Una de las peculiaridades de viajar en barco es que, tarde o temprano, acabas visitando alguna ciudad a la que jamás se te habría ocurrido ir. Y no porque su ubicación sea especialmente remota o llegar hasta ella sea asombrosamente complicado. Simplemente porque, estando en la zona, habrías preferido ir a cualquier otro lugar, pero las circunstancias te lo impiden. Yuzhno-Sajalinsk es un magnífico ejemplo. Para empezar, jamás pensé que acabaría visitando la isla de Sajalín. Cuando decidimos hacer un crucero por Japón, nos llamó la atención que éste hiciera dos escalas en Rusia: Vladivostok y Korsakov. La principal ciudad del extremo oriente ruso y un puerto en la remota isla de Sajalín. A priori, ambas parecían interesantes. El problema llegó al ver las opciones que teníamos en Korsakov. En una isla apenas habitada, en el otro extremo del mundo, no encontramos forma alguna de visitar sus maravillas naturales. Al final, decidimos elegir el mal menor y apuntarnos a una excursión de la naviera hasta la capital administrativa de la isla, 40 kilómetros al norte del puerto.
Tras un trayecto por una carretera sin el menor atractivo, entre bosques que generalmente nos impedían apreciar el paisaje circundante, llegamos a la ciudad poco antes de las diez y media de la mañana. La primera parada fue la típica «escala técnica», para ir al baño y poco más. Nos detuvimos en el Palacio de Hielo, un edificio que, a pesar de contar con solo nueve años de antigüedad, comenzaba a dar señales de un temprano deterioro. Característica compartida con los bloques de viviendas que, al otro lado de una calle casi desierta, se extendían en ambas direcciones. Al primer golpe de vista, la ciudad parecía tan nueva como desangelada.
La primera parada real de la excursión estaba un par de kilómetros más allá, en la misma avenida. Frente a la rotonda en la que muere Prospekt Pobedy, una de las principales arterias de la ciudad, un T-34 se erguía desafiante sobre un gran pedestal blanco. Justo a la espalda del tanque estaba el museo Pobeda. Un híbrido entre memorial y museo, alojado en un edificio de un gusto cuando menos dudoso, centrado en la historia de la isla desde el punto de vista bélico. Preferimos no entrar. Tras haber visitado un par de días atrás el Museo de la Fortaleza de Vladivostok, nuestro cupo de museos militares estaba cubierto para una buena temporada. Además, unos metros hacia el sur había otro edificio que atraía nuestra atención.
Con su torre central elevándose hasta los 81 metros, la flamante Catedral de la Natividad es uno de los pocos edificios notables de la ciudad. Después de 20 años de obras, la catedral había sido terminada exteriormente en 2016, aunque las pinturas interiores habían llevado algún tiempo adicional. Construida con mármol blanco italiano y granito rojo hindú, un gran mosaico elaborado en Jerusalén adorna su fachada principal. Aparentemente, no se ha escatimado en gastos. Por ejemplo, la campana principal pesa 6.700 kg. y las vidrieras cubren 200 metros cuadrados. Todo ello en un edificio que es el único en todo Yuzhno-Sajalinsk preparado para resistir un terremoto de magnitud 8.
Cuando entramos en el templo, tuvimos la sensación de estar estrenándolo. Hasta olía a nuevo. La decoración interior era todavía más recargada que su exterior. El enorme retablo dorado, con 92 iconos, la gran lámpara que cuelga del techo y las pinturas, cubriendo buena parte de las paredes, formaban una composición visual que, aunque no destacaba por su elegancia estética, lograba impactar.
Tras recuperarme de la sorpresa inicial, no pude evitar reflexionar sobre lo mucho que ha cambiado Rusia desde la disolución de la URSS. Desde luego, si Stalin levantara la cabeza, iba a hacer rodar unas cuantas. Suponiendo que no se volviera a morir de la impresión. Una de las cosas que más me llamó la atención durante nuestra breve estancia en Rusia fue el sincretismo con el que sus nuevas élites han sido capaces de aunar ciertos aspectos de la época soviética, como un culto reverencial a la Gran Guerra Patriótica, con otros totalmente antagónicos con dicho periodo, como un evidente resurgir de la religión. En las dos ciudades que visitamos había nuevas y flamantes catedrales, afianzando el cristianismo ortodoxo que irradia desde Moscú, la Tercera Roma. Aunque, pensándolo bien, hasta el propio Stalin había utilizado la religión en los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial. Al final, todo está inventado.
Un corto trayecto, esta vez de apenas mil metros, nos llevó a nuestro siguiente destino, en la Plaza de la Gloria. Otro memorial, esta vez en homenaje a los soldados soviéticos que murieron en el breve enfrentamiento entre la URSS y el Imperio del Japón durante el último mes de la Segunda Guerra Mundial. De nuevo un monumento grandilocuente, con una llama eterna, esculturas representando soldados del Ejército Rojo y un gran muro con una relación de los caídos en combate. Viendo la larga lista de nombres, en un conflicto que apenas duró dos semanas contra un enemigo que estaba virtualmente derrotado, para conquistar un territorio que en cualquier caso estaba destinado a caer en manos soviéticas, no fui capaz de encontrar sentido a tanto sacrificio.
El memorial se complementa con un grupo de bustos, rememorando a varios héroes de la URSS, y la emotiva estatua de una madre, dedicada a los caídos en la guerra de Afganistán. Nos llamó la atención la gran cantidad de ramos de flores que había a sus pies. Por si todo esto fuera poco, en el jardín que a espaldas del memorial trepa por la colina, había una explanada en la que se exhibían varios tanques y cañones de la última guerra mundial. Desde luego, si algo no falta en la nueva Rusia es material militar obsoleto con el que «adornar» cualquier espacio.
Un viaje por la historia en el Museo Regional de Sajalín.
Tras la visita al museo, comenzó el regreso a Korsakov. De camino, pudimos hacernos una ligera idea de la estructura de la ciudad. Con honrosas excepciones, como el edificio de la Corte Regional de Sajalín, poco más que una interminable sucesión de bloques, principalmente de la era soviética, en un estado de mantenimiento que dejaba bastante que desear. Todo ello repartido por una trama urbana ortogonal, heredada de la ocupación japonesa. Antes de abandonarla, hicimos otra breve «escala técnica», esta vez en un centro comercial de las afueras. Tras lo cual, regresamos al puerto por la misma carretera anodina que habíamos atravesado durante la mañana.
Contra todo pronóstico, la visita a Yuzhno-Sajalinsk tuvo su interés. Y no precisamente por los lugares que recorrimos, los cuales, con la salvedad del Museo Regional de Sajalín, eran cuando menos mediocres. Lo realmente interesante fue conocer, aunque fuera fugazmente, una pequeña ciudad de la Rusia profunda. Alejada de los circuitos turísticos y, por tanto, más auténtica y desinhibida. Con sus contrastes y contradicciones. Entre los que destacaba una extraña mezcla entre decadencia y resurgimiento. Este último basado tanto en el atormentado pasado de la era soviética como en un nuevo nacionalismo ruso. Una mezcolanza curiosa, pues aúna conceptos antagónicos, como cierta nostalgia por las pasadas glorias de la URSS y el nuevo capitalismo clientelar. Aunque, por encima de todo, lo que más me llamó la atención fue el tono casi reverencial con el que hablaban de Vladimir Putin. Cualquier excusa era buena para sacar a relucir al líder supremo, cuyo rostro impertérrito aparecía en los lugares más inesperados de la ciudad. En algunos aspectos, la nueva Rusia no ha cambiado tanto.
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En https://depuertoenpuerto.com/crucero-extremo-oriente/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por Extremo Oriente.
En inglés, se puede encontrar un listado de actividades recomendadas en https://gosakhalin.ru/en/sights/yuzhno-sakhalinsk_/.
En la web Russia Beyond hay un breve artículo sobre Yuzhno-Sajalinsk: https://www.rbth.com/travel/2013/20/21/in_the_land_of_caviar_gas_and_chekhov.
En Russia Travel Blog hay una curiosa colección de fotografías aéreas de la ciudad: https://russiatrek.org/blog/cities/yuzhno-sakhalinsk-the-view-from-above/.
La entrada de Yuzhno-Sajalinsk en Wikitravel está en https://wikitravel.org/en/Yuzhno-Sakhalinsk.
Quien quiera (y pueda) ir más allá de la ciudad, puede encontrar inspiración en la web Travelista Club (https://travelista.club/guides/sakhalin-island-what-travelers-can-find-on-the-edge-of-the-world/) o el blog Inditales (https://www.inditales.com/sakhalin-island-far-east-russia/).El museo Pobeda tiene su propia web, que por desgracia está solo en ruso: https://pobeda-sakhalin.ru/#.
En https://www.placesofcharm.com/blog/2019/5/3/visiting-sakhalin-island-what-to-see hay una interesante entrada sobre la ciudad y sus alrededores en invierno.
Rusos, Japoneses, Coreanos…son palabras que reflejan una superioridad política en un momento histórico dado, normalmente impuesta por la guerra u otra formas de violencia.
Leo que hace 10.000 años, cuando el mar entra Japón y China estaba congelado, una tribu de etnia mongoloide lo cruzo y se establecio en Hokaido y las Kuriles, pero tambie en la isla de Sajalin. Los indégenas AINU.
Carentes de apenas alguna influencia política, esta comunidad poco a poco se disuelve en el olvido pese a la extraordinaria originalidad de su lengua, a la que no se la encuentra relación con ninguna otra. Una riqueza cultural realmente extraordinaria.
En efecto, el pueblo ainu ha sido el gran perdedor del largo enfrentamiento entre rusos y japoneses por el control de la zona.
Hago algún comentario al respecto en la entrada sobre el museo regional de Sajalín, que puedes ver en https://depuertoenpuerto.com/?p=31442
He aquí, según se nos explica en esta entrada, que esta isla remota, tan poco significada en los textos de historia que estudiamos y apenas conocida por nosotros, también ha sido objeto de las disputas, guerras y divisiones tan propias de la vanidad humana. No, un crucero aún no nos da la suficiente perspectiva. Hemos de embarcarnos en la Voyager par que apenas habiéndonos distanciado un poco mas, podamos ver el sentido de las palabras de Sagan:
“Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que en su gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… es desafiada por este punto de luz pálida.”
Desde allí arriba la isla de Sajalín no es más que una alargada mancha verde sobre una superficie azul donde la presencia humana, sus batallas y sus fortificaciones, parecieran una ilusión. Sin embargo a 6000 millones kilometros algo verdaderamente relevante de nosotros se mueve entre los planetas.
Parece que ni los lugares más remotos del planeta se libran de los conflictos tan propios de nuestra especie.
Sin embargo, uno de los aspectos que más me llamó la atención durante mi breve estancia en Sajalín fue la empatía entre gentes de distinto origen. Habitantes rusos y visitantes japoneses se mezclaban sin problemas. La herencia japonesa de la isla, lejos de ser borrada, era mimada y ensalzada, lo mismo que la de las etnias indígenas. La cocina «local» procede de la que llevaron los emigrantes coreanos. Quizá vivir en el fin del mundo nos haga apreciar que es más aquello que nos une que lo que nos separa.