Podría decirse que ninguna visita a Estambul estará completa sin un recorrido por el Bósforo. Más allá de su indudable interés estético, sin conocer el estrecho es difícil comprender la génesis de una de las urbes mejor emplazadas del mundo. Desde los lejanos tiempos de la Bizancio griega, el Bósforo ha sido la razón de ser de la ciudad. Hasta tal extremo, que la moderna Estambul ha acabado por abrazarlo y entrelazarse con él, creando una gigantesca metrópoli, que se extiende por dos continentes.
Aunque habíamos conocido el Bósforo en nuestra primera visita a la ciudad, en la primavera de 2007, volver a navegar por sus aguas era uno de los objetivos prioritarios en nuestro regreso, más de 17 años después. En aquella ocasión recorrimos el estrecho por partida doble. La primera vez, en una pequeña lancha, navegando ceñidos a la costa. La segunda, en un coche de alquiler, atravesando las carreteras de ambas orillas. Para el que sería nuestro tercer recorrido por el estrecho, nos decidimos por una opción mucho más prosaica. Subiríamos a uno de los barcos de la línea regular que une Eminönü, en la embocadura del Cuerno de Oro, con Anadolu Kavağı, el último puerto antes de llegar al tercer puente sobre el estrecho. El ferri nos brindaría una perspectiva mucho más elevada sobre el paisaje. Aquella mañana, la linea estaba atendida por el SH Durusu, un buque construido en 2015.
Zarpamos, con un ligero retraso, poco después de las 9:30. Pese a estar a mediados de julio, la mañana era relativamente fresca. Lo suficiente para permitirnos buscar un asiento en la cubierta superior, a pleno sol. La brisa, procedente del norte, se unía al viento aparente generado por el avance del barco, ayudando a refrescar el ambiente. Por lo demás, la jornada era espléndida, perfecta para la excursión. Mientras avanzáramos cerca de la orilla europea, tendríamos el sol a nuestras espaldas, iluminando el paisaje.
En apenas unos minutos estábamos frente al Galataport y su flamante terminal subterránea de cruceros. Podíamos ver el Pera Bosphorus Hotel, donde estábamos alojados, y los muelles en los que embarcaríamos en apenas tres días, al comienzo de un crucero con destino a Atenas. Inaugurada en 2021, la terminal puede alojar simultáneamente hasta tres barcos de grandes dimensiones. Aquel día, tan solo había dos: el Costa Fortuna y el Seabourn Encore. Junto a los muelles, además del Museo de Arte Moderno de Estambul, encontraremos una zona de moda, llena de locales de comercio y ocio.
Tras dejar atrás el edificio de la universidad de bellas artes Mimar Sinan y la terminal de ferris de Kabataş, teníamos a la vista la mezquita de Dolmabahçe. Un edificio de planta típicamente otomana, con la característica bóveda y minaretes, construido a mediados del siglo XIX. Por lo demás, la mezquita es una curiosa mezcla de estilos barroco, rococó e imperio, aderezados con caligrafía árabe.
Apenas unos metros al este de la mezquita encontramos el palacio homónimo, construido entre 1842 y 1853, durante el sultanato de Abdülmecid I. Interesado en la cultura occidental y hablante de francés, el sultán quiso construir un palacio al gusto europeo. Aunque las finanzas de su decadente imperio no fueran capaces de sufragar el ingente gasto. Entre otros lujos, contiene el candelabro de cristal de Bohemia más grande del mundo. Fue la última residencia de los sultanes otomanos, hasta la proclamación de la república en 1924. También moriría entre sus muros Mustafa Kemal Atatürk, el fundador del moderno estado turco, el 10 de noviembre de 1938.
Atravesábamos el Bósforo en un ferri de línea regular, utilizado tanto por turistas como por los habitantes de Estambul para sus desplazamientos diarios. La ruta se ha vuelto tan popular, que hay dos precios diferenciados: uno para los ciudadanos turcos y otro, que en el mejor de los casos duplica al primero, para los extranjeros. Tras superar la valla del palacio, hicimos la primera parada en los muelles de la terminal de Beşiktaş. El tiempo justo para permitir el trasiego de aquellos que descendían a tierra o subían al barco.
Después, cruzamos el Bósforo transversalmente, hasta los muelles de Üsküdar. Quizá la terminal de ferri más concurrida del lado asiático de Estambul. El trasiego de barcos era asombroso. Parecía increíble que, en aquel pequeño caos, no se produjera ninguna colisión. Sin embargo, la coreografía funcionaba perfectamente y las embarcaciones se entrecruzaban sin el menor contratiempo. Tras recoger un abultado grupo de pasajeros, reanudamos nuestra ruta hacia el norte.
Aunque nuestra siguiente escala volvía a estar en la orilla asiática del estrecho, avanzábamos ceñidos a la costa europea, que alcanzamos prácticamente a la altura de la hermosa Büyük Mecidiye Camii. Una mezquita levantada por orden de Abdülmecid I para hacer las funciones de templo de su flamante palacio. Se finalizó en 1856 y es un espléndido exponente de la peculiar variante otomana del estilo neobarroco.
En apenas unos minutos, navegábamos bajo el más antiguo y meridional de los tres puentes que, en la actualidad, atraviesan el Bósforo. Su longitud total es de 1.560 metros y la luz de 1.074. En 1973, cuando fue inaugurado, tenía el cuarto vano central más grande del mundo. Todos los años, en el mes de noviembre, lo atraviesa un maratón. El único que permite correr entre dos continentes. En 2016 fue renombrado como «Puente de los Mártires del 15 de abril», en recuerdo de los civiles que perdieron la vida durante el intento de golpe de estado de aquel mismo año, cuando un tanque se posicionó en el puente y disparó sobre la población.
Al norte del puente se extendía una sucesión de barrios residenciales, entre las colinas boscosas y el estrecho, en los que se entremezclaban las casas de lujo, los edificios normales y los yalı. Estos últimos son los característicos edificios de la era otomana, construidos en madera, que utilizaban las familias acomodadas de Estambul como residencia de verano. Se calcula que hay unos 620 jalonando ambas orillas del Bósforo, levantados entre el siglo XVIII y los primeros años del XX. Una de las desventajas de ir en un barco más grande que en nuestra anterior travesía por el estrecho era que, al navegar más alejados de la costa, resultaba más complicado localizarlos.
En cambio, no tuvimos el menor problema para identificar la mole de Rumelihisarı. El imponente castillo construido por orden de Mehmed II durante los prolegómenos del asedio de Constantinopla. La fortaleza se levantó en tan solo quince meses, aprovechando el punto más angosto del Bósforo, donde éste apenas alcanza los 660 metros de anchura. Justo frente a otra fortaleza otomana, de finales del siglo XIV, en la orilla asiática. Entre ambas, debían controlar el paso por el estrecho, privando a Constantinopla de los vitales suministros de grano procedentes de la actual Ucrania.
Sus enormes cañones fueron puestos a prueba por primera vez el 26 de noviembre de 1452, menos de tres meses después de la finalización de la obra, cuando el capitán veneciano Antonio Rizzo intentó forzar el paso con un cargamento de grano destinado a la ciudad. Su galera fue hundida por un gran proyectil de piedra y toda la tripulación pasada a cuchillo. Menos Rizzo, que sufrió una ejecución bastante más desagradable. En aquellos tiempos, los otomanos llamaban al castillo Boğazkesen. Un nombre que se podría traducir como «el cortador del estrecho» o «el cortador de la garganta», ya que en turco se utiliza la misma palabra para ambos términos.
Apenas unos metros al norte del castillo está el puente de Fatih Sultan Mehmet, el segundo construido sobre el Bósforo. Con una longitud de 1.510 metros, un vano central de 1.090 y un gálibo de 64, fue inaugurado en 1988. Se piensa que en sus inmediaciones debería estar el emplazamiento del primer puente jamás construido sobre el estrecho. Aquel que hizo levantar Darío I en el 513 AEC, al comienzo de su campaña contra los escitas. Lo poco que sabemos de aquel puente de pontones procede de la narración de Heródoto, pues jamás se ha localizado el menor vestigio arqueológico.
Superado el puente, volvimos a aproximarnos a la orilla asiática, donde hicimos otra breve escala en el embarcadero de Kanlıca. Un tranquilo barrio residencial, en el que durante la época otomana se levantaron numerosos yalı. Como Ahmet Rasim Pasha Yalısı, un edificio construido en 1898 y convertido en hotel de lujo en el 2004. O el enorme Saffet Paşa Yalısı, que tiene sus orígenes en 1750, ubicado apenas unos metros al sur del embarcadero.
Retomamos la ruta. Según avanzábamos hacia el norte disminuía la densidad urbana. En cambio, el tráfico de grandes barcos no hacía más que aumentar. El paso de buques internacionales por el Bósforo se rige por la Convención de Montreux, de 1936. A cambio del levantamiento de diversas restricciones impuestas en el Tratado de Lausana, de 1923, Turquía se comprometía, en tiempo de paz, a permitir el paso por el estrecho de barcos civiles de cualquier nacionalidad, sin poder limitar el tipo de carga. Las reglas para los buques militares y las del tiempo de guerra, como el actual, son algo más restrictivas, permitiendo a Turquía bloquear el paso de determinados navíos y tipos de cargamento.
Desde el punto de vista de la seguridad, en un estrecho atravesado por más de 50.000 barcos de gran tonelaje al año, el Bósforo se rige según las regulaciones establecidas por el gobierno turco en 1994. Como toda vía marítima congestionada, mantiene una estricta política de separación del tráfico naval, así como reglas y procedimientos para todos aquellos buques que superan las 500 toneladas de desplazamiento o los 200 metros de eslora. Por ejemplo, la velocidad máxima en el estrecho es de 10 nudos, está prohibido sobrepasar a otro barco y es obligatorio contactar con las autoridades turcas al menos 48 horas antes de llegar a los estrechos. Las regulaciones van siendo más laxas según se reduce el tamaño de las embarcaciones, pero incluso aquellas con 20 metros de eslora deben identificarse y reportar su posición 5 millas antes de llegar a los estrechos.
En la orilla occidental, destacaba el edificio conocido como la mansión Huber. Fue construida, a caballo de los siglos XIX y XX, por Auguste Huber. Un conocido traficante de armas, representante en el Imperio Otomano de las firmas alemanas Mauser y Krupp. Tras la derrota de los Imperios Centrales en la Primera Guerra Mundial, la mansión pasó por diversos avatares, hasta que fue expropiada por el gobierno turco en 1985. Desde entonces, es la residencia de verano del presidente de la república.
La siguiente parada, de vuelta a la orilla europea, fue en el embarcadero de Sarıyer. Un lugar con aspecto tranquilo y un tanto destartalado, en el que únicamente nos llamó la atención una curiosa construcción, ubicada a escasos metros del muelle. Se trataba de un edificio militar, construido durante 1911 en un extraño estilo ecléctico, con vagas reminiscencias medievales. En la actualidad, parece que se emplea como club de oficiales del ejército turco.
Tras zarpar y recorrer poco más de dos kilómetros hacia el noreste, llegamos a Rumeli Kavağı, el punto más septentrional del recorrido. Un pequeño puerto de pescadores, todavía más apacible que el anterior. Curiosamente, aquel también había sido el extremo septentrional de nuestra excursión en coche por la orilla occidental del Bósforo, en la primavera de 2007. En aquella ocasión, acabamos comiendo pescado en uno de los pequeños restaurantes que hay junto al embarcadero.
Para llegar a nuestro destino final, tocaba saltar de nuevo a la orilla asiática. Esta vez, con el imponente puente de Yavuz Sultan Selim dominando el horizonte hacia el norte. Inaugurado en 2016, tiene una longitud de 2.164 metros, un vano central de 1.408 y un gálibo de 73. Dispone de 8 carriles para el tráfico de vehículos y 2 para el ferrocarril. Sus pilares, de 322 metros de altura, lo convierten en el quinto más alto del mundo. El puente estuvo envuelto en varias polémicas, por su desorbitado coste, la idoneidad de su emplazamiento o los bosques y humedales que se destruyeron durante su construcción.
Veinte minutos antes de la una, con un cuarto de hora de retraso, atracábamos en los muelles de Anadolu Kavağı, en la orilla asiática del Bósforo. El barco volvería a recogernos a las tres de la tarde, por lo que disponíamos de poco más de dos horas de tiempo libre. Lo primero que hicimos fue buscar una mesa para comer. Comenzábamos a estar hambrientos y, tras la llegada de un ferri lleno de turistas a los muelles, eran previsibles los problemas para encontrar mesa. Fue una idea acertada. Aún no habíamos pedido, cuando llegó un segundo barco. Seguido de un tercero, mientras comíamos en una terraza a la orilla del mar.
Después, salimos a dar un breve paseo. A priori, la excursión más interesante en Anadolu Kavağı consiste en subir hasta el castillo de Yoros. Fue edificado por los bizantinos en una fecha desconocida. Probablemente durante el reinado de Miguel VIII Paleólogo, en la segunda mitad del siglo XIII. El castillo cambió varias veces de manos, hasta que en 1414 fue conquistado por los genoveses, que lograron mantenerlo durante 40 años. Por este motivo es conocido como «castillo Genovés». En cualquier caso, no teníamos la menor intención de subir. Ya habíamos recorrido sus ruinas en 2007, durante una mañana bastante más fresca. Recién comidos y con un sol de justicia brillando en el cielo, remontar la empinada cuesta habría sido una temeridad.
En su lugar, dimos una vuelta por el pueblo. Su diminuto centro estaba abarrotado, pero nos bastó alejarnos un poco para poder disfrutar de un ambiente mucho más relajado. Niños bañándose, gatos holgazaneando o familias enteras de tertulia en los muelles pesqueros. Tras visitar una fuente otomana y curiosear en el supermercado local, emprendimos el regreso al ferri, que mientras tanto había regresado a recoger el pasaje.
Esta vez zarpamos puntualmente, a las tres de una tarde cada vez más tórrida. La poca brisa que quedaba seguía viniendo del norte, por lo que ahora su efecto se vería compensado por el viento aparente generado por el avance del barco. Nuestra primera intención fue hacer el viaje de regreso en la cubierta inferior, provista de aire acondicionado. Mala idea. Hacía todavía más calor que en la calle. Al final, buscamos un lugar en la cubierta intermedia, donde la propia estructura del buque nos protegiera del abrasador sol.
Las escalas eran las mismas, pero ahora navegamos mucho más ceñidos a la costa asiática. Lo cual nos permitió disfrutar de mejores vistas sobre alguno de los yalı de la zona de Kanlıca. En su mayor parte tenían un aspecto magnífico, con un impecable estado de conservación. Tan solo vimos dos o tres en malas condiciones. También había alguno, como Amcazâde Hüseyin Paşa Yalısı, de finales del siglo XVII, en pleno proceso de restauración.
Una vez dejamos atrás el segundo puente sobre el Bósforo, pasamos junto a Anadolu Hisarı, la fortaleza que cerraba el estrecho por el lado asiático, frente a la más imponente Rumeli Hisarı. Construida entre 1393 y 1394 por orden de Bayezid I, es el edificio otomano más antiguo de la actual Estambul. Formó parte de los preparativos para el primer intento turco de tomar Constantinopla, que terminó frustrándose. En cualquier caso, desde finales del siglo XV el dominio de los estrechos permitió al Imperio Otomano cerrar el acceso el mar Negro a cualquier embarcación extranjera. La situación cambiaría cuando un imperio bastante más debilitado se vio obligado a firmar el tratado de Küçük Kaynarca con Rusia, permitiendo el paso de buques rusos por el Bósforo y los Dardanelos.
A continuación llegamos frente a Kandilli. Uno de los puntos más angostos y profundos del Bósforo. Y el lugar donde son más evidentes sus fuertes corrientes, que eran perfectamente apreciables desde el barco, mientras navegábamos frente a Edip Efendi Yalısı. El mar Negro recibe más agua de sus caudalosos ríos de la que es capaz de evaporar en su superficie. El exceso acaba saliendo al Mediterráneo, tras atravesar el Bósforo, el mar de Mármara y los Dardanelos. Pero, al igual que en Gibraltar, el agua mediterránea, más salada y densa, también se «desploma» en las profundidades del mar Negro, creando algo parecido a una cascada submarina. De esta forma, en el Bósforo hay dos corrientes superpuestas. La superficial avanzando hacia el sur, rumbo al mar de Mármara, y otra, en sentido contrario, en la capa inferior de agua. En Kandilli, la primera recibe el nombre de Maskara Akintisi y suele alcanzar 1,45 metros por segundo. El fenómeno fue descrito inicialmente por Luigi Ferdinando Marsigli, en una carta destinada a la reina Cristina de Suecia, fechada en 1681. Pero dicho conocimiento quedó en el olvido. Sería redescubierto en 1881 por el almirante ruso Stepan Osipovich Makarov.
Algo más al sur encontraremos la antigua academia miliar de Kuleli. El edificio fue finalizado en 1843. Dos años más tarde se convirtió en la sede de una de las academias militares otomanas. Fue utilizado como hospital durante la guerra ruso-turca de 1877-1878 y nuevamente en la primera guerra balcánica, entre 1912-1913. Abandonado al final de la primera guerra mundial, recuperó su función primitiva en 1925. La academia fue cerrada tras el fallido intento de golpe de estado de 2016.
El palacio Beylerbeyi está apenas unos metros al norte del primer puente sobre el estrecho. Se trata de una residencia de verano, construida entre 1861 y 1865, durante el sultanato de Abdülaziz I. Diseñado en estilo segundo imperio, también se utilizaba para agasajar a los jefes de estado que visitaban Estambul. Más allá de su fachada, que encontramos cubierta por un andamio, nos llamaron la atención sus dos pabellones de baño, sobre las aguas del estrecho. Uno para los hombres y otro para las mujeres.
Tras pasar bajo el primer puente, regresamos al embarcadero de Üsküdar, donde seguía el increíble trasiego de embarcaciones. Una vez desembarcó buena parte del pasaje, volvimos a dirigirnos a Beşiktaş, en el lado europeo. Aunque, en esta ocasión, el barco navegó algo más al oeste, no fue suficiente para lograr una fotografía decente de Kız Kulesi, la Torre de la Doncella, la pequeña fortaleza bizantina que se levanta sobre un islote en la entrada meridional del Bósforo.
Después, tan solo quedaba regresar a los muelles de Eminönü, mientras disfrutábamos de las espléndidas vistas sobre una ciudad cuyo horizonte estaba dominado por las torres, cúpulas y minaretes del palacio de Topkapi, Santa Sofía y la Mezquita Azul. Un epílogo perfecto para una hermosa travesía por uno de los estrechos más renombrados del planeta.
Para ampliar la información.
También es interesante la entrada de la Wikipedia sobre los yalı: https://es.wikipedia.org/wiki/Yal%C4%B1_(residencia).
El blog Todo a Babor describe el experimento de Makarov: https://www.todoababor.es/historia/el-secreto-del-bosforo/.
En inglés, se puede encontrar información sobre tours por el Bósforo en Turkey Travel Planner: https://turkeytravelplanner.com/go/Istanbul/Sights/Bosphorus/BosphorusCruise.html.
La web oficial de la Torre de la Doncella está en https://kizkulesi.gov.tr/en.
En https://www.castles.nl/yoros-castle hay una breve reseña sobre el castillo de Yoros.
Aunque esté en turco, la página https://kulturenvanteri.com/tr/harita/#11.52/41.1206/29.059 es una auténtica mina de información sobre los lugares que se ven desde el barco.
Quién esté interesado por las corrientes del estrecho, puede descargar un PDF en https://kulturenvanteri.com/tr/harita/#11.52/41.1206/29.059.
AMS tiene un interesante artículo sobre los trabajos de Marsili: https://journals.ametsoc.org/view/journals/phoc/48/4/jpo-d-17-0168.1.xml.
En https://www.nature.com/articles/060261a0.pdf se puede descargar una publicación de Makarov sobre sus estudios de la doble corriente.
En https://www.un.org/depts/los/LEGISLATIONANDTREATIES/PDFFILES/TUR_1994_Regulations.pdf encontrarás las regulaciones para la navegación en los estrechos.
Información que se puede ampliar y poner en contexto en https://tudav.org/wp-content/uploads/2018/03/turkish_straits_tudav.pdf.
En efecto, el estrecho del Bósforo es un lugar de importancia vital para conectar el mar Mediterráneo con algunos países del Este. Recorrer el estrecho en una pequeña lancha debe ser impresionante.
La ciudad de Estambul me trae muchos recuerdos, muy especiales, pues (aunque nunca he estado allí) un hermano mío que ya no está con nosotros tuvo la muy grata experiencia de vivir allí unos seis meses y me contaba maravillas curiosísimas acerca de la vida y costumbres del lugar. Creo que en los ferrys (al menos en aquella época de los años noventa) se comía de maravilla, las delicias de las aguas del Bósforo y muchas otras. El imán de una mezquita le contó cómo detectan en el interior de la misma los seísmos. Son dos superficies de mármol que entran en rozamiento cuando vibra el exterior. El Gran Bazar es un lugar inolvidable, con sus tiendas con muchos escondrijos y escaleras inesperadas que conducen a niveles de almacenaje insospechados.
En fin, que me ha encantado tu completísimo artículo y lo guardo entre mis favoritos.
Mil gracias Marcos. Si tienes ocasión de visitar Estambul, no dudes en hacerlo Es sin duda la más fascinante entre todas las ciudades del mundo que he tenido la suerte de conocer. Una interesante amalgama entre oriente y occidente, con edificios que van desde la antigüedad clásica hasta la más rabiosa modernidad, ubicada en un emplazamiento tan hermoso como impresionante.
Lo intentaré, desde luego. Sería una experiencia única, sin duda.
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