Había visitado Seljalandsfoss en el verano de 2017, acompañado por Olga. No nos dejó buenos recuerdos. Ya desde el mismo aparcamiento, la masificación había sido evidente, alcanzando su máximo exponente en el camino que pasa por el interior de la cascada. La cola era tal que renunciamos a entrar y prácticamente salimos huyendo, en busca de lugares más tranquilos. Regresaba ahora en solitario y en pleno invierno, con la esperanza de que una menor afluencia me permitiera disfrutar del lugar serenamente. Mi reciente visita a la cercana Skógafoss me hacía albergar ciertas esperanzas, pues la había encontrado bastante más tranquila que en verano.
Esperanzas que se frustraron antes incluso de llegar al aparcamiento. Según me desviaba hacia el norte de la Ring Road, por la carretera 249, pude ver un gran número de autobuses. Al menos aparqué sin problemas pues, en proporción, la cantidad de coches era inferior. También conseguí pagar el aparcamiento. Habían sustituido las máquinas defectuosas de 2017 por otras, que incluso aceptaban el pago con el móvil. En unos minutos me uní al numeroso grupo de los que se encaminaban a la cascada.
Como pude comprobar varias veces a lo largo del viaje por Islandia, lo peor no era la masificación. Al fin y al cabo, ésta era relativa. Desde luego, Islandia no es Venecia. Aunque el número de visitantes en 2019 rondó los dos millones, no hay que olvidar que estamos hablando de un país con una superficie de 103.000 kilómetros cuadrados. Incluso en los lugares más populares, los espacios suelen ser tan amplios que los visitantes se pueden repartir por ellos con cierta holgura. Seljalandsfoss no es Piazza San Marco. En este sentido, aunque pienso que siempre es preferible disfrutar de la naturaleza en relativa soledad, en ningún lugar de la isla he llegado a tener sensación de agobio.
En cambio, muchas veces me he sentido frustrado por los comportamientos poco cívicos e irresponsables que he podido observar. Seljalandsfoss no fue el único lugar, pero si el más sangrante. Gente haciéndose el consabido selfie en los lugares mas inverosímiles, muchas veces pisoteando la frágil flora local, a pesar de los carteles que advertían de su vulnerabilidad. Otros volando drones, actividad prohibida en el entorno de la cascada. Unos cuantos, haciendo cola para acceder a un lugar que, supuestamente, estaba cerrado al público, pues la escalera estaba congelada hasta tal punto que la mayor parte de los que subían tenían que regresar arrastrándose. Y casi todos hablando a gritos. Algo que no estaba prohibido, pero que acababa de arruinar la poca paz que podía quedar en el lugar. En resumen, un compendio de los males de un tipo de turismo que, por desgracia, está invadiendo una parte de la isla.
Turistas molestos aparte, la cascada es indudablemente hermosa, aunque no sea mi favorita de Islandia. La diferencia de caudal con el verano apenas era perceptible. En cambio, la nieve que cubría el paisaje, unida a los carámbanos que colgaban de la pared rocosa, realzaban la belleza del lugar. Por segunda vez, me quedé sin poder ver Seljalandsfoss desde el interior de la cueva. En esta ocasión, un gran bloque de nieve congelada bloqueaba el camino, haciéndolo impracticable. En cualquier caso, mi visita fue breve. No me encontraba cómodo y preferí buscar un lugar más tranquilo.
No estaba muy lejos. Me dirigí dando un paseo a la cercana Gljúfrabúi, aproximadamente medio kilómetro más al norte. Gljúfrabúi, que se podría traducir como «El Habitante de la Garganta», es una cascada extraña. Desde la llanura, tan solo se acierta a ver su parte superior, que aparentemente se precipita sobre unas rocas, un poco más abajo. Pero las apariencias engañan. En realidad, cae un total de 40 metros, hasta el fondo de una angosta garganta. Motivo por el que Gljúfrabúi también es conocida como la cascada escondida. Desde luego no es un lugar desconocido, pero si bastante más tranquilo que Seljalandsfoss. Afortunadamente, para cierto tipo de turismo quinientos metros andando parece ser una distancia insalvable. Más aun si el camino está cubierto de nieve helada.
Se puede llegar hasta el mismo lugar en el que comienza la garganta. Incluso es posible recorrerla, aunque para esto último es aconsejable llevar botas de agua con suelas antideslizantes. El calzado que llevaba era supuestamente impermeable, pero preferí no arriesgarme. Tenía un día muy largo por delante y no me pareció un buen plan pasarlo con los pies empapados. Hasta hace poco, también había una senda que permitía llegar a las colinas sobre la cascada. Fue cerrada recientemente, una vez más debido al comportamiento poco cívico de los visitantes, que dañaban irreversiblemente la cubierta vegetal deambulando fuera del camino marcado. Por desgracia, parece ser el destino de muchos lugares de la hermosa Islandia.
En https://depuertoenpuerto.com/islandia-en-invierno/ se puede ver mi primer itinerario invernal por Islandia al completo.
Según Cristina, del blog Los Viajes de Wircky, Seljalandsfoss es su cascada favorita de Islandia: https://wircky.com/mi-cascada-favorita-de-islandia-seljalandsfoss/.
De la misma opinión son en Naturaleza y Viajes: https://www.naturalezayviajes.com/2016/10/seljalandsfoss-cascada-mas-bonita-islandia.html.
En la web Islandia24 hay un artículo adornado con dos de las clásicas fotos de la cascada, que más de uno tendrá en su memoria: https://www.islandia24.com/seljalandsfoss-cascadas-islandia-belleza/.
El blog El Viajero Feliz tiene una entrada sobre Gljúfrabúi: https://elviajerofeliz.com/gljufrabui-un-tesoro-escondido-de-islandia/.
En inglés, la web de Extreme Iceland contiene una página muy completa con información sobre Seljalandsfoss: https://www.extremeiceland.is/en/attractions/seljalandsfoss-waterfall.
El fotógrafo danés Mads Peter Iversen tiene un video en YouTube con consejos para fotografiar la cascada: https://www.youtube.com/watch?v=3brnJeigIqI.
En la web de Arctic Adventures hay una página dedicada a Gljúfrabúi: https://adventures.is/iceland/attractions/gljufrabui/.
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