En esta ocasión, el Norröna zarpó puntualmente a las dos de la tarde. Desde sus cubiertas superiores, disfrutaba de una espléndida vista de Tórshavn, con el hermoso barrio de Tinganes en primer plano, separando las dos radas que forman el puerto antiguo: Vestaravág, el puerto de oeste, y Eystaravág, el del este.
En uno de los muelles exteriores atracaba el Smyril, que cubre el servicio de ferry entre Tórshavn y Krambatangi, en la isla de Suðuroy, la más meridional del archipiélago. El barco, a pesar de su nombre, no tiene ninguna relación con Smyril Line, la naviera del Norröna. Ambos toman su nombre del esmerejón, un pequeño pero corpulento halcón que suele habitar en estas latitudes. El Smyril es el quinto buque del mismo nombre de la naviera Strandfaraskip Landsins, propiedad del gobierno de las islas. Fue construido en 2005 en los astilleros de Navantia, en San Fernando.
Superada la bocana, el Norröna viró hacia el noreste, navegando entre las islas de Streymoy, donde se asienta Tórshavn, y Nólsoy, una de las islas habitadas más pequeñas del archipiélago. En unos minutos, pasamos frente al camino junto a la costa que había recorrido por la mañana, dejando atrás la granja-museo de Gamlivegur. Poco después llegábamos al extremo meridional de Eysturoy, la segunda isla más extensa de las Feroe, y dejábamos atrás la pequeña población de Æðuvík, de apenas 100 habitantes. El paisaje tenía un aspecto desolado. Interesante, aunque sin llegar a ser especialmente hermoso. Más allá del mar, rocas apenas cubiertas por una capa de hierba amarillenta, con manchas de nieve, todo ello oscurecido por una gruesa capa de nubes, que realzaba la dureza del entorno.
Todo cambió según dejábamos atrás el cabo Nev, para acercarnos al faro de Mjovanes, en el extremo oriental de Eysturoy. Más allá del faro, las cumbres del suroeste de Borðoy se elevaban directamente desde el mar, hasta alcanzar los 600 metros de altura, aparentemente cerrándonos el paso. Lentamente, el Norröna viró alrededor del faro, hacia rumbo NNO, mientras los 625 metros del Gøtunestindur, en el este de Eysturoy, dominaban el paisaje. Sus formas piramidales, cubiertas de nieve, contrastaban con la hierba reseca de Mjovanes.
Según virábamos a babor, se hizo visible el canal que separa las islas de Eysturoy y Kalsoy, en el oeste, de Borðoy y Kunoy, en el este. La parte septentrional del canal, entre Kalsoy y Kunoy, está flanqueada por algunas de las mayores cimas de las islas, entre las que destaca el Kuvingafjall, con 830 metros. Ahora sí, el paisaje era impresionante. Las montañas nevadas, el canal de agua extendiéndose hasta el nítido horizonte y las nubes, se combinaban para crear un imponente escenario, por el que el Norröna navegaba sin prisa.
Al acercarnos al extremo meridional de Kalsoy, pude ver el canal que separa esta isla y la de Eysturoy. Para entonces, creo que todo el pasaje que quedaba a bordo del Norröna estaba en su cubierta superior. Aproximadamente una docena de personas nos repartíamos por su amplia superficie. A pesar del frío y del viento aparente, era imposible resistirse al sobrecogedor entorno que nos rodeaba.
Nuevamente perdimos de vista el mar abierto, mientras nos internábamos en el estrecho de Leirvíksfjørður. Desde cubierta, se divisaban cuatro de las principales islas del archipiélago, tan juntas entre sí que era complicado distinguir donde acababa una y empezaba la siguiente. Tuve la sensación de estar en medio de un colosal laberinto de piedra, nieve y agua.
En el costado de babor quedó la localidad de Leirvik, en la isla de Eysturoy. Poco después, según superábamos Gríslatindur, la cima meridional de Kalsoy, pude ver de nuevo el mar abierto. A babor, la costa oriental de Eysturoy presentaba numerosos entrantes, separados por más montañas con forma piramidal. Curiosamente, tenían bastante menos nieve que las que habíamos dejado atrás. Por contra, los 882 metros del Slættaratindur, la mayor cumbre de las islas, destacaba en la distancia, al estar cubierta por un manto blanco.
Noventa minutos después de haber zarpado de Tórshavn, nos acercábamos al extremo septentrional del archipiélago. El canal se ensanchaba, mientras el paisaje se hacía cada vez más espectacular. Navegábamos en paralelo a los impresionantes acantilados del extremo septentrional de Kalsoy, frente al costado de estribor. A babor, la costa norte de Eysturoy se alejaba hacia el oeste. Cuando llegamos frente al célebre faro de Kallur, en el extremo septentrional de la isla, era complicado distinguir su estructura, poco más que un punto en lo alto de un acantilado de 300 metros. Que quedaba empequeñecido al lado de la pared vertical del vecino Borgarin, con sus 537 metros elevándose directamente sobre las olas.
Pero la suerte con el tiempo se nos acababa. Un frente, aparentemente de nieve, venía desde el sur, avanzando entre las islas a más velocidad que el Norröna. Llevaba tiempo observándolo, más allá de nuestra popa, esperando que no nos alcanzase. Y no lo hizo, pero empezó a descargar sobre las islas, enturbiando la vista. En parte fue una lástima, pues me impidió apreciar con claridad los acantilados del norte de Eysturoy. Apenas pude ver las rocas de Risin y Kellingin, junto a la abrupta pared del Eiðiskollur. La distancia, el cada vez más intenso movimiento del barco y las condiciones atmosféricas hicieron imposible conseguir una fotografía aceptable. Por contra, despedirme de las Feroe en medio del incipiente temporal fue una hermosa forma de dejar atrás las islas. La travesía había durado un par de horas, de una belleza difícil de describir. Uno de los mejores trayectos en barco que he podido realizar.
El Norröna incrementó su velocidad en cuanto llegó a la altura del extremo septentrional de Kalsoy. Quedaban por delante 450 kilómetros hasta la entrada al fiordo de Seyðisfjörður, al que estaba previsto llegar a primera hora de la mañana. Media hora más tarde, las Feroe apenas eran una silueta recortada sobre el horizonte. Como si el clima de las islas quisiera corroborar su fama de impredecible, el frente nuboso comenzó a disolverse. Tras las cumbres, el cielo volvía a clarear.
Después del último adiós a las islas, me quedaba poco que hacer durante lo que quedaba de tarde. Más allá de descansar, tras la intensa jornada, y prepararme para los días que tenía por delante. El Norröna estaba más vacío que nunca, hasta el punto de que, en ocasiones, tuve la sensación de ir en un barco fantasma, en el que yo era el único ser vivo a bordo. Después de cenar, me fui a dormir. Al día siguiente quería estar en cubierta cuando, de madrugada, avistásemos Islandia.
Desperté sobre las seis y media. Navegábamos en mar abierto al este de Gerpir, el punto más oriental de Islandia. Aún faltaban 30 millas náuticas y casi un par de horas para llegar a la entrada al Seyðisfjörður. Tras asearme y dejar mi equipaje preparado, me fui a desayunar, en un barco que parecía estar si cabe más vacío que la noche anterior. Hasta el mostrador de recepción estaba cerrado a cal y canto. Afortunadamente The Diner abrió a las 7:30, atrayendo a los cuatro pasajeros que estábamos despiertos a esas horas.
Sobre las ocho y cuarto, decidí salir a cubierta. Aún era de noche, pero nos acercábamos al faro de Dalatangi. Quizá lograse ver algo. El faro no me decepcionó, regalándome una de las aproximaciones a tierra más evocadoras que he podido vivir. En medio de la oscuridad, su haz de luz barría el paisaje, revelando fugazmente una áspera ladera, en la que rocas negras como el carbón contrastaban con el blanco de la nieve, que las cubría parcialmente. Cuando el faro apuntaba hacia el Norröna, iluminaba las gotas de aguanieve que caían insistentemente sobre cubierta, llenando la negra noche con una efímera multitud de puntos luminosos. Ambas escenas, separadas por un breve intervalo de oscuridad, se sucedían una y otra vez, con la monótona cadencia propia de los faros, haciendo el espectáculo todavía más hipnótico. Permanecí inmóvil en cubierta, ignorando el frío y la lluvia, mientras el alba comenzaba a clarear, desvelando lentamente la costa frente a la que navegábamos. Una estrecha cinta de nieve y roca, entre un manto gris de nubes bajas y el oscuro océano.
Sin ninguna prisa, mientras amanecía, el Norröna entró en el fiordo. De vez en cuando, se abría el manto de nubes, permitiendo ver durante unos minutos alguna de las montañas que nos rodeaban. Para volver a cerrarse, dejándonos en un mundo limitado a una estrecha franja, negra y blanca, entre las nubes grises y el agua del fiordo, que comenzaba a adquirir un hermoso color plateado. Poco a poco, comenzó a aparecer algún que otro pasajero en cubierta, que se limitaba a dar los buenos días, para inmediatamente quedar enmudecido por la belleza y serenidad del entorno.
Según nos adentrábamos en el fiordo, comenzaron a hacerse evidentes los indicios de presencia humana. Mirando con atención, bajo la nieve se distinguían las dos pistas que recorren cada una de sus orillas. También se apreciaban algunas edificaciones, que pronto comenzaron a ser más abundantes y estar iluminadas. Señal de que alguien las habitaba. Tras doblar el último recodo del fiordo, llegamos a la altura de la planta de procesamiento de harina de pescado de Sildarvinnslan, ubicada en su orilla meridional. Pero la nieve disimulaba y hasta embellecía tanto ésta como otras instalaciones industriales que se ubican en las inmediaciones. Mientras tanto, el Norröna describía un amplio arco, buscando el rumbo al muelle de Seyðisfjörður.
Unos minutos después de las nueve, comenzó la maniobra de atraque. A la luz del amanecer, Seyðisfjörður rezumaba tranquilidad. Apenas se veía actividad en sus blancas calles, a excepción de los operarios que esperaban nuestra llegada a puerto. Más allá del pueblo, la carretera de Egilsstaðir serpenteaba por la nieve, hasta desaparecer entre las nubes. El único vínculo de Seyðisfjörður con el resto de la isla y el camino que debía seguir al día siguiente para continuar mi viaje a Reikiavik.
En inglés, la web de Smyril Line está en https://en.smyrilline.fo/.
Se puede consultar la página del puerto de Hirtshals en https://www.portofhirtshals.com.
La web del puerto de Seyðisfjörður está en http://seydisfjordurport.is.
En https://www.ibiblio.org/lighthouse/fro.htm hay una página con información sobre los faros de las Islas Feroe.
En https://guidetoiceland.is/travel-info/lighthouses-in-iceland-everything-you-need-to-know#Dalatangaviti se puede encontrar una referencia sobre el faro de Dalatangi, además de otros nueve faros de Islandia.
Interesante el artículo sobre la travesía a bordo del Norröna en la web de Lonely Planet: https://www.lonelyplanet.com/articles/sailing-from-denmark-to-iceland.
El blog Landlopers describe el itinerario completo, con una visión bastante crítica: https://landlopers.com/2019/05/14/smryil-norrona.
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