Llegué a Hirtshals procedente de Stavanger, a bordo del MS Stavangerfjord. Tras una hermosa entrada a puerto, que superó mis expectativas, bajé a tierra unos minutos después de las ocho de la mañana. Fjord Line, la naviera del Stavangerfjord, y Smyril Line, la del MS Norröna, comparten terminal. Mi plan era dejar el equipaje en consigna y dar un paseo por la pequeña ciudad. Pero el plan tenía un punto débil: no había ninguna consigna en el edificio. Contrariado, salí al exterior arrastrando mi abultada maleta, en busca de uno de los taxis que había visto desde cubierta mientras atracaba el barco. Para encontrarme con que habían desaparecido mientras yo buscaba infructuosamente la consigna. Tampoco había ningún medio de transporte público para llegar al centro de la ciudad. De no haber sido por el equipaje, habría ido dando un paseo. La distancia hasta el centro era inferior a los cuatro kilómetros y el día había mejorado notablemente. Pero, cargado con una maleta y una mochila, me pareció un esfuerzo excesivo en comparación con lo que la ciudad podía ofrecerme. Al final, di un breve paseo por la escollera y regresé a la sala de espera de la terminal.
Mientras entraba al edificio, zarpó el Stavangerfjord. Exactamente una hora después de haber atracado, en parte gracias al sistema autónomo de carga y descarga de contenedores, que permite reabastecer el barco en un tiempo récord. Treinta minutos más tarde, el MS Norröna se acercaba a la bocana del puerto. Pasé un rato entretenido observando el ir y venir de los barcos desde la vacía sala de espera.
Cuando desembarcó el escaso pasaje del Norröna, hice un segundo intento de llegar al centro de Hirtshals. Pensé que quizá habría algún autobús o se acercaría algún taxi a probar suerte. Ni lo uno ni lo otro. Aparentemente, todos los que llegaron a bordo del buque, o bien tenían el coche aparcado en las inmediaciones o bien los recogió algún conocido. Al final, me resigné a pasar lo que quedaba de mañana en la terminal. Ya que todos los lugares en su interior eran tranquilos, busqué un rincón cómodo, con vistas al mar, y me relajé, aprovechando para rememorar lo que llevaba de viaje y, sobre todo, pensar en lo que me quedaba por delante. A priori, la parte más complicada del itinerario entre Oslo y Reikiavik.
En mis divagaciones, acabé evocando mi anterior «visita» a Hirtshals. Había sido en 1995, durante un viaje totalmente improvisado por Europa. Tan improvisado, que nuestra idea inicial era llegar a Praga y acabamos en Stavanger. Aún recuerdo la cara de asombro de mi tío cuando, en su casa de Oldenburg, decidimos esquivar la ola de calor que azotaba el centro de Europa y dirigirnos a Escandinavia. Con su mentalidad germánica, no era capaz de comprender que fuéramos capaces de aventurarnos hacia el norte de Dinamarca con la única referencia de una línea azul discontinua que, en un mapa de carreteras, unía Hirtshals con Kristiansand. Sin saber horarios, frecuencia o precio del supuesto ferry. Y, naturalmente, sin tener billete o reserva. Sin embargo, tuvimos la fortuna de llegar a Hirtshals con el tiempo justo de comprar el billete, sin tan siquiera bajar del coche, y embarcar en el último ferry del día. Aunque no lo recuerdo a ciencia cierta, probablemente habíamos pasado por el mismo aparcamiento que pude ver desde la popa del Stavangerfjord mientras éste atracaba. Desde luego, era otra forma de viajar, anterior al océano de información que Internet ha puesto al alcance de nuestras manos.
Finalmente, a las 12 del mediodía, el personal de recepción me dijo que ya estaba abierto el check-in. A cambio de mi reserva, me entregaron un par de tarjetas con un código de barras. En teoría, una era para el embarque y otra para abrir la puerta del camarote. En la práctica, nadie me pidió nada para embarcar. Aún conservo ambas. Entré en el Norröna sobre las 13 horas. Me llamó la atención la organización de las puertas de embarque. Solo había dos, una con un cartel indicando Noruega y otra para las Islas Feroe. Una chica con un ordenador era todo el control de accesos.
Lo primero que hice tras embarcar fue dirigirme al camarote y, finalmente, conseguir deshacerme del equipaje. Di una primera vuelta de orientación por el barco, buscando sus cubiertas superiores. El día había mejorado notablemente y, de vez en cuando, el sol se atrevía a salir tímidamente entre las nubes. Me entretuve con el ir y venir de los barcos por el puerto. Como el Aalborg, que estaba amarrado a nuestro costado de babor, suministrando al Norröna el combustible necesario para la larga travesía que tenía por delante. O el Cecilia, un buque de apoyo a la industria de extracción de petróleo en el Mar del Norte. Incluso, haciendo honor a su nombre, regresó el MS SuperSpeed 1 que, en el rato que yo llevaba en Hirtshals, había tenido tiempo de ir a Kristiansand, en Noruega, y volver.
Mientras tanto, por causas que desconozco, el Norröna iba acumulando minutos de retraso. Al principio, no le di importancia, pero comencé a inquietarme según avanzaba la tarde y se iba apagando la luz. Por una parte, prefería zarpar de Hirtshals a la luz del día. Aunque lo que realmente me preocupaba era la hora de llegada a Tórshavn, donde la escala era de tan solo ocho horas y una abultada demora podía hacerla excesivamente breve para mis planes. Finalmente, a las 16:30, con 90 minutos de retraso, zarpamos rumbo a las Feroe. Teníamos casi cuarenta horas de navegación por delante. Margen de sobra para recuperar el tiempo perdido.
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En inglés, la página oficial de turismo de Hirtshals está en https://www.toppenafdanmark.com.
También se puede encontrar información en https://www.visitnordjylland.com/north-jutland/destinations/hirtshals.
Aunque no los visité, aparentemente los principales reclamos turísticos de la ciudad son su acuario (https://en.nordsoenoceanarium.dk) y los restos del Muro Atlántico (https://vhm.dk/museerne/bunkermuseet/).
Por último, la web oficial del puerto está en https://www.portofhirtshals.com.
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