Tras el impresionante temporal que se había prolongado durante toda la noche, con el amanecer llegó una extraña paz. Mientras desayunaba, podía contemplar, al otro lado de los grandes ventanales del hotel, el diminuto puerto de Sørvågen, sumido en una extraña calma. Había concebido mi segunda jornada en las islas como una excursión, con alguna parada intermedia, hasta la playa de Uttakleiv, de la que apenas me separaban 66 kilómetros. Por tanto, a pesar de las pocas horas de luz, no tenía demasiada prisa. Desayuné tranquilamente, quizá contagiado por la calma que respiraba el entorno.
Calma que, en cualquier caso, resulto no ser más que una breve tregua. Según dejaba atrás las últimas casas de Sørvågen, el coche comenzó a agitarse con las primeras ráfagas de viento. Cuando hice mi primera parada, en el estrecho istmo que une Reine con el resto de Moskenesøya, se habían vuelto a desatar todos los infiernos. Pasé un rato en el coche, esperando infructuosamente que amainara el viento. Por las ventanillas, podía ver cómo una chica intentaba fotografiar Reinevågen y su impresionante marco de montañas. A pesar de que su pareja la sujetaba con todas sus fuerzas, parecía que ambos iban a salir volando en cualquier momento. Finalmente, se rindieron, desapareciendo tan rápidamente como habían llegado.
El viento no amainaba, pero mi espera no fue del todo inútil. Al final, apoyado en el guardarraíl y utilizando el coche como cortavientos, logré hacer un puñado de fotos. Lo indómito del paisaje y las adversas condiciones meteorológicas creaban un entorno de una belleza salvaje, en continua mutación. Las cumbres nevadas aparecían de improviso, para volverse a ocultar tras las nubes en el instante siguiente. A lo lejos, de vez en cuando era posible divisar las agrestes cimas que cierran el fiordo de Reine. Mientras, sobre el agua, el viento creaba efímeros torbellinos. A pesar de las inclementes condiciones, el escenario era tan cautivador que pasé más de media hora contemplándolo.
Mi siguiente escala fue Skagsanden, al norte de Flakstadøya. Había visitado la playa la tarde anterior, con una visibilidad no demasiado favorable. Condiciones que, en cualquier caso, no habían mejorado demasiado. Más allá de Vareidsundet, las nubes seguían acariciando la cima del Hustinden. Pero, al menos, no hacía viento. La playa, situada a sotavento de las montañas de Flakstadøya, estaba sumida en una extraña calma, que contrastaba con el vendaval del lado suroriental de las islas. Me animé, pensando que la orientación de Uttakleiv era similar.
La siguiente parada era Nusfjord, en el sur de la isla. A pesar de la mala visibilidad y de sus escasos seis kilómetros, la Fv807 acabó siendo una de las carreteras de las islas que mejores recuerdos me dejó. Arrancaba en una larga recta, que parecía ir a morir contra las agrestes montañas. Para luego girar bruscamente, bordeando por el norte la congelada superficie del lago Storvarnet. Finalmente, tras atravesar una garganta, terminaba en la orilla del pequeño fiordo. Según salía de la garganta, la suave nevada que me llevaba acompañando desde Skagsanden desapareció bruscamente, siendo reemplazada por un tímido sol. Pero ese fue el final de mi buena suerte. Al llegar a Nusfjord, me encontré un vehículo atravesado en la carretera y una persona indicándome que no podía seguir. Según me explicó, había un evento privado en la pequeña aldea y no podía entrar. Me tuve que conformar con dar un breve paseo por su parte exterior. Una lástima, pues el lugar parecía interesante.
Volví a la débil nevada, que me acompañó hasta la entrada al Nappstraumtunnelen. El túnel, con una longitud de 1.776 metros, une desde 1990 las islas de Flakstadøya y Vestvågøya. En esta última estaba mi cuarta escala del día: la bahía de Vikbukta y sus dos playas, Vik y Hauklandstranda. Aunque, de las dos, esta última es la más famosa, personalmente me pareció más interesante la vista desde Vik, con el monte Veggen y el islote de Tåa al frente. Quizá influyera la mala visibilidad que había hacia el sur, estropeando la vista desde Hauklandstranda.
Finalmente, tras atravesar un pequeño túnel, al filo de la una de la tarde llegaba a Uttakleiv, la playa más fotografiada de Noruega. Como es habitual, la fama tiene un precio. En este caso, en forma de aparcamiento de pago. Pero, al menos, las montañas protegían su amplia bahía de los vientos dominantes. Y, lo que era todavía mejor, apenas había media docena de personas en la zona.
Pronto se hicieron evidentes los motivos de la fama de Uttakleiv. Su arena blanca se extiende por medio kilómetro de costa, abierta hacia el noroeste. Al otro lado del Steinsfjorden, los 582 metros del Høgskolmen se elevan directamente desde el mar, creando un contrapunto a la horizontalidad de la playa. Hacia el oeste, más allá de la playa, la costa está formada por una sucesión de rocas, que aportan variedad al conjunto.
Guardando las distancias, me recordó a la espléndida Stokksnes, en el sureste de Islandia. Al igual que en ésta, bastaba moverse un poco para trasladarse a un mundo diferente. Una playa de arena blanca, una costa rocosa o una pradera invernal estaban apenas a unos metros de distancia. Aquella tarde, me llamó especialmente la atención la hierba amarilla, completamente libre de nieve. Una estampa que llevaba varios días sin ver y que no esperaba encontrar en pleno invierno ártico.
Estuve buscando su célebre «ojo del dragón«, otra de las fotos clásicas de las Lofoten. Pero no fui capaz de encontrarlo. Por una vez, eché de menos que hubiera alguien haciendo fotografías, pues me habría ayudado a localizarlo. En cualquier caso, el rato que pasé recorriendo las rocas al oeste de la playa me permitió disfrutar de unas vistas espléndidas, con un mar algo más agitado.
El museo vikingo de Lofotr.
Aproveché para detenerme por tercera vez en Skagsanden. ¿Tendría más suerte en la hora azul, a pesar de las nubes bajas? Tras comprobar que la playa seguía negándose a mostrarme sus encantos, seguí mi camino, con la determinación de no volverme a detener hasta llegar al hotel.
Determinación que duró lo que tardé en llegar a Reine, coincidiendo con las últimas luces del día. Parecía imposible que fuera el mismo lugar en el que, apenas ocho horas atrás, había tenido dificultades para mantenerme en pié, en medio de un intenso vendaval. La falta de viento, el silencio y la sensación de serena tranquilidad que el lugar transmitía me empujaron a hacer una última pausa, intentando reflejar la extraña sensación de paz en la última fotografía del día.
El blog de Fran Moreno tiene una entrada sobre Uttakleiv. Breve, pero con muy buenas fotos: https://www.saleina.com/uttakleiv-beach/.
En 1001beach se puede encontrar un post sobre la playa, con información práctica: https://1001beach.com/es/europe/norway/uttakleiv.
Aunque parezca mentira, las Lofoten son cada vez más populares entre la comunidad surfista más nómada. Se puede leer un artículo al respecto en itinari: https://www.itinari.com/es/surfing-in-the-arctic-circle-in-lofoten-80rl.
En inglés, Coastal Care tiene un artículo sobre Uttakleiv y Hauklandstranda: https://coastalcare.org/2021/03/two-beaches-haukland-and-uttakleiv-leknes-lofoten-norway/.
Muy interesante el artículo sobre las posibilidades fotográficas de las playas en 68north: https://www.68north.com/outdoors/lofoten-islands-beach-guide/.
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