Tras cuatro días en Estambul, había llegado el momento de dejar atrás una de las ciudades más fascinantes del planeta. Parecía imposible no experimentar un sentimiento de «saudade«, de nostalgia anticipada. Quedaban tantos lugares por visitar . . . Al menos, teníamos el consuelo de partir de la Ciudad del Bósforo de la mejor forma imaginable: navegando a bordo de un precioso velero, que zarparía rumbo al oeste poco antes del atardecer. Con suerte, nos despediríamos de Estambul en plena hora dorada.

El Sea Cloud II en Estambul

El Sea Cloud II en Estambul.

Nuestro primer encuentro con el Sea Cloud II llegó antes de lo esperado. Cuando, como en las últimas tres mañanas, salimos a desayunar en la espléndida terraza del Pera Bosphorus Hotel, nos llevamos la sorpresa de hallar al velero atracado prácticamente frente al edificio. Uno de los motivos de elegir ese hotel concreto había sido su proximidad a la nueva terminal de cruceros de Galataport. Pero no pensábamos que el barco fuera a atracar tan cerca.

El Sea Cloud II frente a Santa Sofía

El Sea Cloud II y Santa Sofía.

Después de desayunar tranquilamente, fue imposible resistir la tentación de bajar a la habitación a por la cámara. Pasé un buen rato fotografiando los mástiles de la bricbarca, con la ciudad vieja de Estambul al fondo. Una perspectiva bastante inusual, sobre todo teniendo en cuenta el ángulo elevado en el que me encontraba. Mientras tanto, varios miembros de la tripulación se afanaban entre las velas y los aparejos, regalándome escenas todavía más insólitas.

Mástiles frente a Estambul

Mástiles frente a Estambul.

Acabé perdiendo la noción del tiempo y finalmente tuvo que venir Olga a rescatarme del embrujo en el que había caído. Aún teníamos pendiente una visita al gran bazar. El Sea Cloud II tendría que esperar.

El Riviera frente a Sarayburnu

El Riviera frente a Sarayburnu.

Embarcamos a las cuatro de una tarde todavía más tórrida que las tres anteriores. La ciudad parecía querer despedirse por todo lo alto. Al menos en lo referente a las temperaturas. Mientras nosotros nos acomodábamos en el camarote y participábamos en el obligatorio muster drill, o charla de seguridad, zarpó el Riviera, uno de los dos barcos con los que compartíamos muelle.

El Norwegian Getaway en Galataport

El Norwegian Getaway en Galataport.

Aún nos acompañaba el Norwegian Getaway. Un enorme crucero que, en más de un sentido, era la antítesis del velero en el que nos encontrábamos. Con 18 cubiertas, capacidad para 3.969 pasajeros y diversas atracciones asomando por encima de su estructura, era más parecido a un parque temático flotante que a un barco. En cualquier caso, nos guste o no, nosotros viajábamos en el pasado y ellos parecen ser el futuro.

Tráfico en el Cuerno de Oro

Tráfico en el Cuerno de Oro.

Una vez acomodados, pasamos el rato disfrutando del privilegiado emplazamiento en el que nos encontrábamos. Viendo el animado trajín de embarcaciones por la confluencia entre el Bósforo y el Cuerno de Oro y observando las numerosas aves que aprovechaban el intrincado aparejo del Sea Cloud II para hacer una pausa. Todo ello con la espléndida silueta de Estambul como telón de fondo.

El Norwegian Getaway en el Bósforo

El Norwegian Getaway en el Bósforo.

A las cinco zarpó el Norwegian Getaway. Si el tráfico en el estrecho ya resulta complicado en condiciones normales, la mole de 325 metros de eslora consiguió empeorarlo, obligando a las numerosas embarcaciones turísticas a modificar su rumbo. En cualquier caso, en apenas unos minutos el inmenso barco había desaparecido tras Sarayburnu. El extremo nororiental de la ciudad vieja de Estambul, cuyo nombre se traduciría por «cabo del serrallo«.

Zarpando de Galataport

Zarpando de Galataport.

Finalmente, una hora más tarde llegó nuestro turno. A las seis, dos potentes remolcadores se situaron a babor del Sea Cloud II. Al no disponer éste de capacidad de propulsión lateral, como los cruceros más modernos, se lanzó un cabo a cada remolcador. Éstos se limitaron a tirar de nosotros, hasta que estuvimos razonablemente separados del muelle de Galataport. A partir de ese momento, seguimos por nuestros propios medios. En mis mejores sueños, había fantaseado con la posibilidad de zarpar de Estambul a vela, aprovechando los vientos del norte que suelen soplar en el estrecho. Aquel día, apenas había viento. Y, en cualquier caso, dudo que hubiera sido razonable añadir un velero al ya de por si complicado tráfico de la confluencia entre el mar de Mármara, el Cuerno de Oro y el Bósforo.

Süleymaniye desde el Sea Cloud II

Süleymaniye desde el Sea Cloud II.

A vela o a motor, comenzamos a deslizarnos frente a un paisaje que, no por llevar más de tres días contemplándolo, era menos deslumbrante. Comenzando por Süleymaniye, con su inconfundible silueta en la cima de la tercera colina de Estambul, elevándose sobre el horizonte hacia el oeste.

Santa Sofía desde el Sea Cloud II

Santa Sofía desde el Sea Cloud II.

Más cerca, sobre la primera colina, aquella que vio nacer a la primitiva Bizancio, se levantaba Santa Sofía. Aunque la densa arboleda del parque Gülhane ocultaba buena parte de uno de los templos más destacados del planeta, por encima de sus copas eran visibles tanto la cúpula, del siglo VI, como los minaretes, añadidos por los otomanos entre los siglos XV y XVI. Al sur de Santa Sofía, Sultan Ahmet Camii. La hermosa mezquita Azul, de la que apenas eran visibles los minaretes y la parte superior de la cúpula.

Estambul a nuestra popa

Estambul a nuestra popa.

Hacia popa, la moderna Estambul se iba empequeñeciendo lentamente. Entre los edificios de Beşiktaş y el futurista embarcadero de Kabataş, aún era posible distinguir algunos vestigios del pasado imperial de la ciudad. Como la mezquita y el palacio de Dolmabahçe y, entre ambos, la curiosa torre del reloj que los acompaña.

Navegando frente a Topkapı

Navegando frente a Topkapı.

Según comenzamos a rodear Sarayburnu, nuestra atención se centró en el palacio que corona la primera colina, más allá de la muralla del mar de la vieja Constantinopla. Topkapı, levantado entre 1459 y 1495 por orden de Mehmed II, sería durante casi 400 años el centro de poder de uno de los imperios más poderosos del planeta. En la actualidad, es una de las principales atracciones turísticas de Estambul. En la que esta ocasión habíamos optado por no entrar. Cuatro días son claramente insuficientes para recorrer todas las maravillas de la ciudad, incluso visitándola por segunda vez.

Sultan Ahmet Camii y el faro de Ahırkapı Feneri

Sultan Ahmet Camii y el faro de Ahırkapı Feneri.

Tras Topkapı, otra vez Santa Sofía, ahora desde su flanco oriental. Y, tras Santa Sofía, la espléndida Sultan Ahmet Camii, recortándose contra un cielo que cada vez mostraba más indicios de un incipiente atardecer. Al este de la mezquita, destacaba el faro de Ahırkapı Feneri. Según la tradición sus orígenes estarían en 1755, cuando un barco con destino a Egipto embarrancó en las inmediaciones. Osmán III habría ordenado instalar una luz sobre las murallas de la ciudad, con el fin de evitar un nuevo naufragio. Aunque la torre actual sería construida en 1857, siendo sultán Abdülmecid I. Mide 26 metros de altura, con su plano focal a 36 metros sobre el nivel del mar.

Llegando al mar de Mármara

Llegando al mar de Mármara.

Tras más de veinte minutos de navegación, una lancha abarloó a nuestro costado de estribor. Recogieron al práctico del puerto. Habíamos llegado a la difusa frontera entre el Bósforo y el mar de Mármara. Ahora, nuestra mirada se volvía hacia la orilla asiática de Estambul, donde varios edificios nos llamaban la atención. Uno era el campus de Haydarpaşa, levantado entre 1894 y 1903 para la Escuela Imperial de Medicina, que en la actualidad es la sede de SBÜ, la Universidad de las Ciencias de la Salud.

Frente a la orilla asiática de Estambul

Frente a la orilla asiática de Estambul.

Otro, la llamativa terminal de Haydarpaşa. Un edificio de estilo neoclásico, finalizado en 1909, que en su día fue la principal estación ferroviaria de Anatolia. Cuando el imperio Otomano aún se extendía hasta el golfo Pérsico y el sur de Arabia, de Haydarpaşa partían los trenes que llegaban a Bagdad y a Medina. La conexión con la estación de Sirkeci, en el lado europeo, se realizaba mediante ferris. A pesar del desmembramiento del imperio tras la primera guerra mundial, la estación logró mantener su importancia hasta 2010, cuando un incendio provocó su clausura. La apertura, en 2019, de un túnel ferroviario bajo el Bósforo y el diseño de nuevas líneas de alta velocidad amenazan su incierto futuro.

El nuevo y el viejo Estambul

El nuevo y el viejo Estambul.

Mientras tanto, en el lado europeo, el cambio de nuestro ángulo de visión creaba una escena cuando menos curiosa, con Sultan Ahmet Camii y Santa Sofía recortándose sobre los rascacielos de la pujante ciudad. Con una población que supera los quince millones de habitantes, repartidos entre las orillas europea y asiática del Bósforo, Estambul sigue siendo la indiscutible capital económica de Turquía. Además de una de las principales ciudades de Europa. Aunque solo contemos los distritos europeos, sus diez millones de habitantes tan solo estarían por detrás de los trece de Moscú.

Las islas de los Príncipes

Las islas de los Príncipes.

Según nos adentrábamos en el mar de Mármara su orilla asiática comenzó a perderse en la distancia, para ser sustituida por las Islas de los Príncipes. Un nombre que parece tener su origen en los tiempos de Constantinopla, cuando eran un lugar de destierro para los miembros de la realeza caídos en desgracia. Una costumbre que, según dicen, continuó bajo los otomanos. Aunque éstos tendían a ser bastante más expeditivos con las desavenencias dentro de la familia imperial.

Yassıada

Yassıada.

Las islas mantuvieron una fuerte presencia de población de lengua griega hasta bien entrado en siglo XX. Después de la proclamación de la república turca, comenzó el éxodo de los residentes helenos. Tras pasar por diversos avatares, el archipiélago ha terminado convertido en un lugar de descanso, simultáneamente cerca y lejos del ajetreo de Estambul. Por ejemplo, la isla de Yassıada está prácticamente ocupada en su totalidad por un hotel de lujo y varios museos.

Ocaso frente a Estambul

Ocaso frente a Estambul.

Acostumbrado a los eternos atardeceres del Ártico, me confié en exceso. Cuando quise darme cuenta, el sol se acercaba rápidamente al horizonte sobre la orilla europea del Mármara. Apenas tuve tiempo de hacer un par de fotos, antes de despedirme de Estambul. Un final hermoso, aunque un tanto abrupto, para una travesía que acabó siendo tan interesante como habíamos anticipado. Al día siguiente nos esperaba su segunda parte. Justo después del amanecer navegaríamos a través de los Dardanelos, el estrecho que comunica el mar de Mármara con el Mediterráneo.

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Para ampliar la información.

En https://depuertoenpuerto.com/cuatro-dias-en-estambul/ puedes ver un resumen de nuestros cuatro días en Estambul, con vínculos a las demás entradas del blog sobre el viaje.

Puedes ver un artículo sobre la nueva terminal de cruceros en https://istanbul.com/es/city-life/history-art-and-luxury-on-a-cruise-port-galataport-istanbul.

Otra forma de realizar una travesía similar es viajando a las Islas de los Príncipes. En Traveler hay un interesante artículo sobre el archipiélago: https://www.traveler.es/naturaleza/articulos/turismo-diferente-islas-principe-estambul-guia/12142.

En inglés, la web oficial de Galataport está en https://galataport.com/.