El valle de Morsárdalur se extiende al noroeste de Skaftafellsheiði, la loma que bordea el Skaftafellsjökull por el oeste. Pese a su escasa distancia del centro de visitantes de Skaftafellsstofa, es un lugar tranquilo, apenas visitado por la creciente avalancha turística que sufre el que posiblemente sea el glaciar más visitado de Islandia. Al menos de momento, Morsárdalur sigue siendo una de las joyas escondidas de la Tierra de Hielo.

Morsárdalur desde la Ring Road

Morsárdalur desde la Ring Road, en febrero de 2022.

Si sabes ubicarlo, Morsárdalur es perfectamente visible desde la Ring Road. Situado a occidente de las llamativas cimas de Skarðatindur y Kristínartindar, el valle remata hacia el norte la impresionante desolación de Skeiðarársandur. Su extremo septentrional está cerrado por una gran pared de roca, por la que se descuelga Morsárfoss, la cascada más alta de Islandia. Y, en su ladera occidental, encontraremos Bæjarstaðarskógur, uno de los últimos bosques primigenios de la isla. Motivos más que suficientes para que el lugar merezca una visita.

Rutas a Morsárdalur

Rutas a Morsárdalur.

En un invierno normal, el acceso a Morsárdalur suele ser entre imposible y complicado. En el de 2023, un febrero relativamente benigno mantenía la llanura costera del sur de Islandia prácticamente libre de nieve. Tal como había podido comprobar esa misma mañana durante una excursión al Svínafellsjökull, resultaba sencillo caminar por el campo. A las once y media llegaba al aparcamiento de Skaftafellsstofa.  Al menos, intentaría probar suerte. El plan era muy simple. Recorrería la senda M2. A la ida, iría por la parte alta, atravesando Skaftafellsheiði. Regresaría por el valle, atravesando un par de puentes sobre el Morsá.

Primer tramo de escalones

Primer tramo de escalones.

Muy cerca del aparcamiento, una senda amplia y completamente limpia de nieve comenzaba a remontar la ladera meridional de Skaftafellsheiði. De momento, mi camino coincidía con el que conduce a Svartifoss, una de las principales atracciones de Skaftafell. Por tanto, no avanzaba solo. La falta de nieve, el número relativamente elevado de excursionistas y una senda sin mayor dificultad me empujaron a dejar los bastones de senderismo en el coche. Poco después, la senda se convertía en una escalera de madera. Aquello parecía pan comido.

Hundafoss

Hundafoss.

Justo antes de mediodía hacía una pausa junto a Hundafoss. Hasta ese momento, había encontrado un sendero completamente despejado, que guardaba poca relación con el camino nevado que había recorrido en mi anterior excursión por la zona. Tan solo quedaba algo de nieve en algunos recovecos entre las rocas por las que se despeña la cascada. El fondo del cañón estaba cubierto por lo que parecían ser restos de espuma congelada.

El puente sobre el Stórilækur

El puente sobre el Stórilækur.

Poco después de dejar a mi izquierda Magnúsarfoss, me desvié de la ruta que lleva a Svartifoss. Un precario puente de madera permitía atravesar el Stórilækur. A partir de allí, la senda se estrechaba y parte de su superficie comenzaba a esta congelada, aunque un poco más allá volvía a tener escalones de madera. Lo que había disminuido notablemente era el tránsito de personas. Un poste indicaba la distancia a Morsárdalur: 5 kilómetros. Seguí adelante, lleno de optimismo.

El arranque de la senda S3

El arranque de la senda S3.

Optimismo que me llevó a hacer un breve desvío hasta un mirador llamado Sjónasker, desde el que parte la ruta S3. Ésta, que apenas era un sendero zigzagueando entre un terreno pedregoso, se adentraba tentadoramente hacia el norte, atravesando Skaftafellsheiði. En algunos tramos, su superficie congelada era claramente distinguible del terreno circundante, completamente libre de nieve. Aunque aquello podía presagiar problemas, no lo di mayor importancia.

Al este de Sjónasker

Al este de Sjónasker.

Estaba en el punto más alto de la ruta, apenas eran las doce y media y el día seguía siendo espléndido. Casi tanto como el paisaje que tenía delante, con las cimas nevadas que forman el flanco meridional del Vatnajökull dominando el paisaje hacia el este. Entre medias, podía adivinar la parte alta del Svínafellsjökull, descolgándose desde el Öræfajökull. El más cercano Skaftafellsjökull permanecía oculto tras la ladera de Skaftafellsheiði.

Skeiðarársandur desde Sjónasker

Skeiðarársandur desde Sjónasker.

Hacia el sureste, la vista podía parecer menos épica, pero seguía siendo sumamente interesante. Skeiðarársandur, salpicada por una constelación de pequeñas lagunas y atravesada por los meandros del incierto cauce del Skaftafellsá, se extendía hasta el mar. A lo lejos, cerca del horizonte, la bruma comenzaba a difuminar la silueta de Ingólfshöfði. Un pequeño promontorio, de 76 metros de altura, que en tiempos pasados debió ser una isla. La acumulación de sedimentos acabó uniéndola al resto de Islandia, aunque el acceso sigue siendo complicado. Quizá por ese motivo, es uno de los mejores lugares para ver frailecillos en toda la costa de Suðurland.

Skeiðarársandur y el Skeiðarjökull

Skeiðarársandur y el Skeiðarjökull.

Skeiðarársandur se extendía hacia el suroeste, flanqueado por la enorme lengua glaciar del Skeiðarjökull, con la inconfundible silueta del Lómagnúpur como telón de fondo. Junto a la placa que ayudaba a identificar los distintos accidentes geográficos, una pareja de excursionistas islandeses daba cuenta de una sopa caliente. Serían los últimos seres humanos que vería en las siguientes cuatro horas y media.

La senda se complica

La senda se complica.

Tras reanudar mi marcha hacia Morsárdalur, los problemas no tardaron en aparecer. Algunos tramos, los menos, estaban formados por cómodas pasarelas de madera. En otros el terreno pisado se había hundido y la senda más bien parecía una trinchera, que en ocasiones estaba completamente cubierta de hielo. Y luego estaban los arroyos, con su superficie congelada pero en los que el sonido revelaba que todavía había agua corriendo bajo el hielo. Atravesarlos era un acto de fe, pues resultaba imposible saber el grosor y la consistencia de la capa helada. Avanzaba a un ritmo asombrosamente lento, por un terreno mucho más complicado de lo que había previsto. Afortunadamente, llevaba puestos los crampones. Sin ellos, no habría podido continuar.

Hielo en el camino

Hielo en el camino.

Lentamente, la senda perdía altura. Comenzaron a aparecer los primeros bosquecillos de abedul. La única especie de árbol autóctona de Islandia que logró sobrevivir a la letal combinación formada por el vulcanismo, la última era glaciar y la aparición de los humanos y sus animales domésticos. Finalmente, quince minutos después de la una, lograba ver un tramo de camino despejado, desapareciendo más allá de la siguiente loma. Pensé que había superado lo peor.

Cristales de hielo

Cristales de hielo.

Poco después, llegué a otro arroyo, con su curso tan solo cubierto parcialmente por el hielo. Éste formaba extraños cristales, de una belleza tan irreal como sutil. Aproveché para hacer una breve pausa y beber agua. Después reanudé mi camino, mucho más animado.

Nieve, agua y hielo

Nieve, agua y hielo.

Pero mis problemas no habían llegado a su fin. Más bien al contrario. El paisaje se había vuelto más variado. Las zonas descubiertas se alternaban con los bosques. Las laderas soleadas con las umbrías. La senda mutaba continuamente, con tramos despejados, congelados, inundados o embarrados, sucediéndose en una secuencia caótica.

Morsárdalur y el Skeiðarjökull

Morsárdalur y el Skeiðarjökull.

Tan solo las vistas sobre Morsárdalur, cada vez más espléndidas, me ayudaban a mantener el ánimo. A mis pies se extendía la parte inferior del valle, atravesada por una intrincada malla de cauces secos. El valle se fundía con Skeiðarársandur, que a su vez se extendía hasta los hielos azulados del Skeiðarjökull. Y, al fondo, la mole de 764 metros de altura del Lómagnúpur, marcando el límite entre las montañas y la llanura costera.

El puente sobre el Morsá

El puente sobre el Morsá.

Según seguía descendiendo, los tramos de hielo eran más escasos, aunque también más frágiles y, por tanto, complicados de superar. Finalmente, unos minutos antes de las dos, lograba ver por primera vez el puente sobre el Morsá. A esas alturas de la tarde, aquel puente se había convertido en el objetivo final de mi excursión. Era demasiado tarde y yo estaba demasiado cansado como para pretender continuar hasta Morsárlón, la laguna que hay a los pies del Morsárjökull.

El último tramo con hielo

El último tramo con hielo.

Una vez más, pensé que mis problemas habían terminado. Y, una vez más, me equivoqué. Aún encontré algún pequeño tramo congelado, pero fue peor el barro y una sección del camino que se había convertido en un pequeño arroyo. Para terminar con un gran derrumbe, en el que las rocas sueltas cubrían completamente un tramo de la senda. Al menos he de reconocer que no tenía tiempo para aburrirme. Más que una senda, aquello parecía una yincana.

En el cruce de caminos

En el cruce de caminos.

A las dos y veinte lograba llegar a un cruce de senderos, donde un poste marcaba las distancias. Apenas estaba a 6.100 metros del centro de visitantes de Skaftafellsstofa. El tramo desde el mirador de Sjónasker, que había tardado algo más de hora y media en recorrer, era de tan solo 3,9 kilómetros. Aún estaba a 4.400 metros del Morsárjökull, por un estrecho sendero, que seguía zigzagueando entre raquíticos abedules. Si tenía alguna duda sobre el camino a seguir, se despejó en aquel momento.

Llegando al puente sobre el Morsá

Llegando al puente sobre el Morsá.

Giré a la izquierda, rumbo al puente sobre el Morsá, al que apenas tardé un par de minutos en llegar. Sus precarios tablones de madera me parecieron el paraíso. Había regresado a la civilización. Al otro lado, me recibió una gran llanura grisácea y, en medio del pedregal, otro poste: «Skaftafellsstofa 5,7 km.».

Morsárdalur

Morsárdalur.

Frente a mí, tenía el que había sido el motivo de mi excursión. Rodeado de agrestes picos, el valle de Morsárdalur iba a morir contra una imponente pared de roca. El Morsárjökull reptaba a sus pies, apenas visible entre los pliegues del terreno. El glaciar se alimenta de dos lenguas. La más occidental nace directamente de los hielos del gran Vatnajökull, a 457 metros de altitud. La oriental tiene su origen en una gran acumulación de hielo y nieve, a los pies del muro de piedra. Precisamente fue su retroceso el que, en 2007, llevó al descubrimiento de Morsárfoss. Anteriormente, el salto de agua permanecía oculto tras los hielos del glaciar. Morsárfoss es la mayor cascada de Islandia, aunque no se sepa con certeza su altura, que en la actualidad se estima en 227 metros. Aquel día, estaba completamente congelada. Apenas era una delgada línea pálida sobre la roca.

Una pausa en Morsárdalur

Una pausa en Morsárdalur.

Decidí hacer una pausa. Antes de comenzar el regreso, ahora por la ruta más sencilla, disfrutaría del impresionante entorno, repondría fuerzas, volaría el dron y haría algunas fotografías. El sol empezaba a estar bajo, mientras comenzaban los primeros compases de un temprano atardecer subártico. Pero el tramo que tenía por delante era una senda sencilla, que a priori no debía suponer mayor problema.

Hice un largo vuelo, de casi quince minutos, intentando acercarme lo más posible al Morsárjökull. Ya que no podía llegar a sus pies, por lo menos lo grabaría desde el aire. De camino, sobrevolaría el laberinto de meandros con el que el Morsá se desparramaba por el valle, antes de fundirse en un único cauce, a escasos metros del puente que acababa de atravesar. Las condiciones eran óptimas, con un viento completamente inexistente. Mi único límite fue la duración de la batería y el alcance de la señal del mando del dron.

Comenzando el regreso

Comenzando el regreso.

Después, comencé un camino de regreso que no resultó tan sencillo como esperaba. Al principio, avanzaba cerca de la orilla derecha del río, contemplando las cascadas congeladas que se desplomaban desde Skaftafellsheiði. Cada una era un arroyo, que había tenido que atravesar mientras avanzaba lentamente hacia el norte. Ahora, saltaba de cauce seco en cauce seco, mientras avanzaba a buen ritmo por una llanura que, vista a ras de suelo, parecía interminable.

Desde el segundo puente sobre el Morsá

Desde el segundo puente sobre el Morsá.

Poco antes de las cuatro atravesaba nuevamente el Morsá, por un puente todavía más precario que el anterior. Tan solo estaba a 2.500 metros de Skaftafellsstofa. Acusaba el cansancio, pero aquello parecía estar hecho.

Cristales en el hielo

Cristales en el hielo.

Otra vez volví a equivocarme. Ahora la senda avanzaba entre el río y la ladera de Skaftafellsheiði. Algunos tramos debían recibir poca luz del sol y estaban completamente congelados. Tuve que volverme a poner los crampones. Aunque también hubo algún momento interesante, como la superficie de un gran charco, llena de extraños cristales de hielo. Ese mismo charco supuso un pequeño reto, ya que el hielo no parecía demasiado sólido. Según lo atravesaba, escuchaba como crujía bajo mi peso.

La pasarela sobre la laguna helada

La pasarela sobre la laguna helada.

Más tramos congelados, una laguna helada atravesada por una pasarela a la que faltaba un tramo. Avanzaba, cada vez más cansado, por un camino amplio, pero que parecía no tener fin. Claramente había sobreestimado mis capacidades, al intentar llegar a Morsárdalur por una senda con cierto grado de complejidad. Un día espléndido y  mi anterior excursión al mirador de Sjónarnípa, atravesando una ruta de similar dificultad en febrero de 2019, me habían empujado a confiarme en exceso. Emprendí el camino sin los bastones de senderismo y, lo que es mucho peor, sin notificar mi ruta en safetravel.is. Recorriendo un entorno complicado y con mala cobertura móvil, en la más absoluta de las soledades, me podía haber costado muy caro.

Llegando a Skaftafellsstofa

Llegando a Skaftafellsstofa.

Finalmente, veinte minutos antes de las cinco pisaba nuevamente el asfalto. Poco después me cruzaba con un vehículo. El sonido de su motor, acercándose por la carretera, me pareció el canto de un ángel. A las cinco en punto, estaba de vuelta al aparcamiento. Terminaba así la excursión más dura que jamás he realizado en Islandia. No por su longitud, que apenas había superado los 11 kilómetros. Habían sido las nefastas condiciones del terreno las que me habían complicado la ruta hasta unos extremos increíbles. Al menos tuve suerte con el clima y pude disfrutar de unos paisajes increíblemente hermosos, en medio de una soledad y un silencio sobrecogedores. Aunque, para esto último, en Islandia no necesitas demasiada suerte.

Para ampliar la información.

No he logrado encontrar nada relevante en español.

En inglés, la página sobre Morsárdalur en la web oficial del parque nacional del Vatnajökull está en https://www.vatnajokulsthjodgardur.is/en/areas/skaftafell/destination-morsardalur.

En https://fieldrecording.net/2017/03/11/baejarstadaskogur-in-morsardalur/ hay una pequeña entrada sobre el bosque de Bæjarstaðaskógur.

La web Iceland Falls tiene una entrada sobre Morsárfoss: https://icelandfalls.com/morsarfoss/.

También podemos encontrar información de la cascada en Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/morsarfoss.