Seis horas en Bergen.
Zarpamos puntualmente, a las 21:30, en medio de una noche cerrada, en la que al menos había cesado la lluvia. Tras pasar bajo el Askøybroen, lo único realmente interesante de la noche fueron las dos enormes plataformas petrolíferas amarradas a los muelles de Ågotnes, en la costa oriental de Sotra. Una vez las dejamos atrás, decidí irme a dormir.
Al día siguiente, desperté al filo de las seis, para descubrir que todavía estábamos atracados en Måløy. Era evidente que íbamos con retraso. Pero aun era noche cerrada y la demora no fue suficiente para pasar junto a los escollos de Buholmen, al oeste de Stadlandet, a la luz del día. Una lástima, pues en mi anterior viaje, a bordo del Finnmarken, fue el primer momento realmente hermoso de navegación. Comenzó a clarear según atravesábamos el invisible límite entre las provincias de Vestland y Møre og Romsdal. Pero el amanecer fue decepcionante. La hermosa luz dorada, con el sol elevándose sobre las montañas parcialmente nevadas de Gurskøy, había sido sustituida por un mediocre día gris. Además, apenas quedaban rastros de nieve sobre las cimas. Mi único consuelo fue que, al no estar hipnotizado por la vista hacia estribor, en el costado de babor pude ver en la distancia, difuminado por la bruma del amanecer, el pequeño faro de Svinøy, construido en 1905.
El mismo cielo plomizo nos acompañó durante nuestra aproximación a Herøy, donde debíamos sortear un pequeño laberinto de escollos. No pude evitar recordar la frase de Juan, un malagueño al que había conocido en mi anterior singladura con Hurtigruten, poco antes de regresar a Bergen: «hemos tenido tanta suerte durante el viaje, que difícilmente podríamos repetirlo sin decepcionarnos». Contemplando la monótona capa de nubes y las montañas, apenas cubiertas por la nieve, sus palabras me parecieron proféticas.
Mi estado de ánimo mejoró con la escala en Torvik. Cuando el Polarlys viró para atracar en su muelle, pude observar hacia el sureste cómo descargaba una nube, cubriendo totalmente el paisaje. Ya que no teníamos un día hermoso, pensé, por lo menos que sea realmente desapacible, más propio de estas latitudes. Cualquier cosa menos un día anodino. También me hizo recapacitar la actitud de mis compañeros de cubierta, entusiasmados con el paisaje que estaban disfrutando. Al fin y al cabo, navegábamos por una de las costas más hermosas del mundo, aunque el día no fuera tan propicio como un par de años atrás. No sé si fue un cambio real o completamente subjetivo, pero el día comenzó a parecerme más prometedor. Seguía siendo gris, pero hacia el sur las nubes empezaban a presentar formas y texturas interesantes.
Sobre las nueve y media, navegábamos entre la isla de Hareidlandet y el islote de Grasøya, donde se levanta Grasøyane, otro de los innumerables faros que jalonan la costa noruega. Grasøyane fue construido en 1886, aunque sufrió graves daños en la Segunda Guerra Mundial, lo que obligó a renovarlo en 1950. Su torre, de 20,5 metros de altura, es de hierro fundido. La última construida en Noruega utilizando dicha técnica.
Mientras, hacia estribor, el paisaje seguía cambiando. Estábamos muy cerca de la costa noroccidental de Hareidlandet, frente al diminuto puerto de Flø. A sus espaldas, las montañas cubiertas de bosques daban paso a otras más agrestes en las que, por primera vez, la presencia de nieve era inequívoca. Las nubes, cada vez más bajas, ocultaban sus cimas. En el extremo opuesto de la isla, pudo tener lugar, a finales del siglo X, la mítica batalla de Hjörungavágr. La victoria de los noruegos logró retrasar, durante 40 años, tanto las ambiciones de los reyes daneses como la incipiente cristianización de Noruega.
Media hora más tarde, navegábamos frente al Sulafjorden, la boca principal del imponente Storfjorden, que se adentra 110 kilómetros entre las montañas de Sunnmøre. A pesar de su longitud, y de que su nombre se traduciría como «Gran Fiordo», tan solo es el quinto en longitud de Noruega. Por contra, el Sulafjorden apenas se extiende por 9 kilómetros, entre las islas de Sula y Hareidlandet. En cualquier caso, quien haya navegado por el Storfjorden, sea a bordo de un crucero o de un ferry de Hurtigruten, habrá recorrido previamente las aguas del Sulafjorden.
Llegamos a Ålesund veinte minutos después de las diez, con más de media hora de retraso sobre el horario estipulado. En esto, el Polarlys tampoco parecía ser rival del Finnmarken, que si pecaba de algo era de llegar a puerto antes de lo previsto. En cualquier caso, era la primera escala larga de la jornada y, aunque lloviznaba débilmente, hacía un buen día para pasear. Tenía por delante tres horas para recorrer de nuevo una de las ciudades más hermosas de Noruega.
En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.
En el blog Andén 27 se puede encontrar bastante información sobre el viaje en sentido norte, realizado en verano: http://anden-27.blogspot.com/2015/10/hurtigruten.html.
La web oficial de turismo de Noruega también tiene una página dedicada al expreso de la costa: https://www.visitnorway.es/organiza-tu-viaje/como-moverse/en-barco/hurtigruten/.
En inglés, el blog Snow to Seas describe un trayecto Bergen – Ålesund a principios de otoño, con consejos prácticos: http://snowtoseas.com/norwegian-fjords-budget-hurtigruten/.