La isla de Hokkaidō es la más septentrional de Japón. Habitada tradicionalmente por la etnia Ainu, también fue la última del archipiélago en ser anexionada al imperio. Hakodate, su capital histórica, fue fundada en 1454, siendo durante los siglos posteriores una ciudad de frontera en el largo conflicto entre los ainus y el clan Matsumae, que representaba los intereses del Shogunato Tokugawa en la isla. La ciudad comenzó a prosperar después de la expulsión definitiva de los ainus, tras la fallida rebelión de Shakushain, y la posterior incorporación de la península de Oshima a los dominios directos del shogun en 1779. Posteriormente, durante la Guerra Boshin, fue la capital de la efímera República de Ezo. Tan solo un par de años después de la caída de la república, la recién fundada Sapporo reemplazaba a Hakodate como capital de la nueva prefectura de Hokkaidō. Con una población menguante, que no llega a los 300.000 habitantes, en la actualidad es la tercera ciudad en tamaño de la isla.

Llegando a Hakodate

Llegando a Hakodate.

Llegamos a Hakodate en un día gris, tras una tranquila navegación por la parte occidental del estrecho de Tsugaru. Según atravesábamos la bocana del puerto, podíamos ver hacia el sur la silueta del monte Hakodate. Las antenas que coronan su cima estaban ocultas tras el manto de nubes, que cubría el cielo hasta fundirse con el horizonte. Su mirador era nuestro principal objetivo del día, por lo que tocó reorganizarnos y confiar en que las nubes fueran levantando a lo largo de la mañana. Una vez desembarcamos, en lo que una vez más era un puerto desolado sin ningún interés, aprovechamos el servicio gratuito de autobuses de la naviera para llegar hasta las inmediaciones de la estación de ferrocarril, en pleno centro de la ciudad. Nuestro nuevo plan era ir dando un paseo hasta la estación inferior del teleférico que conduce a la cima, aprovechando para hacer varias paradas mientras esperábamos que el día fuera despejando.

Pescando calamares en Asaichi

Pescando calamares en Asaichi.

La primera visita de la mañana estaba muy cerca. El mercado de Asaichi se extiende por varias manzanas, justo frente a la estación. También conocido como Mercado Matutino de Hakodate, es un lugar curioso, en el que se mezclan zonas cubiertas con otras al aire libre y puestos de pescado y marisco con restaurantes y locales de comida para llevar. Todo en medio del bullicio y la saturación visual característicos de los mercados de Japón. A esas alturas del viaje, pensábamos que nuestra capacidad de sorprendernos en sus mercados estaba agotada. Sin embargo, Asaichi logró asombrarnos. Además de la increíble variedad y calidad de su género, nos llamaron especialmente la atención varias piletas en las que nadaba un gran número de calamares. Los clientes, armados con una precaria caña, pescaban a los pobres calamares que, en apenas un instante, pasaban de nadar tranquilamente a ser convertidos en sashimi por las hábiles manos de los dependientes. No pude evitar sentir cierta lástima por los cefalópodos.

Kanemori

Kanemori.

Nuestro paseo hacia el suroeste nos llevó hasta los almacenes de Kanemori y Meijikan. Reconvertidos en algo parecido a un complejo comercial, son todo lo que queda de los mejores días de Hakodate, cuando la ciudad era uno de los escasos puertos del imperio en los que estaba permitido comerciar a los extranjeros. Tras la «visita» del comodoro Perry a la bahía de Edo en 1853, el tratado de Kanagawa abrió los puertos de Shimoda y Hakodate al comercio con los Estados Unidos de América, dando inicio a un proceso que precipitó la caída del shogunato y la modernización de Japón. Aunque posteriormente se flexibilizaron las estrictas reglas del comercio exterior, permitiendo el acceso de barcos de otras nacionalidades a un creciente número de ciudades, Hakodate siguió siendo el principal puerto de acceso a Hokkaidō. En 1863 se edificó el primer almacén de ladrillo, que pronto fue seguido por otras construcciones similares, dando lugar a un animado distrito portuario. Los almacenes que han logrado llegar a nuestros días se han convertido en tiendas, restaurantes o pequeños centros comerciales.

Hachiman-zaka

Hachiman-zaka.

Una vez dejamos el puerto atrás, comenzamos a ascender la ladera del monte Hakodate por Hachiman-zaka, una calle con una pendiente bastante pronunciada. En cierto modo, me recordó algunas calles de San Francisco, que atraviesan el terreno sin la menor adaptación al mismo, siguiendo los planos ortogonales trazados en algún remoto lugar por alguien sin conocimiento de la zona. Hachiman-zaka se enfrenta a la ladera del monte de frente, en línea recta y sin demostrar temor al fuerte desnivel. El premio para los que se atreven a remontar el repecho es una curiosa perspectiva, con el puerto de Hakodate como telón de fondo.

Iglesia ortodoxa

Iglesia ortodoxa.

Aunque estábamos en las inmediaciones de la estación del teleférico, decidimos dar un paseo por Motomachi, el hermoso barrio internacional de Hakodate. Por sus tranquilas calles se reparten los edificios construidos por los comerciantes que llegaron desde Europa y China atraídos por la apertura del puerto. El barrio es una curiosa mezcla de Oriente y Occidente en la que, por ejemplo, es posible encontrar una iglesia ortodoxa, un salón de reuniones chino, un antiguo consulado británico o un templo budista. Rodeados por calles que rezuman tranquilidad y siempre con unas espléndidas vistas sobre la bahía. Quizá el edificio más destacado sea el antiguo ayuntamiento, edificado en 1910 en una amalgama de estilos del este y el oeste. Por desgracia, lo encontramos en pleno proceso de restauración, completamente cubierto por andamios. En cambio, pudimos visitar la iglesia ortodoxa, la primera construida en Japón. El edificio original, de 1860, ardió en 1907. Para reemplazarlo se levantó una nueva iglesia, en estilo neorruso, que fue finalizada en 1916. Sus líneas nos recordaron las de la contemporánea estación del Transiberiano, que habíamos visitado en Vladivostok apenas cuatro días atrás.

Teleférico de Hakodate

Teleférico de Hakodate.

Finalmente, nos encaminamos a nuestro principal objetivo del día. Aunque el cielo seguía cubierto, la cima del monte Hakodate quedaba por debajo de las nubes. La estación superior del teleférico, con las antenas que la acompañan, era perfectamente visible más allá de un tupido manto verde. Con sus 334 metros de altura, la vista desde el monte Hakodate tiene fama de ser una de las mejores de todo Japón. Algunos dicen que incluso del mundo, elevándola al nivel de las de Nápoles o Hong-Kong. Desde 1958, un teleférico permite llegar cómodamente hasta su cima. El contrapunto de llegar a media mañana fue que coincidimos con la hora punta. Afortunadamente, la frecuencia de las grandes góndolas, de 125 plazas, era de aproximadamente 10 minutos. La fila, aunque larga, avanzaba rápidamente. Tanto, que a las once y media ya estábamos en la estación superior, tomando un refresco en su restaurante.

Bahía de Hakodate

Bahía de Hakodate.

Sin duda, la vista desde los diversos miradores era interesante. La ciudad se extendía a nuestros pies, encorsetada entre su bahía y el estrecho de Tsugaru. A lo lejos, sobre el horizonte, el manto de nubes ocultaba el resto de la isla de Hokkaidō, cuya costa se difuminaba entre la bruma. Pero sinceramente esperaba más. Sé que no fuimos en el día más adecuado, pues la visibilidad era limitada. Con la atmósfera limpia, es perfectamente visible la costa de Honshū, unos 30 kilómetros hacia el sur. Nosotros, apenas podíamos ver la costa occidental de la bahía, a menos de 8 kilómetros. También sé que la vista más famosa es la nocturna. En principio, el Maasdam tenía planificado zarpar a las diez de la noche. Pero, por tercera vez en el viaje, una tormenta tropical había obligado a cambiar los horarios. En esta ocasión, el tifón Krosa hizo que el capitán del Maasdam adelantara la salida a las cuatro de la tarde. Lo que hacía imposible coontemplar la ciudad iluminada.

Vista desde el monte Hakodate

Vista desde el monte Hakodate.

En cualquier caso, salí con la sensación de que el panorama, aunque atractivo, no estaba al nivel de otros que he tenido la suerte de poder disfrutar. Ni el entorno natural tenía la sublime belleza de la bahía de Nápoles, ni la trama urbana era comparable con el espectacular «skyline» de Hong Kong desde el pico Victoria. Lo que no impidió que, entre unas cosas y otras, pasáramos más de una hora disfrutando de las vistas y la brisa desde los miradores que hay en la cima.

Haikara-go

Haikara-go.

Tras descender, decidimos ir al que era nuestro último destino del día utilizando el famoso tranvía de Hakodate. Nacido en 1897 como un servicio tirado por caballos, fue electrificado en 1913. En su momento de mayor esplendor, llegó a contar con seis líneas sobre una longitud total de 17,9 kilómetros. En la actualidad, tan solo quedan dos líneas y 10,9 kilómetros de vía. Los tranvías operan con una frecuencia de aproximadamente diez minutos, por lo que es cuestión de acercarse a la parada más cercana y esperar al siguiente. Salvo que, como nosotros, quieras ir en el Haikara-go, nombre que reciben los tranvías antiguos, que solo funcionan durante la temporada turística. En cuyo caso es recomendable visitar la web que muestra su ubicación en tiempo real.

La fortaleza de Goryōkaku.

En un país lleno de fabulosos castillos feudales, algunos en un magnífico estado de conservación, la fortaleza de Goryōkaku es toda una rareza. Para empezar, su planta es europea, inspirada en las clásicas fortalezas diseñadas por Vauban. Pero más extraña aún es su historia. 

Habíamos pensado volver al centro en tranvía y, desde allí, al puerto en el autobús de la naviera. Pero la visita a Goryōkaku había llevado más tiempo del previsto. Al final, atajamos regresando directamente en taxi. Fue el único al que subimos en todo el viaje y no nos defraudó. Era el arquetipo de taxi japonés. Un coche impecable, con sus fundas de ganchillo en los asientos y un conductor extremadamente amable, que nos llevó hasta el puerto por el camino más corto y rápido. Es una lástima que en otros países subir a un taxi suela ser una experiencia mucho menos gratificante.

Monte Hakodate desde el mar

Monte Hakodate desde el mar.

Zarpamos a las cuatro de la tarde, bajo una incipiente oscuridad. Mientras atravesábamos de nuevo la bocana del puerto, volví a mirar hacia el monte Hakodate. Al igual que a primera hora de la mañana, su cima estaba cubierta por las nubes, que habían vuelto a descender según avanzaba la tarde. De haber mantenido nuestro plan inicial, visitando el monte al atardecer, hubiera sido imposible ver algo más allá de la niebla. Al final, resultó que habíamos tenido suerte con el cambio de planes.

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Para ampliar la información:

Muy completa la entrada sobre la ciudad en la web japonismo: https://japonismo.com/blog/hokkaido-que-ver-y-hacer-en-hakodate.

También es interesante visitar el blog Directo a Japón: https://www.directoajapon.com/blog/que-ver-en-hokkaido-hakodate/76.html.

En https://depuertoenpuerto.com/crucero-extremo-oriente/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por Extremo Oriente.

En inglés, la web oficial de turismo de la ciudad está en https://www.hakodate.travel/en/.

La página de turismo de Hokkaidō tiene una sección sobre la ciudad con bastante información práctica: https://www.uu-hokkaido.com/corporate/hakodate.shtml.

Quien vaya a subir en el teleférico, encontrará información práctica en su web oficial: https://334.co.jp/en/.