Según entrábamos en el monstruoso aparcamiento de la plaza de Roma, donde debíamos devolver el coche de alquiler, aumentaba mi preocupación. Una planta, dos plantas, tres plantas, . . . todas estaban llenas a rebosar. Finalmente, acabamos aparcando en la azotea, después de dar un par de vueltas buscando plaza. Ya que estábamos en lo más alto del edificio, nos asomamos a su barandilla, para comprobar que el puente de la Constitución no estaba vacío, pero tampoco era el hervidero habitual. Al menos aparentemente, Venecia estaba en un punto intermedio entre la ciudad fantasma que nos intentaban enseñar en la televisión y el lugar colapsado que hubiera sido durante un verano normal. Quedaba por ver a cuál de los dos extremos se acercaba más.
Poco después, subíamos a la línea 1 del vaporetto rumbo a nuestro destino, el hotel Bucintoro, en el sestiere de Castello. El barco resultó ir casi vacío. Apenas seríamos una decena de pasajeros a bordo. Pero aun no podíamos cantar victoria. Eran casi las siete de la tarde, por lo que la mayor parte de los visitantes estaría saliendo de la ciudad. En cualquier caso, el cielo estaba cada vez más cubierto y, mientras dejábamos atrás el puente de los Descalzos, una luz suave comenzaba a teñir las fachadas del Gran Canal. Nos sentamos cómodamente a popa, decididos a disfrutar de la travesía.
Apenas tardamos unos minutos en cruzarnos con otro vaporetto, frente a San Geremia y su inconfundible campanario del siglo XII. Desde luego no iba vacío, pero tampoco mostraba el nivel de saturación que hubiera sido normal a esas horas. También era evidente que el tráfico en el canal era mucho menos denso de lo habitual. Nuestros temores comenzaron a disiparse.
Tras proseguir otros trescientos metros por el canal, llegamos a la espléndida Ca’ Vendramin Calergi, construida entre 1481 y 1509 por encargo de la familia Loredan. Como tantos palacios venecianos, los caprichos de la fortuna hicieron que cambiara numerosas veces de propietario. Entre otras manos, pasó por las de Vettor Calergi, en 1589, y Niccolò Vendramin, en 1739, de los que recibió su nombre actual. Aunque su huésped más ilustre fue Richard Wagner, que falleció entre sus muros el 13 de febrero de 1883. Desde 1946 es propiedad del municipio de Venecia, que en 1959 decidió utilizarlo como sede invernal del casino de la ciudad.
Mientras avanzábamos por el Gran Canal, la ciudad, mucho más tranquila de lo habitual, comenzaba a prepararse para la noche. Según navegábamos frente al traghetto de Santa Sofia, a las siete en punto de la tarde, los gondoleros daban por terminada su jornada y amarraban sus góndolas a los clásicos paline.
Incluso tras pasar bajo el puente de Rialto, las normalmente saturadas aguas entre las «rivas» del Ferro, del Carbon y del Vin mostraban una extraña calma, tan solo interrumpida por algunos turistas rezagados, que aprovechaban las últimas luces del atardecer para dar un tranquilo paseo en góndola.
A esas alturas, casi nos habíamos quedado solos en el vaporetto. Según llegábamos a San Toma’ y su curva en el Gran Canal, cambiamos la popa por la proa, para ver cómo nos aproximábamos al espléndido palacio gótico de Ca’ Foscari. Edificado en 1452 por orden del dux Francesco Foscari, en la actualidad es la sede de una universidad. Justo a su izquierda se encuentra el Palacio Giustinian, otra de las joyas del gótico tardío de Venecia. Aunque no se sabe a ciencia cierta, puede que ambos compartan a Bartolomeo Bon como arquitecto.
En la orilla opuesta a las dos espléndidas fachadas, un gondolero solitario pasaba indolentemente junto a los paline del palacio Erizzo Nani Mocenigo, construido por orden de la familia Erizzo en 1480. En 1537 pasó a manos de la familia Nani, que posteriormente se convertiría en Nani-Mocenigo, dando al palacio su dilatado nombre. Como tantos edificios de Venecia, no parecía pasar por su mejor momento. Las decadentes fachadas de la Serenissima tan solo son un reflejo de una transformación mucho más profunda, que comenzó hace quinientos años, con la apertura de las rutas marítimas trasatlánticas. En el proceso, muchas de las antiguas estirpes de comerciantes acabaron en la ruina. Otras, como la rama principal de los Nani-Mocenigo, incluso llegaron a extinguirse.
Ya que estábamos en la proa, nos quedamos disfrutando de la silueta de uno de mis lugares favoritos de Venecia, la Punta de la Aduana. Las cúpulas de la espléndida basílica de Santa María della Salute se recortaban contra la luz del incipiente atardecer. Edificada entre 1631 y 1687, la obra póstuma de Baltasar Longhena es uno de los templos mas notables del barroco veneciano. Más allá estaba la antigua Aduana del Mar. Un edificio del siglo XVII, coronado por la Palla d’Oro. La escultura es en realidad una veleta, cuyos giros, además de mostrar la dirección del viento, pretenden ser una alegoría a la variabilidad de la fortuna. No se me ocurre mejor metáfora en una ciudad como Venecia.
La hipnótica visión del conjunto nos hizo regresar a popa. En ese momento, advertimos que una tormenta se aproximaba a la ciudad desde el oeste. Ahora, el hermoso grupo de edificios se recortaba contra un cielo gris, cuya oscuridad se veía acrecentada por la proximidad del ocaso.
En cualquier caso, nuestro viaje en vaporetto estaba llegando a su fin. Mientras pasábamos frente a la sede histórica del poder de Venecia, el impresionante Palacio Ducal, mis ojos se fueron hacia la Riva degli Schiavoni. Pese a que ya eran las siete y media de la tarde, su pavimento prácticamente vacío fue la ratificación definitiva de que habíamos acertado al elegir Venecia como destino.
Un par de minutos después, mientras el vaporetto hacía escala en el embarcadero de San Marco – San Zaccaria, eran las siluetas de la basílica de San Giorgio Maggiore y su esbelto campanario las que rompían el horizonte, destacando sobre las últimas luces del ocaso. Comenzaba a faltar luz para hacer fotos decentes sin trípode, pero la poca que había era tan sugerente que no podía resistir la tentación de intentarlo.
Veinte minutos antes de las ocho, llegábamos al embarcadero de Arsenale. Mientras tanto, hacia occidente, una gran nube iba devorando lentamente el horizonte, acabando con la poca luz que quedaba. De vez en cuando, podíamos ver algún rayo iluminar por un instante el vientre de la bestia. El espectáculo era tan impresionante como hipnótico, pero se hacía tarde y necesitábamos urgentemente una ducha antes de ir a cenar.
En el rato que estuvimos en el hotel, la tormenta nos alcanzó con toda su fuerza. Desde la ventana de la habitación, veíamos como lluvia, viento y rayos se descolgaban desde el negro cielo. Jamás había visto una tormenta similar en Venecia.
Con un paraguas prestado en recepción, nos fuimos a la cercana Vía Giuseppe Garibaldi, buscando un lugar para cenar. El chaparrón, que había obligado a desalojar las terrazas, se unió a los locales cerrados por la pandemia para que acabásemos en la Trattoria Giorgione. Un lugar con estética desfasada, pero en el que cenamos razonablemente bien.
La tormenta pasó sobre nuestras cabezas durante la cena. Pese al cansancio acumulado durante el largo día, nos pareció una buena idea aprovechar el frescor que la noche y la lluvia habían dejado en el ambiente para dar un último paseo hasta la cercana San Marco. De camino, disfrutamos de la asombrosa tranquilidad que se respiraba en una de las zonas normalmente más concurridas de Venecia. Hasta el Puente de la Paja, el más antiguo de la ciudad, normalmente saturado de turistas fotografiando el cercano Puente de los Suspiros, estaba completamente vacío.
Tampoco encontramos San Marco mucho más concurrido. El suelo encharcado reflejaba las luces de las tres Procuradurías que rodean la plaza por occidente. Sin el bullicio habitual de turistas, vendedores ambulantes y terrazas, el lugar desprendía una extraña sensación de paz, que tan solo recordaba haber visto durante un viaje invernal muchos años atrás. Sensación que se acrecentó cuando, aunque esta vez de forma más suave, comenzó nuevamente a llover. En cualquier caso, estábamos agotados tras una jornada tan larga como fructífera. La lluvia fue la excusa perfecta para regresar al hotel en busca del necesario descanso.
El blog Rodando por el Mundo tiene una buena entrada describiendo el mismo recorrido en una mañana de niebla: https://www.rodandoporelmundo.com/de-paseo-por-venecia-el-gran-canal-en-vaporetto/.
El magnífico blog Venezia en Invierno tiene un post sobre el Gran Canal: https://veneziaeninvierno.com/2021/05/14/el-gran-canal-de-venecia/.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-los-dolomitas-y-ravena/ se puede ver el itinerario de nuestro viaje por el nordeste de Italia.
En inglés, la web oficial del transporte público en Venecia (ACTV) está en https://actv.avmspa.it/en.