Entre Reyðarfjörður y Fáskrúðsfjörður, dos de los Fiordos del Este, encontraremos una pequeña península dejada de lado por la principal ruta de Islandia, que la esquiva atravesando el túnel de Fáskrúðsfjarðargöng. En cambio la carretera 955, también conocida como Vattarnesvegur, recorre todo su perímetro, en el que tan solo encontraremos un puñado de granjas y la pequeña localidad de Fáskrúðsfjöðrur. Todo ello, como no podía ser de otra forma en la Tierra de Hielo, rodeado de un paisaje deslumbrante.

Vattarnesvegur era una de mis eternas tareas pendientes en Islandia. Recorrí por primera vez un tramo de la carretera en el invierno de 2019. Aunque, en aquella ocasión, sin intención de atravesarla en su totalidad. Ni las condiciones eran las adecuadas ni yo tenía suficiente experiencia conduciendo por una Islandia congelada. Mi primera tentativa seria, cinco inviernos más tarde, tampoco acabó bien. Cuando, avanzando por el norte de la península en unas condiciones que parecían óptimas, llegué a la altura de Vattarnesviti, me encontré con la ruta cerrada por desprendimientos. No me quedó más remedio que desandar mi camino. Mi siguiente intento llegaría apenas siete meses más tarde. Esta vez durante un viaje otoñal, cuyo principal motivo era poder visitar lugares habitualmente inaccesibles en invierno. Como Vattarnes.

Fjarðaál desde Vattarnes

Fjarðaál desde Vattarnes.

Nuevamente llegaba desde el norte, en esta ocasión tras visitar el deslumbrante Mjóifjörður. Poco antes de las cuatro y media, en una tarde lluviosa y gris, me desviaba de la Ring Road y, al igual que durante el pasado invierno, comenzaba a adentrarme en una carretera completamente limpia de nieve. Al otro lado del fiordo, podía ver una instalación industrial. Era Fjarðaál, una gran planta de Alcoa inaugurada en 2008. Con capacidad para producir 346.000 toneladas de aluminio al año, Fjarðaál crea sentimientos encontrados. Por un lado, su generación de empleo ha logrado revertir el declive demográfico de Reyðarfjörður. Tal como había podido comprobar en el invierno de 2022, mientras recorría la orilla septentrional del fiordo. Aunque también provocó la construcción de la presa de Kárahnjúkar, alterando para siempre una zona remota y virgen en las Tierras Altas orientales.

La granja de Þernunes

La granja de Þernunes.

En cambio, la orilla meridional del fiordo estaba virtualmente despoblada. La primera granja que pude ver, aproximadamente en el centro de la costa septentrional de Vattarnes, fue Þernunes. Un lugar habitado por cinco personas, dos perros, 540 ovejas y algunos caballos. Podría parecer una más entre los cientos de granjas que se desparraman por el campo islandés. Pero en 2022, uno de los carneros de Þernunes resultó ser el afortunado portador de un gen que protege al animal de la temida tembladera. Una enfermedad neurodegenerativa que está causando estragos entre la cabaña ovina de Islandia. El carnero, de nombre Gimsteinn (Joya), es un rayo de esperanza para un sector que, a pesar de su menguante importancia económica, representa como ninguno la esencia tradicional del campo islandés.

Edificios abandonados frente a Svartafjall

Edificios abandonados frente a Svartafjall.

Mucho peor aspecto tenían las construcciones que encontré según proseguía hacia el este, más allá del río Selá. Un par de edificios y un diminuto cementerio, junto a un pequeño saliente en la costa. Al otro lado del fiordo, la mole del Svartafjall (la Montaña Negra) se difuminaba entre la bruma. Aunque había dejado de llover, la visibilidad era mucho peor que durante mi anterior recorrido por la zona, en una jornada de febrero. Algo que, por otra parte, es relativamente común en Islandia, donde contra todo pronóstico los días invernales pueden acabar siendo tan luminosos como breves.

La granja de Vattarnes

La granja de Vattarnes.

Finalmente, llegué frente a Vattarnes. Una granja que comparte nombre con la península. Y que, durante el siglo XVI, parece haber sido una propiedad compartida entre el monasterio de Skriðuklaustur y la iglesia de Vallanes, ambos en las proximidades del Lagarfljót. Parte de su riqueza venía de la isla de Skrúður, propiedad de la granja. En la actualidad, debe seguir siendo un lugar próspero. Desde la carretera su aspecto era impecable.

Vattarnesiviti

Vattarnesiviti.

Apenas unos metros más allá está Vattarnesiviti. Otro faro pintado de naranja, con el fin de ser fácilmente distinguible durante el día. Su torre de 12 metros, con el plano focal a 26, fue construida en 1956. Aunque el primer faro se levantó en el lugar en 1912. Aquel había sido el punto final de mi anterior excursión por la península. En el fondo, las condiciones no eran mucho mejores que en el intento del pasado febrero. Al fin y al cabo, llevaba lloviendo (o diluviando) buena parte de la jornada. No podía descartar un nuevo desprendimiento. Prefiriendo pecar de precavido, consulté nuevamente umferdin.is. La carretera seguía en verde.

Zigzagueando por el este de Vattarnes

Zigzagueando por el este de Vattarnes.

De todos modos, había que extremar las precauciones. Los desprendimientos, en una sección de la carretera que avanza por una ladera tan abrupta como inestable, son muy frecuentes. Incluso en verano. Su peligrosidad y la dificultad del mantenimiento, que provocaba numerosos cierres en la carretera, fueron factores determinantes a la hora de decidir construir el túnel de Fáskrúðsfjarðargöng. Abierto en 2005, sus 5.850 metros redujeron el antiguo trazado de la ruta en 35 kilómetros, provocando la remodelación del trazado de la Ring Road en el este de Islandia.

La isla de Skrúður

La isla de Skrúður.

Me detuve justo frente a Skrúður. El islote, con el mismo nombre que un diminuto jardín botánico en el extremo opuesto de Islandia, alcanza los 161 metros de altura. No he logrado averiguar su superficie, aunque la reserva natural de la que es epicentro tiene una extensión de 196 hectáreas. Durante siglos, fue una fuente de riqueza para la cercana granja de Vattarnes, que llevaba sus ovejas a pastar en el islote. En su costa hay una cueva, Skrúðshellir, que servía de refugio a los pescadores. También se extraían huevos y se cazaban pájaros. Protegido legalmente desde 1995, en la actualidad es uno de los mejores lugares de Islandia para el avistamiento de aves. Aunque el acceso no resulta especialmente sencillo.

Camino del Fáskrúðsfjörður

Camino del Fáskrúðsfjörður.

Reanudé mi avance. Según me acercaba al Fáskrúðsfjörður, el día comenzaba a dar señales de querer abrir. Incluso el sol lograba penetrar por un claro entre las nubes. En cualquier caso, el atardecer se aproximaba y todavía me encontraba a 223 kilómetros del hotel. Me estaba quedando sin tiempo.

En el Fáskrúðsfjörður

En el Fáskrúðsfjörður.

Poco después de las cinco y cuarto, regresaba al asfalto. A mi derecha, las laderas eran cada vez menos pronunciadas y comenzaron a aparecer las primeras granjas. Mientras tanto, a mi izquierda, el Fáskrúðsfjörður reflejaba la luz de un sol que, ahora infructuosamente, intentaba romper entre las nubes. Al otro lado del fiordo, la triple cima formada por Stöðvarskarð, Köttur y Gráfell, creaba un imponente telón de fondo.

Junto al cementerio francés de Fáskrúðsfjörður

Junto al cementerio francés de Fáskrúðsfjörður.

Unos minutos más tarde, superaba un paso canadiense. Recordaba haberlo atravesado, en ambas direcciones, durante mi incursión por la zona de febrero de 2019. No tardé en llegar a Fáskrúðsfjörður. Un pequeño núcleo urbano que comparte nombre con el fiordo y con una historia peculiar. El lugar fue fundado en 1880 por los pescadores franceses que frecuentaban las costas orientales de Islandia. Incluso construyeron un hospital y un cementerio. La actividad pesquera se desplomó con el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Tras décadas de abandono, el hospital ha acabado convertido en el Fosshotel Eastfjords. El cementerio, señalizado con una bandera francesa y un cartel en islandés, francés e inglés, aún puede visitarse, apenas 150 metros al este de los muelles.

El hospital francés de Fáskrúðsfjörður

El antiguo hospital francés, en febrero de 2019.

Tras una brevísima pausa junto al cementerio, pasé por Fáskrúðsfjörður sin detenerme. Una vez más, mi excursión parecía haber sido demasiado ambiciosa y acabaría llegando al hotel de noche. Aunque, en otoño, conducir sin luz no tiene las mismas connotaciones que durante el duro invierno islandés, nunca me ha gustado recorrer a oscuras la Tierra de Hielo. Básicamente, por no poder disfrutar de los espectaculares paisajes que normalmente rodean las carreteras de la isla. En cualquier caso, quince minutos antes de las seis regresaba a la Ring Road, dando por finalizado mi rodeo por Vattarnes. Aún tenía 205 kilómetros por delante. En tiempo, casi tres horas. Aunque, al contrario que en mi anterior recorrido por la zona, esta vez podía sentirme plenamente satisfecho. De los tres objetivos que me había marcado para ese día, pude completar dos y medio. Y, por fin, había logrado vencer a Vattarnesvegur.

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Para ampliar la información.

Mi anterior intento de recorrer la península está al final de https://depuertoenpuerto.com/mas-alla-de-eystrahorn-en-el-sur-de-los-fiordos-del-este/.

En inglés, puedes ver una visita a la península, mucho mejor aprovechada desde el punto de vista fotográfico, en https://www.icelandaurora.com/photoguide/vattarnes-east-coastline/.

La web oficial de turismo del este de Islandia tiene un pequeño video en https://www.east.is/en/moya/tube/file/vattarnes-east-iceland.

En Guide to Iceland puedes ver una entrada sobre Skrúður: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/skrudur.

En https://icelandmonitor.mbl.is/news/news/2022/01/18/precious_jewel_in_east_fjords/ encontrarás un artículo sobre la granja de Þernunes.

Aunque personalmente nunca he logrado dormir en el hotel, la web del Fosshotel Eastfjords está en https://www.islandshotel.is/hotels-in-iceland/fosshotel-eastfjords/.