En mi segunda jornada recorriendo hacia occidente el flanco meridional del glaciar, el plan era llegar a dormir al hotel Klaustur, en Kirkjubæjarklaustur. Apenas 70 kilómetros al oeste del hotel Skaftafell, donde había pasado la noche. No eran muchos pero, de camino, tenía previstas dos excursiones, que ocuparían la mayor parte del día. Después, atravesaría la espléndida desolación de Skeiðarársandur, antes de pasar a los pies del Lómagnúpur y dejar atrás la espectacular sucesión de lenguas meridionales del Vatnajökull.
El Svínafellsjökull en invierno.
Un breve trayecto, de apenas 5 kilómetros, me llevó del hotel Skaftafell al aparcamiento del centro de visitantes de Skaftafellsstofa. De camino, la espléndida vista sobre el Skaftafellsjökull parecía empeñada en alterar mis planes. Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no acabar sucumbiendo a su embrujo.
Una excursión a Morsárdalur.
Mi primera parada no estaba lejos. Siempre me había llamado la atención el amasijo de hierros retorcidos visible al sur de la Ring Road, junto a la larga recta que, viniendo desde el oeste, parece enfilar directamente hacia el Skaftafellsjökull. Sabía que se trataba de los restos de un antiguo puente sobre el río Skeiðará, pero nunca había encontrado el momento adecuado para detenerme. Aquel puente, inaugurado en la década de 1970, tuvo una vida extraordinariamente corta. En la tarde del 30 de septiembre de 1996 entraba en erupción el Bárðarbunga. El 5 de noviembre se producía un jökulhlaup. No fue ninguna sorpresa, tras una erupción subglacial. En cambio, nadie esperaba su violencia. En lugar de los 20.000 m³/s previstos inicialmente, el caudal máximo alcanzó los 50.000. Unos 6.400 metros de la Ring Road fueron destruidos completamente y 5.300 sufrieron graves daños. Los trabajos para volver a abrir el puente sobre el Skeiðará terminaron en julio de 1997.
Después, comencé a atravesar Skeiðarársandur de este a oeste, sin la menor prisa, saltando de aparcamiento en aparcamiento. La visibilidad para conducir era nefasta. Hacia occidente, se había abierto un gran claro entre las nubes, por el que penetraban los rayos del sol del atardecer. Era el precio a pagar por la hermosa luz que bañaba el paisaje, tiñendo los hielos del enorme Skeiðarjökull, que ahora dominaba el horizonte hacia el norte.
Skeiðarársandur es la mayor llanura de arena glacial de Islandia, con un millar de kilómetros cuadrados de superficie. Es un lugar extraño, que a algunos parece monótono y sin interés. En cambio a otros nos fascina. La enorme desolación de arena y agua, flanqueada hacia el norte por el glaciar al que debe su existencia, siempre me ha parecido uno de los paisajes más abrumadores de Islandia. Personalmente, me atrae más en verano, cuando es posible apreciar la irreal negrura del terreno. Aquel extraño invierno de 2023, tenía lo mejor de dos mundos. La llanura, limpia de nieve, se extendía hasta las morrenas meridionales del Skeiðarjökull, mientras en las montañas circundantes la capa blanca llegaba casi hasta sus pies.
La llanura siempre supuso un gran obstáculo para las comunicaciones en el sur de Islandia. El puente sobre el Skeiðará que se llevó la riada de 1996 fue el broche que finalmente logró cerrar la Ring Road en 1974, coincidiendo con los 1100 años del comienzo del landnámsöld. Un puente que, con toda probabilidad, volverá a ser destruido en el futuro. Si en algún lugar de la Islandia civilizada se puede apreciar la vulnerabilidad del hombre frente a las fuerzas de la naturaleza, es atravesando Skeiðarársandur por la Ring Road. La carretera está diseñada sabiendo que no podrá sobrevivir a un jökulhlaup de grandes dimensiones. Su imprevisibilidad, la dificultad de determinar por dónde descenderá el agua y la posibilidad de que ésta arrastre grandes bloques de hielo, mayores que el vano de los puentes, hace que la construcción de éstos sea un riesgo calculado. El nuevo puente sobre el Skeiðará está diseñado para soportar caudales de hasta 9.000 m³/s. Se considera que hacerlo más resistente resultaría demasiado caro, además de no suponer ninguna garantía frente a lo que puede estar por llegar.
Aquella tarde, el mayor problema para mi lenta progresión hacia el oeste era el hermoso atardecer. Su luz bañaba las montañas hacia oriente, tiñendo sus nieves con bellos tonos dorados. Podía ver claramente los lugares en los que había pasado la mayor parte del día. Aunque, bajo aquella mágica iluminación, el Svínafellsjökull, Skaftafellsheiði o el valle de Morsárdalur parecían lugares sacados de un cuadro de Turner.
El sol seguía acercándose al horizonte, hasta que sus rayos solo acertaban a iluminar las cimas más elevadas. Su descenso era casi tan lento como mi avance hacia la mole del Lómagnúpur. Aquel enorme mojón, elevándose sobre la Ring Road, que llevaba viendo desde la primera excursión del día y cuyo tamaño no paraba de crecer, en proporción a mi progresión hacia el oeste.
Mi última parada fue en la orilla oriental del Gígjukvísl, donde me encontré un paisaje todavía más extraño. Llevaba todo el día viendo desde la distancia una pequeña tormenta de arena velando la parte inferior del Lómagnúpur. Cuando quise llegar, el viento se había detenido, pero seguía habiendo polvo en suspensión. Los últimos rayos del sol poniente los teñían de un extraño tono rojizo, creando un paisaje que podría haber pasado por un Marte primigenio, cuando el agua todavía corría por la superficie del planeta rojo.
Poco después de las seis de la tarde, mientras la hora dorada agonizaba, me puse nuevamente en marcha hacia el oeste. Pasé a los pies del Lómagnúpur sin detenerme. Media hora más tarde, con los últimos estertores de la hora azul, llegaba a Kirkjubæjarklaustur. Terminaba así mi periplo al sur de los hielos perpetuos del Vatnajökull. Hay quien recorre ese mismo tramo de la Ring Road en cuatro o cinco horas. A mí me había llevado dos días y, aún así, tan solo pude ver una fracción de las maravillas que contiene. Algunas ya las conocía, como el Skaftafellsjökull, y había decidido dejarlas de lado en esta ocasión. Otras, simplemente eran inaccesibles, incluso en un invierno relativamente benigno. Como el impresionante cañón de Múlagljúfur, cuya pista de acceso estaba cubierta por una gruesa capa de hielo. Mis dos días al sur del Vatnajökull son una buena muestra de que, en Islandia, no es necesario devorar kilómetros en interminables jornadas al volante para poder disfrutar de paisajes impresionantes.
Para ampliar la información.
Mi primer recorrido por la zona, en invierno, está en https://depuertoenpuerto.com/de-hnappavellir-a-hvolsvollur/.
El segundo, en verano, puede verse en https://depuertoenpuerto.com/de-hnappavellir-a-vik-i-myrdal/.
El tercero, nuevamente en invierno pero en sentido contrario, en https://depuertoenpuerto.com/de-kirkjubaejarklaustur-a-djupivogur/.
Puedes ver todo mi tercer itinerario invernal alrededor de Islandia en https://depuertoenpuerto.com/mas-alla-de-la-ring-road-17-dias-de-invierno-en-islandia/.
Quien no tenga experiencia en la conducción invernal en Islandia, puede visitar https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-el-invierno/.
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