La bahía de Kvalrossbukta se ubica en la costa noroeste de la isla noruega de Jan Mayen. Forma el extremo oriental de Engelskbukta. Otra bahía, más abierta y amplia, que se extiende entre Kapp Rudsen y Kvalrossen, el extraño promontorio rocoso junto a su flanco septentrional. Su oscura playa es uno de los pocos lugares de la isla que permiten desembarcar con un mínimo de seguridad, por lo que era el lugar elegido para nuestra breve visita a Jan Mayen.

Navegando frente a Jan Mayen

Navegando frente a Jan Mayen.

A las 14:30, mientras el SH Vega recorría la enigmática costa noroccidental de Jan Mayen, Óscar Dunn, el jefe del equipo de expedición, daba una charla sobre nuestros planes en la isla. La opción de visitar Olonkinbyen, en la costa del mar de Noruega, había sido descartada de antemano. Pese a que la pandemia comenzaba a ser una pesadilla del pasado, la aislada base, ocupada por 18 personas, seguía manteniendo una estricta cuarentena. Un contagio en un lugar tan remoto podía crear un grave problema. Por tanto, desembarcaríamos en la playa de Kvalrossbukta, al otro lado de la isla, para realizar una excursión hasta el extremo occidental de la playa de Haugenstranda.

Kvalrossbukta

Kvalrossbukta.

Kvalrossbukta es todo lo que queda de un antiguo cráter volcánico, fuertemente erosionado por el oleaje. Su playa hace las veces de «puerto» secundario de Olonkinbyen, si las condiciones del mar o el viento imposibilitan el uso de Båtvika. Tal como demuestra la presencia de un par de almacenes y una pista, que comunica la bahía con la base noruega. Pista que pensábamos recorrer parcialmente, durante el inicio de nuestra excursión a tierra. La bahía también fue utilizada por los balleneros desde principios del siglo XVII. En 1616 habría sido el lugar al que los ingleses enviaron su primera expedición a la isla. Posteriormente, balleneros de los Países Bajos llegaron a establecer una factoría, que fue saqueada en 1632 por dos buques vascos. Para evitar que se repitieran los hechos, durante el invierno de 1633 a 1634 los holandeses dejaron un retén de 7 personas en Jan Mayen. No sobrevivió ninguno. Una solitaria cruz de madera, en un rincón apartado de la bahía, recuerda los acontecimientos.

Llegando a Kvalrossbukta

Llegando a Kvalrossbukta.

Cuando, exactamente una hora más tarde, llegamos a Kvalrossbukta, nuestros planes saltaron por la borda. Un denso banco de niebla cubría la zona, a unos 50 metros de altura sobre las aguas. Suficiente para ocultar el pequeño collado que debíamos cruzar entre ambas playas. Además, la niebla tenía todo el aspecto de seguir descendiendo. Sobre la marcha, se improvisó un nuevo plan. En lugar de desembarcar, haríamos una excursión en zódiac frente a los extraños acantilados de Kvalrossen.

Niebla baja en Kvalrossbukta

Niebla baja en Kvalrossbukta.

Esta vez, íbamos en el último grupo de lanchas. Mientras esperábamos, entretenidos con la espectacular vista del Beerenberg dominando el horizonte hacia el noreste, aumentaba mi preocupación. La niebla continuaba bajando, hasta tal punto que llegó a estar apenas unos pocos metros por encima del mar. Si seguía así, cabía la posibilidad de que se cancelara la excursión para los grupos restantes. Más allá de los problemas de seguridad, recorrer una costa completamente invisible no tendría mucho sentido.

Entre la niebla

Entre la niebla.

Finalmente, diez minutos antes de las seis de la tarde, llegó nuestro turno. En el extremo oriental de la playa, la niebla prácticamente rozaba la superficie del mar. En cambio, hacia occidente, parecía que comenzaba a levantar. Sin perder un minuto, la zódiac enfiló rumbo a unos acantilados cuya parte superior se desvanecía entre la bruma, dando un aire de misterio a la zona.

La niebla se disipa

La niebla se disipa.

Y entonces, el Ártico tuvo otro de sus característicos cambios de humor. En menos de cinco minutos, desapareció la niebla. Incluso comenzaron a aparecer algunos fragmentos, cada vez mayores, de cielo azul. No podía creer la suerte que habíamos tenido.

Acantilado de ceniza

Acantilado de ceniza.

Frente a nosotros, teníamos un paisaje extraño. Los restos de una erupción freatomagmática, que había dado lugar a una sucesión de depósitos de cenizas. Sus formas eran fruto de la interacción explosiva entre el agua del mar y el magma, creando una serie de finas capas, claramente visibles en una gran pared de roca junto a Grønkapp, el extremo occidental de Kvalrossen.

Extrañas formas en la roca

Extrañas formas en la roca.

El paisaje circundante era todavía más extraño, rozando lo irreal. Las capas superpuestas de cenizas volcánicas estaban fuertemente erosionadas, formando un intrincado mundo de formas suaves, casi etéreas, realzadas por la luz difusa que impregnaba el paisaje.

Herida abierta

Herida abierta.

Seguimos avanzando hacia el noreste, hasta llegar a una zona de un llamativo color rojizo, probablemente creado por la presencia de óxidos ferrosos. El lugar parecía una herida sangrante, abierta por alguna fuerza colosal en la ladera volcánica.

A los pies de Brielletårnet

A los pies de Brielletårnet.

Aún más allá, pasamos junto a la base de Brielletårnet. Una aguja de roca, con 86 metros de altura, que destacaba sobre el paisaje circundante. Desde nuestra posición, apenas un metro sobre las olas, Brielletårnet parecía querer alcanzar el cielo. Según algunas fuentes, su nombre procedería de la ciudad de Brielle, en Holanda. Su silueta habría recordado a los balleneros que la bautizaron, a finales del siglo XVII, la torre de uno de los campanarios de dicha localidad.

Haugenstranda

Haugenstranda.

Al este de Brielletårnet, el paisaje cambió bruscamente, con una gran playa ocupando varios kilómetros de costa. Haugenstranda se extendía hasta unos lejanos acantilados, en los que parecía haberse refugiado la niebla. Niebla que también rozaba las colinas volcánicas, justo a espaldas de la playa. Unas colinas extrañas, de un intenso color negro, que contrastaba con algunas manchas de vegetación de un verde inusualmente rabioso. El paisaje me recordaba el de algunas zonas de las Tierras Altas de Islandia. Con la diferencia de que aquí estábamos al nivel del mar, aunque casi 500 kilómetros al norte del extremo septentrional de la Tierra de Hielo. Distancia que, por otra parte, no impedía la presencia de numerosos restos de madera de deriva. Probablemente, su origen sería similar al de aquella que suele llegar a las playas septentrionales de Islandia: los grandes ríos siberianos que desembocan en el océano Glaciar Ártico.

Haugenstranda bajo el sol

Brielletårnet bajo el sol.

Emprendimos el regreso, mientras el día mejoraba por momentos. La niebla se alejaba y el sol comenzaba a adueñarse lentamente de un cielo cada vez más azul. Por primera vez, desde que dejamos atrás la costa continental de Noruega en la boca del Ullsfjorden, sentíamos su calor sobre la escasa piel que llevábamos expuesta a la intemperie. Cuando volvimos a pasar frente a Brielletårnet su silueta, bañada por la luz del sol, nos pareció menos intimidante.

Regresando a Kvalrossbukta

Regresando a Kvalrossbukta.

Como suele suceder, el cambio de iluminación nos trasladó a un paisaje diferente, en el que por una parte podíamos apreciar con mayor claridad alguna de sus características. Aunque la luz, mucho más dura, también privaba a las sutiles formas volcánicas de una parte de su etéreo encanto. También pudimos observar una pequeña colonia de frailecillos, aunque estaban tan altos en los acantilados, que fue imposible lograr alguna fotografía decente.

Regresa la niebla

Regresa la niebla.

Al filo de las siete, estábamos de vuelta en el SH Vega. Justo a tiempo, pues el Ártico había vuelto a cambiar de humor. En los escasos minutos que tardamos en quitarnos el equipo y pasar por el camarote, la niebla comenzó a bajar. Para cuando quisimos regresar a cubierta, la cima de Brielletårnet desaparecía entre las nubes.

Levantando el vuelo

Levantando el vuelo.

Aún tardamos media hora en partir. Era imposible apreciar la impresionante silueta del Beerenberg, por lo que pasé el rato fotografiando las numerosas aves que revoloteaban por la bahía. Finalmente zarpamos, para entrar casi de inmediato en un espeso banco de niebla, que redujo nuestro mundo a un círculo grisáceo, apenas unos metros por delante de la proa del SH Vega. En cualquier caso, partí de la isla lleno de satisfacción. Pese a no haber podido desembarcar, logramos hacer una hermosa excursión frente a la costa, que además coincidió con los escasos 30 minutos en que el sol consiguió brillar, aunque fuera tímidamente, sobre la costa occidental de Jan Mayen.

Para ampliar la información.

No he logrado encontrar información relevante en español.

En inglés, la interesante página de Rolf Stange sobre Jan Mayen tiene una breve entrada dedicada a Kvalrossbukta: https://www.jan-mayen.com/photo-webcam-panos-video/panoramas/kvalrossbukta.html.

En http://www.mrietze.com/web16/vlre/JMKvalrossbukta.html hay una galería fotográfica.

Se puede encontrar información sobre los restos de la factoría ballenera de Kvalrossbukta en https://www.researchgate.net/publication/311512021_Archaeological_fieldwork_on_Jan_Mayen_Norwegian_Sea_August_13_-_25_2014_Final_report.