Comencé la ruta a las nueve de la mañana, en otra jornada asombrosamente apacible, con el cielo apenas cubierto por una tenue capa de nubes y la temperatura por encima de los 4º C. Ante la falta de nieve, decidí reincorporarme a la Ring Road en el extremo occidental de Skálavegur. La carretera 246 es en realidad una pista, que da servicio al puñado de granjas que se desparrama por el suroeste del Eyjafjallajökull. Un paisaje que, hasta en un invierno dulce, resultaba áspero.
El desvío me sirvió para pasar junto a Íráfoss. Una más de los miles de cascadas que se reparten por la geografía de Islandia. En este caso, con una altura de 41 metros y rodeada por oscuras rocas basálticas, que en un pasado remoto formaron parte de la costa meridional de la isla. El río Ira nace en una de las lenguas del Eyjafjallajökull y, en su corta vida, se desploma por otras dos cascadas, aguas arriba de Íráfoss. Aunque desde la llanura resulte imposible verlas.
Tras reincorporarme a la Ring Road, apenas avancé 8 kilómetros hacia el oeste, antes de volverme a desviar en las inmediaciones de Seljalandsfoss. Mi destino no era la cascada más masificada de Islandia. En realidad, quería visitar la poco conocida Nauthúsagil, ubicada cerca del gran recodo del Markarfljót. Pese a estar apenas a 11 kilómetros de la principal carretera de la isla, Nauthúsagil logra esquivar la avalancha turística que sufre Seljalandsfoss. En parte, hay que agradecérselo a Google, que sigue marcando erróneamente el tramo inicial de la 249 como F249. Una carretera de montaña con tan mala fama, que muchas agencias de alquiler prohiben expresamente atravesarla con sus vehículos. Aunque la mayor parte de la 249 esté sin asfaltar, en la actualidad la carretera de montaña comienza un poco más allá del aparcamiento de Nauthúsagil.
El otro problema para llegar a Nauthúsagil es más real. La cascada está al fondo de un pequeño barranco, en el que crecen varios serbales. Éstos dan al lugar un aspecto un tanto tenebroso, que ayuda a realzar su interés. En cualquier caso, llegar a Nauthúsagil no resulta fácil. Ya había fracasado en la primavera de 2021, cuando el caudal del arroyo hacía muy complicado recorrer el camino. Ahora bajaba poca agua, pero recientemente debía haberse producido una crecida, que se había llevado por delante las dos pasarelas de madera que permiten atravesar el arroyo. Sus restos destrozados yacían aguas abajo. Por segunda vez, tuve que renunciar a recorrer el barranco.
Mi fracaso ante Nauthúsagil me dejaba con algo de tiempo extra, que decidí emplear explorando el primer tramo de la F249. Sabía que no iba a llegar muy lejos. Aunque Þórsmerkurvegur aparecía en umferdin.is marcada en gris, su trazado no tenía el menor rastro de nieve. En cualquier caso, su mala fama no es injustificada. La última persona que murió vadeando un río en Islandia se ahogó precisamente en esta pista, intentado atravesar el Steinholtsá. Como mucho, intentaría llegar al primer vado. Al final, la carretera estaba tan bacheada, que decidí dar media vuelta antes de alcanzarlo.
Skálholt.
Eldborg við Geitahlíð.
Fue una visita extraña. Por una parte, aunque había algo de nieve, entre el calor de la atmósfera y el que manaba del suelo, encontré buena parte de éste completamente despejado. No disfruté del juego entre el hielo y el fuego que había esperado encontrar. Por contra, había más gente de la que jamás había visto en el lugar. No es que fuera una avalancha. Apenas habría 5 coches en el aparcamiento. Pero, tras haber podido disfrutar varias veces de Seltún en la más absoluta soledad, aquello me pareció una multitud.
Por lo demás, encontré Seltún tan fascinante como siempre. Sus extraños aromas, sus charcas hirvientes y los vapores que manan de su suelo formaban escenas completamente irreales. Que, como suele ser común en Islandia, puedas disfrutarlas con la única barrera de tu propio sentido común, hace que sean todavía más interesantes.
El atardecer avanzaba rápidamente. Decidí despedirme de Islandia en Brimketill. Desde que lo descubrí, por pura casualidad, en abril de 2021, el lugar se ha convertido en una de mis visitas recurrentes. Suelo ir en todos mis viajes, bien sea al principio o al final. O en ambas ocasiones, como era el caso. Brimketill lo mismo puede ser un lugar decepcionante que deslumbrante. Todo dependerá del viento y el oleaje. Aquella tarde, sin llegar a la espectacularidad de mi primera visita, se acercaba bastante. Con la diferencia de que ahora iba mucho mejor equipado fotográficamente y con una idea concreta de lo que buscaba.
Aunque conseguí alguna toma interesante, la creciente falta de luz hizo imposible lograr todos mis objetivos. Una noche de insomnio acabó dándome una segunda oportunidad. A la mañana siguiente, regresé a Brimketill con las primeras luces del alba. Había menos olas que la tarde anterior, pero más luz y, sobre todo, más viento, que además venía del sur. Bueno para el dron, que en el peor caso sería arrastrado tierra adentro, pero malo para la cámara, que podía terminar empapada.
Al final, el viento resultó ser excesivo y apenas puede volar el dron. Respecto a la cámara, parte de la solución fue utilizar el iPhone, teóricamente inmune a los remojones. Tras lograr, mal que bien, las tomas de larga exposición y cámara lenta que no había podido realizar en la tarde anterior, poco antes de las once de la mañana emprendía el regreso hacia Keflavik. Ahora sí, terminaba mi tercer viaje invernal a Islandia.
Para ampliar la información.
Mi primera visita a Seltún está en https://depuertoenpuerto.com/el-area-geotermal-de-seltun/.
A Brimketill en https://depuertoenpuerto.com/brimketill/.
En https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-sudurland/ se puede ver otra ruta por la zona, en primavera, que se complementa con https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-el-sur-de-reykjanes/.
También puede interesarte un itinerario partiendo desde Keflavik: https://depuertoenpuerto.com/una-excursion-desde-keflavik/.
O, si vas a ir en verano, este otro, visitando lugares poco conocidos: https://depuertoenpuerto.com/una-manana-en-reykjanes/.
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