Pese a tener cierta importancia histórica, la pequeña Patreksfjörður, en la orilla septentrional del fiordo homónimo, es una más de las innumerables localidades de Islandia que, más allá de su emplazamiento y de la tranquilidad de su entorno, carece de interés. El principal motivo para pasar allí dos noches consecutivas era que contaba con uno de los pocos hoteles de la zona. A lo que unía su proximidad a los acantilados y playas vírgenes que salpican el extremo suroccidental de los Fiordos del Oeste, el objetivo real de nuestra quinta jornada en la región.

Bruma en el Patreksfjörður

Bruma en el Patreksfjörður.

Aunque apenas pensábamos recorrer 150 kilómetros, sabíamos que el día iba a ser intenso y lleno de visitas interesantes, por lo que iniciamos la ruta poco después de las ocho de la mañana. Para llegar a nuestro primer destino, teníamos que continuar avanzando por la carretera 62 hasta el fondo del Patreksfjörður. Una vez allí, nos desviaríamos por la 612, que recorre la península más meridional de los Fiordos del Oeste camino del faro de Bjargtangar, en el extremo occidental de Islandia. El día era un tanto extraño. Los bancos dispersos de nubes bajas, que suelen dar a la región su característico aire enigmático, habían desaparecido casi por completo. En su lugar, se había instalado en la atmósfera una bruma difusa, que enturbiaba el horizonte. Sobre nuestras cabezas, el sol intentaba infructuosamente romper una capa de nubes mucho menos compacta de lo habitual. No era el mejor día para hacer fotografía de paisaje.

El Garðar BA 64

El Garðar BA 64.

Nuestra primera parada fue junto al Garðar BA 64. Uno de esos barcos varados en tierra a los que, por algún motivo que desconozco, son tan aficionados en Islandia. En esta ocasión, se trata de un antiguo ballenero, construido en Noruega en 1912 y bautizado inicialmente como «Globe IV». El buque fue cambiando de manos hasta que, en 1950, acabó en las de un armador islandés. En 1963 adquirió su nombre actual y fue reconvertido para la pesca de arenques. En 1981 se decidió que no era apto para seguir navegando. Dado que era el barco de acero más antiguo de Islandia, en lugar de desguazarlo a alguien le pareció buena idea embarrancarlo. Para lo cual excavaron un canal, que volvieron a rellenar una vez el barco estuvo emplazado. Allí sigue, oxidándose lentamente bajo la inclemente atmósfera de Islandia.

Tras más de cuarenta años, el nivel de deterioro del barco es más que evidente. Hasta tal punto, que un cartel en sus inmediaciones advierte del riesgo de intentar acceder a su interior. Por desgracia, no parece que vaya a aguantar mucho más antes de convertirse en un montón de chatarra. En cualquier caso, aprovechamos la ausencia de viento y que estábamos completamente solos para volar el dron. Finalmente, había logrado recuperarlo del aparatoso accidente en el cañón de Eldgjá.

Playa de Tungurif

Playa de Tungurif.

Continuamos hacia el oeste, recorriendo la orilla meridional del Patreksfjörður. Muy pronto, la carretera asfaltada se convirtió en una pista de tierra. Dejamos atrás la pequeña playa de Örlygshöfn y el igualmente diminuto aeropuerto de Patreksfjörður, para detenernos en un mirador sobre la playa de Tungurif. Desde la altura, nos llamaron la atención algunas combinaciones entre rocas y texturas de arena, que nos recordaron los jardines zen japoneses. Pero lo más curioso fue el grupo de ovejas que deambulaba por la arena, justo bajo la ladera en la que nos encontrábamos. Daba a la playa un aire inequívocamente islandés.

Museo Egill Ólafsson

Museo Egill Ólafsson.

En cualquier caso, ni intentamos bajar hasta la arena. Teníamos un día bastante ajetreado por delante. Poco después, hicimos la primera parada imprevista del día. Al salir de una curva, nos dimos de bruces con los restos despiezados del fuselaje de un avión de la armada de los Estados Unidos de América. Se trata de un Douglas C-117D, similar al que se puede ver en Sólheimasandur, pero en mucho mejor estado de conservación. En sus inmediaciones, había todo tipo de cachibaches y hasta un par de barcos de pesca. Era el museo Egill Ólafsson, que agrupa diversos objetos relacionados con la historia de la zona. Parecía tentador, pero en Islandia es fundamental no separarse en exceso del plan trazado. Sobre todo si tienes por delante un día cargado de visitas y una de ellas está condicionada por el horario de las mareas.

Breiðavík

Breiðavík.

La siguiente parada, que esta vez sí teníamos prevista, fue en la playa de Breiðavík. Ubicada en una amplia bahía abierta al noroeste, el arco de arena cubría casi cuatro kilómetros de costa. Pese a haber un pequeño hotel en sus inmediaciones, la playa resultó estar completamente vacía. Habiendo nacido en el Levante español, siento una especial fascinación por las playas vírgenes. Creo que pasear por un arenal junto al mar, sin edificios, sombrillas ni gente, me traslada a mi ya lejana infancia, cuando todavía existían lugares parecidos en la costa de Alicante. Breiðavík no me pareció una playa especialmente hermosa, pero tenía su encanto. La zona pantanosa que se extiende en el interior de la playa, los acantilados que la flanquean y la curiosa mezcla entre arena fina y restos volcánicos, daban al lugar un aspecto salvaje. Sensación que se incrementaba al pensar que, entre la playa y la gélida costa de Groenlandia, apenas había 400 kilómetros de mar abierto.

Látrabjarg, el extremo occidental de Islandia.

La carretera 612, termina abruptamente junto a Bjargtangarviti, el faro más occidental de Islandia. Pero ni el faro, ni el cabo que se extiende unos metros al oeste, suelen ser el motivo para recorrer la tortuosa pista de tierra. Éste se encuentra tan solo unos metros hacia levante, donde una impresionante sucesión de acantilados recorre 14 kilómetros de costa, llegando a superar los 440 metros de altura.

Desde Látrabjarg tuvimos que desandar buena parte del camino, hasta llegar al cruce con la carretera 614, que muere en el que sería nuestro siguiente destino. Habíamos previsto desviarnos por la 615 hasta la playa de Kollsvík, pero íbamos algo justos de tiempo y decidimos renunciar a visitarla. La playa roja de Rauðisandur era una de las dos visitas principales de la jornada y queríamos llegar coincidiendo con la bajamar. Lo que no impidió que, de camino, hiciéramos alguna breve pausa fotográfica. El tramo final de la 614, del que teníamos muy buenas referencias, no nos decepcionó.

La playa roja de Rauðisandur .

En la costa meridional de los Fiordos del Oeste, frente al gran Breiðafjörður, encontraremos una de las playas más bellas de Islandia. Belleza que es realzada por su remoto emplazamiento y por su extraño color. En una isla famosa por sus arenas negras, los doce kilómetros de Rauðisandur son uno de los mejores ejemplos de playa de arena clara que podemos encontrar en Islandia.

Terminada la última visita del día, nuevamente teníamos que desandar el camino para regresar a Patreksfjörður. Aunque comenzaba a ser tarde, aún teníamos varias horas de luz por delante. Una de las ventajas de los largos días del verano subártico. Decidimos acercarnos a cenar a Tálknafjörður, un diminuto puerto pesquero, apenas 17 kilómetros al norte. Allí había un pequeño restaurante, con buenas reseñas, que parecía menos turístico que el del hotel, en el que en cualquier caso no nos apetecía repetir. Sin ser nada del otro mundo, Hópið resultó un lugar agradable, donde cenamos estupendamente a unos precios que, tratándose de Islandia, resultaron ser bastante razonables.

Atardecer en Tálknafjörður

Atardecer en Tálknafjörður.

Después de cenar, aprovechamos que aun era de día para dar un breve rodeo por la carretera 617. Una vez más, el asfalto se convirtió en tierra. La pista seguía otros cinco kilómetros por la orilla septentrional del fiordo, pero sabíamos que no tenía salida. A esas alturas de la tarde, estábamos demasiado cansados para continuar. Preferimos detenernos junto a una pequeña barra de arena y disfrutar de la calma del entorno. El sol, todavía alto en el horizonte, parecía estar a punto de lograr romper entre las cada vez más tenues nubes. La bruma, que llevaba todo el día acompañándonos, había desaparecido casi por completo, pero aun lograba difuminar levemente la silueta de los acantilados, en la orilla opuesta del fiordo. La total ausencia de viento, tan extraña en Islandia, daba a la escena una sensación de paz difícil de describir. Pasamos un buen rato en el borde de la pista, sentados sobre una piedra, disfrutando de la serenidad del lugar. Fue nuestro último atardecer en los Fiordos del Oeste.

Para ampliar la información:

Se puede ver nuestro itinerario completo por los Fiordos del Oeste en https://depuertoenpuerto.com/seis-dias-en-los-fiordos-del-oeste/.

Regresé a Patreksfjörður en el invierno de 2023. La entrada del blog está en https://depuertoenpuerto.com/un-dia-y-medio-en-patreksfjordur/.

El blog beats of my trips describe una ruta parecida por la zona: https://www.beatsofmytrips.com/islandia-latrabjarg-fiordos-oeste/.

En https://www.google-earth.es/foros.php?k=78838&q=Garear-Ballenero-Islandia se puede ver alguna foto del Garðar BA 64 navegando.

Outdooractive tiene una entrada sobre la playa de Breiðavík: https://www.outdooractive.com/es/route/ruta-de-senderismo/islandia/paseo-por-la-playa-en-la-bahia-de-breioavik/63627103/.

En inglés, la web oficial de turismo de los Fiordos del Oeste tiene una página sobre Patreksfjörður: https://www.westfjords.is/en/destinations/towns/patreksfjordur.

UrbeXnl tiene un artículo sobre el Garðar BA 64, con alguna foto de su interior: https://www.urbex.nl/gardar-ba-64/.

The Iceland Museum Guide tiene una brevísima reseña sobre el museo Egill Ólafsson: https://www.museumguide.is/egill-olafsson-museum/.

En Guide to Iceland encontraremos una breve entrada sobre Tálknafjörður: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/talknafjordur.