Puede que Hverir sea el segundo lugar más visitado del norte de Islandia, tan solo por detrás de la célebre Goðafoss. En todo caso, había sido la segunda visita de nuestro primer día en Islandia, a finales de julio de 2017. En Hverir pudimos «disfrutar» por primera vez de las extrañas sensaciones que trasmite un campo geotermal. Sus colores, sus sonidos y, sobre todo, sus extraños y penetrantes aromas, no siempre agradables. Fue una vista rápida, pero tuvimos la suerte de poder regresar durante el verano de 2020, en plena pandemia, recorriendo el lugar en la más completa soledad. Lo que no me desanimó para visitar el lugar por tercera vez. Quería comprobar si, como había escuchado, en invierno era un lugar aún más fascinante.

Llegué a Hverir en una jornada extraña. Un día soleado y sin viento, pero con la temperatura por debajo de los 20 grados negativos. Una espesa niebla había cubierto a primera hora buena parte de la cuenca del Mývatn, dando lugar a una espectacular cencellada. El resultado era un paisaje todavía más hermoso e irreal de lo que suele ser común en Islandia durante el invierno. Mi sorpresa llegó cuando, al atravesar el paso de Námaskarð, entre el Mývatn y Búrfellshraun, vi que un gran banco de niebla seguía cubriendo tanto Hverir como el campo de lava que se extiende hacia oriente.

Desatascando un coche en Hverir

Desatascando un coche en Hverir.

Pero las sorpresas no suelen llegar solas. Según entraba al aparcamiento de Hverir, los dos únicos coches que había en el lugar emprendían la marcha. El primero, salió hacia la izquierda, por una zona donde la nieve parecía especialmente espesa. No pude evitar preguntarme «¿dónde va?». No muy lejos. Apenas tardó unos segundos en quedar atascado. Resultó que el coche estaba ocupado por un londinense que, como yo, recorría Islandia en solitario. Afortunadamente, el otro vehículo resultó ser uno de los «mountain truck» a los que tan aficionados son los islandeses. Con la experiencia de su ocupante, la fuerza bruta del vehículo y mi insignificante ayuda, en unos minutos se solucionó el desaguisado y ambos se perdieron entre la niebla, rumbo a la Ring Road.

Llegando a Hverir

Llegando a Hverir.

Entre unas cosas y otras, eran más de las once de la mañana cuando comencé mi recorrido por Hverir. El lugar parecía completamente irreal. La niebla iba y venía, mezclándose con los vapores que manaban del suelo. Era imposible distinguir el límite entre ambos. Hasta el punto de parecer que, en realidad, la niebla era fruto de la asombrosa cantidad de vapor que manaba entre el congelado terreno. El sol también jugaba con la bruma, intentando infructuosamente romper su manto. A lo lejos, se intuían las montañas que flanquean Burfellshraun por el este. Todo bajo una luz espectral, que mutaba al ritmo que marcaban las idas y venidas de la niebla. Y con una temperatura gélida, mucho más baja de lo habitual en Islandia.

Fumarola entre la niebla

Fumarola entre la niebla.

El lugar era fascinante, pero la visibilidad nefasta. Era tan complicado lograr enfocar la cámara como orientarse en medio de la niebla. Decidí dar una primera vuelta para explorar la zona, cargado tan solo con la cámara de bolsillo. Si, en condiciones normales, Hverir es un lugar complicado, a veinte bajo cero, con niebla y en la más absoluta soledad, podía ser directamente peligroso. Intenté no separarme de la cuerda que marca el límite entre las zonas transitables y aquellas vedadas a los visitantes. Cuerda que, en ocasiones, era difícil de seguir. Bien por estar cubierta de nieve, bien por la cencellada, que la había llenado de diminutos cristales de hielo, mimetizándola con el entorno.

Vapores entre el hielo

Vapores entre el hielo.

La mezcla entre la nieve y el hielo, que cubrían buena parte del terreno, y los vapores que surgían de éste, era tan interesante como extraña. En pocas ocasiones he sentido el tópico de «Islandia, fuego y hielo» con mayor intensidad. Pero también resultaba difícil de fotografiar. A los problemas para enfocar se unían unas condiciones asombrosamente cambiantes, incluso para el exigente estándar islandés. Aparentemente, el viento era inexistente. En realidad, tan solo era inapreciable. La atmósfera se movía lo suficiente como para agitar la tenue niebla y los todavía más tenues vapores que me rodeaban. En cuestión de segundos, las escenas aparecían y desaparecían frente a mis ojos. En más de una ocasión, perdí una fotografía asombrosamente extraña en el breve lapso de tiempo que tardé en intentar encuadrarla.

Emanaciones sulfúricas

Emanaciones sulfúricas.

Pese a los problemas para hacer fotografías, el entorno era de una belleza indescriptible. La falta de visibilidad hacía todavía más extraños los sonidos y olores del lugar, al impedirme identificar su origen. La extraña confusión entre vapores y niebla era tan densa, que en ocasiones ocultaba completamente el paisaje, limitando la visibilidad a uno o dos metros.

Calor bajo el hielo

Calor bajo el hielo.

Aunque la parte congelada del suelo parecía marcar claramente la frontera entre las zonas en que éste se encuentra por encima de los 80ºC y aquellas más frías. Pero hasta esta división era engañosa. En algunos lugares, lo que parecía una capa de nieve compacta era tan solo una corteza, bajo la que se extendía terreno y gases calientes. Gases que escapaban por unos curiosos agujeros que, mirando con atención, era posible observar en el hielo y de los que salían extraños silbidos.

Descongelando la ropa

Descongelando la ropa.

Tras completar mi primer recorrido por el lugar, había llegado el momento de repetirlo, esta vez con el trípode y la demás parafernalia fotográfica. Mi principal interés era grabar algún video, en el que intentaría reflejar las extrañas circunstancias que me rodeaban. Tampoco estaba seguro de conseguirlo, pero antes necesitaba entrar en calor. O, siendo más preciso, descongelarme. En realidad, no estaba pasando frío, pero tenía toda la ropa cubierta por una fina película de hielo, fruto de la niebla y de las bajas temperaturas. Tan solo tenía frías las puntas de los dedos, pues para hacer fotos no podía llevar guantes. Arranqué el coche, puse la calefacción al máximo y pasé los siguientes quince minutos entrando en calor.

La niebla comienza a despejar

La niebla comienza a despejar.

Aquel cuarto de hora bastó para trasladarme a un mundo diferente. Mientras salía del coche y hacía las primeras fotos, la niebla empezó a levantar. En otros quince minutos, reveló el paisaje mágico que me rodeaba. No desapareció del todo, pues seguía ocultando parte de Hverir y varios bancos flotaban etéreamente sobre la llanura nevada que se extendía hacia el este. Pero aquello me pareció un regalo de los dioses nórdicos, que me brindaban la posibilidad de contemplar dos paisajes distintos en una misma visita.

El responsable de la virtual desaparición de la niebla era un viento gélido, procedente del este. No era demasiado intenso, para lo que suele ser normal en Islandia, pero complicó aun más mis intentos fotográficos. Resultaba difícil afianzar el trípode sobre la superficie helada. Además, la cámara también comenzaba a acusar el frío y se comportaba erráticamente, sobre todo a la hora de enfocar. En el fondo, no me importaba. Estaba disfrutando tanto del lugar que las fotografías y los videos habían pasado a un segundo plano.

El sol baña Búrfellshraun

El sol baña Búrfellshraun.

Con el tímido sol, vino una nueva sorpresa. Los vapores que continuamente expulsaba Hverir se congelaban a escasos metros de altura y volvían a caer, convertidos en diminutos cristales de hielo, tan solo apreciables a contraluz. Intenté fotografiarlos, pero eran tan sutiles que en las tomas parecían pequeños destellos de luz, apenas distinguibles sobre el fondo blanco de la nieve.

Tuve más suerte con las fumarolas, cuyas columnas de gases se elevaban con fuerza sobre el paisaje. En ocasiones, creando un efecto extraño, cuando éstas coincidían con el límite de la niebla. Las dos más vistosas que hay en Hverir son en realidad de origen artificial, fruto de los intentos de explotar la energía del lugar a medidos del siglo XX. La asombrosa fuerza geotermal del lugar los hizo fracasar, dejando tras de sí un par de potentes chorros de vapor, imposibles de controlar, que se han convertido en el principal atractivo del lugar. Pese a no estar exentos de peligro, pues en realidad nadie sabe cómo van a evolucionar.

Búrfell y el Búrfellshraun

Búrfell y el Búrfellshraun.

Pero mi atención se desviaba ahora hacia el impresionante paisaje que, tras la definitiva retirada de la niebla, se extendía hacia el este. La gran llanura de Mývatnsöræfi llega hasta las lejanas laderas que marcan el límite de las Tierras Altas en Möðrudalsöræfum, más allá de la orilla oriental del impetuoso Jökulsá á Fjöllum. Aunque no podía verlas, pues la planicie está salpicada por una serie de montañas, que interrumpen la vista. Entre las que destacaba el Búrfell, que da nombre al campo de lava que ocupa la parte occidental de Mývatnsöræfi.

Paisaje nevado junto a Hverir

Paisaje nevado junto a Hverir.

Observando con detalle Búrfellshraun, era posible apreciar diversas columnas de vapores, surgiendo desde el congelado terreno. Al igual que Hverir, son una muestra de la intensa actividad geológica que caracteriza a toda la zona. En realidad, Hverir se encuentra en el sector meridional del grupo de fisuras del Krafla. Que, a su vez, forma parte de la gran dorsal oceánica que atraviesa el Atlántico de sur a norte, partiendo Islandia en dos. Por tanto, me encontraba en una de las zonas mas activas de toda la isla, como atestigua el episodio conocido como «los Fuegos del Krafla». Una sucesión de nueve erupciones, entre los años 1975 y 1984, considerado como el mayor fenómeno volcánico de Islandia en el último siglo.

El final de una visita mágica a Hverir

El final de una visita mágica a Hverir.

En ese momento caí en la cuenta de que, pese a llevar más de dos horas recorriendo Hverir, no había logrado ver el gran volcán de lodo que hay junto al aparcamiento. Parecía estar empeñado en permanecer oculto bajo su manto de niebla particular. Pero llegaba el momento de partir. En realidad, debía haberme ido al menos una hora antes. Entre el paseo imprevisto por el puerto de Húsavík, ayudar a desatascar el coche y los dos recorridos consecutivos por Hverir, ya eran casi las dos de la tarde. Y aun tenía un par de visitas pendientes en el entorno del Mývatn. Mientras regresaba a la Ring Road, contemplando al frente el gran penacho de vapor de Kröflustöð, me preguntaba si lograrían ser tan increíbles como la que acababa de realizar.

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Para ampliar la información:
En este mismo blog, mis dos visitas anteriores a Hverir, ambas en verano, están en https://depuertoenpuerto.com/un-paseo-por-hverir/ y https://depuertoenpuerto.com/regreso-a-hverir/.

El blog Diversidad y un Poco de Todo tiene una buena entrada sobre el lugar: https://www.diversidadyunpocodetodo.com/islandia-namafjal-hverir-solfataras-fumarolas-lodos-hirvientes/.

En inglés, muy completa la entrada en Sim1 Travels: https://www.sim1.se/ice/hverir/hverir.html.

El blog Julie Journeys tiene una entrada con bastantes fotos y algunos videos: https://juliejourneys.com/2018/11/21/exploring-namaskard-geothermal-area-in-myvatn-iceland/.