Decidimos ir a Italia, donde había vuelos directos y, siendo ciudadanos de la Unión Europea, podíamos entrar libremente, sin mayores requisitos sanitarios. Comenzaríamos con una dosis de naturaleza salvaje y paisajes idílicos haciendo un breve «road trip» por los Dolomitas. Después, daríamos un rodeo hacia el sur para visitar Rávena y Chioggia, dos ciudades que llevábamos tiempo queriendo conocer. Por último, aprovecharíamos la falta de turismo en Venecia, continuamente cacareada por los medios españoles, para pasar unos días en la ciudad de la laguna.
Un plan perfecto sobre el papel, que empezó a torcerse incluso antes de empezar el viaje. En las escasas 48 horas que tardé en planificarlo, reservar los hoteles y comprar los billetes de avión, Italia cambió el protocolo de entrada, pasando a exigir una PCR negativa a todos los viajeros procedentes de España. Al menos, no había que hacer cuarentena. Tampoco lo tuve fácil en los Dolomitas, donde fue casi imposible encontrar hotel a un precio razonable. Nos vimos obligados a pasar las tres noches en Bolzano, trastocando el plan original y haciendo imposible recorrer la parte oriental del macizo. La zona resultó estar tan saturada como en cualquier verano. Pero parece que nuestro cupo de mala suerte se acabó en cuanto llegamos a Rávena. Aunque todavía nos esperaba algún otro contratiempo, el resto del viaje acabó yendo mucho mejor.
- 18 de agosto: vuelo Madrid – Venecia. Recogemos el coche de alquiler en el aeropuerto y nos vamos a Bolzano, donde aún tenemos tiempo para dar un paseo por la ciudad y hacer una breve excursión hasta San Giovanni in Ranui.
- 19 de agosto: primera excursión por los Dolomitas, visitando el lago de Carezza, el telesilla de König Laurin y llegando hasta Rónch.
- 20 de agosto: segundo día recorriendo los Dolomitas. Pese a los atascos y los problemas para aparcar, logramos subir tanto a Sassolungo como a Seceda.
- 21 de agosto: dejamos Bolzano para ir hasta Rávena. De camino, visitamos los Dolomitas de Brenta. El exceso de tráfico acaba trastocando el resto de nuestros planes.
- 22 de agosto: Rávena. Un día tan intenso como fructífero, en el que, entre otros lugares, visitamos San Apolinar el Nuevo, el museo Arzobispal, San Vital, y el mausoleo de Gala Placidia.
- 23 de agosto: jornada de transición, entre Rávena y Venecia. Antes de salir de Rávena, visitamos su catedral y el mausoleo de Teodorico, aunque fracasamos en San Apolinar en Classe. El camino hasta Venecia resulta ser menos interesante de lo que esperábamos, pero lo compensamos con creces en la abadía de Pomposa, la visita imprevista del día. También hacemos una parada en Chioggia, donde damos un paseo por sus calles y hacemos una breve excursión en barco por sus inmediaciones. Rematamos la jornada con una preciosa tarde de tormenta en Venecia.
- 24 de agosto: arrancamos el día visitando La Fenice. Por la tarde, realizamos una interesantísima visita a San Lázaro de los Armenios. Entre medias, nos dedicamos a mi actividad favorita en Venecia: pasear sin rumbo entre sus callejuelas y canales.
- 25 de agosto: el objetivo principal de la mañana es realizar una excursión por la laguna. Comenzamos recorriendo la poco visitada Mazzorbo. De allí, pasamos a la más turística Burano, para regresar a Venecia mediante la poco conocida linea 13 del vaporetto. De camino al hotel, visitamos la Scuola Grande di San Marco y la iglesia de San Zacarías.
- 26 de agosto: comenzamos con otro tranquilo paseo por la ciudad, esta vez en el sestiere de Castello. Visitamos San Francisco de la Viña, para a continuación buscar la forma de entrar al interesante Arsenal de Venecia. Después, toca cambiar de hotel, lo que es una excusa perfecta para un precioso recorrido por el Gran Canal, entre Arsenale y Ca’ D’Oro. Rematamos el día dando un paseo crepuscular por los sestieri de San Polo y Santa Lucia.
- 27 de agosto: nuestro plan es aprovechar la falta de turismo para visitar alguno de los lugares normalmente más saturados de Venecia. Para llegar hasta nuestro primer destino, damos un breve pero hermoso paseo al amanecer. Cumplido el objetivo de visitar tanto la basílica de San Marco como el Palacio Ducal, recuperamos nuestra costumbre de los paseos sin rumbo, esta vez entre Ca’ D’Oro y Zattere.
- 28 de agosto: disfrutamos de nuestro último amanecer junto al Gran Canal. Después, aprovechamos las horas que nos quedan en Venecia para dar un nuevo paseo, esta vez hacia el poco frecuentado extremo suroccidental de Dorsoduro. De camino, visitamos San Nicolò dei Mendicoli, San Sebastián y la Scuola Grande di San Rocco. Tras lo cual, tan solo nos queda un trayecto en lancha hasta el aeropuerto Marco Polo y, desde allí, regresar a Madrid.
Un viaje de diez días que, pese a los inconvenientes iniciales, salió bastante bien. Sobre todo, teniendo en cuenta la rapidez con la que lo organizamos. Lo peor fue la primera parte. La comparación entre Islandia, con su ausencia de tráfico y sus enormes extensiones vacías, y las saturadas carreteras de los Dolomitas, estuvo a punto de arruinar el viaje. Superado el último atasco, entre Garda y Rávena, el resto de los días fueron mucho mejor. Rávena apenas tenía visitantes y aunque Venecia no era la ciudad desierta que mostraban los medios de comunicación españoles, el turismo tan solo era una pequeña fracción del habitual. Pudimos disfrutar de la ciudad a nuestras anchas. La única pega fue que, sobre todo en Rávena, encontramos algunos lugares cerrados.
En cualquier caso, un viaje muy interesante. Lo único que siento es no haber cambiado los días en Bolzano por más días en Venecia. Poder disfrutar, sin agobios y con unos precios razonables, de una de las ciudades más hermosas del mundo, fue una experiencia tan gratificante como difícilmente repetible. Sobre todo, en pleno mes de agosto.
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