Entre las regiones habitadas de Islandia, puede que los Fiordos del Oeste sea la más remota y dura. Una zona apenas poblada, marcada por el clima de la cercana Groenlandia y prácticamente aislada del resto de la isla. Una región con una geología y una idiosincrasia tan distintas al resto de Islandia que, en ocasiones, pensarás estar en otro país. Y, sin embargo, una de las zonas más mágicas de la Tierra de Hielo, en la que los páramos infinitos y los fascinantes fenómenos geológicos se ven reemplazados por un paisaje solitario, de una belleza tan serena como etérea.

Dynjandi y Strompgljúfrafoss

Dynjandi y Strompgljúfrafoss, en agosto de 2021.

Desde mi segundo viaje a Islandia, visitar en invierno sus remotos fiordos occidentales se había convertido en una obsesión personal. Una especie de reto, cuyo interés se veía incrementado por su propia dificultad. En mi tercer viaje invernal a la Tierra de Hielo, por primera vez me veía con suficiente tiempo y preparación para intentarlo. Tenía la suerte de haber conocido su complicada geografía en verano, gracias a un periplo de seis días realizado en agosto de 2021. Además, entre mis viajes invernales por Islandia y el Ártico noruego, acumulaba varios miles de kilómetros de experiencia conduciendo sobre carreteras nevadas. Por fin, en el invierno de 2023, había llegado el momento de afrontar el desafío.

El Baldur, en febrero de 2022

El Baldur, en febrero de 2022.

Antes, debía decidir la forma de llegar a los Fiordos del Oeste. Mi meta era Ísafjörður, su capital. Una ciudad en la que, a esas alturas, había estado tres veces, aunque siempre en verano. La opción razonable, aquella que utilizan los vestfirðingur en invierno, es desviarse de la Ring Road por la carretera 60, para luego tomar la 61, rumbo a Hólmavik, y terminar zigzagueando por los brazos meridionales del Ísafjarðardjúp. Pero nunca había ido a los Fiordos del Oeste atravesando el Breidafjörður en barco. Pese a su mayor dificultad, decidí dar prioridad a la travesía en ferry desde Stykkishólmur hasta Brjánslækur. Un trayecto incierto que, además, condicionaba el resto del viaje. En invierno, el único día en que el ferry Baldur zarpa hacia el norte por la mañana es el viernes. La otra opción, llegar a Brjánslækur a última hora de la tarde, no parecía muy razonable. El lugar es poco más que dos o tres barracones en medio de ninguna parte. Organicé todo mi itinerario en torno a la travesía matinal, dejando la carretera 61 como plan B.

El local de Seatours

El local de Seatours.

Pasé la noche previa en el hotel Fransiskus, a escasos 250 metros del muelle desde el que zarpa el ferry. Durante la madrugada, había caído una suave nevada. Nada preocupante. Al otro lado del Breidafjörður, la situación era bastante más complicada. Al norte de Brjánslækur, la carretera 60 estaba cerrada. En esas condiciones, era imposible llegar a Ísafjörður desde el sur. En cualquier caso, decidí acercarme a curiosear al local de Seatours, donde la única chica que atendía al público confirmó mis peores temores. La carretera 60, entre Flókalundur y Ísafjörður, estaba cortada al tráfico. Y, en su opinión, no era probable que la abrieran a lo largo del día.

En el puerto de Stykkishólmur

En el puerto de Stykkishólmur.

Salí del local decidido a pasar al plan B. Pero, al otro lado del puerto, el Baldur iba engullendo lentamente una pequeña hilera de trailers. Debían ir a alguna parte. Regresé a la tienda, apenas 10 minutos antes de la hora prevista para zarpar. La chica no parecía tener muy claro el destino de los grandes camiones, pero me confirmó que, de no poder seguir mi ruta, siempre podría regresar a Stykkishólmur en el ferry de mediodía. Hice un cálculo mental rápido. En un plato de la balanza, un día de viaje y las 20.240 coronas (unos 136 €) que, en el peor de los casos, me costaría el billete de ida y vuelta. En el otro, un largo rodeo hacia el este, por carreteras que, en cualquier caso, estaban en mal estado, para tomar la ruta «razonable» hacia Ísafjörður. Tras unos segundos de duda, decidí intentarlo. Aunque, todo hay que decirlo, convencido de que acabaría regresando a dormir en Stykkishólmur.

Zarpando de Stykkishólmur

Zarpando de Stykkishólmur.

Tres minutos antes de la hora de zarpar, aparcaba el coche en la bodega de vehículos del Baldur, ocupada por tres trailers, una furgoneta y dos SUV. Salí literalmente corriendo hacia cubierta. No quería perderme la maniobra de desatraque. A las nueve en punto, el ferry zarpaba de una Stykkishólmur todavía envuelta entre las sombras de la noche. La oscuridad y un frío intenso acentuaban la extraña serenidad del momento.

Amanece en el Breidafjörður

Amanece en el Breidafjörður.

En apenas diez minutos, las primeras luces del alba comenzaron a iluminar débilmente la costa septentrional de Snæfellsnes, cubierta por un manto blanco. Las luces de Stykkishólmur se empequeñecían en la distancia, mientras el Baldur se adentraba en un mundo gris. Decidí explorar el interior del barco. Al menos podría entrar en calor y, con suerte, averiguar el destino de mis compañeros de travesía.

El restaurante del Baldur

El «restaurante» del Baldur.

Pero el Baldur parecía un barco fantasma. Más allá de su tripulación, que probablemente estaría en el puente de mando, debíamos ser un mínimo de seis personas a bordo. Al menos una por vehículo. Tan solo pude encontrar una chica, durmiendo tranquilamente en uno de los sofás de la cafetería. Local en el que, pese a estar abierto, tampoco logré ver a nadie. Ni consumiendo ni atendiendo.

Elliðaey

Elliðaey.

Regresé a cubierta. El Baldur navegaba entre los numerosos islotes que salpican las someras aguas del Breidafjörður. Algunos son poco más que rocas, elevándose precariamente sobre la línea de pleamar. Otros, pequeñas islas, que incluso llegaron a estar habitadas durante un tiempo. Como Elliðaey, donde en la actualidad la única huella humana se limita a un diminuto faro automatizado.

Dalir desde el Baldur

Dalir desde el Baldur.

Lentamente, la niebla comenzó a levantar, mientras la luz del día intentaba abrirse camino entre las nubes. En cualquier caso, seguíamos en un mundo predominantemente gris. Aunque, hacia el este, al menos era posible entrever la no tan lejana costa occidental de Dalir, en el norte de Vesturland. Costa formada por una sucesión de montañas peladas, casi completamente cubiertas de nieve, difuminándose entre la bruma.

En la cubierta del Baldur

En la cubierta del Baldur.

Si el interior del Baldur parecía un buque fantasma, no sé como definir su exterior. Estaba claro que era el único a bordo lo suficientemente loco como para aventurarse en su gélida cubierta. Ni la más mínima huella rompía su inmaculado manto blanco. En cualquier caso, pese a las bajas temperaturas y al viento aparente, creado por el avance del barco, era posible estar razonablemente cómodo. Siempre que permanecieras a sotavento del castillo de proa y tuvieras cuidado de no resbalar en aquella parte de la cubierta donde, en lugar de nieve, había una fina y traicionera capa de hielo, completamente transparente. A cambio, la escena trasmitía una hermosa sensación de calma, con la costa septentrional de Snæfellsnes disolviéndose entre la neblina hacia el oeste.

El Baldur de 1931

El Baldur de 1931.

El actual Baldur es el noveno barco con dicho nombre. El primero fue comprado por Guðmundur Jónsson, en la primavera de 1924, para cubrir varias rutas regulares por el oeste de Islandia, partiendo desde Stykkishólmur. Su vida fue corta, pues cinco años más tarde comenzó a hacer agua y fue desguazado. Reemplazado en tan solo unos meses por el segundo Baldur, el tercero llegaría en 1931, en forma de un barco de 12 toneladas, adquirido en Dinamarca.

El séptimo Baldur

El séptimo Baldur.

La ruta siguió creciendo, haciendo necesario renovar la flota con relativa frecuencia. El cuarto barco llegó en 1947, para ser reemplazado en 1953 por el quinto, ya con 61 toneladas de registro bruto. En 1966 llegó el sexto, el primero capaz de transportar vehículos. Sería modificado en 1970, alargando su cubierta para poder alojar 12 automóviles. El séptimo llegaría en 1990, con capacidad para 200 pasajeros y un máximo de 20 vehículos. En 2006 sería reemplazado por el octavo, aunque éste había sido construido en 1970 en Alemania, donde pasó 22 años cubriendo la ruta entre Emden y la isla de Borkum, para después ser vendido a Holanda y prestar servicio otros 14 años en su costa.

El actual Baldur

El actual Baldur.

El actual Baldur navega por el Breidafjörður desde el 2014. Aunque, una vez más, es un barco con una larga historia. Fue construido por Bolsønes Verft AS en su astillero de Molde (Noruega) en 1979. Veinte años más tarde, alargarían su casco, a la vez que se instalaba un motor mas potente. Antes de llegar a Islandia, estuvo prestando servicio en las líneas regulares de las islas Lofoten, entre Svolvær y Skutvik. Tiene una eslora de 68,3 metros y una manga de 12, con 1.667 toneladas de registro bruto. Puede transportar 280 pasajeros y un máximo de 54 coches.

Esquema de las cubiertas del Baldur

Esquema de las cubiertas del Baldur.

Durante los meses de verano, la ruta es bastante popular. Permite acortar la distancia entre Ísafjörður y Reikiavik de 454 a 325 kilómetros, o entre Patreksfjörður y la capital de Islandia de 393 a 287, de los cuales 57 corresponden al trayecto marítimo. La frecuencia de los viajes se duplica, con servicio por la mañana y por la tarde. Al contrario que en invierno, es aconsejable reservar plaza, para evitar sorpresas desagradables de última hora.

Llegando a Flatey

Llegando a Flatey.

Tras un tramo navegando por un mar prácticamente vacío, en el que nuestro mundo se limitaba a una circunferencia de gélidas aguas, rodeada por una cortina grisácea, casi 90 minutos después de zarpar comenzaron a aparecer nuevamente islotes y escollos. Su negra superficie estaba cubierta por una capa blanquecina. Una extraña mezcla entre nieve y espuma congelada. Estábamos llegando a Flatey.

Flatey

Flatey.

Con apenas 2.000 metros de largo y 1.000 de ancho, Flatey es la mayor de las islas que salpican el Breidafjörður. Pese a su reducido tamaño, en la Edad Media alcanzó cierta relevancia cultural y económica. Incluso llegó a tener un monasterio, fundado en 1172, entre cuyos muros se escribió el Flateyjarbók. Una hermosa obra, fundamental para el conocimiento de la historia de los primeros asentamientos noruegos en Groenlandia. En la actualidad, durante los duros meses de invierno, la población de la isla se ve reducida a 5 habitantes.

Breve escala en Flatey

Breve escala en Flatey.

En verano, cuando el Baldur hace dos viajes diarios, es posible descender a tierra en el primer barco, para seguir trayecto en el segundo. Algo que, en invierno, ni es posible, ni parece tener demasiado sentido. Nuestra escala en Flatey fue asombrosamente breve. El tiempo justo para dejar en la isla un contenedor que había junto a la popa. Mientras tanto, acoplaron una pasarela, por la que bajó un miembro de la tripulación a intercambiar una bolsa amarilla (¿el correo?) con la única persona que vimos en Flatey. Después, recogieron la pasarela y nos fuimos tan rápido como habíamos llegado.

Al norte de Flatey

Al norte de Flatey.

Volvimos a adentrarnos en un mundo gris, que tan solo alguno de los cerca de 3.000 islotes que salpican el fiordo acertaba a romper de vez en cuando. Intentaba hacer una fotografía entre los cristales del salón de proa, cuando apareció otro ser humano. Se asomó fugazmente al ventanal y, antes de que me diera tiempo a reaccionar, volvió a desaparecer, dejándome de nuevo en la más completa soledad.

Carreteras a primera hora de la mañana

Estado de las carreteras a primera hora de la mañana.

Mientras tanto, seguía evaluando mis opciones en Brjánslækur. No parecía tener muchas. La carretera 62, hacia Patreksfjörður, seguía cortada en el paso de Kleifaheiði. En la 60, hacia Ísafjörður, estaban cerrados los 30 kilómetros del tramo de Dynjandisheiði, entre Flókalundur y el Arnarfjörður. Mi única salida era el largo tramo de la misma carretera, que lleva desde Flókalundur hasta el cruce con la 61. Un trayecto de 129 kilómetros, por una carretera solitaria, tan solo parcialmente asfaltada y cubierta por al menos 10 centímetros de nieve. Para colmo, al día siguiente se esperaba la llegada de un temporal de viento y el hotel Flókalundur, el único cercano a Brjánslækur, no abría hasta la primavera. Todo apuntaba a que tendría que regresar a Stykkishólmur en el Baldur.

Llegando a Brjánslækur

Llegando a Brjánslækur.

Por si me quedaba alguna duda, según nos aproximábamos a Brjánslækur empezó a nevar copiosamente. A estribor, más allá de los últimos islotes que sorteaba el Baldur, apenas podía adivinar la blanca silueta de las montañas al norte del Breidafjörður. A babor, la visibilidad era todavía peor. Tan solo podía ver la línea de costa y, unos metros más allá, la difusa silueta de un par de coches, acercándose rápidamente al desolado muelle de Brjánslækur.

En la cubierta de vehículos

En la cubierta de vehículos.

Sonó un aviso por megafonía. Nos aproximábamos a puerto y había que descender a la cubierta de vehículos. Según llegaba al coche, descubrí que la persona que me había encontrado brevemente en el salón de proa era el conductor del vehículo que me precedía. Un señor mayor, sordo como una tapia. A gritos, le pregunté por su destino. Respondió lacónicamente: «Patreksfjörður». Sorprendido, volví a interrogarle: «¿Se puede llegar a Patreksfjörður?». «Claro, ellos van allí» contestó, mirándome con cierta indolencia, mientras señalaba al trailer que teníamos al lado.

Estado de las carreteras a mediodía

Estado de las carreteras a mediodía.

La compuerta de popa comenzó a abrirse lentamente, dejando entrar la nieve en cubierta. Volví a comprobar el estado de las carreteras. Kleifaheiði estaba abierto y, en los últimos 10 minutos, parecía que 5 vehículos habían atravesado el paso de montaña. La carretera estaba cubierta por un palmo de nieve, pero con las máquinas quitanieves limpiándola. Todo apuntaba a que estaban coordinando su trabajo con la llegada del ferry. Además, podía contar con las rodadas de los tres camiones que me precederían. Era una apuesta con cierto nivel de riesgo, pero realizable. Sobre la marcha, mientras la compuerta terminaba de abrirse y el Baldur atracaba en Brjánslækur, reorganicé mis planes. Ya que no podía ir a Ísafjörður, de momento iría a Patreksfjörður. Después, ya vería.

Para ampliar la información.

En https://depuertoenpuerto.com/invierno-en-los-fiordos-del-oeste/ se puede ver todo mi viaje invernal por los Fiordos del Oeste.

Jordi Pujolá nos narra en su blog una travesía realizada en verano: https://escritorislandia.com/fiordos-oeste-islandia/.

Quien esté interesado en hacer escala en Flatey, puede consultar https://traveo.is/es/a-visit-to-flatey-island/.

En inglés, la web de Seatours, con información de horarios y compra de billetes, está en https://www.seatours.is/.

En https://www.icelandreview.com/society/baldur-sails-again-but-questions-on-future-of-breidafjordur-ferry-transport-remain/ se puede leer un artículo sobre la problemática del transporte en los Fiordos del Oeste.