Zarpamos de Kōchi rumbo al estrecho al comienzo del atardecer del día anterior. Fue una salida algo accidentada, pues una emergencia médica obligó al Maasdam a dar media vuelta. Lo normal habría sido regresar a puerto, pero el tifón Francisco estaba a 250 kilómetros del cabo Ashizuri, el extremo meridional de Shikoku, y entraba dentro de lo posible que acabara interceptando nuestro rumbo. Al final, zarpó un remolcador desde el puerto y la evacuación se hizo en alta mar. Solventado el incidente, seguimos rumbo hacia Kanmon, bordeando la costa meridional de la isla de Shikoku en medio de un crepúsculo tan hermoso como sereno, que en ningún caso presagiaba la llegada del tifón.
Al día siguiente, desperté sobre las seis de la mañana. Por fin, en la quinta jornada de nuestro crucero por Extremo Oriente, teníamos por delante un día entero de navegación. Una ocasión perfecta para disfrutar del mar y reponer fuerzas, tras seis intensas jornadas visitando cinco ciudades de Japón, precedidas por un demencial vuelo directo de 14 horas desde Madrid. La verdad es que necesitábamos descansar. Pero el día no estaba falto de alicientes. A primera hora de la mañana, el Maasdam navegaría por el estrecho de Kanmon, rumbo al extremo meridional del Mar del Japón. Cuando salí a cubierta comenzaba a clarear, mientras todavía navegábamos por Seto Naikai, el Mar Interior de Japón. A pesar de la escasa luz, podía distinguir la costa meridional de Honshū, llena de complejos industriales.
A las 7:35 el Maasdam redujo su velocidad. Enseguida vimos como, por el costado de babor, se aproximaba una lancha. Era el práctico de los estrechos, que por norma tiene que pilotar todos los buques de más de 10.000 toneladas de registro bruto, además de aquellos que transporten mercancías peligrosas, o los de más de 3.000 toneladas que vayan a adentrarse en alguno de sus canales laterales. La navegación en los estrechos está regulada por una serie de estrictas normas de preferencia de paso. Lo que no evita que, ocasionalmente, se produzca alguna colisión. Como la que protagonizaron en 2018 el carguero coreano SM3 y el petrolero japonés Kotoku Maru, afortunadamente sin consecuencias graves.
Finalmente, al filo de las 8 de la mañana, llegábamos frente al faro de Hesaki, junto al extremo septentrional de Kyūshū. El faro, inaugurado en 1872, marca la entrada oriental al estrecho. Apenas llega a los 9,7 metros de altura, pero se asienta en lo alto de una colina, por lo que su luz está a 39 metros sobre el nivel del mar. Junto al faro, hay un extraño panel luminoso que mostraba sucesivamente una E, un 5 y una flecha hacia abajo, en una secuencia machaconamente continua. Más tarde pude averiguar que es un sistema de señales, para advertir a los buques que van a cruzar el estrecho del estado de sus fuertes corrientes de marea. La E significaba que la corriente iba en sentido este. El 5, su velocidad en nudos. La flecha hacia abajo indicaba que la corriente tendía a disminuir. Hay otros dos paneles similares a lo largo del estrecho. Uno en su punto más angosto y otro en su entrada occidental.
Quince minutos más tarde llegábamos a la parte más angosta de Kanmon, con apenas 600 metros de separación entre sus orillas. Distancia que se reduce a 500 metros para el canal navegable. El puente de Kanmon aprovecha esta zona para saltar entre ambas islas. Con una distancia entre sus pilares centrales de 712 metros, fue construido en 1973. Pero no es la única forma de cruzar el estrecho. Apenas 100 metros al noreste, un túnel une ambas islas, con la particularidad de que mientras su piso superior está reservado al tráfico rodado, el inferior se atraviesa andando. Además, bajo las aguas de Kanmon hay un par de túneles de ferrocarril, el más antiguo inaugurado en 1942.
Superado el puente, la parte central del estrecho se desplegaba frente a nuestra proa. Me sorprendió el elevado nivel de urbanización de la zona. A estribor, podíamos ver la ciudad de Shimonoseki, con cerca de un cuarto de millón de habitantes, ubicada en el extremo meridional de Honshū. Más allá de los muelles, en los que atracan algunos de los transbordadores que cruzan el estrecho, y de un pequeño parque de atracciones, la torre Kaikyō Yume dominaba el horizonte. Inaugurada en 1996, sus 153 metros la convierten en el edificio más alto del occidente de Japón. Cuenta con una plataforma panorámica, ubicada en la extraña esfera que la corona.
La orilla meridional está ocupada por Kitakyushu, nombre que se traduciría como «Ciudad del Norte de Kyushu». Con cerca de un millón de habitantes, es la segunda ciudad más poblada de la isla de Kyushu. El municipio se creó en 1963, combinando varios ayuntamientos centrados alrededor de la antigua ciudad de Kokura. Ésta era el objetivo original de Fat Man, la segunda bomba atómica arrojada por la USAF durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Pero el humo de los incendios de la vecina Yahata, bombardeada el día anterior, impidieron localizar el blanco con claridad. Al final, la bomba fue arrojada sobre Nagasaki.
Por más que lo intentamos, no fuimos capaces de acertar a ver el castillo de Kokura, oculto tras los edificios de Kitakyushu. Construido en 1602, es uno de los pocos castillos japoneses que no fue destruido en la Segunda Guerra Mundial. Había ardido mucho antes, en 1865, durante una guerra local entre los clanes Kokura y Chōshū. En cualquier caso, fue reconstruido en 1959. Mientras lo buscábamos infructuosamente, nos llamó la atención un edificio con una silueta familiar. ¿Qué hacía el Campanile de San Marco en la orilla del estrecho de Kanmon? Resulto ser Amarevole San Marco, uno de esos salones de boda «kitsch» en los que los japoneses disfrutan simulando ceremonias al estilo occidental.
Poco después, estábamos frente a una estructura radicalmente distinta. Era la acería Yawata Works, la gran planta de Nippon Steel Co. en el puerto de Ogura. El primer horno se edificó en 1901, aprovechando la abundancia de carbón en el cercano distrito de Chikuho y la proximidad al mar de Yawata, entonces una diminuta aldea. Pero aquella planta, de la que todavía se conservan los edificios administrativos, estaba situada seis kilómetros al suroeste del emplazamiento actual. La nueva acería, en su época una de las mayores del mundo, comenzó su producción en 1957, siendo renovada en 1988. No parecía haber envejecido bien. Desde el barco, su aspecto era el de un dinosaurio industrial. Una reliquia de tiempos pasados.
Superada la acería, nos acercábamos al extremo occidental del estrecho. Unos minutos después de las nueve, frente al islote de Wagora, nuevamente vimos como una lancha se aproximaba al costado del Maasdam, en esta ocasión para recoger al práctico. La navegación por el estrecho había durado algo más de hora y media. Siendo sincero, esperaba algo más de la travesía. El entorno intensamente urbano del estrecho, sin ningún edificio o accidente geográfico realmente destacado, fue un tanto decepcionante. Quizá, acostumbrado a navegar principalmente por las costas de Noruega y el mar Adriático, mis expectativas eran demasiado elevadas.
Tras dejar al práctico, el Maasdam navegó entre Mutsurejima, una isla ocupada en parte por una refinería, y la costa suroccidental de Honshū. En el extremo norte de Mutsurejima hay un pequeño faro, edificado en 1872 siguiendo el diseño de Richard Henry Brunton. El ingeniero escocés trabajaba para los Stevenson cuando éstos recibieron el encargo por parte del Shogunato Tokugawa de edificar varios faros. Mientra Brunton viajaba hacia Japón, recibió la noticia de la caída del último shōgun. Sin desanimarse por las circunstancias, ni por su nula experiencia en la construcción de faros, acabó diseñando y supervisando la construcción de nada menos que 26 a lo largo de la costa japonesa. Entre ellos Hesaki y Mutsurejima, los dos faros que marcan los accesos a Kanmon.
A continuación, el Maasdam viró hacia el noroeste, buscando el mar abierto. Poco antes de las diez, navegábamos frente a Futaoijima, una isla de apenas 2,5 kilómetros cuadrados de superficie. La blanca torre de su faro destacaba entre el verdor de la agreste costa. Edificado en 1912, su plano focal está a 104 metros de altura, de los cuales tan solo 15 corresponden a la torre. La dificultad de llevar suministro eléctrico a la isla hizo que, entre 1951 y 1967, el faro fuera alimentado mediante un generador eólico. El primer faro de Japón en utilizar energía renovable.
Lentamente, fuimos dejando atrás Futaoijima y su faro, mientras nos adentrábamos en el Mar del Japón. Kanazawa, nuestro siguiente destino, estaba a casi 600 kilómetros en dirección noreste. El Maasdam mantuvo el rumbo norte, para dejar la punta de Yume, en Tsunoshima, a estribor. A popa, Futaoijima fue diluyéndose lentamente en el horizonte, envuelta entre una bruma que se hacía cada vez más intensa, según el creciente calor del día comenzaba a evaporar el agua del mar. Fue la última tierra que vimos ese día.
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La siempre interesante web Japonismo tiene una entrada imprescindible para quien quiera visitar el estrecho «desde tierra»: https://japonismo.com/blog/estrecho-de-kanmon-moji-shimonoseki.
En inglés, la web de turismo de la zona está en https://www.gururich-kitaq.com/kanmon/en/.
También es interesante la entrada en JapanTravel: https://en.japantravel.com/yamaguchi/shimonoseki-kanmon-straits/8596.
Se puede encontrar algo de información sobre el túnel peatonal bajo el estrecho en http://www.japan-kyushu-tourist.com/kanmon-pedestrian-tunnel/.
Quien esté interesado en las reglas de navegación en Kanmon, puede descargar un PDF en https://www.mlit.go.jp/jtsb/bunseki-kankoubutu/jtsbnewsletter/jtsbnewsletter_FINo4/FINo4_pdf/jtsbnlE-FI04_1417.pdf.
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