echo de menos, son los barcos. Poco podía sospechar, cuando descendí del Kong Harald en un congelado muelle del Ártico noruego, que pasarían muchos meses antes de poder volver a viajar por mar.
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