Había visitado la erupción de Geldingadalir en varias ocasiones, entre abril y agosto de 2021. Incluso regresé, con el volcán ya inactivo, en febrero de 2022. Pese a que íbamos a pasar fugazmente por Reikiavik al final de nuestro viaje del verano de 2022, lo último que habíamos pensado era visitar nuevamente el entorno del Fagradalsfjall. El plan era hacer una excursión hacia el norte, para visitar Glymur. Hasta que, mientras navegábamos a bordo del SH Vega entre Svalbard y Jan Mayen, nos llegó la noticia. El día anterior, había comenzado una nueva erupción en Reykjanes. Sin salir de nuestro asombro por la suerte que habíamos tenido, de inmediato trazamos nuevos planes. El volcán se convirtió en nuestro objetivo prioritario del único día que pernoctaríamos en Islandia.
Justo 6 días más tarde, cuando la erupción cumplía su primera semana, desembarcábamos en la capital de Islandia. Tras recoger el coche que habíamos reservado para ir hasta Glymur, nos pusimos en marcha de inmediato. En lugar de dirigirnos hacia el norte, salimos de Reikiavik en dirección oeste. Nuestro destino era uno de los aparcamientos al comienzo de la senda A. Normalmente, habríamos ido por la carretera 42. Con peor trazado, pero mucho más interesante. Buscando arañar unos pocos minutos, acabamos utilizando la ruta más convencional, atravesando Grindavik. Grave error. A las 10:30 nos dábamos de bruces con un gran atasco. La excursión empezaba con mal pie.
Nos costó otra media hora llegar al aparcamiento, donde nos unimos al río humano que recorría la senda A. La única que permitía acercarse a la erupción activa. No pude evitar recordar mis excursiones en abril de 2021. Alguna de ellas, realizada en la más absoluta soledad. Pero la pandemia apenas era un mal recuerdo del pasado, el turismo en Islandia había vuelto a la normalidad y el volcán era la estrella indiscutible del momento. Tocaba resignarse y dar gracias a los dioses nórdicos por el regalo que nos habían hecho.
Tras superar el primer repecho, poco antes del mediodía estábamos junto a un talud de contención. Fue levantado en 2021, para evitar que la colada descendiera por Nátthagakriki y pudiera acabar fluyendo hacia Grindavik. Como ya había podido comprobar en febrero, el talud apenas había sido capaz de cumplir su misión. Cuando cesó el flujo de lava, ésta comenzaba a superarlo, amenazando con cortar por segunda vez la senda A. Ahora, esa misma lava se había convertido en la primera atracción de la ruta.
Seguimos ascendiendo por el empinado tramo zigzagueante de la senda, rumbo al siguiente talud de contención. A nuestros pies, estaba el antiguo valle de Geldingadalir, en la actualidad prácticamente colmatado por la lava. Las colinas del otro lado del valle, completamente cercadas por las coladas de 2021, me resultaban familiares. La más septentrional era la «colina del teatro». Aquella que, en los primeros días de la anterior erupción, ofrecía el mejor mirador sobre el cono activo.
Ahora, estaba medio enterrada y empequeñecida por el monstruo que, tras seis meses consecutivos escupiendo lava, había crecido justo al norte de la colina. Mientras avanzábamos por la parte alta del Fagradalsfjall, el gran cono dominaba el paisaje hacia el este. Una mole oscura y amorfa, elevándose más allá de la humeante llanura de lava negra en que se había convertido el antiguo valle. Pese a yacer dormido, su presencia atraía todas las miradas. Hasta los helicópteros que llegaban desde Reikiavik a visitar el nuevo volcán activo daban un rodeo para rendir pleitesía al gigante.
Llegamos al final de la senda. El río humano seguía avanzando, ahora campo a través. Por un terreno complicado, lleno de piedras sueltas, recovecos y hoyos ocultos entre el agonizante musgo. Pero a nadie parecía importarle. Más allá de las colinas, la humareda de la nueva erupción era cada vez más visible, espoleando a todos los que recorríamos la ruta.
Ésta describía un amplio círculo, bordeando los extremos de las coladas del año anterior, con el cono de 2021 a modo de eje. Las vistas sobre la lava y el antiguo volcán cambiaban continuamente. En condiciones normales, solo por ver esos atormentados paisajes habría merecido la pena la excursión. Con un flujo de lava candente manando unos metros más allá, apenas eran un entretenimiento pasajero. La marea humana avanzaba incesantemente hacia la columna de humo, cada vez más próxima.
Poco antes de las dos, teníamos a la vista nuestro objetivo. Una gran mancha negra, cubriendo el terreno entre las yermas colinas que hay al noreste del Fagradalsfjall. Al otro lado, una fisura escupía material magmático incesantemente, creando varias fuentes de lava. A sus espaldas, comenzaba a nacer un nuevo cono volcánico. Delante de las fuentes de lava, lo que inicialmente habíamos tomado por lava solidificada era en realidad un lago de material viscoso, cubierto por una delgada corteza. Ésta se movía incesantemente, al ritmo de las ondas creadas por la erupción.
Una vez más, el espectáculo era hipnotizante. Aunque no era la primera vez que estábamos frente a lava fundida, lo que teníamos delante nos resultaba, en cierto modo, completamente nuevo. Una erupción con apenas una semana de vida, distinta al cono de 36 días que había contemplado en mi primera visita a Geldingadalir. Más aún al gran volcán que había podido ver con Olga en nuestra última visita, en agosto de 2021. Apenas 23 días antes de que cesara la primera erupción.
Hicimos una pausa para dar un respiro a nuestras piernas y familiarizarnos con el entorno. El ambiente era, en cierto modo, similar al que había encontrado durante mis primeras excursiones a Geldingadalir. La mayor parte de los visitantes permanecía en la ladera de piedra suelta, disfrutando de la espléndida vista sobre la erupción. La principal diferencia era el volumen de personas, bastante más elevado. Tampoco faltaban los helicópteros, volando incesantemente sobre el volcán y haciendo breves pausas en una colina contigua, algo apartada de la zona mas concurrida. Ni los drones, revoloteando sobre las fuentes y el lago de lava.
Inicialmente, parecía que lo más interesante sería explorar el terreno hacia el sureste, en paralelo a un gran río de lava que intentaba avanzar valle abajo. Pero, observando el lago de lava, éste parecía estar a punto de rebosar por el extremo contrario, hacia el noroeste. Además, en las inmediaciones había un pequeña hondonada, que nos permitiría acercarnos a la colada y observar la erupción desde un ángulo mas bajo. Dejándonos llevar por nuestro instinto, elegimos esta ruta.
La vista resultó ser peor que desde la colina, pero era el lugar perfecto para volar el dron. Aprovechando una pausa en el continuo flujo de helicópteros, lo lancé hacia la fuente de lava. Mientras tanto, la pared del lago había terminado por ceder. Intenté grabar la lava que se desparramaba hacia el noroeste. Pero pronto empezaron los problemas. El dron debió calentarse en exceso y empezó a tener dificultades. Tanto para enfocar como para grabar los datos en la tarjeta de memoria. Como pude averiguar más tarde, parece que fue un problema muy común en modelos similares. Al final, tan solo fueron aprovechables los primeros segundos de la secuencia. Los menos interesantes.
Al menos, el vuelo del dron nos había servido para ver el incipiente río de lava que se estaba formando a nuestra izquierda. Fue nuestro siguiente objetivo y el momento más intenso de la excursión. La lava avanzaba camino de una vaguada que se abría hacia el norte. No era la primera vez que la recorría, por lo que la colada iba cubriendo la negra corteza solidificada que había dejado en días anteriores. El magma fundido, de intensos tonos anaranjados, contrastaba con la negra lava solidificada. El resultado era tan llamativo como fascinante.
La nueva colada se movía con rapidez. Recién salida de las entrañas de la tierra, su temperatura era asombrosamente elevada. Mucho más que otras coladas a las que nos habíamos podido acercar en excursiones anteriores. Aquí, era imposible aproximarse a menos de 5 ó 6 metros de la lava fundida. Aún a esa distancia, resultaba insoportable sujetar la cámara durante más de unos cuantos segundos.
Pronto comenzaron a llegar más curiosos, a la vez que algunos voluntarios de ICE-SAR, la Asociación Islandesa de Búsqueda y Rescate. Su personal era el encargado de velar por la seguridad de los que visitábamos el volcán. Desalojaron una estrecha lengua de tierra, que se adentraba entre la colada y en la que podía resultar peligroso quedarse atrapado. Por lo demás, se dedicaban a compartir el ambiente festivo que reinaba en el lugar. El espectáculo que estábamos disfrutando provocaba en todos los asistentes un curioso estado de euforia.
Entonces, comenzó a lloviznar. Nada de lo que preocuparse, mientras permaneciéramos junto a la lava. Bastaba con acercarse un poco para que su calor te secara completamente la ropa. Pero la situación podía ir a peor y teníamos un largo camino por delante. Además, nos habíamos quedado sin agua y comenzábamos a acusar el cansancio. Emprendimos el camino de regreso, que hicimos dando un rodeo ladera arriba, para disfrutar de una vista panorámica sobre la erupción.
Poco después de las seis, contemplábamos el volcán por última vez. Seguía lloviznando. Hacia el mediodía, podíamos ver algún tímido claro entre las nubes. Por contra, hacia el norte, el cielo parecía cada vez más amenazante. En el siempre cambiante clima de Islandia, ¿cuál de los dos escenarios acabaría imponiéndose?
Terminó venciendo el norte. Según nos acercábamos al primer repecho de vuelta al Fagradalsfjall, la llovizna se convirtió en un chaparrón. El cambio fue tan brusco, que cuando quisimos ponernos la capa de ropa impermeable ya estábamos empapados. Afortunadamente, el chubasco fue breve y, gracias al esfuerzo físico de remontar las dos cuestas, no tardamos en secarnos.
Además, la lluvia trajo una última sorpresa. Cuando regresamos a las inmediaciones del antiguo valle de Geldingadalir, nos encontramos con un paisaje todavía más extraño. Frente al cono del 2021, la llanura de lava estaba cubierta por una etérea neblina, que el viento arrastraba lentamente hacia el este. El agua se había filtrado por las fisuras de la corteza solidificada, hasta alcanzar la lava, aún caliente, que había debajo. El resultado rozaba lo irreal.
Llegamos al aparcamiento poco antes de las nueve. El tráfico había disminuido y los aparcamientos estaban medio vacíos, pero seguía subiendo gente hacia el volcán. Incluso nos cruzamos con un gran grupo, vestido con llamativos chalecos naranjas, que debía formar parte de alguna de las excursiones organizadas procedentes de Reikiavik. Aunque estábamos cansados, sucios y sedientos, tras diez horas de excursión, rebosábamos satisfacción. No todos los días tienes la enorme suerte de coincidir, en el tiempo y el espacio, con uno de los mayores espectáculos que la naturaleza puede ofrecerte. Menos aún por pura casualidad.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/de-tromso-a-reikiavik-un-crucero-por-el-artico-profundo/ puedes ver el itinerario completo de nuestro viaje entre Tromsø y Reikiavik.
Guía de Islandia tiene una entrada sobre la erupción: https://www.guiadeislandia.es/volcan-de-meradalir/.
En inglés, Views of the World tiene una entrada con varias fotos y mapas que nos ayudan a entender la evolución del volcán: http://www.viewsoftheworld.net/?p=5783.
En https://jvn.photo/meradalir-eruption-timeline/ hay una buena galería fotográfica de la erupción.
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