Además, el temporal que había cruzado Islandia durante los días anteriores había dado paso a una mañana extraordinariamente apacible. Parecía que, tras una breve pausa, el verano intentaba regresar a la Tierra de Hielo. Cuando dejé la habitación, a las siete y media de la mañana, me encontré una atmósfera extraordinariamente limpia y serena, con el sol brillando sobre el mar al sur de Vestrahorn. Tan solo unas sutiles nubes enturbiaban el cielo, mientras el viento era completamente inexistente. Un día perfecto.
O no. Las nubes se desvanecieron mientras yo desayunaba en el hotel. Cuando llegué al desvío de Múlagljúfur, el cielo estaba completamente limpio, con una luminosidad poco habitual en latitudes subárticas. Uno de los motivos por los que Islandia fascina a los aficionados a la fotografía de paisaje son sus cielos brumosos y su luz, casi siempre suave y tamizada. Aquella mañana tendría una luz dura, más propia de lugares mucho más meridionales. Malas noticias, pensando visitar un cañón profundo y angosto.
Múlagljúfur, el tesoro no tan escondido de Islandia.
En cualquier caso, no quería caer en la trampa de dos días atrás, cuando las continuas paradas me impidieron llegar al faro de Dalatangi, uno de los principales objetivos de mi excursión por los Fiordos del Este. En esta ocasión, tan solo hice una breve pausa para repostar y otra parada igualmente corta para intentar fotografiar la elusiva Morsárfoss. La cascada más alta de Islandia es perfectamente visible desde la Ring Road, aunque muchos pasen frente a ella sin darse cuenta. En invierno, suele ser complicado identificarla, pues lo normal es que esté congelada. El resto del año, salvo que las nubes estén muy bajas, basta con parar en el aparcamiento que hay al comienzo de la pista de Háöldukvísl. Aunque el salto de agua está más de 22 kilómetros al nordeste. Si quieres fotografiarlo, necesitarás un teleobjetivo.
A las seis en punto llegaba al desvío de Mýrdalsjökulsvegur. El día estaba cambiando, con el cielo cada vez más cubierto de nubes. Los primeros 1.200 metros estaban asfaltados. La grava empezó junto a la granja de Ytri Sólheimar, donde también se ubica la base de una de las empresas que organiza excursiones por la zona. Tras llegar a los primeros repechos, la carretera no tardó en complicarse. Avanzaba a paso de tortuga por una pista llena de piedras sueltas y surcos creados por el agua. Tras recorrer algo menos de tres kilómetros, decidí dar media vuelta. A ese ritmo, para cuando quisiera llegar al final de la pista sería demasiado tarde para explorar mínimamente la zona. Además, a pocas horas de tener que tomar un avión, tampoco tenía mucho margen para buscar problemas. Otra vez será.
Reanudé mi camino hacia el oeste. El atardecer avanzaba, mientras las nubes se alternaban con los claros. Después de llevar todo el día suplicando porque una nube tamizara la intensa luz del sol, ahora imploraba por todo lo contrario. Esa noche, se esperaba que el índice KP llegara hasta 6. Y el hotel estaba en una zona con escasa contaminación lumínica. En realidad, esa era la principal razón por la que había decidido dormir en el Kvika, un alojamiento que no conocía. De camino, decidí cenar en Kaffi Krús. Un lugar que me traía recuerdos del verano de 2020, cuando recorrimos una Islandia solitaria, con su turismo asolado por la pandemia.
Veinte minutos después de las diez estaba en el hotel, con la cámara montada en el trípode y configurada para intentar fotografiar la aurora. Esta vez probaría con el enfoque en manual, ISO 500, 1,8 de apertura y 3,2 segundos de exposición. El índice KP, que indica la intensidad de la actividad geomagnética, estaba desatado, la luna no era visible y apenas había nubes en el suroeste de Islandia. Las condiciones parecían óptimas. En cualquier caso, a escasas horas de finalizar un viaje en el que no había acertado a ver una sola aurora, aquella sería mi última oportunidad.
Unos minutos antes de las once apareció la primera, en dirección noroeste. Justo por encima de Reikiavik y su contaminación lumínica. De todos modos, esta no era tan intensa como para eclipsar las luces del norte, que danzaban lentamente sobre Hellisheiði. Además, me sirvió para comprobar los parámetros y, sobre todo, el punto de enfoque. No estaba dispuesto a cometer el mismo error que durante el invierno de 2023, cuando mi falta de pericia manejando una cámara recién estrenada arruinó las fotos de la mejor aurora que jamás he logrado ver en Islandia.
Después llegó otra aurora, en esta ocasión hacia el norte. Aunque, al igual que la anterior, fue una aurora «gris». De aquellas que, salvo para el ojo entrenado, son sencillas de confundir con una nube y solo se muestran en todo su esplendor cromático a través de una pantalla. Muchos de los que viajan a las proximidades del Ártico buscando auroras, solo logran ver las de este tipo y piensan que es lo normal, que resulta imposible apreciar los colores de una aurora a simple vista. Algo rotundamente falso. Si tienes la suerte de ver una aurora realmente intensa, el espectáculo combinado de los colores y su movimiento es realmente sublime. Muy superior a lo que pueda captar cualquier cámara.
En cualquier caso, pese al alto índice KP, aquella noche las luces del norte parecían un tanto perezosas. Tras una pequeña pausa volvieron a aparecer, esta vez hacia el nordeste, pero nuevamente como una sutil bruma grisácea. Tan solo su extraña forma de moverse en el cielo delataba su auténtica naturaleza. Mientras tanto, un manto de nubes, en este caso reales, avanzaba lentamente desde el este. En algún momento, llegaron a amenazar con ocultar el espectáculo. Pero finalmente las auroras se apagaron por si solas. Al contrario que el frío, que cada vez era más intenso. A la una de la madrugada di la función por terminada. Una sesión que, desde el punto de vista del disfrute en directo, acabó siendo un tanto decepcionante. Una de las peores que he presenciado. Tan solo la salvaron las fotos, realizadas con una Sony Alpha 7C a la que por fin parece que comienzo a ser capaz de sacar partido.
Para ampliar la información.
Jökulsárlón (también conocido como Glacier Lagoon): https://depuertoenpuerto.com/regreso-a-jokulsarlon/
Breiðamerkursandur (Diamond Beach): https://depuertoenpuerto.com/fotografiando-breidamerkursandur/.
Fjallsárlón: https://depuertoenpuerto.com/fjallsarlon/.
Kvíárjökull: https://depuertoenpuerto.com/frente-al-kviarjokull/.
Svínafellsjökull: https://depuertoenpuerto.com/fotografiando-el-svinafellsjokull/.
Skaftafellsjökull: https://depuertoenpuerto.com/un-paseo-hasta-skaftafellsjokull/.
Svartifoss: https://depuertoenpuerto.com/svartifoss/.
Fjaðrárgljúfur: https://depuertoenpuerto.com/el-canon-de-fjadrargljufur/.
Eldhraun: https://depuertoenpuerto.com/eldhraun/.
Reynisfjara: https://depuertoenpuerto.com/reynisfjara/.
Dyrhólaey: https://depuertoenpuerto.com/dyrholaey/.
Sólheimajökull: https://depuertoenpuerto.com/en-el-solheimajokull/.
Kvernufoss: https://depuertoenpuerto.com/un-breve-paseo-invernal-a-kvernufoss/.
Skógasafn: https://depuertoenpuerto.com/skogasafn-el-museo-de-skogar/.
Skógafoss: https://depuertoenpuerto.com/skogafoss/.
Seljalandsfoss: https://depuertoenpuerto.com/a-solas-en-seljalandsfoss/.
Si no tienes experiencia conduciendo en Islandia, quizá te interese leer esto: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-la-guia-completa/.
Por último, en https://depuertoenpuerto.com/islandia-de-hotel-en-hotel/ encontrarás ayuda a la hora de elegir alojamiento.
Isaac, tu crónica de viaje por el sur de Islandia es una narración clara, cuidada y muy evocadora, que consigue transmitir no solo la belleza del paisaje, sino también la experiencia real de recorrerlo: con sus momentos de calma, sus imprevistos y esa mezcla constante entre planificación y adaptación. Cada detalle, desde el cielo inesperadamente despejado hasta las pistas de grava que invitan a la prudencia, está contado con precisión y una cercanía que facilita al lector imaginarse allí, cámara en mano, esperando a que la aurora haga su aparición. Un texto que informa, acompaña y, sobre todo, refleja con honestidad el verdadero espíritu del viaje.
Gracias Héctor. En mis entradas intento trasmitir aquello que siento durante el viaje. Parece que, al menos en algunas ocasiones, lo consigo.