El museo tiene su origen en el viaje que Abdülaziz I realizó por varias capitales europeas. En 1867 visitó los museos arqueológicos de Paris, Londres y Viena. Tras su regreso a Estambul, en 1869 se creó el Müze-i Hümayun, inicialmente alojado en la antigua iglesia de Santa Irene. No tardaría en quedarse pequeña, por lo que en apenas seis años los fondos fueron trasladados al edificio conocido como Çinili Köşk, que sigue formando parte del museo. El actual edificio principal se construiría entre 1881 y 1891, con una fachada inspirada los espléndidos sarcófagos helenísticos que aloja. Está considerado como el mejor ejemplo de arquitectura neoclásica en Estambul. Por último, el museo también comprende el edificio del antiguo Colegio de Bellas Artes, construido en 1883. Desde 1935 acoge diversas colecciones de Egipto y la parte asiática del imperio, bajo el nombre de Museo del Antiguo Oriente.
Uno de los problemas de un lugar con un contenido tan vasto es que puede acabar resultando abrumador. Pero tanto Çinili Köşk como el Museo del Antiguo Oriente estaban cerrados por reforma, limitando la visita al edificio inaugurado en 1891. Aún así, decidimos centrar nuestro recorrido en la sección de los sarcófagos de Sidón y la exposición dedicada a Troya. El resto del museo quedaría como objetivo secundario, que realizaríamos en función de nuestro nivel de cansancio y de cómo evolucionara la parte principal de la visita.
Encontrar los sarcófagos no fue en absoluto difícil. Están ubicados en una serie de salas de la planta baja, a mano izquierda del vestíbulo de entrada. Su hallazgo se remonta a 1877, cuando unos obreros dieron con un pasadizo, mientras trabajaban en una cantera en las inmediaciones de Saida, la antigua Sidón helenística. La excavación arqueológica comenzó el 1 de mayo de 1887 y llevó al descubrimiento de siete cámaras funerarias, repartidas en dos hipogeos. Las piezas recuperadas fueron cuidadosamente embaladas y enviadas al nuevo edificio que se estaba construyendo en Estambul. De inmediato, se convirtieron en su elemento más destacado.
La indudable joya de la colección es el llamado «sarcófago de Alejandro». En realidad, parece ser la tumba de Abdalónimo, primer rey de Sidón durante el periodo helenístico. Aunque en la actualidad hay quien pone en duda dicha atribución. En cualquier caso, la denominación del sarcófago vendría dada por las dos representaciones de Alejandro Magno que podemos ver en los costados largos del sarcófago. En uno de ellos, encontraremos al rey de Macedonia luchando en la batalla de Issos. En el otro, Alejandro está cazando un león, acompañado por Abdalónimo y jinetes persas y macedonios.
El sarcófago, hallado en la sala III del hipogeo A, está labrado en mármol pentélico y originalmente debía estar pintado, pues aún es posible apreciar restos de policromía. Su base mide aproximadamente 320 x 170 centímetros, con una altura cercana a los 2 metros. Tanto el nivel artístico de la pieza como su grado de conservación son asombrosos. A pesar de estar protegido por un cristal, la iluminación es muy acertada, permitiendo disfrutar de la obra en todo su esplendor.
El «sarcófago de las plañideras» fue encontrado en la sala I del hipogeo A. Había sido saqueado previamente. Parece ser la tumba de Abdashtart I, rey de Sidón a medidos del siglo IV AEC. Los relieves representan una procesión de mujeres, llorando la muerte del rey. Contiene seis figuras en cada lado largo y tres en los cortos, alternándose con las columnas de un templo jónico. Es un buen ejemplo de la influencia helenística en el arte oriental, anterior a las campañas de Alejandro.
La colección se complementa con otros sarcófagos, como el llamado «del sátrapa» o el «sarcófago licio», así llamado por recordar con sus formas las tumbas de Licia, en el sur de Anatolia. En general, la exposición de los sarcófagos es una auténtica maravilla, que por sí sola justificaría una visita al museo. La infografía, la iluminación y la ambientación de las salas también me parecieron muy acertadas, ayudando a realzar y poner en contexto los objetos expuestos.
Nos costó algo más encontrar la sección dedicada a Troya, ubicada en la segunda planta del museo. Las excavaciones en la antigua ciudad, llevadas a cabo por Heinrich Schliemann a partir de 1870, culminaron con el descubrimiento del llamado «tesoro de Príamo«. Aunque hoy se considera que dicha atribución es errónea, nadie duda del valor de las piezas recuperadas. Pero no están en el museo. Schliemann hizo trasladar el tesoro a Grecia, sin informar a las autoridades otomanas. De allí pasó a Berlín, donde estuvo entre 1879 y 1945. Para desaparecer durante la toma de la ciudad por el ejército soviético. Se llegó a pensar que el tesoro había sido destruido durante los combates, hasta que en 1993 se supo que se hallaba en el Museo Pushkin de Moscú. Allí sigue en la actualidad.
A falta de la que debería ser pieza principal de la exposición, ésta recrea diversos aspectos de una excavación arqueológica y el procesamiento y estudio de los objetos encontrados en ésta. También encontraremos una réplica de un corte estratigráfico de las sucesivas ciudades encontradas en Troya, que nos ayudará a comprender la evolución del lugar y a poner en contexto los diversos objetos encontrados. Y una vitrina con recortes de prensa de la época en que Schliemann realizó sus descubrimientos. Todo ello muy interesante y bien explicado. Aunque falto de alma.
Turquía lleva décadas exigiendo la devolución del tesoro de Príamo. Primero a Schliemann, en la actualidad a Rusia. Reclamación que es la punta de lanza de su aspiración por recuperar los objetos extraídos de su territorio que hoy se encuentran repartidos por museos de medio mundo. Aunque dicha reclamación no está exenta de contradicciones. La más evidente, aunque no la única, sería la propiedad de los sarcófagos procedentes de Sidón, en el actual Líbano.
La relativa decepción en las salas dedicadas a Troya tuvo el efecto positivo de dejarnos tiempo suficiente para ampliar nuestra visita a otras zonas del museo. En general, el nivel de las demás exposiciones que pudimos visitar estaba más cerca de los sarcófagos de Tiro que de la Troya de Schliemann. Entre los numerosas salas que nos deslumbraron, estaba la espléndida galería del tesoro, donde encontraremos piezas elaboradas con piedras y metales preciosos. Como una corona de hojas de laurel, procedente de Pérgamo y confeccionada durante el siglo III AEC.
O las salas dedicadas a la antigüedad clásica en Anatolia, donde pudimos disfrutar de una apabullante cantidad de piezas griegas y romanas de indudable calidad. Desde bustos de Alejandro hasta estatuas de emperadores, pasando por dioses y figuras mitológicas. Todo ello perfectamente expuesto, explicado e iluminado. El número de objetos expuestos era tal, que la visita acabó saliéndosenos de las manos, durando mucho más de lo que inicialmente habíamos planeado. A pesar de que hubo algunas zonas del edificio a las que no llegamos ni a entrar.
En resumen, una vista interesantísima, que probablemente cambie tu percepción de la historia de un mundo que, durante milenios, gravitó mucho más al oriente que en la actualidad. Pero ten en cuenta que recorrer sus salas te llevará unas cuantas horas. Con todos sus edificios abiertos, fácilmente puede consumir un día completo. Incluso restringiendo la visita a las salas principales del edificio principal, no creo que pueda visitarse en menos de una tarde. Al menos, nosotros no fuimos capaces.
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Para ampliar la información.
Pucelano por el mundo tuvo más suerte que nosotros y encontró los tres edificios abiertos: https://www.pucelanoporelmundo.com/que-ver-en-el-museo-arqueologico-de-estambul/.
En Google Arts & Culture encontraremos una entrada sobre la galería del tesoro: https://artsandculture.google.com/story/cAUB3eA6WrJ8RA.
En inglés, se puede encontrar información sobre precios y horarios en https://muze.gen.tr/muze-detay/arkeoloji.
Quick Guide ofrece una pequeña guía sobre el museo, que incluye un plano: https://quickguides.info/turkey/istanbul/archaeological-museums-of-istanbul/.