Lejos de caer en desgracia con la desaparición del Shogunato Tokugawa en 1868, el castillo de Edo pasó a ser la residencia del renovado poder imperial. Meiji Tennō se trasladó desde la antigua capital de Kioto hasta Edo, que fue rebautizada como Tokio: «La Capital del Este». El castillo se convirtió así en el palacio imperial de Japón, conocido oficialmente como Kôkyo. En 1873 el fuego devastó gran parte de sus edificios. Tras el incendio, se decidió construir un nuevo palacio en el recinto de Nishinomaru, al sur de donde se encontraba el viejo palacio de los shōgun. Este palacio fue destruido durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. En contra de la creencia generalizada, el palacio imperial de Tokio fue designado como uno de los objetivos del bombardeo del 29 de julio de 1945. El palacio actual es fruto de varias intervenciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, culminadas con la edificación en 1993 de Fukiage Gosho, la actual residencia imperial.
Pese a su gran relevancia, el actual castillo de Edo no es más que una sombra de su glorioso pasado. Terremotos, incendios, guerras y su utilización como palacio imperial han ido cobrando su tributo. En el Honmaru, antiguo corazón del castillo, apenas quedan restos de la torre del homenaje, o tenshu, destruida por un incendio en 1657. Tan solo se conserva su base de piedra. El palacio de los shōgun ardió en varias ocasiones, siendo reconstruido una y otra vez, hasta su destrucción definitiva en 1873. Incluso parte de los antiguos terrenos del castillo han sido absorbidos por la ciudad. La mayor parte de Honmaru se ha convertido en un parque público, conocido como Jardines del Este del Palacio Imperial. Al igual que el área de Nishinomaru-shita, actualmente convertida en el Jardín Exterior del Palacio Imperial. Otras, como Ōte-mae y Daimyō-Kōji simplemente se han transformado en barrios de la ciudad: Ōtemachi y Marunouchi.
Precisamente este último barrio era el que habíamos elegido para alojarnos durante nuestras tres noches en Tokio. Sin pretenderlo, acabamos durmiendo dentro de lo que en su día fue el extremo oriental del enorme recinto. Antes de 1592, la zona era un entrante de la bahía de Edo, que permitía acceder en barco al castillo. Tras ser desecada y construirse un nuevo foso exterior, varios daimyō se instalaron en el recinto, que pasó a conocerse como Daimyō-Kōji, o «callejón de los daimyō». Tras la caída del shogunato, pasó a depender del gobierno local. En sus terrenos estuvo, entre 1894 y 1991, la sede del gobierno municipal. Y, desde 1914, la estación central de ferrocarril de Tokio. Así como la sede de varias empresas, entre ellas varias del grupo Mitsubishi, que compro buena parte del terreno en 1890. Apenas sobreviven algunos restos del castillo en la zona norte, en el actual barrio de Ōtemachi, bajo los viaductos de la autopista C1.
Mejor suerte ha corrido Nishinomaru-shita. Aunque buena parte del recinto se ha convertido en un parque público, atravesado por la gran avenida Uchibori, aun se conservan el foso y los muros exteriores. Quizá la parte más interesante sea la conocida como Parque de la Fuente de Wadakura, en su extremo noreste. Apenas quedan restos de la antigua puerta de Wadakuramon, pero el puente que conduce hasta los muros, atravesando el antiguo foso, puede ser la forma más escénica de aproximarse a los recintos interiores del antiguo castillo.
Tras atravesar el pequeño parque y cruzar los siete carriles de Uchibori dori, nos daremos de bruces con Tatsumi Yagura, la torre que ocupa el ángulo sureste del antiguo recinto de Sannomaru. Algo más al oeste, la puerta Kikyō-mon y, al fondo, Fujimi Yagura, la más imponente entre las torres que han llegado a nuestros días. El conjunto forma la que, en mi opinión, es la estampa más hermosa del antiguo castillo Edo. Contemplando las torres y la frondosa arboleda, más allá de los fosos cubiertos de nenúfares, es posible olvidar por un momento que estamos en el corazón de la mayor conurbación del mundo, en pleno siglo XXI.
Aunque, como tantas veces pasa en Japón, basta girar un poco la vista para captar una realidad distinta, llena de contrastes, con Tatsumi Yagura recortándose contra un fondo de modernos edificios de oficinas. Los actuales terrenos del palacio imperial y sus parques anejos se insertan en el mismo corazón de Tokio, formando su mayor zona verde y un activo inmobiliario de un precio incalculable. Durante la burbuja de los años 80 del siglo pasado, se decía que su valor equivalía al de todos los inmuebles del estado de California.
Desde aquí, tendremos tres opciones. La primera, ir hacia el norte, entre el foso y Uchibori dori, hasta la puerta Ōte-mon (la Puerta de la Gran Mano), antiguamente el acceso principal al recinto interior. Ōte-mon tomó su forma actual en 1620, aunque posteriormente ha sido destruida en varias ocasiones por incendios y terremotos. Finalmente, los bombardeos de 1945 dañaron la puerta y Watari-yagura, la torre que la protegía. La estructura que podemos ver es fruto de los trabajos de restauración llevados a cabo entre 1965 y 1967. En la actualidad, Ōte-mon es uno de los accesos a los Jardines del Este.
Visitando el Palacio Imperial de Tokio.
Finalmente, si elegimos ir hacia el sur, un paseo de 700 metros nos llevará hasta otra de las estampas clásicas del actual palacio imperial: la de los puentes Seimon Ishibashi y Tetsubashi, dese la amplia Plaza del Palacio Imperial. Seimon Ishibashi, que se traduciría como «Puente de Piedra de la Puerta Principal», fue construido originalmente en madera entre 1624 y 1627. La estructura de piedra actual es de 1889. Por motivos de seguridad, está prohibido acceder a su plataforma. Pese a ser complicado, si se puede acceder a Tetsubashi, o «Puente de Hierro», aunque para lograrlo sea necesario apuntarse a la «visita» del palacio imperial. La estructura original, de madera, fue ordenada construir por Tokugawa Hidetada en 1614. El puente metálico actual es de 1888. Remata la postal Fushimi-yagura, una de las tres torres originales que han sobrevivido en todo el castillo. Curiosamente, Fushimi-yagura fue levantada a finales del siglo XVI en el castillo de Fushimi, cerca de Kioto. A mediados del siglo XVII, tras la destrucción del castillo, el shōgun Tokugawa Iemitsu hizo desmontar la torre y trasladarla a su actual ubicación. Una costumbre relativamente común en el Japón de aquella época.
Nijubashi.
Los terrenos del antiguo castillo de Edo forman la mayor superficie verde del centro de la ciudad. Un espacio que, a pesar de siglos de destrucción, sigue conservando alguna de las estampas más características de Tokio. A la vez que brinda algunos de los contrastes más radicales entre tradición y modernidad de la ciudad. Aunque tan solo tuvimos tiempo para visitar su parte suroriental, la más próxima a nuestro alojamiento, nos dejó muy buenas sensaciones. Intentamos complementar nuestro recorrido con una visita a los Jardines del Este del Palacio Imperial, pero elegimos mal el día y los encontramos cerrados. Por desgracia, era nuestra última jornada en Tokio y no hubo una segunda oportunidad. Si alguna vez tenemos la fortuna de regresar, es una de nuestras tareas pendientes, junto con recorrer los 5 kilómetros del perímetro exterior de sus fosos.
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También interesante la web nippon.com: https://www.nippon.com/es/views/b08802/.
En https://depuertoenpuerto.com/tres-dias-en-tokio/ se puede ver nuestra estancia completa, de tres días, en Tokio.
En inglés, se puede consultar la web Jcastle: http://www.jcastle.info/view/Edo_Castle.
La página Explore Old Tokio tiene una entrada sobre el castillo: https://old-tokyo.info/guide-tokyo-imperial-palace-former-edo-castle-making-visit/.
También muy interesante la web del Jardín Nacional Kokyo Gaien: https://fng.or.jp/koukyo/en/. Especialmente recomendable descargar el mapa en PDF que hay en https://fng.or.jp/koukyo/pdf/en/koukyogaien_naturalmap01.pdf.
Por último, mencionar la entrada sobre el castillo de Edo en la web The Samurai Archives: https://wiki.samurai-archives.com/index.php?title=Edo_castle#Gates_.26_Guardhouses.
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