Es frecuente leer artículos o entradas de blog refiriéndose a Múlagljúfur como «la joya escondida del sur de Islandia». Quizá lo fue hace unos cuantos años, cuando en realidad toda la isla era un tesoro poco conocido en el resto del planeta. En la actualidad, ¿puede serlo un cañón con decenas de videos en YouTube, cientos de publicaciones en Facebook y miles de fotos en Instagram? Lo dudo. En cualquier caso, para mi seguía siendo una de las principales tareas pendientes en el sur de Islandia. Una vez más, debido a lo complicado que resulta recorrerlo durante el invierno. Recordaba haber pasado lentamente frente a su pista de acceso, convertida en una plancha de hielo. Si esas eran las condiciones en la zona baja, mejor ni imaginar cómo podía estar la zona alta del sendero.

La pista de Múlagljúfur

La pista de Múlagljúfur.

Durante mi primer viaje otoñal a Islandia, el destino parecía empeñado en seguir llevándome por otros derroteros. El día que había planeado recorrer el cañón, una improvisada excursión en avioneta me hizo cambiar de planes. Finalmente, en la que sería mi última jornada completa en Islandia, Múlagljúfur se había convertido en el objetivo prioritario. A las nueve de una mañana radicalmente distinta a la anterior, me desviaba hacia la pista que termina en su aparcamiento.

Avanzando por el sendero

Avanzando por el sendero.

Comencé la caminata de inmediato. Aunque en el aparcamiento ya había un puñado de coches, de momento recorría el sendero completamente solo. A pesar de lo cual, pronto se hicieron evidentes los efectos de la creciente presión turística sobre la frágil naturaleza de la zona, en forma de amplias superficies pisoteadas. Para intentar remediarlo, algunos tramos estaban claramente delimitados con cuerdas. En otros, encontré alineaciones de piedras y tablones desperdigados por el campo. Señal inequívoca de que estaban intentando canalizar el flujo de visitantes por lugares concretos y acondicionar algunos tramos del sendero.

Mirando hacia el norte

Mirando hacia el norte.

Según iba tomando altura, la vista a mi derecha mejoraba por momentos. En primer plano, podía ver el Fjallsjökull, deslizándose hasta ir a morir en Fjallsárlón. Más allá, el descomunal Breiðamerkurjökull, cuyas entrañas había podido visitar fugazmente durante el anterior invierno. El paisaje era todo lo grandioso que uno puede esperar del sur de Islandia.

Comienza el descenso

Comienza el descenso.

Tras remontar una primera loma, el sendero volvía a descender. La ruta vadeaba un pequeño arroyo que en primavera, durante el deshielo, puede llegar a suponer un problema. En otoño, la única complicación estaba en el tramo de bajada. El reseco terreno ofrecía muy poco agarre a mis botas, haciendo relativamente sencillo resbalar sobre las piedras y la tierra suelta. Afortunadamente, llevaba los bastones de senderismo.

El cañón entre las sombras

El cañón entre las sombras.

Superado un segundo repecho, finalmente podía ver una sección del cañón. Con unas condiciones de luz deplorables. El violento temporal de los días anteriores había dado paso a un espléndido cielo azul y un aire increíblemente limpio. El resultado era un día mucho más luminoso de lo habitual en Islandia. No era la mejor mañana para visitar Múlagljúfur. En cualquier caso, a esas alturas del viaje era mi última oportunidad. O recorría la senda esa mañana, o tendría que esperar hasta el año siguiente.

Continuo el ascenso

Continuo el ascenso.

Más arriba, en lo alto de un peñasco, la silueta de un par de personas se recortaba sobre el azul del cielo. Improvisé un nuevo plan. Subiría hasta la parte alta del cañón antes de que comenzara a apretar el calor. Después, descendería lentamente, disfrutando del panorama mientras hacía fotografías. Con suerte, podría encontrar mejores condiciones de luz según el sol fuera tomando altura. Con muchísima suerte, hasta podría aparecer alguna nube y tamizar sus intensos rayos.

Llegué al peñasco. Allí encontré una pareja, con aspecto de ser islandeses, sentada al borde del abismo. Extasiados por el espectacular paisaje, permanecían en silencio. Me senté unos cuantos metros más allá. Temiendo romper el hechizo en el que estaban sumidos, ni les saludé. Apenas unos segundos más tarde, yo también estaba embelesado. La grandiosidad del entorno resultaba irresistible. Pasé un buen rato reponiendo fuerzas, mientras me empapaba de aquel deslumbrante lugar. Después, intenté hacer algunas fotos. Muy complicado. Los fuertes contrastes hacían casi imposible lograr una toma razonablemente expuesta. La única solución que se me ocurrió fue intentar grabar un video. Tampoco quedó bien.

Mirando hacia el este

Mirando hacia el este.

La situación no era mucho mejor hacia la parte baja del cañón, donde el fondo permanecía en la sombra. En cualquier caso, la vista era impresionante. Más allá de Múlagljúfur se extendía la llanura suroriental de Islandia. Rota por dos lagunas glaciares, Jökulsárlón y Fjallsárlón, donde el intenso vendaval del día anterior había amontonado los icebergs en sus orillas meridionales. Justo sobre el horizonte, a pesar de la incipiente bruma, la lejana silueta de Húsadalstindur, en las inmediaciones de Stokksnes, destacaba entre el cielo y el mar.

En el borde del abismo

En el borde del abismo.

Decidí seguir avanzando por un camino que cada vez estaba en peores condiciones. Llegué junto a una formación rocosa, junto al borde de un profundo abismo, en cuyo fondo apenas podía adivinarse la presencia de un arroyo. Desde las sombras del barranco, se elevaba una extraña formación de material suelto intensamente erosionado. Parecía una aguja de hialoclastita, una roca de origen volcánico, moldeada por los dos arroyos que confluyen en sus inmediaciones.

Los hielos del Öræfajökull

Los hielos del Öræfajökull.

Elevando la vista, podía ver los hielos del Öræfajökull. El glaciar ubicado a más altura de Islandia, sobre la caldera del mayor volcán de la isla. Este último, también llamado Öræfajökull, ha erupcionado dos veces en tiempos históricos. Se piensa que la primera, en 1362, fue similar a la reciente erupción del Pinatubo, en Filipinas. Sabemos que duró varios meses y tuvo como resultado la completa destrucción de un próspero distrito, entonces conocido como Litlahérað. La zona tardaría 40 años en repoblarse, aunque nunca recuperó el anterior nivel de población. Desde entonces, es conocida como Öræfi, topónimo que en islandés quiere decir «país sin puerto», pero que actualmente también se asocia a un páramo despoblado. La erupción de agosto de 1728 fue bastante más pequeña. Aún así, provocó un jökulhlaup que se llevó tres vidas por delante.

Regresando

Regresando.

Comencé el descenso. En la parte baja del sendero cada vez era más evidente la afluencia de un mayor número de personas. No era una multitud, pero podía ir despidiéndome de la soledad casi absoluta que había disfrutado en la zona superior del cañón.

Finalmente llegué al mirador donde está la foto clásica de Múlagljúfur. Un saliente de roca permite contemplar buena parte de la sección superior del cañón, con Mulafoss al fondo. Por encima, la llamativa silueta del monte Rótarfjallshnúkur se elevaba hasta rozar los mil metros de altitud. Los pájaros revoloteaban por el interior de la garganta, mientras el sonido del agua y las cascadas llenaba el ambiente con un murmullo ronco. Aunque las nefastas condiciones de iluminación me impedirían lograr una foto decente, el lugar era indudablemente hermoso. Uno de los miradores más espectaculares de Islandia.

En el lado opuesto del cañón, rematando la escena, Hangandifoss se desplomaba 130 metros en vertical. En un espléndido día de otoño, la cascada tenía un caudal bastante reducido. Aún así, lograba crear un pequeño arco iris a sus pies. Al igual que en la vista hacia la parte superior del cañón, preferí grabar un video, confiando en que el movimiento disimularía los fuertes contraluces. En vano. Aunque disfruté de la excursión, desde el punto de vista fotográfico acabó siendo un pequeño desastre. Creo que no logré ninguna toma medianamente decente.

Camino del aparcamiento

Camino del aparcamiento.

Comencé el regreso hacia el coche. Cada vez me cruzaba con más excursionistas. Su número aumentó tras atravesar el arroyo y superar el repecho que había entre este y el aparcamiento. En dos o tres ocasiones, las personas con las que me encontraba me preguntaron si faltaba mucho para llegar al mirador. La ruta no era especialmente complicada, pero era evidente que, si ya la primera subida se les estaba haciendo larga, no tenían muy claro dónde iban. Probablemente habrían visto una foto del «cañón secreto de Islandia» en alguna red social y querían hacerse un selfie en aquel lugar. Una muestra más de la creciente turistificación de Islandia.

Rótarfjallshnúkur

Rótarfjallshnúkur.

Llegué al aparcamiento a las tres de la tarde. Había tardado algo más de cinco horas y media en recorrer, entre la subida y el descenso, algo menos de seis kilómetros. Por supuesto que se puede completar la ruta en mucho menos tiempo, pero el lugar merece ser recorrido y saboreado con calma. Sobre todo en su parte superior, más allá del lugar donde está la foto que todo el mundo busca. La media hora larga que pasé en el mirador intermedio, escuchando el sonido del agua y los graznidos de los pájaros, mientras el tibio sol de la mañana comenzaba a templar el ambiente, fue uno de los mejores momentos de mi periplo otoñal por Islandia. Aunque no pudiera reflejarlo en ninguna fotografía.

Para ampliar la información.

En Viajeros Lowcosteros encontrarás una entrada sobre el cañón: https://viajeroslowcosteros.com/mulagljufur-el-canon-desconocido-del-sur-de-islandia/.

En inglés, como siempre muy recomendable el post en Hit Iceland: https://www.hiticeland.com/post/mulagljufur-canyon-how-to-find-and-hike.

También interesante la reseña en The Photo Hikes: https://thephotohikes.com/the-mulagljufur-canyon-hike/.

Por último mencionar la entrada en el blog de Siggadottir: https://siggadottir.com/mulagljufur-canyon-hike-in-iceland/.