En la disputada liga de «lugar habitado más remoto de Islandia», Mjóifjörður ocuparía sin la menor duda una de las primeras posiciones. Su único acceso por tierra, más allá de algunos senderos, largos y complicados, que llegan desde Seyðisfjörður o Neskaupstaður, es la carretera 953. Una vertiginosa pista, con servicio invernal categoría G. En otoño y primavera, siempre que haya poca nieve, la carretera se limpia como mucho un par de veces por semana. Entre el 1 de noviembre y el 20 de marzo, no se retira la nieve. Durante este periodo, el único vínculo de sus 16 habitantes con el mundo exterior es el ferri Björgvin. Un pequeño barco, sin capacidad para llevar vehículos, que hace un trayecto de ida y vuelta, entre Mjóifjörður y Neskaupstaður, los lunes y jueves. El Björgvin está operativo entre el 1 de octubre y el 31 de mayo. Una buena guía del rango de fechas durante el que puedes encontrar problemas en la carretera.

Estado de las carreteras en los Fiordos del Este

Estado de las carreteras en los Fiordos del Este.

Mjóifjörður era una de mis eternas tareas pendientes en Islandia. En verano, tan solo había pasado una vez por sus inmediaciones, sin tiempo para desviarme. Durante el invierno, ni me lo llegué a plantear. La ruta en ferri está pensada para dar servicio a los escasos habitantes del fiordo. Si vas desde el exterior, tendrás que pasar al menos tres noches en medio de ninguna parte, antes de poder subir al barco de regreso. Siempre que el mar no se complique y te obligue a permanecer varios días más en Mjóifjörður. Por tanto, aquel era uno de los destinos prioritarios en mi primer viaje otoñal a Islandia. Aún así, el día que había previsto visitarlo no las tenía todas conmigo. A las ocho de la mañana, la 953 aparecía en umferdin.is en blanco. Si la situación empeoraba, podía acabar cerrada.

En el comienzo de Mjóafjarðarvegur

En el comienzo de Mjóafjarðarvegur.

Aunque Mjóifjörður no era mi primer destino del día. Tras unas cuantas paradas y un largo desvío para conocer el paso de Öxi, llegaba al comienzo de Mjóafjarðarvegur poco después de la una de una mañana cada vez más plomiza. Allí me recibió un cartel informativo, advirtiendo de la existencia de pendientes del 18%. Más allá, en el otro extremo del valle, una nube parecía descargar su nieve en Mjóafjarðarheiði. Como tantas veces en Islandia, el entrono era tan abrumador como fascinante. Mientras tanto, en umferdin.is la carretera había pasado a gris. Nieve húmeda, más resbaladiza que la seca de primera hora de la mañana.

Avanzando hacia Mjóafjarðarheiði

Avanzando hacia Mjóafjarðarheiði.

En cualquier caso, según fotografiaba el cartel me había adelantado otro vehículo. La pista parecía tener un mínimo de tráfico. Además, por muy complicados que fueran el trazado y el firme de la 953, ésta no era una «carretera de montaña», con la F delante de su número. No encontraría ningún vado y la pista tendría un mantenimiento razonable. Podía adentrarme en el valle con cierto nivel de confianza.

Veinte minutos más tarde, coronaba Mjóafjarðarheiði y comenzaba el descenso hacia el fiordo. Hasta ese punto, aunque había nieve en el campo, apenas había encontrado alguna mancha sobre la pista, que no supuso el menor problema. Hacia el este, por primera vez podía ver una sección del fiordo, parcialmente velado por oscuras nubes. El paisaje era cada vez más impresionante.

Contemplando Mjóifjörður

Contemplando Mjóifjörður.

Apenas tardé diez minutos en detenerme por primera vez, junto a un saliente rocoso. A mis pies, la carretera zigzagueaba hacia el fondo del valle. Más allá, podía ver el final del fiordo, cuyo nombre se traduciría al español como «Fiordo Angosto». Y realmente lo era. Apenas una estrecha banda azulada, avanzando entre abruptas laderas, cuyas cimas nevadas rozaban las nubes. Solo por aquella vista, habría merecido la pena la excursión.

Comenzó a caer aguanieve. Era el momento de retomar la ruta. La pista, completamente embarrada, describía una curva tras otra, mientras descendía hacia el fondo del amplio valle glaciar. Sus laderas rezumaban agua por todos sus poros. El entorno era de una belleza primigenia difícil de describir.

Klifbrekkufossar

Klifbrekkufossar.

Tras otros diez minutos, llegó una nueva pausa. Como casi siempre en Islandia, avanzaba a paso de tortuga, más por la increíble belleza del paisaje que por la complejidad de la ruta. En este caso, por culpa del conjunto de cascadas conocido como Klifbrekkufossar, despeñándose por la misma ladera que acababa de recorrer. Aunque desde mi ubicación era imposible verlos todos, parece que hay una sucesión de siete saltos de agua. Habría sido interesante explorarlos, pero ni el día era el más adecuado ni yo disponía del tiempo necesario. Mejor seguir mi camino.

Prestagil

Prestagil.

El siguiente salto volvió a durar diez minutos. A mi derecha, una hermosa cascada se despeñaba por una grieta en la ladera. Era Prestagilsfoss, una sucesión de 5 saltos de agua que en total suman 160 metros de desnivel, con el mayor de todos alcanzando una altura de 61 metros. La grieta es conocida como Prestagil (el Barranco de los Curas). Como es frecuente en Islandia, el topónimo tiene su origen en una leyenda. En este caso, sobre una mujer gigante, que atrajo a dos sacerdotes a su interior. Según una versión, con el fin de devorarlos. En otra, se limitó a controlar su voluntad.

Junto a Friðheimur

Junto a Friðheimur.

A las dos de la tarde lograba llegar al fondo del valle. Allí encontré una pequeña granja y una barcaza oxidada, embarrancada cerca del final del fiordo. La granja era Friðheimur, un magnífico ejemplo de la reutilización de recursos que, hasta tiempos muy recientes, era común en la depauperada Islandia. Sus materiales se usaron por primera vez en 1893, para levantar una vivienda en el Dýrafjörður. En 1904 fue desmontada y trasladada hasta el Mjóifjörður. Sería demolida en 1922, pero la madera se utilizó para levantar el edificio que podemos ver actualmente.

Edificio en Brekka

Edificio en Brekka.

En otros veinte minutos llegaba a Brekka, el único «núcleo urbano» de Mjóifjörður. Una pequeña iglesia, construida en 1892, alguna casa abandonada, otras con un aspecto impecable, un diminuto puerto y poco más. El lugar parece haber estado habitado desde el año 1092. Al menos, esa es la fecha de la primera referencia escrita que nos ha llegado. Aunque, quizá por su aislamiento, apenas haya dejado alguna otra huella en la historia de Islandia.

El puerto de Mjóifjörður

El puerto de Mjóifjörður.

Poco después, una curva de 180 grados me llevó al «barrio de arriba». Otras seis casas, formando una hilera junto a un tramo de carretera que, como es habitual en las pistas de Islandia, estaba asfaltada en su breve tramo «urbano». Con la altura, la vista mejoró. La sensación de aislamiento, de estar en un sitio remoto, resultaba abrumadora. ¿Cómo sería aquel lugar durante su largo invierno? Habría sido interesante podérselo preguntar a alguno de sus habitantes. Tan solo logré ver a uno, montado en un quad, que me dirigió una mirada de curiosidad mientras nos cruzábamos fugazmente.

El cruce de Dalatangi

El cruce de Dalatangi.

En cualquier caso, debía tomar una decisión. En mis mejores sueños, había planeado llegar hasta el faro de Dalatangi. El mismo que me había recibido durante mi primer viaje invernal a Islandia, mientras llegaba a Seyðisfjörður a bordo del Norröna. El problema era que, para alcanzarlo, tendría que recorrer una pista de 15 kilómetros, cuyo estado desconocía completamente, al no figurar en umferdin.is. Comenzaba a hacerse tarde y la ruta podía ser demasiado complicada, en una cambiante tarde otoñal. Aún siendo capaz de alcanzar mi destino, ni disfrutaría de la conducción, ni tendría tiempo para explorar tranquilamente el entorno del faro. Una de las lecciones que te enseña Islandia es a reconocer el momento de dar media vuelta. Aquella tarde, había llegado la hora de iniciar el regreso.

La gasolinera de Mjóifjörður

La gasolinera de Mjóifjörður.

Además, partiendo pronto tendría la ventaja de poder tomarme la ruta con calma, paladeando lentamente el paisaje. Mi primera pausa fue en el «centro» de la localidad. A un lado, un gran barracón, donde parece que es posible dormir y en cuyo interior no encontré absolutamente a ninguna persona. Al otro, una de las gasolineras más destartaladas que he podido ver en Islandia. Un magnífico ejemplo de porqué nunca debes confiarte y apurar el depósito, sobre todo en las zonas más remotas de la isla. Bajé hasta la orilla del fiordo. Al este, hacia mar abierto, podía ver grandes claros intentando adueñarse del cielo. Al oeste, por donde estaba la ruta hacia la Ring Road, las nubes oscurecían el paisaje, haciendo imposible ver el fondo del fiordo. Encontrándome en un callejón sin salida, lo razonable era emprender el regreso.

Aves en el Mjóifjörður

Aves en el Mjóifjörður.

Regreso que realicé con toda la calma del mundo, mientras intentaba encontrar alguna foca en la orilla del Mjóifjörður. Aunque, a priori, las condiciones parecían muy favorables, no hubo suerte. Tuve que contentarme con fotografiar un pequeño grupo de patos, nadando plácidamente bajo la lluvia.

Orilla sur del Mjóifjörður

Orilla sur del Mjóifjörður.

Con focas o sin ellas, el paisaje era deslumbrante. En la orilla opuesta, los arroyos descendían por una ladera de un verde que comenzaba a dar las primeras señales del otoño. Más arriba, rozando las nubes, los riscos cubiertos por una suave capa de nieve mostraban más claramente la inminencia de la nueva estación. Todo ello en medio de un silencio tan sepulcral, que cuando detenía el motor era posible escuchar la suave lluvia.

Restos oxidados

Restos oxidados.

Poco antes del final del fiordo, volví a encontrarme con los restos oxidados de la barcaza. Esta vez, hice una breve pausa. Su origen está en una lancha de desembarco, utilizada por las tropas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial para transportar equipamiento entre los fiordos. En 1965, cuando se instaló en Brekka una factoría de procesado de arenque, la barcaza pasó a llevar el producto hasta Norðfjörður. En aquella época, parece que ya no disponía de ningún motor operativo, pues era necesario remolcarla con un barco de pesca. Tras un par de veranos, se vio que era demasiado inestable y fue abandonada en la orilla. Allí sigue descomponiéndose lentamente, convertida en la estampa más extraña del fiordo.

Un sutil arco iris en ell fiordo

Un sutil arco iris en el fiordo.

Según llegaba al final del Mjóifjörður, las tornas parecían haber cambiado. Ahora, tierra adentro, las nubes aún lograban cubrir todo el cielo, pero daban señales de tender a clarear. En cambio hacia el mar, justo por la zona que acababa de recorrer, un negro nubarrón descargaba con toda su fuerza, creando un difuso arco iris.

Cima piramidal

Cima piramidal.

Mientras tanto, el paisaje no hacía más que mejorar. Ahora, dominado por un agudo pico, cuyo nombre no logré averiguar. Su forma piramidal se elevaba desafiante hacia el cielo, por encima de una ladera en la que el verde se alternaba con los primeros tonos ocres del otoño.

Prestagilsfoss

Prestagilsfoss.

Cuando quise regresar frente a Prestagilsfoss, las nubes volvían a adueñarse del paisaje. Casi mejor. Al tamizar la luz, impedían la formación de fuertes contrastes en Prestagil. Una senda partía desde la pista hacia la cascada. Me tentaba, pero era demasiado tarde y la jornada parecía estar derivando definitivamente a peor. En cualquier caso, a esas alturas de la ruta ya estaba convencido de que el fiordo merecería otra visita, más larga y pausada. Una espléndida excusa para regresar a Islandia el próximo otoño. En realidad, otra más que añadir a una larga lista, que en lugar de menguar, crece con cada uno de mis periplos por Islandia. Lograr conocer «toda» la isla comienza a parecerme una tarea digna de Sísifo.

Comenzando el ascenso hacia Mjóafjarðarheiði

Comenzando el ascenso hacia Mjóafjarðarheiði.

Mientras yo zigzagueaba remontando la 953, las nubes descendían y las cimas se tornaban cada vez más blancas. ¿Me alcanzaría la niebla, antes de lograr superar Mjóafjarðarheiði? ¿Encontraría la carretera nevada? Uno de los problemas de viajar a Islandia en otoño es que, antes del 1 de noviembre, los neumáticos con tacos metálicos no son legales. Una nevada que, en pleno invierno y con las ruedas adecuadas, apenas sería una anécdota, en septiembre podía convertirse en un problema. De todos modos, según ascendía pude ver un vehículo bajando en sentido contrario. El paso parecía seguir abierto.

Lograba superarlo, en medio de una suave nevada, poco antes de las cuatro de la tarde. Apenas quince minutos más tarde, ahora rodeado por un intenso chaparrón, estaba de vuelta en la Ring Road, dando por finalizada mi breve excursión al Mjóifjörður. Un fiordo tan salvaje como deslumbrante que, en mi modesta opinión, sería uno de los más bellos de Islandia. De todos aquellos que conozco personalmente (y no me faltan demasiados) tan solo el Berufjörður podría acercarse. Aunque difícilmente encontrarás la sensación de soledad y aislamiento que transmite el Mjóifjörður. También es el que mejor se corresponde con la clásica imagen de los fiordos que predomina fuera de Escandinavia: un estrecho brazo de mar, encajonado entre agrestes montañas.

El fascinante Mjóifjörður

El fascinante Mjóifjörður.

Para alguien fascinado por los lugares remotos, que durante buena parte del año el Mjóifjörður sea inaccesible, logra incrementar su atractivo. Tuve la suerte de conocerlo a la sombra de un incipiente temporal, en un día brumoso y desapacible que impregnaba el fiordo con un mágico halo de misterio. Aunque el clima adverso condicionó mi recorrido, creo que difícilmente habría podido encontrar mejores circunstancias. Con una luz cambiante y una meteorología voluble, que rozó el límite de lo razonable, sin llegar a ponerse realmente complicada. Permitiéndome hacer el tipo de fotografía que más me gusta en Islandia, mientras empapaba mis retinas de recuerdos imborrables. Una auténtica maravilla, que intentaré repetir.

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Para ampliar la información.

Si no tienes experiencia conduciendo en Islandia, te interesará consultar esta entrada del blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-la-guia-completa/.

En Rubén Wanderlust describen una visita a Klifbrekkufossar: https://rubenwanderlust.com/klifbrekkufossar/.

En inglés, Iceland Wedding Planner tiene un buen post sobre una visita al fiordo, llegando hasta Dalatangi en un día bastante más apacible: https://icelandweddingplanner.com/2020/09/29/10-things-to-do-in-mjoifjordur/.

La web del único lugar que ofrece alojamiento en Brekka está en https://mjoifjordur.is/.

La entrada sobre Klifbrekkufossar en World Waterfall Database está en https://www.worldwaterfalldatabase.com/waterfall/Klifbrekkufossar-14563.

Y la de Prestagilsfoss en https://www.worldwaterfalldatabase.com/waterfall/Prestagil-14659.

En https://allthingsiceland.com/a-wicked-troll-that-enchanted-icelandic-priests-folklore-friday/ encontrarás un artículo sobre la leyenda de Prestagil.

En el blog de Rajan Parrikar podemos ver el comienzo de Mjóafjarðarheiði en invierno: https://blog.parrikar.com/2014/02/08/rescue-on-mjoafjardarheidi/.