La Tierra de Hielo también es uno de los países más jóvenes de Europa. Alcanzó la independencia total de Dinamarca en fecha tan tardía como el 17 de junio de 1944. Además, fue uno de los últimos lugares del continente en ser poblado, tan solo por detrás de las islas Svalbard, en la profundidad del Ártico noruego. Por nuestra península Ibérica habían pasado íberos, celtas y tartesios, fenicios, griegos y romanos, suevos, visigodos y árabes, sin que nadie se estableciera en la remota isla que, según la creencia más popular, sería descubierta y poblada por los vikingos en el siglo IX. O no.
Quizá Islandia sea la Thule que Pythéas de Masalia dijo haber encontrado, cerca del final del siglo IV AEC, tras zarpar desde Escocia y navegar durante seis jornadas hacia el norte. Por desgracia, sus escritos se perdieron y los escasos fragmentos que nos han llegado están contenidos en obras de sus principales detractores. Por ejemplo Estrabón, el padre de la geografía. Algunos fenómenos descritos por Pythéas, como la banquisa ártica o el sol de medianoche, eran tan extraños para los hijos del Mediterráneo, que fueron tomados como invenciones. Paradójicamente, hoy son la mejor prueba de que el marsellés estuvo en latitudes muy septentrionales. Pero no sabemos si visitó Islandia, las islas Feroe o algún lugar en el norte de la actual Noruega. Probablemente, nunca lo averigüemos.
También desconocemos si los romanos llegaron a Islandia. Hay constancia de una expedición marítima, enviada en el año 84 por Agrícola con el objetivo de circunnavegar Escocia. A su regreso, dijeron haber divisado la Thule de Pythéas. A lo que debemos añadir el hallazgo, a lo largo del siglo XX, de monedas romanas en varios lugares de Islandia. Pero hoy suponemos que la tierra que aparentemente divisaron las naves de Agrícola probablemente se tratara de las islas Shetland. Y las monedas encontradas en Islandia son del siglo III. ¿Cuál podría ser su origen? Quizá fueran llevadas posteriormente o puede que algún barco romano perdiera su rumbo y acabara en la Tierra de Hielo. Nuevamente, carecemos de respuestas.
Tercer candidato, los monjes celtas. No se ha encontrado la menor evidencia arqueológica de su asentamiento en Islandia. Pero tanto los immrama como las sagas islandesas nos dan pistas sobre su presencia en la costa meridional de la isla. Y sobre todo las sagas, pese a su contenido a veces fantasioso, han demostrado su sobrada valía como fuente histórica. A lo que debemos añadir los numerosos topónimos formados a partir del morfema papar, nombre con el que los escandinavos denominaban a los monjes cristianos de procedencia irlandesa. En la actualidad, pocos dudan de su paso por Islandia, probablemente a partir del siglo VI. En cualquier caso, sus posibilidades de colonizar la isla eran muy escasas. Aparentemente solo viajaban hombres, buscando soledad, recogimiento y morir en paz. Cuando llegó la siguiente oleada, no tardaron en desaparecer.
El primer descubrimiento de Islandia razonablemente documentado lo hizo un noruego llamado Naddóður Ásvaldsson. En una fecha indeterminada del siglo IX, perdió su rumbo mientras intentaba navegar hacia las islas Feroe y llegó a un lugar que llamó Snæland (Tierra de la Nieve). Poco después sería el sueco Garðar Svavarsson quien sobre el 860 llegaría a la isla, mientras intentaba navegar entre Escocia y las Orcadas. Sería la primera persona en pasar un invierno en Islandia, a la que bautizó como Garðarshólmi (Isla de Garðar). Finalmente, el primer viaje intencionado a la isla lo haría el noruego Hrafna-Flóki Vilgerðarson, en el año 868. Según las sagas, tras pasar un invierno especialmente duro en el lugar que hoy llamamos Flókalundur, en el sur de los Fiordos del Oeste, llamó al país Ísland (Tierra de Hielo). Islandia había recibido su nombre definitivo.
Tras Flóki vino el landnámsöld, o colonización de Islandia, que comenzaría en el 874 con el asentamiento de Ingólfr Arnarson en la actual Reikiavik. Fue un proceso totalmente anárquico, sin ninguna autoridad central que controlara quién se apropiaba de qué. En un país virtualmente vacío, las tierras fueron reclamadas por aquel que primero llegaba. Cuando no quedaba nada que reclamar, comenzaron las compras de tierra o, simplemente, imperaba la ley del más fuerte. También hubo donaciones, en las que un gran terrateniente cedía terreno a sus seguidores.
Los colonos llegaron a un país muy distinto a su Noruega natal. Además, su método para elegir el lugar donde asentarse no parecía demasiado racional. Muchas veces, arrojaban desde el barco sus öndvegissúlur y fundaban la granja allí donde éstos quedaban varados. Si añadimos que debían llevar con ellos todo lo necesario para comenzar una nueva vida, en un lugar tan duro como salvaje, no es difícil imaginar las dificultades a las que debieron enfrentarse durante sus primeros inviernos. A pesar de lo cual, muchas de las granjas aún existentes en Islandia pueden remontar sus orígenes hasta aquella época. En ocasiones, incluso siguen llevando el nombre dado por aquél que las fundó.
Los bosques de Islandia.
Una de las razones del éxodo de los escandinavos hacia el oeste había sido la progresiva cristianización de sus tierras natales. Motivo por el que no deja de ser llamativa la rápida conversión de Islandia, en la que tuvo un papel fundamental Olaf I de Noruega. Tras intentar convencer a los islandeses por varios métodos, Olaf acabó decantándose por lo que hoy llamaríamos sanciones económicas. Finalmente el Alþingi, dividido en dos bandos aparentemente irreconciliables, optó por dejar la decisión en manos de Þorgeir Ljósvetningagoði. Un goði del norte, abiertamente pagano. Al día siguiente, Þorgeir decidió que Islandia sería cristiana, aunque los paganos podrían seguir practicando sus rituales de forma privada. Tras lo que quizá sea la primera muestra histórica del pragmatismo islandés, Þorgeir regresó a sus feudos, arrojando al Skjálfandafljót los ídolos paganos. Aguas arriba de la cascada que, desde entonces, es conocida como Goðafoss, la Cascada de los Dioses.
Reykholt, en el hogar de Snorri Sturluson.
Como suele decirse, los problemas nunca vienen solos. A la progresiva irrelevancia política se unió la Pequeña Edad del Hielo, que dificultó el comercio entre Islandia y el continente, además de hacer aún más precarias las ya complicadas cosechas. Y el vulcanismo. Aunque las erupciones en Islandia se producen con gran frecuencia, en muchas ocasiones son de dimensiones «razonables», o tienen lugar en lugares deshabitados. Otras veces sus consecuencias son catastróficas, incluso con efectos a escala planetaria. En 1104 había tenido lugar una gran erupción en el Hekla, justo en el límite de una de las regiones agrícolas más prósperas de Islandia. Entre 1210 y 1240 se produjo el ciclo de erupciones que conocemos como «los Fuegos de Reykjanes», en el suroeste de la isla. En 1362 el Öræfajökull, ubicado bajo los hielos del gran Vatnajökull, borró del mapa al menos 20 granjas, con todos sus habitantes. En 1625 llegó el turno del Katla, con un jökulhlaup que arrasó 18 granjas. Y entre 1724 y 1729 el periodo eruptivo conocido como «los Fuegos del Mývatn».
Aunque todas palidecen frente a la erupción del Laki, en el sur de la isla, entre 1783 y 1784. Con nada menos que 130 cráteres, a lo largo de una fisura de 25 kilómetros, se calcula que expulsó 14 km³ de lava. Directa o indirectamente, acabó con más de 9.000 islandeses y, dependiendo de las especies, entre el 50% y el 80% del ganado de la isla. En el Reino Unido, aquel verano sería conocido como el sand-summer, o verano de arena, por la ceniza que caía del cielo. Se piensa que alteró el caudal del Nilo, creando una hambruna que mató a un sexto de la población de Egipto. La nube de gases afectó a Europa durante varios años, propiciando un clima extremo. Muchos historiadores consideran la cosecha fallida de 1785, atribuida al Laki, como un de los detonantes de la Revolución Francesa.
Islandia atravesó un largo periodo de penalidades, que dejaría una huella duradera en el carácter de sus habitantes. Su población a finales del landnámsöld se estima entre 20.000 y 30.000 personas, que se habrían duplicado para el fin del milenio. En 1703, cuando se realizó el primer censo, era de 50.358 habitantes. En 1801 se redujo a 47.240. Malas cosechas, comunicaciones internas casi inexistentes, un sistema económico obsoleto y una isla que, paradójicamente, vivía virtualmente de espaldas al mar, convirtieron a Islandia en uno de los países más atrasados de Europa.
Todo comenzó a cambiar, muy lentamente, con la llegada del siglo XIX. En 1814 Dinamarca y Noruega separarían sus destinos, aunque las antiguas posesiones noruegas en el Atlántico septentrional pasarían a ser dependencias danesas. En 1874 Dinamarca concedería el autogobierno a la isla, que en 1918 se constituiría en un reino soberano, asociado libremente a Dinamarca bajo un rey común. Paralelamente, en 1855 sería abolido el monopolio real sobre el comercio, en 1863 se liberalizó el mercado de trabajo, permitiendo que los jornaleros buscasen empleo a tiempo completo fuera de las explotaciones agrarias, y en 1905 se botaría el primer barco de pesca con motor.
El Museo del Arenque de Siglufjörður.
En 1944, tras un referéndum constitucional, Islandia pasó a ser una república, completamente independiente del reino de Dinamarca. La base económica se amplió, complementando la pesca con un incipiente sector industrial en el que destacaría la producción de aluminio, favorecida por las numerosas fuentes de energía renovable. También se desarrolló un potente sector financiero, aunque éste desapareció con la crisis de 2008 – 2011. Entonces llegó una nueva erupción. En 2010, el Eyjafjallajökull creó el caos en los cielos de media Europa. Paradójicamente, el volcán puso a Islandia en el mapa. El mundo descubrió una tierra salvaje y virtualmente virgen, llena de paisajes que parecían sacados de otro planeta. El turismo, que hasta entonces apenas suponía una fracción de los ingresos de la isla, comenzó a escalar posiciones, hasta convertirse en la primera fuente de divisas del país. En la actualidad, supone más de la tercera parte de sus ingresos externos. Tan solo el tiempo dirá si la Tierra de Hielo es capaz de soportar una cifra de visitantes que multiplica por seis su población actual, o acaba incorporándose a la cada vez más extensa lista de lugares castigados por el exceso de turismo.
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Para ampliar la información.
También es interesante la cronología que encontraremos en la web Scandi: https://www.scandi.es/educacion/historia-islandia/.
En inglés, se puede ampliar la información sobre las monedas romanas halladas en Islandia en https://skemman.is/bitstream/1946/5084/2/Badbh.pdf.
Iceland Geology tiene un listado de todas las erupciones volcánicas conocidas: https://icelandgeology.net/?p=765.
En https://yourfriendinreykjavik.com/the-icelandic-bathhouse-or-badstofa/ encontraremos un artículo sobre la vida en una baðstofa, o casa tradicional islandesa.
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