Tras un primer intento fallido por la mañana, finalmente logramos aparcar en Ortisei al filo de las cuatro de la tarde. Apenas teníamos una hora y media para subir y comenzar el descenso en el último teleférico de la tarde. Pero, ya que estábamos allí, no íbamos a quedarnos con las ganas. La única ventaja era que, al hacer la visita tan tarde, no quedaba el menor rastro de las colas y la masificación de la mañana. Compramos los billetes y subimos, completamente solos, en la primera cabina que había esperándonos.
La ascensión de Ortisei a Seceda se hace en dos tramos. El primero, en un telecabina entre Ortisei y Furnes, cubriendo una distancia de 2.500 metros, con un desnivel de 450. En Furnes, hay que hacer transbordo a un teleférico, que asciende 700 metros hasta Seceda, a 2.050 metros de distancia. Con diferencia, la parte más imponente del recorrido, remontando una impresionante pared casi vertical. Aunque en este segundo tramo no fuimos solos, tan solo éramos una decena de personas en una gran cabina con capacidad para 64.
Hay que reconocer que la subida fue mucho más rápida de lo que habíamos esperado. En poco más de 15 minutos, estábamos en la estación superior de Seceda, a 2.500 metros de altura. El día era espléndido, aunque las altas temperaturas comenzaban a crear una bruma que enturbiaba el horizonte. En cualquier caso, decidimos comenzar nuestro recorrido visitando un curioso mirador circular, en el que una serie de placas metálicas permitía identificar los picos más destacados del océano de montañas que nos rodeaba. Una forma magnífica de familiarizarse con el impresionante entorno.
Pero no tardamos mucho en ser atraídos por la indudable joya de Seceda. Hacia el este, se extendía una sucesión de picos, cuya cara norte parecía desafiar la gravedad. En realidad, el grupo de Geisler está formado por las cumbres más orientales, entre las que destaca el Sass Rigais, con 3.025 metros de altitud. La Forcella del Mezdì lo separa de los picos más occidentales, que culminan en los 2.873 metros de Grande Fermeda.
Sea un grupo o dos, la vista era apabullante. Las verdes praderas que ascendían suavemente desde Val Gardena, terminaban abruptamente en un cortado. Más allá, las agrestes cimas parecían las torres de una colosal muralla, levantada por cíclopes en tiempos pretéritos. Todo en medio de un espectacular paisaje, en el que se alternaban montañas de tonos grisáceos, praderas que comenzaban a agostarse y verdes bosques de hoja perenne. Por si esto fuera poco, las nubes que jaspeaban el cielo se deslizaban indolentemente hacia el sur. Sus sombras recorrían el paisaje, jugando con las cimas y los valles, añadiendo una nota de dinamismo al espectáculo.
Por desgracia, no disponíamos de demasiado tiempo. Desde luego, era impensable esperar a la luz del atardecer. El telesilla que sube desde Fermeda ya estaba cerrado. Si perdíamos el último teleférico, nos quedaríamos bloqueados en la montaña hasta la mañana siguiente. Tuvimos que renunciar a recorrer el tentador sendero que, por la parte alta de las praderas, avanzaba hacia las torres de piedra.
De regreso, nos entretuvimos con las espléndidas vistas. Hacia el sur, el panorama parecía una postal. Las praderas, entremezcladas con bosques de abetos, descendían suavemente hacia el valle y un pueblo que no supimos identificar, pero podía ser Selva di Val Gardena. Más allá, un telón de montañas cubría el horizonte. Desde nuestra ubicación, las más destacadas eran el grupo de Sassolungo, de donde veníamos. Desde el norte, su silueta era prácticamente irreconocible para nuestros ojos profanos. A su izquierda, los contrafuertes del grupo de Sella, formaban un muro de apariencia infranqueable. Entre medias, la más lejana Marmolada quedaba empequeñecida por la distancia.
Hacia el este, el paisaje era mucho más duro, dominado por las adustas laderas del Grupo de Puez, coronado por los 2.918 metros del Piz de Puez. Mas allá de Val Badia, era la Cima Dieci, conocida en alemán como Zehner Spitze, la que sobresalía por encima de sus rivales. La acumulación de sucesivas cumbres daba al paisaje el aspecto de un océano de roca viva, en el que las olas, como los trolls de las leyendas nórdicas, hubieran sido petrificadas por la luz del amanecer.
Por contra, hacia el oeste nos encontramos un paisaje mucho más dulce. Mas allá del abismo que se abría a los pies de la estación superior del teleférico, las montañas se extendían suavemente hacia el horizonte, donde se difuminaban entre la bruma. En el fondo del valle, Ortisei daba un toque humano a un paisaje mucho más amable y civilizado.
Pese a durar menos de dos horas, nuestra excursión a Seceda fue de lo mejor de nuestro corto periplo por los Dolomitas. Tan solo la superó la también breve visita a Sassolungo. En cualquier caso, una cosa nos quedó bien clara. Habíamos sido demasiado ambiciosos en nuestros objetivos. La dificultad para llegar a los destinos y la extensión y variedad de éstos habría hecho preferible realizar tan solo una visita al día. Error de principiantes.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-los-dolomitas-y-ravena/ se puede ver todo nuestro itinerario por el nordeste de Italia.
En inglés, la web oficial está en https://www.seceda.it/en/.
El blog taverna travels tiene una guía bastante detallada sobre la zona: https://tavernatravels.com/guide-to-hiking-seceda-dolomites/.
Quien quiera conocer las posibilidades fotográficas del lugar, debería visitar la web de Elliot Hook: https://www.elliothook.co.uk/the-dolomites-seceda/.