Como todo antiguo palazzo veneciano que se precie, el Pesaro Palace tiene embarcadero propio. Allí nos esperaba el taxi que habíamos reservado el día anterior. Hicimos la reserva por correo electrónico. Curiosamente, en lugar de decir nosotros la hora en que debían recogernos, nos preguntaron a qué hora queríamos llegar al aeropuerto. Al indicarles que sobre las 15:00, nos dijeron que el taxi nos recogería a las 14:40. Además de conocer el precio, ya sabíamos lo que tardaríamos en llegar. No se equivocaron ni en un minuto.
Por contra, desconocíamos la ruta que seguiríamos. Evidentemente, el primer tramo fue por el Gran Canal. Salimos del embarcadero del hotel, situado a escasos metros de la parada de vaporetto de Ca’ D’Oro con rumbo noroeste. Atrás iba quedando el inconfundible mercado del pescado, junto a los demás edificios que habían formado nuestro horizonte durante los últimos días. No pude evitar sentir una punzada de melancolía.
En cualquier caso, nuestro recorrido por el Gran Canal fue extraordinariamente breve. Muy pronto viramos a estribor, enfilando el Rio di Noale. Buena parte del canal no tiene ninguna fondamenta en sus orillas, por lo que tan solo lo conocíamos de verlo desde el Ponte Pascualigo. Su edificio más notable es el Palazzo Donà Giovannelli. Pasamos tan cerca de su espléndida fachada de estilo gótico tardío, que no pude hacer una fotografía decente.
Por contra, la parte central del canal nos era de sobra conocida. En ella se ubica la Scuola Grande della Misericordia, una de las antiguas cofradías venecianas disueltas por orden de Napoleón. La scuola, íntimamente ligada a la cercana iglesia de la Misericordia, ha compartido con ésta una historia un tanto desafortunada, muy distinta a la de otras grandes cofradías venecianas. En cualquier caso, como habíamos podido comprobar cuatro años atrás durante un tranquilo paseo por Canareggio, el diminuto campo de la Abadía de la Misericordia es uno de los lugares más tranquilos y agradables del sestiere.
En apenas unos minutos, dejábamos atrás un pequeño embarcadero y el extremo noroccidental de Fondamente Nove, adentrándonos en la laguna. Aquí, seguían siendo evidentes los estragos que, en el verano de 2020, estaba provocando la pandemia en el turismo veneciano. Apenas nos cruzaríamos con dos o tres lanchas. Tampoco vimos ningún vaporetto, ni lanchas de Alilaguna, aunque nuestro itinerario coincidía con el de varias lineas regulares. Hasta éstas parecían haber reducido su frecuencia debido al coronavirus.
El taxi acuático había aumentado su velocidad y navegábamos a toda máquina entre dos hileras de bricole, mientras las torres de Venecia iban desapareciendo en la distancia. Formados por dos o tres postes de madera, generalmente de roble, los bricole sirven para marcar los límites de los canales navegables, o como soporte de señales. Nadie sabe con certeza desde cuándo se utilizan en la laguna, aunque hay leyes regulando su uso que se remontan a los albores del siglo XV. No debemos confundirlos con los paline, de un solo poste, que suelen servir para amarrar las embarcaciones. Algo que está prohibido en los bricole.
Dos minutos antes de las tres, llegábamos frente a la flamante dársena del aeropuerto Marco Polo. A la hora en punto, estábamos atracados y descargando nuestras maletas. Desde allí, un breve paseo nos llevó a la terminal. El trayecto en lancha, de veinte minutos, había sido tan breve como agradable. Aunque relativamente caro (no tanto si se reparte entre un grupo más numeroso), es sin duda alguna la forma más cómoda y conveniente para desplazarse entre Venecia a su aeropuerto. Ten en cuenta que algunos hoteles de la ciudad ofrecen este servicio de forma gratuita a sus clientes. Nosotros pudimos disfrutarlo durante nuestra anterior estancia, en el hotel LaGare de Murano. Es interesante informarse y tenerlo en cuenta antes de realizar la reserva. Puede merecer la pena pagar un poco más si, a cambio, el hotel se encarga de llevarte en su lancha privada.
Pasamos más de tres horas en el aeropuerto. Al igual que a la ida en Madrid, nos habían aconsejado ir con margen, por los controles del coronavirus. Y, al igual que a la ida en Madrid, fue una pérdida de tiempo, pues no encontramos el menor inconveniente. Al menos, al contrario que en Barajas, el aeropuerto Marco Polo estaba funcionando casi con normalidad. Apenas había alguna tienda cerrada y pudimos aprovechar la espera para comer tranquilamente en uno de sus restaurantes. Después, nos despedimos de Venecia sobrevolando la laguna, a la luz de un incipiente atardecer.
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La mayor parte de los taxis acuáticos de la ciudad están agrupados en Consorzio Motoscafi. Su página en español está en https://www.motoscafivenezia.com/es/.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-los-dolomitas-y-ravena/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por el nordeste de Italia.
En inglés, la compañía con la que nosotros contratamos el trayecto tiene su web en https://www.venicelimousineservice.it/en/services/water-limousine/. Era un 10% mas barata que Consorzio Motoscafi.
Si alguien tiene curiosidad por los bricole que salpican la laguna, puede consultar https://mycornerofitaly.com/venice-bricola/.